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Los efectos del silencio: semillas para alinearte con la vida

Con el paso de las horas, la sombra psicológica, es decir lo inconsciente enterrado en el cuerpo continuaba a desvelarse, a modo de lo compartido en el post anterior. Dispares zonas del cuerpo despertaban con recuerdos traumáticos, pobladas de emociones de todos los colores: vergüenza, culpa, rabia, tristeza…De nuevo, el trabajo desde el mindfulness o desde el focusing – ambos usados en mis sesiones de coaching – consistía en recibir la emoción, la información, la textura y estar con ellas de forma amable para después ir a otra zona.

A medida que en mi interior se iban aflojando apegos a relaciones existentes, se reproducía una nueva fijación que parecía haber surgido de la nada. Esto es así porque al ego, no le gusta estar abierto y vacío – su muerte –  y por eso crea otra fijación, otro deseo. Porque sin apegos, sin la tensión del deseo, rechazo o ignorancia el ego no existe. Ser testigo de la rapidez con la el ego se reconfigura, ilustra bien los múltiples tropiezos y dificultades del camino de la consciencia.

Aunque al principio el lugar parecía poco relevante, con el paso de los días y bañada por el silencio interior se tejió una intimidad particular con el entorno. Ocurrió al contemplar los animales del sitio, el cachorro de labrador negro que no necesitaba palabras para ser achuchada y jugar, los pájaros, los gatos, los árboles que salpicaban el lugar y el bosque que lo circundaba. Escuchar el zumbido de las abejas, contemplar los campos labrados bajo la niebla. A medida que aumentaba la conexión con mi interior, también lo hacía la conexión con “lo exterior”.

Con los compañeros de retiro ocurría algo similar. El silencio iba tejiendo una sutil red de comunicación entre nosotros. Bastaba sentir la presencia del otro, para recibir cierta impresión sobre su estado interno y sobre de la cualidad de la conexión.

(Isaac Mitchell, UNSPLASH)

Más allá de los aprendizajes mencionados, la práctica del silencio, sea en solitario o compartido, siempre me brinda semillas. Algunas ya se revelaron, otras lo harán en su preciso momento. Semillas que al recibir atención, se convierten en formas de ser más alineadas con la vida.

El final del año es un momento maravilloso para la práctica el silencio. No hace falta que te vayas de retiro para ello, aunque si decides hacerlo valdrá la pena. Tan solo tienes que buscar espacios donde el silencio reine. Para sumergirte en el silencio necesitas soledad, cierta rutina y por supuesto olvidarte de tu yo digital. Si estás en la ciudad puedes probar en una iglesia, una biblioteca, un parque. Si la naturaleza no domesticada está cerca de ti, ése es el lugar. Cuando te encuentres en cualquiera de estos espacios date el tiempo del que puedas disponer y toma la intención de escuchar.

Tu práctica del silencio generará espacio interior. Tal vez, lo único imprescindible para vivir con plenitud.

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¿Qué esperar de un retiro de silencio?

Hoy después de un retiro de silencio de cinco días reconecto con el día a día, o más bien con el segundo a segundo, confundida, desconcertada y con altibajos emocionales.

Justo antes de irme al retiro parecía que la vida se aceleraba. Tenía el tiempo justo organizar las cosas y dejar varias sin hacer – entre otras escribir en este blog. Por esta razón, antes de empezar el retiro tuve que empezar a desprenderme. Soltar planes, dejar ir agendas. Y al hacerlo, abrazar con humildad mis limitaciones.

Al llegar al sitio me me invadía una sensación de anticipación y vértigo. Había realizado otros retiros similares pero este se me antojaba especialmente retador por el hecho de enfatizar la meditación en un lugar cerrado.

Cuando pensamos en silencio parece que tiene que ver con no hacer nada. Sin embargo, en un retiro es todo lo contrario. El retiro tiene una estructura exquisitamente diseñada, que genera una rutina. En mi caso consistía en meditación, desayuno, meditación, ejercicio, comida, descanso, meditación, charla del maestro, cena, meditación y a dormir. La estructura articula el hacer, facilitando que uno se relaje en simplemente ser y escuchar el propio interior.

(David Schultz, UNSPLASH)

Las reflexiones del maestro y sobre todo la meditación van poniendo presión en el ego. La presión facilita que afloren apegos e identificaciones conscientes e inconscientes almacenadas en el cuerpo. Por ejemplo, durante una meditación caminando, me di cuenta de que mientras caminaba estaba todo el rato mirando al punto de llegada en lugar de fijarme en el paso que estaba dando. También observé que mis piernas iban más rápido que la respiración. Al intentar que las piernas se movieran al ritmo de la respiración, surgía entonces la impaciencia, una actitud que conozco bien y que sirve de poco. Mi labor – y la de todos los participantes cada uno con su neura particular- desde el mindfulness consistía en acoger a la impaciencia con cariño, verla, sentir su textura y sobretodo, no intentar cambiarla, ni librarme de ella.

Intimar con la respiración fue tal vez uno de los mayores regalos del retiro. Durante una meditación de pie, me di cuenta que había algo forzado y controlador en mi forma de respirar. Había un esfuerzo para tomar el aire y también en el soltarlo. Cada vez me costaba más meditar. Entonces me dije, deja de intervenir y da paso simplemente a la respiración. Para ponerlo en práctica tuve que atravesar cierta resistencia. Al lograrlo algo cedió y mi estado dio un vuelco. El aire que entraba en cada respiración parecía alegrarse de ser visto por primera vez. Lo percibí como una presencia tierna y jubilosa que se ofrecía generosamente una vez y otra en cada respiración. Mi labor consistía simplemente en abrirme a ese misterioso flujo, cada vez más ligera y llena de luz.

Más en mi próximo post.

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