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«Tu hijo no está en el colegio adecuado»

Por segundo día consecutivo, algo que creo que no había pasado jamás, tengo una firma invitada en el blog. Se trata de Clara Hernández, madre de un niño con autismo que ha experimentado algo que, con diferentes matices, es muy común en los padres de hijos diagnosticados dentro del espectro autista: un cambio de colegio entre sinsabores.

Mi hija tiene nueve años. No tiene autismo. Solo ha acudido a un único centro escolar. Es lo normal en un niño de esa edad si no ha habido mudanzas o alguna circunstancia excepcional de por medio.

Lo excepcional en un niño con autismo que ronde los diez años es que solo haya estado en un colegio. El mío, con once, ha pasado por tres. Espero que en el que está sea ya el definitivo.

Y eso no puede ser. Sobre todo cuando la estabilidad es vital para ellos, cuando los cambios les cuestan, sobre todo cuando un abordaje acertado, único y continuado en el tiempo es lo que mejor puede contribuir a que alcancen su máximo potencial.

La mayoría entran en Infantil en la vía Ordinaria de escolarización, porque aún no han sido diagnosticados o sabiéndolo y con apoyos o en una aula TEA. Y la mayoría acaban descolgados, enviados a Especial (tal vez tras uno o varios traslados a otros colegios de la Ordinaria) porque la inclusión de pacotilla existente solo admite a los que mejor evolucionan, a los que no tienen conductas disruptivas, a los que encajan con los medios o las ganas que el colegio tenga.

Olvidan que no es el niño el que tiene que encajar, sino que es el centro escolar el que tiene que adaptarse. Exigir a la administración los medios que hagan falta y asesorar a los padres para que puedan sumarse a esas exigencias. No vale no hacer gala de ser un colegio inclusivo si no se es con todos. Y ninguno lo es con todos, solo con aquellos que pueden manejar tal y como ya están.

(GTRES)

Hemos conseguido cambiar a nuestro hijo de colegio. Hemos conseguido para él y para su hermana pequeña de 3 años un centro escolar inclusivo y con recursos de apoyo. Puede parecer una minucia pero, en la realidad de una familia con dos hijos con TEA, es todo un logro. Nosotros no tenemos derecho a elegir cualquier centro, porque no todos aceptan niños con necesidades especiales: por falta de recursos o por falta de interés.

Mi hijo comenzó 1º de infantil en un colegio “notable” según los rankings nacionales: potentes instalaciones y gran nivel académico y deportivo.  Un colegio concertado y, por tanto, sostenido con fondos públicos. Nos pareció perfecto para un niño que, con tres añitos, evolucionaba bien: tenía diagnosticado un Retraso Leve del Lenguaje, pero en cuanto empezara el cole, con todos los estímulos que iba a recibir, arrancaría, según nos habían dicho varios profesionales.  Finalmente su evolución no fue la esperada: en 2016 fue diagnosticado de Trastorno Especifico del Lenguaje, para acabar diagnosticado de Autismo de Alto Funcionamiento en 2017. Tiene reconocido un grado de discapacidad del 34%.

Desde su escolarización informamos puntualmente tanto a la tutora de nuestro hijo, como a la Orientadora del colegio. Nos indicaron que debíamos acudir a un Centro de Atención Temprana para ampliar la terapia que recibía nuestro hijo. Iniciamos ese proceso, muy complejo, por cierto, dada la elevada lista de espera que hay en Andalucía para centros públicos pero también para privados. Preguntamos al Servicio de Orientación sobre cómo nos podían ayudar desde el colegio. Nos hicieron un informe. Y nos indicaron que el colegio no cuenta con recursos de apoyo ni logopeda. Eso fue todo.

Cuando conseguimos un Centro de Atención Temprana, nos informaron correctamente de todos los trámites que debíamos hacer, y solicitamos al servicio de Orientación que inscribiera a nuestro hijo como alumno con Necesidades Educativas Especiales (NEE) y que realizara un Dictamen de Escolarización.

