Archivo de abril, 2024

Miedo amigo (II): mostrarse uno mismo

La carta a la ciudadanía del presidente del gobierno español Pedro Sánchez anunciando un periodo de reflexión sobre si continuar en el cargo y sus motivos puede interpretarse de muchas formas. Algunos la señalan como una mera maniobra política. Otros la interpretan como un síntoma de alguien que intenta jugar limpio en una democracia enferma. Muchos han sido los que se han puesto las manos en la cabeza por el contenido de la carta, en concreto por el penúltimo párrafo: «Llegados a este punto, la pregunta que legítimamente me hago es ¿merece la pena todo esto? Sinceramente, no lo sé. Este ataque no tiene precedentes, es tan grave y tan burdo que necesito parar y reflexionar con mi esposa. Muchas veces se nos olvida que tras los políticos hay personas. Y yo, no me causa rubor decirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia el fango que sobre ella esparcen día si y día también.»

Estamos tan poco acostumbrados a que los políticos muestren su humanidad como ha hecho Sánchez nombrando el amor que siente por su su mujer, que una mayoría no ha dudado en atacarlo por ello. Uno de los frenos a mostrarse es la cultura dominante. La cultura marca sin palabras lo que es posible hacer o decir y cuando uno se plantea salir del guión cultural nace el miedo a mostrarse.

Juan, empresario y padre de familia – protagonista de una de las historias reales de Da vida a tus sueños-, se sentía inadecuado igual que Moisés, referido en mi post anterior. Tenía miedo de que si se mostraba tal y como era, su fuerza avasallaría a su equipo. Por esta razón su estilo de comunicación era amigable y siempre intentaba que nadie se sintiera incómodo. Cuando en el trabajo por discrepancias surgía tensión en una conversación, Juan la reducía con su sentido del humor, boicoteando su rol de directivo.

El miedo a mostrarse viene acompañado de estar demasiado centrado en uno mismo. Es una combinación de tomarse demasiado en serio, querer encajar con la cultura establecida y tener cierto complejo de inferioridad. El miedo a mostrarse se trasciende por la vía del medio. Sin necesidad de endiosarnos, ocupamos nuestro lugar con confianza y la mejor intención, sabiendo, que somos seres falibles y que no todo está en nuestras manos. Esta orientación nos permite dar un paso, luego otro y aprender en el camino.

Y eso es precisamente lo que hizo Juan, poco a poco empezó a mostrarse más en su rol de líder de la organización, lo que propició profundas transformaciones tanto en la organización como en su vida privada.

El miedo a mostrarse también se detecta por la incapacidad de marcar límites o las dificultades en decir que no. Cuando este miedo me arrastra, me encuentro siguiendo la corriente de agendas y proyectos que no tienen que ver conmigo. Es como representar el papel que esperan los otros de ti, diciendo que sí a sus propuestas sin haberlo consultado con el jefe, es decir, tú mismo. Cuando siento que he caído en la trampa, al igual que Sánchez, me tomo tiempo para reflexionar y la claridad de la respuesta no se hace esperar. A veces es un no rotundo. En otras ocasiones es un sí, pero más adelante. Sin el miedo a mostrarnos, podemos exponer con respeto pero sin tapujos nuestras condiciones.

Chica desenfocada

(Matias North, UNSPLASH)

Cuando trascendemos el miedo, nos damos cuenta que encarnar la verdad y mostrarnos son las fuentes de poder positivo más elevadas de que disponemos. Marianne Williamson lo expresa con elocuencia en Nuestro miedo más profundo– mi traducción:

 

Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados.

Nuestro miedo más profundo se debe a que somos inmensamente poderosos.

Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta.

 

Nos preguntamos:

¿Quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso, maravilloso?

En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?

Eres un hijo de Dios.

Hacerte pequeño

no le sirve al mundo.

No hay nada valioso en encogerte

para que otras personas no se sientan inseguras a tu alrededor.

 

Todos estamos destinados a brillar,

como hacen los niños.

Nacimos para manifestar

la gloria de Dios que está dentro de nosotros.

 

Esto no les ocurre solamente a algunos de nosotros; sino a todos.

Y al dejar que nuestra luz brille,

inconscientemente damos permiso a los demás para que hagan lo mismo.

Al liberarnos de nuestro propio miedo,

nuestra presencia automáticamente libera a otros.

