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Conversaciones difíciles (II): dar la bienvenida a la incomodidad

Continuando con el tema de las conversaciones difíciles del artículo anterior, ayer tuve oportunidad de practicar en una reunión que se preveía guerrera y lo fue. Cuando esto ocurre, como decía una ex colega, no queda otra que prepararse para una buena lucha. Al igual que en las artes marciales, discutir o enfrentar conversaciones difíciles también puede convertirse en un arte. Para lograrlo, te animo a considerar cinco orientaciones:

  1. BIENVENIDA INCOMODIDAD. No, las conversaciones difíciles no son agradables. No lo son porque somos seres tribales y el conflicto nos conecta con el riesgo ancestral de ser excluidos de la tribu, lo que significaba la muerte. Por ello, lo normal es sentir tensión en el cuerpo y ganas de resolver el tema con rapidez. Reconocer estas tensiones sin pretender cambiarlas es un paso necesario para no dejarnos llevar por ellas. De lo contrario, si negamos nuestra incomodidad es probable que intentemos desviar la atención hablando, queriendo ir muy deprisa o hacer cualquier otra cosa para no sentir. Si este es tu caso, te animo a dejar de hacerlo, dando espacio al silencio.

(Nik Shuliahin, UNSPLASH)

  1. ESCUCHA ACTIVA. Una vez empezamos a conversar, es fundamental asegurar que entendemos lo que la otra persona está diciendo. Una forma de lograrlo consiste en aplicar la escucha activa, es decir repetir lo que la otra persona ha dicho en nuestras palabras y preguntarle si es eso lo que ha querido comunicarnos. Si nos dice que no, escuchamos sus matices y volvemos a exponerlo hasta que nos diga, sí, esto es exactamente lo que quiero decir. Una de las dificultades para la escucha activa en nuestra cultura es la falta de respeto por los turnos de habla y las interrupciones constantes. Cuando esto ocurre, no toca otra que tener paciencia, reclamar el turno de habla y respetar el turno del otro.

 

  1. TRANSPARENCIA. Aunque pueda sonar contracultural, para desarrollar el arte de discutir te recomiendo comunicarte de la forma más transparente posible. La candidez que no inocencia, tiene un gran valor en las conversaciones difíciles porque nos pone en contacto con la verdad: la verdad de los hechos, de las emociones, de las interpretaciones… Una forma de hacerlo es usando marco de comunicación no violenta. Preparar de antemano una conversación con este método aumentará nuestra claridad interna lo que favorecerá la comunicación.

 

  1. NOTAR LO QUE CAMBIA. A medida que la conversación avanza, lo común es que emerjan cambios en la forma de entender el asunto por ambas partes. Poner la atención en estas mutaciones es muy importante, porque revelan una tendencia al acercamiento o al alejamiento de posiciones. Notar lo que cambia implica dar un paso atrás y poner nombre a lo que vemos que está ocurriendo en nosotros y en el otro, a modo de balance. Si el otro comparte este análisis, estaremos tejiendo realidad compartida, que no significa acuerdo, sino continuar la conversación desde un nuevo punto de partida.

 

  1. LLEGAR A UN ACUERDO O ACORDAR EL NO ACUERDO. Aunque nuestra preferencia sea la de llegar a un acuerdo, si esto no se consigue, acordar que no se está de acuerdo reconociendo la posición del otro es un éxito de proceso. Darse una pausa para volver a la conversación en unas horas o unos días puede contribuir a que las emociones se calmen, emerjan nuevas posibilidades o una mayor claridad, facilitando tal vez el acuerdo.

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Conversaciones difíciles: estar de acuerdo en no estar de acuerdo

En dos programas de coaching de esta semana ha emergido el tema de las conversaciones difíciles. En el caso de Marga, la necesidad de una conversación con la pareja sobre su propia visión y deseos a medio plazo, distintos de los del otro. En el caso de Daniel, directivo en una ONG internacional, necesita desarrollar su capacidad de afrontar conversaciones difíciles para mejorar su liderazgo. Pero un momento, ¿Qué es una conversación difícil?

El grado de dificultad de cualquier conversación está en relación a nuestra habilidad. Sin embargo, es posible generalizar que algunas conversaciones se hacen cuesta arriba: tener que dar una mala noticia, despedir a alguien del trabajo, compartir emociones negativas, comunicar información que alterará la relación con el otro, discutir con la pareja sobre los fundamentos de la relación, etcétera.