Al empezar el segundo año de infantil solicitamos al Servicio de Orientación que nos cumplimentara la documentación para pedir una beca del Ministerio de Educación para alumnos con NEE. Nuestra sorpresa es que nos responden que no podemos solicitarla, porque no han inscrito a nuestro hijo como alumno con NEE como habíamos pedido. Reclamamos, esta vez por escrito, que le inscribieran. Era Octubre de 2016. Mi hijo no obtuvo Dictamen de Escolarización hasta Marzo de 2017. Cuando comentábamos lo sucedido con terapeutas o trabajadores sociales, nos informaban de que algunos colegios «evitan» inscribir a alumnos con NEE para que no consten y no se vean obligados a solicitar la Unidad de Apoyo a la Integración. Obviamente, no podemos afirmar que esto suceda en este Colegio… pese a que nuestra experiencia nos lleva a pensar que sí.

Durante ese segundo año de infantil, el colegio se centra en dejarnos muy claro que «tu hijo no está en el colegio adecuado», «no tenemos profesores de apoyo, solo de refuerzo, pero no es suficiente para tu hijo», «le cuesta mucho adaptarse», «yo no soy profesora de educación especial»,… Además de no recibir ningún tipo de apoyo o recomendación por parte del equipo de Orientación. Dada la situación, reforzamos el trabajo fuera del colegio e iniciamos una fase de terapia intensiva con nuestro hijo, en la que nos implicamos al máximo para conseguir que  alcance el nivel académico y se adapte de la mejor manera posible. Todo ello, mientras empezamos a buscar otro colegio.

Durante el último curso de infantil, la tutora de nuestro hijo se ausenta por estar de baja por enfermedad durante un trimestre; contratan a una profesora sustituta a la que cuando le preguntamos si sabe algo del diagnóstico de nuestro hijo se sorprende y nos dice que no estaba informada. La tutora no había informado a su sustituta y, entendemos que quizá tampoco a los profesores de las extraescolares, al personal del comedor… Ya no sólo se trata de que el colegio no cuente con PT, ni AL, ni profesores de apoyo. Es que directamente no se informa sobre las necesidades de un niño a todo el equipo con el que va a trabajar.

Dado que desde el Centro Escolar no obtenemos respuesta, acudimos a los padres de la clase de nuestro hijo a través de un mensaje que enviamos el 2 de Abril, haciéndolo coincidir con el Día de Concienciación del Autismo. Enviamos un mensaje en el que invitamos a las familias a informar a sus hijos de la importancia de respetar, ayudar e incluir a todos los compañeros, sean como sean. Un mensaje en tono positivo que recibe como contestación el cariño de toda una clase. A la vuelta de su baja, la tutora de nuestro hijo nos muestra su desaprobación y nos indica que hemos «cometido un error» al dar esa información a los padres: nuestro hijo había sido uno más durante estos tres años, pero ahora era un niño señalado, etiquetado, del que decían sus compañeros que estaba enfermo o que no podía aprender. La realidad que nos transmiten los padres de la clase, y que percibimos nosotros, es que está más arropado y sus compañeros entienden mejor sus comportamientos.

Estas anécdotas, esta experiencia, no es más que un grano de arena del desierto que tenemos que atravesar las familias de niños con NEE en edad escolar.

Los centros no informan correctamente sobre sus carencias: este colegio no cuenta con Unidad de Apoyo a la Integración, que pueden solicitar voluntariamente a la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía, y no informan sobre ello. Tampoco aparece reflejado en los rankings de los mejores colegios de España los centros que cuentan con recursos de apoyo y los que no; quizá si un cole tiene alumnos con NEE en sus filas, ya no es digno de un notable?

En estos centros escolares se vulnera sistemáticamente el Art. 24 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, excluyendo y dificultando la convivencia escolar de los alumnos con discapacidad con la clara finalidad de que abandonen el centro. A nosotros nos han “empujado hacia la puerta” durante tres años. Y nos vamos. No podemos más. Hay familias que deciden aguantar… Aquellos que se quedan, y los que entran sin información completa, encontrarán un profesorado que no tiene formación, ni intención de tenerla, sobre los Trastornos del Desarrollo más comunes. El TDHA, el TEA, el TEL, los trastornos del aprendizaje,… tienen una prevalencia actual cercana al 5% de la población de 1 a 5 años. Por mucho que intenten evitar que los niños con dificultades estudien en ese colegio, cuentan con alumnos escolarizados que se beneficiarían de recibir atención temprana, y no la reciben porque su personal no sabe detectarlo a tiempo. Están condenando a esos niños, como poco, y sólo hablando del ámbito que les interesa, al fracaso escolar.

