Cada día es tiempo de elecciones

Apenas nos hemos recuperado de unas elecciones que nos lanzan otras. Con ellas la maquinaria informativa se revoluciona, corren ríos de opiniones, se difunden infinitos actos de propaganda y una miríada de acciones destinadas a captar votos en un sentido u otro hasta desembocar en el señalado día, el 23-J. Sin embargo, cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada semana, cada mes es tiempo de elecciones en en el ayuntamiento de tu casa, en la república interdependiente de tu ser. Lo es porque siempre estamos eligiendo, incluso cuando no elegimos.

Prepararse para votar a representantes públicos exige informarse, crearse una opinión propia sobre la gestión de gobierno de cada partido, sus programas electorales y buscar afinidad con los propios valores y visión. De la misma guisa, prepararse para elegir la vida que uno quiere vivir hace necesario considerar cómo hemos vivido hasta el momento.

Una vida sin examinar no merece ser vivida decía Sócrates, según Platón hace más de 2400 años. Por esta misma razón, la abstención de voto en la propia vida no es recomendable, pues nos llevará al final de la vida con el reproche más común de los moribundos – según B. Ware – : haber vivido según las expectativas de los otros, sean estos tus familiares, la sociedad o cualquier otra persona o ente. Una trampa de la mente que constato a menudo en mi práctica de coaching es decirte a ti mismo que no tienes tanto por elegir. Mas si piensas esto, te estás engañando pues siempre existe margen de maniobra para elegir por pequeño que sea: ¿Eliges perseguir tus sueños o hacer como si no los vieras? ¿Eliges el tipo de relaciones que deseas cultivar o te dejas llevar? ¿Eliges tener una buena relación con tus hijos o te resignas a las dinámicas existentes?

Manos y urna

(Arnaud Jaegers, UNSPLASH)

Lo bueno de las elecciones propias es que no tienes que estudiarte el programa, ni seguir la actualidad con atención, sino simplemente conectar con aquello que te da vida. Te comparto algunos casos reales:

  • Lorena decidió abrirse empezar a aceptar invitaciones de sus círculos sociales que hasta ahora había declinado por estar excesivamente centrada en su trabajo lo que la había llevado al borde del burnout.
  • Jesús, padre de cuatro hijos decidió por real decreto que las comidas en casa se harían en silencio. Esto transformó el habitual jaleo de la hora de la comida en un espacio de consciencia y apreciación por los alimentos que compartían.
  • Juan eligió dejar de fumar, se apuntó a un grupo de apoyo y empezó a hacer deporte, dando un giro positivo a su vitalidad y salud.
  • Luisa decidió tomarse cada cierto tiempo un fin de semana sin su familia para estar con ella misma.
  • Esteban se apuntó a una plataforma para la defensa del delta cercano a su localidad, sumando esfuerzos para proteger el valioso ecosistema amenazado por fuerzas mercantilistas.

En definitiva, tú tienes la capacidad legislativa – es decir la facultad de regular la materia de tu vida –  sobre lo que piensas, lo que sientes, tu propósito en la vida, las acciones que llevas a cabo, cómo las llevas a cabo, el tipo de relaciones que cultivas, como inviertes tus recursos de tiempo, dinero y en qué espacios te mueves. La buena noticia es que tienes las elecciones ganadas, porque escucha bien, por si no te habías dado cuenta…¡ya eres el presidente de tu vida! ¡Tú y nadie más! Y si lo haces fatal no pasa nada. No solamente no te van a echar, sino que puedes volver a presentarte. Ganarás seguro y con la práctica cada vez se te dará mejor.

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Comunicación no violenta o cómo desarrollar la consciencia a través del lenguaje

El lenguaje es lo que nos ha permitido delimitar la realidad y comprenderla. Sin el lenguaje el mundo sería incuestionable. No obstante, quedarse anclado en ciertos usos del lenguaje es un escollo que boicotea el desarrollo de la consciencia.