(CANVA)

Más allá de nuestra habilidad conversacional, una conversación es difícil cuando algo valioso para nosotros está en riesgo. Por eso, antes de afrontar una conversación de este tipo es importante preguntarse: ¿Qué está en riesgo? Considerar si es la misma relación, un proyecto profesional, la confianza en la otra persona…

Otra pregunta fundamental es: ¿Cuál es mi intención con esta conversación? Es decir, ¿qué es lo que quiero conseguir? A menudo operamos bajo la creencia inconsciente de conseguir llegar a un acuerdo. Cuando esto es así para la mayoría de las conversaciones es muy probable que estemos operando de forma socializada, es decir que nuestro ego necesite la aprobación de los otros, especialmente de las personas cercanas, lo que limita nuestra habilidad conversacional.

Por esta razón, examinar esta creencia y suspenderla es un poderoso primer paso para aprender a comunicarnos de forma explícita. Mientras que la necesidad de acuerdo añade presión innecesaria en la conversación, soltar la intención de llegar a un acuerdo, nos permite enfocarnos en el proceso. Para enfocarte en el proceso te animo a hacerlo con una orientación y pasos concretos que te comparto en mi próximo post.

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Comunicación no violenta o cómo desarrollar la consciencia a través del lenguaje

El lenguaje es lo que nos ha permitido delimitar la realidad y comprenderla. Sin el lenguaje el mundo sería incuestionable. No obstante, quedarse anclado en ciertos usos del lenguaje es un escollo que boicotea el desarrollo de la consciencia.

Lorena perdía a menudo los estribos con su hija adolescente. Cuando lo relataba decía que su forma de dirigirse a ella “le ponía de los nervios”. Objetivamente, existen formas de hablar odiosas, formas de hablar exquisitas y una infinitud de tonos entre ambas. Sin embargo, ¿Es verdad que a Lorena le ponía de los nervios su hija? Si observamos de cerca la realidad nos daremos cuenta que a Lorena no le ponía de los nervios su hija, sino que era Lorena misma la que se ponía de los nervios, cuando reaccionaba de cierta forma al comportamiento de su hija.

Mientras sostenemos en nuestros pensamientos formas de describir la realidad articuladas dando la culpa al otro de lo que ocurre en nuestro interior, nos alejamos de la realidad. ¿Cómo sería si cuando te das cuenta de que te estás poniendo de los nervios al hablar con tu hija, te dijeras que no es ella la que lo causa sino tu misma? Le pregunté en sesión.

(Mario Purisic, UNSPLASH)

La expresión “me pone de los nervios” corría un tupido velo en la consciencia de Lorena, dejándola con una única vía: perder los estribos, reforzando erróneamente la culpabilidad de su hija, justificando y aumentando de este modo su animosidad contra ella.

Creo que si en el momento me diera cuenta de que soy yo la que me pongo de los nervios a mi misma reaccionando así…pues no me nacería el impulso a castigarla que nos hace escalar el conflicto, y supongo que me ayudaría a calmarme. Tal vez, luego podríamos hablar como personas, me compartía.

Cambiar la forma de articular la propia experiencia mediante el lenguaje es poderoso porque nos ayuda a afinar el foco de la atención. Con este pequeño cambio, el foco de Lorena ya no estaba en su hija, en lo mal que le hablaba o lo irrespetuosa que era, echando más leña al fuego de su pelea. Al articular en su pensamiento diciendo soy yo misma la que me estoy poniendo de los nervios reaccionando a sus formas, Lorena lograba mantener la atención en su interior, aunque fuera por unos breves segundos, en los que conectar con la realidad de forma genuina y entonces ¡bam! aparecía como por arte de magia la capacidad de elección. Lorena podía elegir si seguir escalando el desencuentro, o si retirarse de la escena, tomar unas respiraciones, bajar revoluciones y retomar el contacto con su niña dentro de un rato.

Con la práctica del lenguaje consciente o comunicación no violenta, Lorena aprendió que su forma de articular la realidad en sus pensamientos tenía una potencia formidable: convertirla en víctima de su circunstancia o bien todo lo contrario, despertarla a su capacidad de agencia con un indiscutible margen de maniobra.

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Por qué tienes que dejar de decir “me haces sentir” 

¿Qué diferencia hay entre decir “esto me hace sentir” y decir, “cuando esto ocurre, me siento…”? Pues toda. Son dos universos totalmente distintos, que a menudo trabajo en mi práctica de coaching.

Cuando dices “esto me hace sentir” estás dando poder a algo externo sobre ti. Al hacerlo, este algo toma el poder – aunque no lo ha pedido – y lo ejerce en tu contra. Sí es una ilusión pero las ilusiones son reales, cuando…te las crees. Y hablar con frases como “fulanito me hace sentir” es dar vida a una falsedad, que al creértela modela tu experiencia.