La inclusión no existe, somos los padres. Pero al menos los padres podemos presionar para que nuestro sistema educativo se acerque cada vez más a algo parecido a la igualdad de oportunidades. Al menos, debemos esperar que este tipo de colegios se replanteen un enfoque más inclusivo.

La inclusión sería lo deseable, pero mantener la Educación Especial es imprescindible a día de hoy

Un modelo de educación completamente inclusivo sería lo ideal, a lo que hay que aspirar. Estoy convencida de ello. Tanto como que a día de hoy estamos muy lejos de lograr una inclusión mínimamente aceptable que permita prescindir de los centros de Educación Especial, tanto por voluntad política como por recursos.

La Educación Especial a día de hoy es necesaria, lo creo así sinceramente. Son un salvavidas para muchas familias pero sobre todo es la mejor respuesta educativa a día de hoy y siendo realistas para decenas de miles de niños, muchos de ellos que estuvieron previamente en la vía ordinaria y supuestamente inclusiva acumulando malas experiencias, desatención e incluso un notable sufrimiento.

Si algún año logramos esa deseada inclusión que dé una buena respuesta a las necesidades de todos los niños, independientemente de sus problemáticas, capacidades y grados de autonomía; si algún día de verdad podemos prescindir de la labor de los Centros de Educación Especial, el proceso tendrá que ser muy gradual, bien medido y casi personalizado. Y lo veo muy lejano en el tiempo. Desde luego, a día de hoy, dudo mucho que fuera posible abordar algo así.

Estos días de atrás he visto de cerca la preocupación de muchas familias que se han movilizado para evitar que se demonice esta opción educativa. Que se demonice y se desmonte.

(ELENA BUENAVISTA)

De esa preocupación ha nacido la Plataforma Educación Inclusiva SÍ, Especial TAMBIÉN, cuyo manifiesto inicial se dio a conocer la pasada semana y que aquí os dejo para entender mejor esta problemática.

A continuación he querido mostrar la respuesta de Plena Inclusión a esta preocupación.

Leer ambos puede ayudar a entender una situación compleja, en la que las soluciones fáciles y rápidas nunca van a funcionar.

Las personas con discapacidad, sus familias y docentes nos encontramos profundamente preocupados por la intención de algunos partidos políticos y organizaciones sectoriales de eliminar la Educación Especial que atiende a miles de niños y niñas en España.
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‘Wonder’, un ejemplo de que la inclusión ideal es posible (en un mundo perfecto)

Tengo sentimientos encontrados con Wonder, una película de emociones que se estrena este viernes basada en el libro La lección de August de Raquel J. Palacio (Nube de tinta), un éxito de ventas que aborda cómo un niño de diez años que se ha sometido a más de una decena de intervenciones se incorpora por primera vez al colegio y que se publicita como «el antídoto contra el bullying«.

Acudir por primera vez al colegio a sus 10 años supone un reto para August Pullman y para toda su familia. Para él porque siempre ha aprendido en casa, tiene el rostro desfigurado y es consciente de ser distinto, de atraer todas las miradas a su paso, con frecuencia acompañadas de la lástima, la repulsión disimulada o el rechazo. Para su familia, porque aman a August y temen que no esté aún preparado, que sufra, que haya niños que sean crueles con él. Una familia integrada (en todos los sentidos) por una madre que hizo muchas renuncias para atenderle, un padre que comparte su afición por los videojuegos y Star Wars y una hermana mayor tímida y madura, que también protagoniza sus propias renuncias a favor de su hermano.

Los temores de Auggie y de su familia se cumplirán, también sus mayores esperanzas. Nuestro protagonista se verá inmerso en una situación de acoso escolar, que en ningún momento se muestra crudamente,  de la que logrará salir gracias a su asertividad, al apoyo incondicional de su familia, la correcta reacción de los docentes y a la aparición de unos pocos buenos amigos que aprender a ver a August, más allá de su apariencia.