Lorena perdía a menudo los estribos con su hija adolescente. Cuando lo relataba decía que su forma de dirigirse a ella “le ponía de los nervios”. Objetivamente, existen formas de hablar odiosas, formas de hablar exquisitas y una infinitud de tonos entre ambas. Sin embargo, ¿Es verdad que a Lorena le ponía de los nervios su hija? Si observamos de cerca la realidad nos daremos cuenta que a Lorena no le ponía de los nervios su hija, sino que era Lorena misma la que se ponía de los nervios, cuando reaccionaba de cierta forma al comportamiento de su hija.

Mientras sostenemos en nuestros pensamientos formas de describir la realidad articuladas dando la culpa al otro de lo que ocurre en nuestro interior, nos alejamos de la realidad. ¿Cómo sería si cuando te das cuenta de que te estás poniendo de los nervios al hablar con tu hija, te dijeras que no es ella la que lo causa sino tu misma? Le pregunté en sesión.

(Mario Purisic, UNSPLASH)

La expresión “me pone de los nervios” corría un tupido velo en la consciencia de Lorena, dejándola con una única vía: perder los estribos, reforzando erróneamente la culpabilidad de su hija, justificando y aumentando de este modo su animosidad contra ella.

Creo que si en el momento me diera cuenta de que soy yo la que me pongo de los nervios a mi misma reaccionando así…pues no me nacería el impulso a castigarla que nos hace escalar el conflicto, y supongo que me ayudaría a calmarme. Tal vez, luego podríamos hablar como personas, me compartía.

Cambiar la forma de articular la propia experiencia mediante el lenguaje es poderoso porque nos ayuda a afinar el foco de la atención. Con este pequeño cambio, el foco de Lorena ya no estaba en su hija, en lo mal que le hablaba o lo irrespetuosa que era, echando más leña al fuego de su pelea. Al articular en su pensamiento diciendo soy yo misma la que me estoy poniendo de los nervios reaccionando a sus formas, Lorena lograba mantener la atención en su interior, aunque fuera por unos breves segundos, en los que conectar con la realidad de forma genuina y entonces ¡bam! aparecía como por arte de magia la capacidad de elección. Lorena podía elegir si seguir escalando el desencuentro, o si retirarse de la escena, tomar unas respiraciones, bajar revoluciones y retomar el contacto con su niña dentro de un rato.

Con la práctica del lenguaje consciente o comunicación no violenta, Lorena aprendió que su forma de articular la realidad en sus pensamientos tenía una potencia formidable: convertirla en víctima de su circunstancia o bien todo lo contrario, despertarla a su capacidad de agencia con un indiscutible margen de maniobra.

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Volver al cuerpo después del susto

Sergio, el hijo pequeño de Luisa había tenido fiebre el domingo. Diligentemente, el lunes lo llevó al médico. Un caso claro de escarlatina dijo el pediatra, diez días de antibióticos y listos, con de dos a tres días de reposo en casa. Eso la calmó pues había estado preocupada por los síntomas de Sergio, manos hinchadas, piel rojizas, palpitaciones y cansancio que le daban un aire de muñeco sin pilas. Ahora le tocaba lidiar con la logística. Su pareja estaría fuera toda la semana, el hijo mayor estaba de exámenes finales y de un humor horrible, la gata estaba a punto parir y los padres de Luisa cuya ayuda era oxígeno para la familia, esta vez no estaban disponibles.

Luisa se sentía abrumada, me comentaba durante la sesión de coaching. Es como si de golpe, me han quitado el guión de mi vida de las manos y me han dicho, ¡ahora, a cuidar! Una parte de mi lo hace a gusto, pues sé que es importante y por el amor a Sergio. Otra parte de mi se rebela y dice que lo mandaría todo a paseo, que lo que quiere es seguir con sus creaciones y proyectos gráficos, y por supuesto, recuperar mi rutina de deporte, profesión, ocio…Trabajar en casa aunque lo intento, me resulta imposible, y termino sintiéndome mala madre y mala profesional.