 

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Miedo amigo (I): afrontar la verdad

El miedo a morir es un miedo fundamental a examinar para no quedar paralizado en su red. Se viste de muchas formas: miedo a volar, miedo a la enfermedad, miedo a la pérdida de un ser querido y en su base está la falta de confianza en la vida. Una forma de trabajarlo es domando la mente a través de intimar con la emoción y sus creencias subyacentes.

En este post quiero examinar otro de los miedos comunes que encuentro en mi práctica de coaching y que bloquean el potencial de las personas. Se trata del miedo a decir la verdad y vivir de acorde a ella.

Cuando Ana– testimonio real de mi último libro – vino a mi consulta de coaching, lo hizo cargando el peso de dos secretos. Tenía miedo a que decir la verdad y actuar de acorde a ella acabara con su carrera y sus relaciones más importantes. Sin embargo, era precisamente sostener estos secretos lo que estaban minando a Ana por dentro.

Encarnar la verdad en el seno de uno suele ser complejo. A nivel personal una forma en como la verdad me confronta es cuando hay un tema que me interpela a escribir pero al mismo tiempo me da respeto ahondar en él. Al principio me siento torpe y a menudo preferiría no hacerlo, sin embargo, sé que si no honro esta llamada, mi flujo creativo se bloquea.

(UNSPLASH)

El miedo a encarnar la verdad haciendo aquello a lo que estamos llamados puede venir acompañado de tristeza, rabia o frustración. Puede ser que el problema sea demasiado grande y que nos sintamos inadecuados. Una historia que encapsula esta dinámica es la del arbusto en llamas del Antiguo Testamento. No se trata de un bosque entero ardiendo lo que ve Moisés, pues entonces lo vería todo el mundo, sino algo pequeño, una mata en llamas pero que no se consume. Al acercarse al matojo escucha la voz de Yahvé que le encomienda liberar al pueblo judío del yugo egipcio. Al escuchar la misión, Moisés duda, se siente inseguro, argumenta que no es capaz. Yahvé le insiste y acaba cediendo, abrazando su verdad, no sin pocas dificultades.

Por abrumador y dificultoso que sea abrazar nuestra verdad, no seguir su llamado o negarla nos sitúa en la mentira. El autoengaño de mantenerse en lo conocido, lo cómodo, lo previsible empequeñece nuestra vida y nos resta vitalidad.

Una vez nos convencemos que lo único que vale la pena es vivir de acorde a la verdad, ¿Cómo lo hacemos? El poema Lanzar los dados de Charles Bukowski da una orientación:

 

Si vas a intentarlo, ve hasta el final.

De otra forma ni siquiera comiences.

 

Si vas a intentarlo,

ve hasta el final.

 

Esto puede significar perder novias,

esposas, parientes, trabajos y, quizá tu cordura.

 

Ve hasta el final.

 

Esto puede significar no comer por 3 o 4 días.

Esto puede significar congelarse en el banco de un parque.

Esto puede significar la cárcel.

Esto puede significar burlas, escarnios, soledad…

 

La soledad es un regalo.

Los demás son una prueba de tu insistencia, o

de cuánto quieres realmente hacerlo.

 

Y lo harás,

a pesar del rechazo y de las desventajas,

y será mejor que cualquier cosa que hayas imaginado.

 

Si vas a intentarlo, ve hasta el final.

 

No hay otro sentimiento como ese.

Estarás a solas con los dioses

y las noches se encenderán con fuego.

 

Hazlo. Hazlo.

Hazlo. Hazlo.

 

Hasta el final.

Hasta el final.

 

Llevarás la vida directamente a la perfecta carcajada.

Es la única buena lucha que existe.

 

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Todo lo que quieres está al otro lado del miedo

Llevo unos días en los que el miedo está presente. Se acerca una circunstancia compleja lo que despierta en mi todo tipo de fantasmas. El magnetismo del miedo se revela cuando logra reclutar a otros miedos a su alrededor, montando, si me descuido, una terrorífica juerga.

Fue después de vivir un terremoto de fuerza ocho en Perú que empezó mi miedo a volar. A la mínima turbulencia de vuelo, mi cuerpo se ponía en estado de alerta, seguido por un miedo atávico y luego pánico en estado puro. Durante esta época de mucho viajar recuerdo las caras de las azafatas al darse cuenta de mi fobia: “pobrecita, solo le quedan doce horas por delante” parecían pensar. En una ocasión se sentó a mi lado un piloto de avión, que captó al instante mi estado emocional. Entablamos conversación y se me ocurrió preguntarle, “aunque pueda parecer que el avión se va a caer, ¿no hay para tanto verdad?”. “Bueno, unas turbulencias fuertes pueden llegar a romper el avión me dijo” con la seguridad de quien sabe de lo que habla. Justamente lo que necesitaba oír.

