Hoy después de un retiro de silencio de cinco días reconecto con el día a día, o más bien con el segundo a segundo, confundida, desconcertada y con altibajos emocionales.
Justo antes de irme al retiro parecía que la vida se aceleraba. Tenía el tiempo justo organizar las cosas y dejar varias sin hacer – entre otras escribir en este blog. Por esta razón, antes de empezar el retiro tuve que empezar a desprenderme. Soltar planes, dejar ir agendas. Y al hacerlo, abrazar con humildad mis limitaciones.
Al llegar al sitio me me invadía una sensación de anticipación y vértigo. Había realizado otros retiros similares pero este se me antojaba especialmente retador por el hecho de enfatizar la meditación en un lugar cerrado.
Cuando pensamos en silencio parece que tiene que ver con no hacer nada. Sin embargo, en un retiro es todo lo contrario. El retiro tiene una estructura exquisitamente diseñada, que genera una rutina. En mi caso consistía en meditación, desayuno, meditación, ejercicio, comida, descanso, meditación, charla del maestro, cena, meditación y a dormir. La estructura articula el hacer, facilitando que uno se relaje en simplemente ser y escuchar el propio interior.
Las reflexiones del maestro y sobre todo la meditación van poniendo presión en el ego. La presión facilita que afloren apegos e identificaciones conscientes e inconscientes almacenadas en el cuerpo. Por ejemplo, durante una meditación caminando, me di cuenta de que mientras caminaba estaba todo el rato mirando al punto de llegada en lugar de fijarme en el paso que estaba dando. También observé que mis piernas iban más rápido que la respiración. Al intentar que las piernas se movieran al ritmo de la respiración, surgía entonces la impaciencia, una actitud que conozco bien y que sirve de poco. Mi labor – y la de todos los participantes cada uno con su neura particular- desde el mindfulness consistía en acoger a la impaciencia con cariño, verla, sentir su textura y sobretodo, no intentar cambiarla, ni librarme de ella.
Intimar con la respiración fue tal vez uno de los mayores regalos del retiro. Durante una meditación de pie, me di cuenta que había algo forzado y controlador en mi forma de respirar. Había un esfuerzo para tomar el aire y también en el soltarlo. Cada vez me costaba más meditar. Entonces me dije, deja de intervenir y da paso simplemente a la respiración. Para ponerlo en práctica tuve que atravesar cierta resistencia. Al lograrlo algo cedió y mi estado dio un vuelco. El aire que entraba en cada respiración parecía alegrarse de ser visto por primera vez. Lo percibí como una presencia tierna y jubilosa que se ofrecía generosamente una vez y otra en cada respiración. Mi labor consistía simplemente en abrirme a ese misterioso flujo, cada vez más ligera y llena de luz.
Más en mi próximo post.
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Lo que a veces pienso es por qué si nos viene todo de serie cuando nacemos, si el corazón se mueve solo, si tenemos un hígado, páncreas, riñones, músculos, nervios, todo conectado para realizar la función de mantener en vida a un organismo, siendo parte del organismo y habiéndose conectado sin nuestra inteligencia, entonces ¿qué se nos escapa con el cerebro? Si la Naturaleza ha sido capaz de crear neuronas y demás para conseguir crear entidades vivas y racionales, dominándonos en los procesos básicos y aún desconocidos para nuestra mente, ¿qué cualidad es esa que nuestra mente aún no ha conseguido descifrar?
¿De verdad que la Natura no es inteligente, no es superior a nuestro conocimiento? Si aún estamos en pañales en nuestro conocimiento sobre nuestro propio cuerpo, qué cualidad habría de alcanzar un ser humano para descifrar esa otra inteligencia natural que aún se nos escapa?
Habrá de nacer una nueva Filosofía que contemple la posibilidad de englobar las cualidades existentes en este planeta y relacionarlo de algún modo con la creación de un cerebro pensante que. por ser producto de esa evolución, debería conocer más sobre los enigmas de los que procede.
10 diciembre 2022 | 8:08 pm