Ojo humano

(Jose A.Thompson, UNSPLASH)

Háblame de tu preocupación antes del diagnóstico, le propuse. Bien, pues la noche del domingo dormí mal. Siempre tiendo a pensar lo peor. Luego después de la visita al pediatra, me calmé. Entonces tuve la certeza que el velar por estas dos vidas, esta preocupación por su supervivencia, va a estar siempre conmigo – dijo con gravedad. ¿En qué parte del cuerpo sientes esta preocupación? Le pregunté. En la boca del estómago, es como un nudo y de hecho he tenido unas digestiones horribles, me contestó.

Entonces la guié a explorar las sensaciones en el estómago. Con los ojos cerrados y la mano en la zona del estómago, me dijo pues es como si mi estómago estuviese prieto en un puño, sin espacio. Estómago en un puño, dije. Sí, eso mismo, respondió. Bien, ahora quiero que repitas interiormente “estómago en un puño” a la vez que sientes la sensación corporal, le dije. Y si van emergiendo ideas o sensaciones me las comentas. De acuerdo – dijo- pues surge miedo….Miedo a que les pase algo a mis hijos y no pueda soportarlo. Miedo a que mis hijos mueran. Bien, sigue ‘pendulando’ de la sensación a la noción: estómago en un puño y sensaciones corporales. ¿Cómo es la sensación, ha variado de alguna forma? Sí, parece que el puño se ha aflojado un poco o mucho. Ahora ya no hay miedo, hay como cansancio, el cansancio que emerge después de mantener una gran tensión.

Luisa había dado espacio a la vivencia del cuerpo que había quedado congelada en ella, tras el susto de la enfermedad de su hijo. Con el proceso juntas, a través de la atención había liberado aquella tensión. Seguía con todas las dificultades y condicionantes de su momento vital, sin embargo se había desbloqueado internamente y esto le brindaba más espacio y energía para afrontarlos.

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El deseo, su fuerza y tus riendas

Durante un programa de desarrollo personal, los participantes tenían que realizar un plan de vida, es decir escribir en un papel aquello que quería para los próximos cinco años, para los próximos diez y los quince que seguirían. Después lo compartían con compañeros y mentores. Cuando le tocó el turno a María y compartió lo que deseaba, Luisa su mentora dijo “vaya María deseas muchas cosas”. María se quedó perpleja. ¿Sí tenía razón, pero qué había de malo en desear? María deseaba un nuevo espacio de trabajo. Deseaba ser madre. Deseaba una relación de pareja apasionada. Deseaba viajar y muchas cosas más.

El deseo entendido como desear a algo o a alguien tiene connotaciones ambivalentes. Desde el Cristianismo está mal desear lo de los otros, a la pareja de otro, envidiar. Además el discurso católico ha teñido de egoísmo al deseo. Para el Budismo, el deseo está en la raíz del sufrimiento humano, pues por su naturaleza, no se extingue con haber conseguido lo deseado, sino que sigue palpitando de múltiples formas, encadenándonos a la samsárica rueda de la causa y efecto.

Caballos

(Annika Treial, UNSPLASH)

El origen del deseo es un misterio. Algunos deseos se introducen en nosotros mediante el entorno social y otros laten genuinamente dentro de cada uno. Para discernir qué tipo de deseo se trata es fundamental recibirlo. Recibir nuestro deseo es darle espacio en nuestro interior, haciéndolo pasar a la sala de estar de nuestro ser para escucharlo bien. Lo contrario es reprimirlo, criticarlo, ignorarlo, desconfiar de él. Si de pequeño tus deseos eran criticados o incomprendidos, es probable que la relación con tu deseo esté llena de contrariedad. Sabes lo que quieres pero te sientes mal por quererlo, das más peso a lo que los otros desean por ti y quizás te llenas de justificaciones para satisfacer tus deseos.