Auggie entenderá así que no necesitas ser amigo de todo el mundo, que basta con tener unos pocos buenos amigos: una o dos personas realmente especiales y queridas pueden marcar la diferencia

La película, visualmente atractiva, que ha dirigido con corrección Stephen Chbosky (Las ventajas de ser un marginado), a partir de un guion de Steve Conrad (En busca de la felicidad), recoge la historia en capítulos claramente delimitados a cada uno de los principales los protagonistas, saltando de un punto de vista a otro. Una estructura ágil, que hace que la historia transcurra amena, a lo largo de diferentes historias, diferentes puntos de vista articulados sobre el primer año de colegio de un niño inteligente, loco por la ciencia y con un rostro que le hace querer esconderse tras un casco de astronauta o la máscara de Scream.

El trabajo actoral es solvente. Julia Roberts se desenvuelve perfectamente como la novia de América convertida en una madre entregada (ojo, que hay un claro guiño a Pretty Woman);  Owen Wilson también defiende correctamente el personaje y siempre es un placer ver a Mandy Patinkin en pantalla. Los mejores, sin duda, son los niños: el pequeño Jacob Tremblay como Auggie, sobre el que recae gran parte del peso de la cinta; la dulce y discreta hermana adolescente interpretada por la encantadora Izabela Vidovic y el deslumbrante Noah Jupe como Jack Will, el primer amigo que consigue Auggie.

 

Niños a partir de unos siete años pueden ver la película sin problemas. Es del todo blanca, nada cruenta, y lo único que puede costarles es que hay partes tristes (alguna gratuita, lo del perro era innecesario), sobre todo en la primera mitad de su metraje que es, a mi parecer, la más acertada. Es la parte en la que se plantean los retos, las problemáticas, los traspiés, las zancadillas…

¿Por qué sentimientos encontrados entonces? Pues porque en la traslación al lenguaje cinematográfico se nota en exceso que todo en la historia es demasiado perfecto, no hay nada sucio, todos los elementos brillan demasiado y lo hacen en tonos pastel. Es un ejemplo de cómo lograr la inclusión de un niño, de como superar una situación de acoso escolar desde el universo de Mr.Wonderful, un universo que no existe.  Por tanto, aunque haya puntos en los que emocione, aunque plantee situaciones creíbles, pierde credibilidad por el hecho de que todo sea tan maravilloso: la casa en Nueva York llena de encanto; el colegio que cualquiera soñaría para sus hijos; un director de escuela del que Dumbledore podría aprender a ser empático; un profesor de Primaria heredero directo del que inmortalizó Robin Williams; una familia unida sin una fisura y hermosa por dentro y por fuera… Solo hay un personaje antipático, malvado casi al estilo Disney, que parece una caricatura: la madre del niño que acosa. Todo se aglomera en un cuento sentimental, agradable pero casi del todo hueco.

En definitiva, un compendio de perfección que tiene demasiados finales felices y que hace que el momento final sentimentalmente épico ya nos pille algo exhaustos y salgamos tibios del cine, con la sensación de haber disfrutado de un bonito cuento del todo irreal, tanto como La Cenicienta o La Bella Durmiente.

Os decía que la pueden ver niños de siete años. A partir de esa edad y hasta aproximadamente unos doce años, el visionado puede ser útil, didáctico, sobre todo si lo sabemos aprovechar con una charla posterior. Para los chavales que ya entran en la adolescencia, que han abierto los ojos a que la realidad es mucho más gris y empiezan a coquetear con el cinismo, no creo que ver la película suponga un aprendizaje, más que nada porque es probable que experimenten rechazo a esa visión idílica que sabrán ya que es mentira.

En cuanto a los adultos. Hay gente que es feliz leyendo los mensajes positivos de las tazas y agendas de Mr. Wonderful, gente que en una película busca emoción, evasión, buen rollo, una estética bonita y finales complacientes sin demasiado mar de fondo. Para ellos, es una película perfecta, tanto como el mundo que muestra.

