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¿El éxito te ha encerrado en una prisión? No seas tan previsible

A menudo vienen a mi práctica de coaching personas muy exitosas. Suelen ser personas de un desempeño singular, capaces de llevar una gran carga de forma efectiva en su esfera profesional y/o personal. Su entorno las celebra, las admira, les pide más de lo mismo. Sin embargo, frente a todo esto, hay algo en su interior que no va bien. Algo chirría, algo les hace sufrir y tiene que ver precisamente con su forma de ser.

Por ejemplo a Isaac le reconocen por ser confiable, le das un proyecto y puedes estar seguro que será un éxito. Estar con Fanny es diversión asegurada, es siempre un show estar con ella y anima todos allá donde va. Aina puede con todo en el trabajo, soluciona lo de su jefe y también los líos de su equipo: es imprescindible.

Lo que tienen en común estas personas es que se sienten atrapadas por el personaje que han creado. De forma consciente o inconsciente están prisioneras de su ego. Nuestro ego es siempre una prisión, pero cuando va acompañado del éxito, resulta especialmente difícil aflojar sus garras de acero. Una versión de este fenómeno elevada a la enésima potencia es el que sufren personas famosas, afectándoles su salud mental.

Esto es así porque las personas piensan: “si me ha ido bien así ¿Por qué tendría que cambiar?” Si éste es tu caso, indaga un poco y verás que debajo de este argumento de tinte práctico, residen todo tipo de miedos: miedo a defraudar, a decepcionar, a que no te quieran si te muestras tal y como eres, miedo a que te abandonen, miedo a que te echen del trabajo…

(Mahdi Dastmard, UNSPLASH)

Si conoces tu propia versión del miedo y la creencia que le subyace has dado un gran paso. Ahora toca lidiar con la creencia asociada al miedo. Vas a defraudar, ¿sí y qué? ¿Qué es lo peor que puede pasar? Crees que te van a abandonar. ¿Es cierto que te abandonarán? Te animo a preguntarlo. ¿Si hago esto o lo otro me vais a abandonar? Crees que no te querrán. Si las personas de tu entorno necesitan que seas de una forma determinada para amarte, ese amor no es incondicional, es un amor de segunda. ¿Crees que te van a echar del trabajo? Piénsalo bien. Tal vez sea verdad, tal vez no. Puede que sea a ti a quien le gustaría cambiar de trabajo. Una vez hayas examinado con lupa tus creencias, si todavía persiste el miedo, quédate con la emoción desnuda. Siéntelo, respíralo, y actúa a través de él.

Pero…¿Qué se supone que tienes que hacer?

Escucha bien: ¡NO SEAS TAN PREVISIBLE1!

Disfruta haciendo las cosas de forma distinta de como las haces normalmente. Empieza por un pequeño paso y observa. Luego otro. Y otro. Sorpréndete a ti mismo y a los otros. Sí, puede que se decepcionen, aunque no tiene porqué. Lo que es seguro es que estarás recalibrando la imagen que tienen de ti, con lo que realmente eres: un proceso inaudito. Y lo más probable es que con tu forma de actuar les des permiso a ellos para hacer lo mismo: aflojar las duras garras del ego para vivir en libertad la única vida que os ha sido dada.

Por mucho éxito que tengas, no seas tan previsible.

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(1) Eslogan de la práctica de entrenamiento mental de la tradición budista tibetana. Training in compassion. Zen teachings on the practice of Lojong. Norman Fischer.

¿Cómo gestionar el fracaso? Responsabilidad y descentramiento, lecciones de un roble

Empiezo una sesión de acompañamiento a emprendedores con la pregunta: ¿Qué quieres aprender en esta sesión? Me gusta empezar así porque pone en marcha uno de los motores más poderosos del aprendizaje: la curiosidad. La curiosidad es una fuerza que nos atraviesa y nos invita a movernos en cierta dirección. Hay algo que nos sabemos, que nos interesa y en lo que queremos ahondar: estamos entonces listos para aprender. Aprender proviene del latín apprehendere, compuesto del prefijo “ap” equivalente a cercanía y de “prehendere” que significa asir, agarrar, percibir. Cuando aprendemos, estamos agarrando una noción, un concepto, una idea de cerca.

Del grupo emergen varias preguntas: ¿Cómo superar el síndrome del impostor? ¿Cómo gestionar el fracaso? ¿Cómo priorizar? ¿Cómo discernir cuando es el momento adecuado para la acción? ¿Cómo perseverar ante las dificultades? ¿Cómo gestionar el rechazo? Las voy anotando en la pizarra magnética, mientras reviso como abordarlas.

El fracaso está por todas partes. Fracasa la paz en el conflicto Ucrania – Rusia, fracasa la humanidad frente al cambio climático, fracasa Jennifer Aniston en su deseo de ser madre, fracasa la pareja Piqué – Shakira… Más allá de lo colectivo y de lo público, como constato cada día en mi práctica de coaching, la vida está plagada de fracaso.

Para abordarlo, si en lugar de fijarnos en el resultado – fracaso o éxito – nos fijamos en lo que nos mueve a la acción, daremos con lo que nos llama. Algo nos llama a trabajar en cierto sitio, algo nos llama a asistir a tal actividad, algo nos llama a acercarnos a ciertas personas. Lo que nos llama es una versión de la misteriosa fuerza de la curiosidad. ¿Quién plantó esa pregunta en nosotros? ¿Quién nos llama hacia aquello que nos atrae? Sostén estas preguntas un momento en ti. Si escuchas con atención podrás intuir una respuesta: ¿Y si fuera la vida misma la que se expresa a través tuyo, invitándote a actuar en su nombre?

Si aceptas por un momento que estás actuando en nombre de la vida, se revelan dos aspectos que pueden guiarte: la responsabilidad y el descentramiento. Si te guías por el principio de responsabilidad, entendiendo tu vida como una parte del cosmos que despierta a su propia entidad, tomarás a tu vida suficientemente en serio. Si también te guías por el principio de descentramiento, entendiendo que tu vida no va de ti, sino que va del todo, evitarás caer en la trampa de tomarte demasiado en serio. Desde este espacio es posible relacionarse con el fracaso de forma constructiva.

(Juliet Sarmiento, UNSPLASH)

Toma por ejemplo un roble. Un roble no se amilana si sus bellotas no germinan, ni se convierten en hermosos árboles. A algunas bellotas se las comen jabalíes, algunas nunca brotarán, otras pocas sí se convertirán en árboles. El roble hace lo que es llamado a hacer sin importarle el resultado – éxito o fracaso -, y lo hace lo mejor que puede mientras vive.

Volviendo a ti, algo te llama a la acción, te enfocas en la tarea, lo haces lo mejor que puedes y fracasas. Pero no creas un drama ni te hundes con el resultado, en cambio te preguntas: ¿Qué puedo aprender de ello? Te recompones, te reorientas y vuelves a hacerlo incorporando los aprendizajes que el fracaso te brindó. Con la práctica aprenderás a fracasar – y a triunfar – igual que un majestuoso roble, lo que no es de extrañar, pues es la misma vida la que os anima a los dos.

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