Sin embargo, cuando el deseo es genuino estamos lidiando con la misma fuerza que expande el universo. Se trata del Eros de Whitehead o del Espíritu en acción de Wilber.¿Qué podría haber de más sagrado y honorable que el alma de la evolución palpitando a través nuestro?

Una vez recibido el deseo, es necesario tomar una intención más o menos consciente que tenga en cuenta nuestra ética, nuestra situación actual y la ecuación bueno para uno y bueno para los otros al mismo tiempo. El deseo es un caballo con toda su fuerza y nuestra intención son las riendas que nos permiten dirigir su potencia. Por ejemplo, puedo desear tener un perro pero si mi organización vital lo hace imposible, puedo darle un curso distinto, como apadrinar a un perro y visitarlo en el refugio canino periódicamente. A menudo la vía de concreción de un deseo no está clara y está bien que así sea, pues la creatividad de la vida ofrece formas inimaginables para darles curso.

En cualquier caso, durante el proceso de desear y manifestar nuestros deseos existen dos orientaciones distintas. Desear como si nos fuera la vida en ello, aunque raramente es así, lo que nos traerá sufrimiento durante el proceso y tal vez después. O desear de forma desapegada, confiando en la vida y agradeciendo lo que ya es, sabiendo que tanto si nuestros deseos se cumplen como si no, todo es transitorio, pasa y se transforma.

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Intimar con el final para no forzarlo

Al grupo de poesía del que formo parte, a menudo nos solicitan actuaciones variopintas. La última fue el encargo de una performance sobre el suicidio.

El suicidio en España sigue una preocupante tendencia al alza durante los últimos cuarenta años: 4003 personas se quitaron la vida en 2021, comparadas con las 1652 de 1980. En este periodo, la tasa de suicidio se ha casi doblado, estando los adolescentes entre los grupos de más en riesgo. Estos datos alarmantes convierten al suicidio en un problema de salud pública al que hacer frente desde múltiples ámbitos, en nuestro caso, desde el arte y la cultura.

Hace un par de días nos reunimos para terminar de dar forma al acto. Aunque ninguno de nosotros tenía un familiar o amigo directo que se hubiese suicidado, todos habíamos experimentado la muerte por suicidio de personas cercanas. Compartimos la forma en como el suicidio es el fin del sufrimiento para quien lo realiza y muy a menudo un calvario para los que siguen vivos, pues sus ondas de pena reverberan a lo largo y ancho de generaciones.

(Paola Chaaya, UNSPLASH)

La muerte de un poeta por suicidio que más me impactó fue la de Patricia Heras, que conocí por la prensa y por el documental Ciutat Morta, sobre los escalofriantes hechos del caso 4F. Mas el suicidio no es un fenómeno raro entre poetas, como muestran las vidas de Alejandra Pizarnik, Marina Tsvetàieva, Serguéi Yesenin, Silvia Plath entre muchas otras.

La carta del suicidio se esconde en el laberinto físico-mental de una persona para quien la muerte se conceptualiza como una salida, una escapatoria, un punto final al sufrimiento insoportable de la vida. Esta visión cohabita con otra visión dominante en la sociedad que teme a la muerte y la evita todo lo que puede. Son dos extremos que se tocan: no la quiero ni ver, o me escapo a través suyo. Pero existen otras formas de relacionarse con la muerte. Una que esbocé en mi post anterior procede de la tradición celta y contempla la muerte como una presencia clave a la que conocer de cerca. Hacerse amigo de la muerte es necesario para justamente poder vivir la propia vida con plenitud y sin forzar el inevitable final. El poema – bendición Para la muerte de John O’Donohue desarrolla bellamente esta idea:

 

Desde el momento en que naciste,

tu muerte ha caminado a tu lado.

Aunque raramente muestra su cara,

todavía sientes su tacto vacío

cuando el miedo invade tu vida,

o aquello que amas se pierde

o te lastimas por dentro.