A mí (y creo que a una mayoría les sucederá algo similar) Wonder me entretuvo, llegó a emocionarme en algún momento, pero la moraleja que extraje al final es que la inclusión ideal es posible, pero solo si se intenta en un mundo perfecto, de diseño, y en el que nadie parece tener problemas para llegar a fin de mes.

La inclusión no la podemos conseguir solos, necesitamos ayuda #LaRedMásSocial

plenaEste miércoles asistí a la entrega de los premios Plena Inclusión Madrid, unos reconocimientos a la labor de aquellos que han puesto algún granito de arena por la inclusión.

¿Quiénes han sido los premiados? Pues la Compañía Nacional de Danza, la Asamblea de Madrid, a la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) por su diccionario adaptado y a la Fundación Rural Caja Castilla La Mancha.

De la gala, presentada por la actriz Leticia Dolera y por Javier Osorio y amenizada por el mago Iván Santacruz, me quedo con las siguientes pinceladas que dejé por Twitter mientras transcurría, una de ellas reconvertida en el título de este post.


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Incluir a una persona con discapacidad en cualquier actividad deportiva no es una opción, es su derecho

correrninosEstos días ha habido una madre que ha estado en lucha, por su hijo. Bueno, hay muchos, muchísimos padres y madres que se ven obligados a pelearse a su pesar todos los días, pero yo os quiero hablar de un caso en concreto.

Esta madre de la que os hablo, Menchu, tiene un hijo con autismo, un niño que participó el año pasado en una actividad deportiva que le resultaba beneficiosa, en la que disfrutaba y que le ha sido negada este curso. Querían juntarle con niños mucho más pequeños que él y no aceptaban que entrase una monitora que no les suponía ningún coste. Todo está contado en esta noticia.

Al final su hijo va a tener que acudir a otro lugar para poder seguir disfrutando y creciendo, pero su madre ha peleado, le ha costado tiempo y disgustos pero ha puesto en evidencia la actuación de esta gente que excluye en lugar de incluir. Y lo seguirá haciendo.

Y si hoy os traigo aquí su lucha es porque ella quiere dejar algo claro, algo que yo también creo que es preciso que todo el mundo tenga muy presente: si te encuentras de frente con una persona con discapacidad, una persona que quiere participar en la actividad que organizas, entrar en tu establecimiento, que le atiendas desde tu mostrador… No tienes la opción de decidir si lo haces o no, no es una elección que puedas hacer. Es un derecho que esa persona tiene.

Más vale que esta idea se difunda porque aún se dan demasiados casos en los que se excluye, se impide el acceso, se ponen trabas de entrada…

Así de clarito lo cuenta ella:

Nuestros/as hijos/as no tienen que ser aceptados, NADIE tiene derecho a plantearse si les acepta o no, nuestros/as hijos/as nacieron ciudadanos/as de pleno derecho y nosotros/as los/as padres/madres tenemos la obligación de hacerlos respetar, porque un diagnóstico no se lleva nada más que lo que nosotros le dejamos que se lleve.

Puede haber necesidades de adaptación, dudas de diferente tipo a solventar, el soporte de los padres… Claro que sí, de todo eso se puede hablar con asertividad, con la actitud adecuada. La negativa sin argumentar, la cerrazón, es una vulneración a sus derechos.

Esta madre ha logrado que la Confederación Autismo España emita un informe relativo a su caso particular que quiere que se difunda para que todos sepamos a qué atenernos, tanto las personas con discapacidad y sus tutores como aquellos que realizan actividades deportivas.

Os animo a leerlo y a tenerlo muy en cuenta:

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Suben de cinco a siete el ratio de niños con autismo por aula en lugar de poner más recursos

«¿Es cierto que quieren poner siete niños por aula?» pregunté la semana pasada en el colegio específico para niños con autismo al que va Jaime. «Sí, es cierto. Ya están haciéndolo«, me comentó uno de los profesionales que trabajan en ese centro con gesto resignado y recordándome que hay muchísimos niños en la Comunidad de Madrid con un diagnóstico que hace precisa su escolarización en aulas TGD y que no hay aulas suficientes para todos.