El miedo es una emoción paranoica, pues se preocupa por algo que todavía no ha ocurrido. En su mejor intención el miedo desea preservarnos, pues la posibilidad de que las cosas se tuerzan es real. El miedo entonces nos avisa con su mano helada para que estemos preparados.

(Kyle Trautner, UNSPLASH)

MIEDO & DESEO

El miedo está unido al deseo. Miedo a que ocurra algo o a que no ocurra. El miedo, sin examinar es un vector del apego, porque nos ata a una versión del devenir: lo que queremos evitar. Por esa razón el antídoto budista al miedo no es el coraje, sino el no apego. Cuando no estamos apegados a que las cosas sean de cierto modo, cuando hemos hecho las paces con nuestra condición de mortales e imperfectos, entonces el miedo se evapora. El camino que me mostró el miedo a volar era que yo no terminaba de confiar en la vida, sino que estaba apegada a una versión de la misma controlada por mi.

Algunos miedos se gestionan desde el ser. Otros necesitan del hacer. El budismo es una espiritualidad del ser, en lo que Ken Wilber denomina la corriente ascendente del espíritu, y su movimiento es el regreso al todo. Durante periodos intensos de meditación, lo superfluo desaparece y descanso en la plenitud del no hacer, de no buscar, de no aspirar. Fue así como mi miedo a volar se transformó en confianza.

Por otro lado, la corriente descendente del espíritu es la manifestación en el mundo del orden explicado de David Bohm. Al igual que una flor ansía abrirse, en nosotros existe una fuerza guía. En estos casos, el miedo es a la vez un indicador de lo que es importante y un bloqueo de esta corriente que precisa ser atravesado. Se transita a través de la acción consciente teñida de titubeos, torpeza, incomodidad, inseguridad, ridículo…para en el proceso revelar nuestro potencial.

En el próximo artículo te comparto algunos miedos frecuentes y cómo atravesarlos.

Nota: el título del artículo es una cita del autor Jack Canfield.

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¿Te sientes culpable por estar enfermo? Transforma tu actitud con estas pautas

Cuando nos ponemos enfermos o lesionamos existen dos formas comunes de reaccionar. La primera, es sentir cierto sentido de culpabilidad, al estilo de “he hecho algo mal”. Y sí, a veces nos hemos equivocado, es decir, fumas como un carretero y tienes suerte de contraer solo una bronquitis; o haces pesas de cualquier manera y te lesionas la espalda. En estos casos existe una relación bastante lineal. Sin embargo, en muchos casos la causa y efecto se se mezclan con el azar, y en otros tantos la enfermedad es completamente aleatoria, por lo que sentir culpa es un empeño fútil.

Otra forma común de reaccionar es ofendiéndonos, como si de la nada alguien nos hubiera dado un puñetazo. Esto me recuerda la historia budista de un monje de quien decían que estaba iluminado. Un estudiante que dudaba de la iluminación del asceta, decidió darle un puñetazo para probarle. Cuando lo hizo el monje no se inmutó. Entonces corrió la voz que el estudiante había pegado al monje y los aldeanos quisieron ajustar cuentas con el estudiante también con los puños. Al enterarse, el maestro se interpuso evitándolo y dando una lección a todos. Llevando este ejemplo a un estado de enfermedad o dolor, ofenderse por su aparición es como devolver emocionalmente un imaginario revés, lo que nos contrae y genera resentimiento.

(UNSPLASH)

La vida está compuesta de periodos de salud y otros de enfermedad. La salud permanente no existe. Para nadie. Entonces, con la visita de la enfermedad o la lesión, en lugar de sentirnos culpables u ofendidos, podemos abrirnos a lo que ocurre, sabiendo que es parte del juego de estar vivo. Esto quitará drama al asunto, y nos ayudará a aceptar nuestra condición, algo favorable para navegar la enfermedad y curarse.

Aunque nos cueste verlo, la enfermedad trae muchos regalos. Uno de ellos es hacer añicos ilusiones de invencibilidad, poniéndonos de bruces con nuestra propia vulnerabilidad y el hecho que estamos en la misma liga que todos los mortales. También nos informa de la fragilidad de la vida, la medida de nuestra interdependencia y la fortuna de tener salud, cuando la gozamos. La enfermedad también nos hace parar. No nos pregunta ¿quieres parar? sino que nos obliga a hacerlo y eso puede ser una bendición.

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