 

Más cuando el destino te lleva

hacia estos espacios de pobreza,

y tu corazón se mantiene generoso

hasta que alguna puerta se abre a la luz,

estás serenamente haciéndote amigo de tu muerte;

de forma que no tendrás que temer

cuando llegue tu momento de dar media vuelta y partir.

 

Que la presencia silenciosa de tu muerte

lleve atención a tu vida,

te despierte a cuán escaso es tu tiempo

y a la urgencia de hacerte libre

así como a la llamada de tu destino.

 

Que tomes posesión de ti mismo

y decidas con cuidado

cómo puedes vivir ahora

la vida que amarías

contemplar

desde tu lecho de muerte.

 

¿Cómo te relacionas con tu muerte? ¿Es para ti una amiga, una enemiga o algo que no quieres ni pensar? ¿Cómo puedes vivir ahora la vida que amarías contemplar desde tu lecho de muerte?

 

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¿Cómo gestionar tu propia negatividad?

Según la espiritualidad celta1 cuando nacemos, además de nacer nuestro cuerpo y alma, también nace con ellos otra presencia: nuestra muerte. Esta presencia está con nosotros toda la vida y se muestra en los momentos en los que nos dejamos dominar por la negatividad.

Como constato cada día en mis programas de coaching, la negatividad aprovecha los momentos de mayor vulnerabilidad para mostrarse. Como coach no tengo una varita mágica para transformar la negatividad en sus múltiples formas: miedo, victimismo, enojo, agresión, crítica, remordimiento, preocupación…de las personas a quienes acompaño. Sin embargo, cuento con efectivas prácticas para desactivarla. Hoy te comparto cuatro pautas de base budista:

1-TOMAR CONSCIENCIA

Una práctica esencial consiste en tomar consciencia de que estamos presos de un estado negativo dominado por el pesimismo, pensamientos críticos, quejas, etcétera. Aunque parece evidente, en un gran número de casos no nos damos cuenta de lo que nos pasa. Estamos tan acostumbrados a hacernos la víctima, quejarnos, enfadarnos o lo que sea que nos domine, que nuestro cuerpo y mente son adictos a ese estado emocional y a la consciencia se le escapa.

2-ARREPENTIRSE

La negatividad nos daña, nos quita energía y nos enfoca en cosas improductivas como la culpabilidad cuando nos flagelamos a nosotros mismos por nuestros errores o en el deseo de venganza. Arrepentirse significa darnos cuenta del daño que nos estamos haciendo a nosotros mismos cuando nos dejamos llevar por la negatividad.

(Ben Hershey, UNSPLASH)

3-COMPASIÓN HACIA QUIENES HEMOS DAÑADO

La negatividad se cuela por cualquier rendija y cuando estamos presos de ella se manifiesta en una salida de tono, en una falta de respeto, en una actitud agresiva o de cualquier otra forma. Sentir compasión hacia los otros por el daño que les hemos hecho nos permite ampliar la consciencia sobre los efectos de la negatividad.

4-INTENCIÓN

Tomar la intención de no volver a caer en las redes de la negatividad consiste en decirse a uno mismo: “Magda, no volverás a caer en la queja y el victimismo”. Para afianzar cualquier intención aconsejo realizar un pequeño ritual o gesto que la refuerce como por ejemplo: escribirlo en tu diario, hacer un dibujo, encomendarse a la vida, a Dios o a una figura significativa para uno o cualquier otra forma creativa.

APRECIACIÓN Y GRATITUD

En paralelo al proceso anterior, la apreciación y la gratitud son prácticas fundamentales para transmutar la negatividad en vitalidad. Para el escritor, también de raíces celtas, David Whyte la gratitud consiste en: “comprender que muchos millones de cosas se unen, se mezclan y respiran juntas, para que nosotros podamos tomar una respiración más, que el regalo fundamental de estar vivo y haber encarnado como un ser humano vivo y participativo es el privilegio de milagrosamente formar parte de algo, en lugar de nada. Aunque ese algo sea temporalmente dolor o desesperanza, habitamos un mundo vivo, con caras de verdad, voces de verdad, risas, el color azul, el verde de los campos, la frescura de un viento frío, o el tono rojizo de un paisaje invernal2

Cuanto más practiques las pautas citadas, más del lado de tu alma vas a estar y menos del lado de tu muerte.