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Una barbaridad para cualquiera que sepa de primera mano lo que es trabajar con estos niños. Salvo que todos tengan un grado altísimo de autonomía y desarrollo, es absolutamente imposible prestar una educación de calidad a siete niños en esas aulas. Esta medida supone una importante zancadilla a los pocos arietes de inclusión que había y se va a traducir en un trasvase de muchos niños, sobre todo de los que más ayuda necesitan, a la vía de la educación especial (que a saber si no acabará incrementando su ratio también).

Esas aulas, en colegios ordinarios, solo podían tener hasta ahora cinco alumnos. Pasan de cinco a siete nada menos. La otra solución, la de abrir más aulas y dar trabajo a profesionales cualificados que sería la opción lógica no se contempla. De hecho está sucediendo lo contrario, al mismo tiempo que aumentan ratios se reducen manos: hace apenas cuatro meses era noticia que había 78.182 alumnos más y 2.451 profesores menos en los centros públicos madrileños, según datos del Gobierno regional y del Ministerio de Educación

En el presente curso, los centros educativos públicos madrileños no universitarios —desde Infantil hasta Bachillerato y Ciclos Formativos de Formación Profesional— cuentan con 632.821 alumnos y 47.313 profesores; es decir: que por cada profesor hay 13,3 alumnos. Esta cifra supone un aumento de la ratio de alumnos por profesor del 19,81% respecto al curso 2007/2008, donde había 554.639 alumnos y 49.764 profesores. Esta ratio, que desde ese curso volvió a tender al alza tras varios años de caídas, era entonces de 11, 1 alumnos por profesor. En total, la región ha ganado 78.182 alumnos (+14%) y ha perdido 2.451 profesores (-5%) en los últimos siete cursos según los datos oficiales

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Lo que sí es inclusión, a lo que habría que aspirar siempre

Por una vez me gustaría poder dibujar, hacerlo lo suficientemente bien para poder mostraros lo que ayer vi y me emocionó hasta el punto de tener que contener las lágrimas durante la función de Navidad de Julia.

Os pintaría a muchos niños de cuatro años, unos sentados y otros de pie, vestidos de vivos colores y bailando sin moverse del sitio un villancico bastante marchoso. Entre ellos había un niño con autismo, TGD, TEA… como queráis llamarlo. Un niños sonriente, feliz y un poco abrumado por las circunstancias entre niños sonrientes, felices y un poco abrumadoa por las circunstancias.

Tras el niño había un adulto, una mujer joven vestida de negro que le sujetaba las manos y se las movía imitando los gestos de sus compañeros al ritmo de la música, también sonriente.

Normal que se la viera feliz. Ser profesora terapeuta (PT), maestra de audición y lenguaje (AyL) o auxiliar de niños con necesidades especiales en un colegio a veces será un trabajo duro, estará mal pagado, te comprometerá emocionalmente, rabiarás por los recortes y reportará algunos disgustos. Pero es un buen trabajo, un trabajo que merece la pena y es necesario y que te permite pasar por la vida dejando huella, una huella positiva en muchos niños y en sus familias.

Y yo les veía desde mi asiento, feliz también, recordando que Jaime estuvo igual en ese mismo colegio y en ese mismo escenario varios años antes, también con un adulto ayudándole a participar con todos sus compañeros. Les veía con los ojos cristalizados de lágrimas y pensando que eso sí es inclusión, que tenía delante de mí la estampa perfecta de a lo que hay que aspirar para todos los niños con discapacidad.

Jaime está ahora en un colegio específico para niños con autismo, sólo estuvo los años de infantil con ese modelo inclusivo. Y está mejor ahí que sí me hubiera empeñado en que siguiera en ese mismo colegio en el que ahora está Julia. Igual que muchos otros niños están mejor atendidos en colegios especiales o específicos en los que todos sus compañeros tienen discapacidad, son cinco por clase y les rodean profesionales que también tienen una labor que realmente merece la pena.

Pero están mejor ahí porque no hay una verdadera apuesta institucional por la inclusión, que debería ser la meta a conseguir. No hay voluntad de dotar de recursos a los colegios e institutos convencionales.