La cultura popular está plagada de estas fórmulas para nada inocuas y es así como sin querer empezamos a usarlas. Por ejemplo el Like a virgin de Madonna – una ya tiene una edad 😉 – cuenta con varios “Me has hecho sentir que no tengo nada que esconder” – pero también Raw Alejandro con su «Me gusta tu olor, de tu piel el color y cómo me haces sentir», en Todo de ti. En series y en películas esta fórmula también está por doquier.

¿Pero… cómo funciona? Bien pues como he dicho, primero das el poder a algo que ocurre: pierdes las llaves, o comes demasiado o vas a un sitio al que no quieres ir…o a alguien: a tu pareja, a tu compañero de trabajo, a tus hijos… por hacer o dejar de hacer algo: no recoger el cuarto, hablar demasiado, no llamarte, trabajar en exceso…Por ejemplo:

  • “Me haces sentir triste al trabajar tantas horas.”
  • “Trabajar en este proyecto me hace sentir desmotivado.”
  • “Cuando me hablas así me haces sentir que no valgo nada.”

De forma inconsciente, cada vez que dices “tu me haces sentir” o “esto me hace sentir” te haces la víctima. Te estás diciendo y estás diciendo al mundo: “mirad, pobre de mi, ¿quién soy yo para mercer esto?…si yo no he hecho nada». Luego esperas que el mundo o los otros te resarzan y tu ego sonríe satisfecho pues tiene una razón para existir.

Persona detrás de cortina

(Ben White, UNSPLASH)

En cambio cuando dices “Cuando esto ocurre, me siento…” todo es distinto. Al principio puede ser que te sigas haciendo la víctima como en el caso anterior. Pero con la práctica tu experiencia se transforma. Esto es así porque el lenguaje modela la consciencia y la consciencia modela el lenguaje. Empiezas entonces a ver el vínculo entre cuando algo ocurre y tu forma de reaccionar a ello, pero no das el poder a nadie. De pronto te das cuenta que no tienes porque sentirte como te sientes. Puedes fijar tu atención en otra cosa y transformar como te sientes. También puedes expresar tus deseos de forma impecable, sin necesidad de culpar al otro.

Sustituir el “lo que tu haces me haces sentir…” por “cuando esto ocurre, me siento…” es un gesto minúsculo pero poderoso. Ponlo en práctica y empezarás a asumir responsabilidad sobre tu vida emocional, descubriendo que la forma en cómo te sientes, depende única y exclusivamente de ti.

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Tu jefe te pide ser más proactivo: ¿buena idea o chorrada de turno?


 

«¿Eres reactivo o proactivo? Este es el tema del programa de radio del Ofici de Viure – un referente en temas de crecimiento personal en Cataluña –en el que participé hace un par de días. En el post anterior exploré la reactividad. Hoy sigo explorando la segunda mitad de la ecuación: la proactividad.

Imaginemos que tu jefe te pide que seas más proactivo y no tienes ni idea de por donde empezar. La proactividad se define como la capacidad de anticiparse a las circunstancias, tener iniciativa y orientarse al cambio.

HACIA DÓNDE

Mientras que la reactividad se enfoca más en lo que no quieres, la proactividad se centra en aquello que quieres. La proactividad se anticipa al futuro de la única forma posible: creándolo.

Para poder ser proactivo, lo fundamental es saber hacia donde vas. En qué te enfocas. En el caso de tu jefe, entender cuál es el objetivo común: ¿se trata conseguir más clientes, abrir un nuevo mercado, mejorar la calidad o entregar los pedidos con menos tiempo?

En mi práctica de coaching constato una y otra vez lo común que es para los humanos no saber lo que queremos. No saber lo que se quiere es la receta perfecta para no tener foco, y perderte en la desgana, desapego, depresión,…o simplemente cuando vengan mal dadas.

PRACTICAR EL DESEAR

Tal vez te hayas frustrado muchas veces, en lo personal o en lo profesional. Si este es tu caso, dejar de querer, dejar de desear no es nunca la respuesta. Cuando tomas esta actitud es como si te encontraras el genio de la lámpara cada día y no supieras que deseo pedirle y portanto acabas desperdiciando la ocasión.

En cambio cuando sabes lo que quieres, puedes empezar preparar el terreno para que suceda. Tal vez quieras un montón de cosas, y no sabes cómo ordenar las prioridades.