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(1) Anam Cara: el libro de la sabiduría celta, John O’Donohue.

(2) Consolations, David Whyte. Mi traducción.

Tus valores, bautizos, bodas, comuniones y otras fiestas de guardar

Tengo suerte de vivir cerca de uno de los monasterios cistercienses más bellos de España, el monasterio de Poblet. Cuando nos visitan amigos o familiares, a menudo les llevamos allí y siempre aprendo algo. En una visita reciente, al visitar la sala capitular el guía nos explicaba que allí se reunían y se reúnen los monjes a leer la regla de San Benito que rige el monasterio. ¿Cada cuánto lo hacen? le pregunté. Cada día, me respondió, lo que me impactó sobremanera.

Los monjes cistercienses, desde hace siglos, cada día revisan, estudian y recuerdan la forma en cómo han de vivir. Por que los monjes cistercienses, como tantas órdenes religiosas o espirituales, conocen la importancia de estar en contacto con los principios de uno. Para mi, las fiestas y celebraciones religiosas son una forma de estar en contacto con estos valores. La primera comunión de mi hija que próximamente celebraremos, nos brinda la oportunidad de comentar valores cristianos con cierto énfasis, sin ir más lejos este mediodía con los diez mandamientos.

Los diez mandamientos son un código ético fundamental. No hace falta ser creyente para vivir según los diez mandamientos. La forma en cómo le fueron “revelados” a Moisés enfatiza la sabiduría que contienen. Según el Éxodo, para el pueblo hebreo durante el tiempo en el desierto después de la huida de Egipto, los conflictos proliferaban por no contar una autoridad superior. Moisés actuaba de juez, resolviendo los problemas de la gente, deliberando entre el bien y el mal. Después de realizarlo innumerables veces, subió al Monte Sinaí y los diez mandamientos le fueron revelados, o lo que es lo mismo: destiló unos principios según los cuales la vida de uno y la vida en comunidad florecen.

(Leonardo Miranda, UNSPLASH)

En mi práctica de coaching constato a menudo las consecuencias de mentir. Tomemos por ejemplo el valor del habla correcta, una de los componentes de la conducta ética recogidos en el budista Noble camino óctuple. El habla correcta engloba el mandamiento cristiano No darás falsos testimonios ni mentirás. Cuando una persona miente entra en un terreno pantanoso a nivel de consecuencias y estado mental, acorde al abasto de la mentira. Mentir es una forma de intentar manipular la estructura de la realidad. Pero la realidad es tozuda y poderosa, de modo que nos devuelve como un boomerang los efectos del acto en forma de consecuencias devastadoras.

El hecho que la mayoría de valores religiosos converjan en una ética universal apunta a su naturaleza intrínseca en nosotros. El maestro budista Reggie Ray explica que cuando una persona se ilumina, lo que descubre dentro de sí, son precisamente los valores universales, como si siempre hubiesen estado allí. Esta realización invita a relacionarnos con los valores como si fueran principios que ya anidan en nuestro interior. Principios que precisan ser recordados con frecuencia. Una forma de hacerlo es indagando sobre los valores y principios que sostienen a celebraciones como los bautizos, comuniones, bodas y otras fiestas religiosas. Cuando vayas a participar en cualquiera de ellas, te invito a preguntarte y a averiguar: ¿Cuál es el motivo de esta celebración? ¿Cuál es la intención? ¿Qué valores la sustentan? ¿Cuál es mi relación con los mismos? ¿Qué podría hacer de forma distinta?

Al responder a estas preguntas, las celebraciones dejarán de ser una fiesta sin más para tener otro significado y tal vez una nueva profundidad.

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Mujer no te engañes, el consentimiento no te protegerá de abusos sexuales

El documental El techo amarillo dirigido por Isabel Coixet arranca cuestionando la utilidad del consentimiento sexual de la voz de sus protagonistas. Mujeres ya adultas que se vieron atrapadas en la compleja telaraña del abuso por parte de su maestro Antonio Gómez en el Aula de Teatre de Lleida, cuando muchas de ellas apenas tenían quince años.

A ellas el consentimiento no solamente no les sirvió sino que fue totalmente irrelevante. En su caso, los abusos se enmarañaron en una relación de admiración hacia su manipulador maestro, aspiraciones de éxito, inexperiencia, desidia de las autoridades y un largo y complejo etcétera, como detallan la investigación de Albert Llimós y Núria Juanico y el mismo documental.

(Vincent Battault, UNSPLASH)

Aunque el consentimiento es una buena idea sobre el papel es una pésima idea para prevenir los abusos sexuales como demuestra aplastante, la realidad. Hacer creer a mujeres jóvenes y adultas que el consentimiento las protegerá es un engaño. Esto es así porque la cultura se come el consentimiento con la primera copa.

La cultura es el agua en la que nadamos, y que sin palabras nos dice cómo comportarnos, lo que se puede esperar, lo que se puede decir, lo que es adecuado…casi todo a nivel inconsciente. Y en el terreno del sexo, la cultura en la que estamos inmersos es la cultura heredada de la revolución sexual con su gran protagonista: el sexo informal. La cultura del sexo informal, amplificada por los medios y adoptada por el feminismo progresista, proclama que el sexo es algo como cualquier cosa, eructar o comerse una hamburguesa con patatas. Y cuando el sexo se convierte en algo banal culturalmente, los abusos sexuales campan a sus anchas.

En El techo amarillo, Míriam relata como el maestro la persuadió después de invitarla a cenar: “Cuando nos tocó volver a casa (···) me dijo, ¿quieres subir a mi casa, a ver una película? (···) realmente me creí que íbamos a ver una película.” Cuando subió a la casa y ocurrió el abuso, la cultura del sexo informal se había apropiado de la escena y el consentimiento no estaba por ninguna parte.

Como tantas, las valientes testigos de El techo amarillo demuestran que para prevenir los abusos sexuales el consentimiento es inútil y engañoso. En su lugar, necesitamos cuestionar ferozmente la cultura del sexo informal y plantearnos el sexo, un terreno en el que se conjugan la integridad de la persona y la generación de nueva vida, como algo a ser tomado en serio.

 

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¿Te preguntas qué hay más allá de Netflix? Te estás haciendo la pregunta correcta

Regreso de unos días en los Pirineos llenos de senderismo, lectura y tiempo en familia. En siete días hemos visto una película juntos. El último día queríamos premiar a mi hija con otra peli, pero me dijo, lo siento mamá prefiero irme a jugar, la vemos otro día ¿vale? Sus palabras me hicieron recordar a las de mi abuela cuando al independizarme decidí no tener tele. Ella me dijo, bien hija, tu no necesitas tele porque estás viviendo la vida de verdad, la tele es un sucedáneo. Mi hija tampoco necesitaba el sucedáneo.

A menudo me siento tentada a ver contenidos audiovisuales antes de acostarme aunque solo sea por compartir en familia. Luego recuerdo sus efectos: tensión física, preocupación o simplemente activación mental. La mayoría de veces logro conectar con lo que me va bien antes de acostarme: mantenerme en una actitud relajada, ligeramente reflexiva, leer un poco o meditar.