LA EMOCIÓN COMO GUÍA

Imáginate que consigues aquello que quieres. ¿Cómo te sientes? ¿Te hará contento conseguirlo? ¿Será bueno para la organización, tus compañeros, los clientes, la sociedad en general? Deja que tus emociones te guíen, ellas son el marcador de si lo que quieres tiene energía, o no, y te ayudarán a ordenar prioridades de forma orgánica.

SIMPLICIDAD

¿Qué te gustaría crear y qué iniciativas puedes tomar al respecto? Puede ser algo tan sencillo como me gustaría ver la cocina de la oficina más ordenada, pues empiezo por ordenarla. O bien, me gustaría pasar más tiempo de calidad con mi pareja, pues empiezo por organizar un fin de semana para los dos sin niños. O veo una oportunidad en mi trabajo…qué puñeta, pues voy a ponerle horas extras para probarla.

El mundo esta lleno de problemas. La proactividad, entendida como la capacidad de alinar tu energía con la de la sociedad es una de las claves para resolverlos.

Quien sabe, puede que incluso tu jefe tenga razón 😉

 

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¿Eres reactivo o proactivo?

Este el tema del programa de radio “L’ofici de viure” – referente en temas de crecimiento personal– al que me han invitado. Empiezo hoy por explorar la primera mitad de la ecuación: la reactividad.

REACTIVIDAD

Cuando nos pasa algo y reaccionamos estamos siendo reactivos. Fíjate en los típicos experimentos en los que añades el «reactivo» a algo y zás, todo se transforma como por arte de magia. Reaccionar no es malo en sí mismo. Vas por el bosque y te encuentras a un animal salvaje, el impulso de echar a correr te puede salvar la vida.

Tubos de experimentación

(Alex Kondratiev, UNSPLASH)

En psicología el control del impulso es una de las características que caracteriza el proceso de maduración humano. Si reaccionas mucho, implica que no eres capaz de controlar tus impulsos, sino que los impulsos te dominan.

Según el Budismo, la reactividad entendida como impulsividad está vinculada a tu percepción sesgada. Llegas al mundo con un determinado tipo de ignorancia que distorsiona tu percepción de la realidad. Sin embargo la tomas como veraz y allí empieza un ciclo de causa y efecto que alimenta tu reactividad primordial y tus problemas.

UN EJEMPLO DE CELOS

Tomemos el ejemplo que estás con tu pareja en una fiesta y ella se encuentra con una ex pareja. Observas su comportamiento y te sobreviene un ataque de celos. Piensas que está siendo más amigable de la cuenta y que está fuera de lugar. También estás dolido pues hace unos días que la sientes distante, aunque no estás seguro de ello pues tu has estado absorbido por tu trabajo y quizás esto nuble tu percepción. Tus celos te invitan a decirle que es hora de irse, pero encuentras las fuerzas para no hacerlo.

Haces bien de dudar pues bajo un estado reactivo, la interpretación de los hechos tiende a confirmar la emoción que uno siente en base una percepción sesgada. En el otro extremo podrías decirte pues reprimo mi impulso y no hago nada. Sin embargo la emoción que sientes es real y contiene una inteligencia. ¿Cómo puedes escucharla sin dejarte llevar por ella?

CUESTIONA TU INTERPRETACIÓN DE LOS HECHOS

La vía para salir de la reactividad está en acercarte a ella con compasión y curiosidad. En lugar de poner el foco en los otros o en lo que sucede, pon el foco en ti mismo, en cómo te sientes. Desvela tu interpretación de los hechos y no te la creas. También puedes compartirla. En el caso del ejemplo podría ser algo como: “He visto cuan contenta estabas de encontarte con Juan y he sentido celos. Soy consciente que he estado ocupado estas semanas y que echo de menos tiempo para nosotros.”  Al compartir desde este espacio honras tu emoción sin dejarte llevar por ella ni asumir que tu versión de los hechos es correcta.

IMPULSO AMIGO

Dejarte llevar por tu reactividad asemeja a cuando entras en una habitación en cuyo suelo hay una cuerda enrollada, sin embargo, al estar poco iluminada tú ves una serpiente. Te entra miedo y te alejas. Sin embargo, al acercarte a tu reactividad, a tus impulsos, recibiendo la emoción, cuestionando tu interpretación de los hechos y tal vez compartiéndola, la luz de tu consciencia ilumina la situación. Y al hacerlo ves que no es una serpiente sino una cuerda. Se disipa tu miedo y puedes por fin actuar de acorde a lo que es.

¡Oh! vaya… no dije nada sobre la proactividad. Si te interesa conocerla y descubrir cómo desarrollar esta capacidad, te lo cuento en el próximo post 😉