Pantalla de tele

(Mollie Sivaram, UNSPLASH)

En la vida de cada persona existen dos sentidos fundamentales. El sentido externo, de relaciones, acción, trabajo, ocio…Y el sentido externo de silencio, soledad, introversión, reflexión. Ambas dimensiones necesitan ser cultivadas y equilibradas. El problema de nuestra cultura es el desmesurado énfasis en el exterior. La parte exterior es necesaria, pero cuando no deja espacio a la parte interior nos convertimos en alienígenas en nuestra propia piel. Estando todo el rato en los otros, en lo de afuera, en la evasión, desconectamos de nuestro ser, lo que cuando no tiene consecuencias devastadoras (como problemas de salud mental, etc.) , en el mejor de los casos redunda en felicidad superflua. La felicidad superflua es como el fast-food. Te llena pero no te alimenta.

En cambio, cuando equilibramos nuestra vida con tiempo de calma, silencio e introspección ganamos sentido existencial. El sentido existencial es como la comida de la abuela: te alimenta, te fortalece y te ayuda a evolucionar.

Más allá de Netflix -o de cualquier pantalla – no está otra plataforma. Más allá de Netflix está el silencio, la soledad, la introspección. Más allá de Netflix estás tú.

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Ana Obregón y el egoísmo de los genes

Ana Obregón ha explicado que no, que ella no es la madre de la niña, que es la abuela. La niña ha sido concebida en un vientre de alquiler, usando el óvulo de otra mujer y el semen de Aless, el difunto hijo de Ana. Este hecho invita a pensar que tal vez el trastoque de la socialité no sea tan grande, al menos sabe que no tiene edad para ser madre. Sin embargo, la cuestión de qué pasará con la niña cuando ella no esté, que tanto debate generó cuando se pensaba que era ella la madre, sigue en plena vigencia.

El caso de Obregón no es banal porque las personas famosas tienen una doble responsabilidad. La primera responsabilidad es con su vida, como el resto de la humanidad. La segunda, porque su mayor exposición a los medios de comunicación, las convierte en modelos sociales que muchas personas imitan.

Ana Obregón

(Ana Obregón, REDACCIÓN)

Tener hijos o no tenerlos es una cuestión fundamental para cualquier ser humano y, sin duda, responder a ella le cambia a uno la vida para siempre, en un sentido u otro. Con el acceso a la contracepción y el acceso masivo de las mujeres a la educación la fertilidad ha decrecido de forma dramática. Las mujeres tenemos menos hijos y los tenemos más tarde. En este contexto, cuando las dificultades aparecen, los tratamientos de fertilidad ayudan en algunos casos a hacer realidad el deseo de procrear. Los tratamientos también dan respuesta a la expansión de los modelos familiares, familias monoparentales o entre personas del mismo sexo que también desean procrear. Siento una gran compasión por personas que quieren tener hijos, por el motivo que sea les cuesta y se esfuerzan por tenerlos, pues también estuve en esta situación.

A nivel colectivo y político se facilita que uno pueda tener hijos con sus propios genes, lo que favorece a la industria de la reproducción asistida: en España en 2020, treinta mil bebés nacieron de reproducción asistida. Una de las consecuencias de ello son los miles de embriones congelados – en España en concreto sesenta mil – esperando a ser descongelados. Por otro lado, abortar es relativamente fácil y poco cuestionado, lo que explica su elevada tasa en España: noventa mil mujeres realizaron un aborto en 2021. En el caso de embriones congelados estos seres tienen su vida en el limbo. En el caso del aborto, la posibilidad de vivir por parte del ser concebido fue negada. Por otro lado, adoptar  – y lo sé por experiencia – es un proceso difícil, costoso y lleno de incertidumbre. Frente a todo eso, no hay que ser un genio para darse cuenta de que como sociedad, algo se nos está escapando. El caso de Ana Obregón y otros tantos casos anónimos nos invitan a considerar la cuestión de procrear y la generación de vida en toda su complejidad. Nos instan a considerar la vida en mayúsculas y a tratarla con la reverencia que se merece, algo, que a mi entender, no estamos logrando.

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