Muchos niños con discapacidad comienzan así, en la vía inclusiva. Muy pocos jóvenes con discapacidad acaban en esa vía. La mayoría se van descolgando poco a poco de un sistema que les exige una evolución curricular que no pueden ofrecer (algo absurdo, van a estar inmersos en un mundo, no en un ghetto, en el que tampoco tendrán esa evolución), que se la exige además sin facilitarles los apoyos necesarios.

Ojalá supiera dibujaros lo que ayer vi.

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Os tendréis que conformar con lo poco que soy capaz de hacer.

La amistad (y la inclusión) vista por una niña de cinco años

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Hoy le cedo el protagonismo del blog a Julia, que se lo ha ganado con este dibujo.

¿Qué es la amistad? Pues es estar en su colegio, con sus amigos, escuchando en la alfombra el cuento que lee su profe. Con su hermano Jaime al lado, por supuesto. Y es salir luego todos juntos a jugar al patio. Así de sencillo, así de hermoso.

Me encanta que Julia me llene de porqués y disfruto contestando. Buscar explicaciones sencillas a sus preguntas es una manera de replantearme también lo que sé o creo saber. Y cada vez más me gusta preguntar a mí. ¿Y tú que crees que pasará? ¿Qué es tal cosa? ¿Por qué sucede tal otra?

A veces las respuestas merecen plasmarse en un dibujo. Incluso que ese dibujo llegue a la portada de uno de los periódicos más leídos del mundo.

¡Qué gusto cuando la inclusión funciona!

Qué gozada es ver el vídeo de Antonio, de sus compañeros, de sus profesores y el director del centro defendiendo a capa y espada su permanencia. La inclusión es posible y, cuando se da, es algo hermoso que beneficia a todos.

Pero la inclusión necesita de medios, de ganas y de falta de prejuicios. Tres factores que es complicado que coincidan. Por eso las historias como la de Antonio existen, pero no son la norma. Y la culpa nunca es de los niños, ni de los que tienen la discapacidad (por supuesto) ni de los niños con los que comparten espacio y actividades. La culpa de que la inclusión no funcione es de los adultos. Es nuestra.

Además, según mi experiencia, la inclusión es especialmente compleja cuando la discapacidad es intelectual. Si el niño académicamente se queda atrás, da igual que físicamente no tenga ningún problema, acabará en un centro especial. Y estará mejor allí. Mi hijo ha ganado marchándose a un centro específico para niños con autismo. Pero hay que seguir aspirando a la inclusión, a una inclusión bien hecha como la de Antonio.

Disfrutad y emocionaos con el vídeo, como yo:

Súper Antonio from estamosgrabando on Vimeo.

Ya hemos dicho alguna vez que estamos muy enamorados de nuestro trabajo y que es por eso que lo hacemos con tanta ilusión. It´s very simple. Si queréis comprender mejor el por qué nos gusta tanto contar historias, echad un ojillo a el vídeo de Antonio. Y es que a veces la vida te regala días únicos y te brinda la oportunidad de conocer a gente muy especial.

Os presento al Príncipe de Camposoto.

Niños y niños

En un post reciente,las guerras de los parques, Celia (una lectora habitual del blog) contaba en los comentarios algo que me indignó:

Lo más grave fue una vez que una niña de unos 8 años andaba como dueña y señora de esa «selva de cuerdas» por donde tienen que ir pasando, y yo había subido a Pamela para que jugara con críos de desarrollo normal, y claro ella es muy lenta, y la niña le empezó a decir que se fuera y acabó empujándola con el pie; no me dio tiempo a levantarme, Nayeli llegó corriendo y le soltó una bofetada a la otra que la empotró contra las cuerdas, y cuando iba a devolvérsela no sé de donde demonios salió Alesa que la enganchó de los pelos. Tuve que hacer malabares para bajarlas de las cuerdas, primero a Pamela, que tenía miedo que acabaran pisándola o algo, y luego a las otras dos que parecían fieras. Y encima vino la madre de la otra, toda ofendida, después de verlo todo, que la culpa era mía por traer a una «niña deficiente» a un parque «para normales», que no debería traerla. Uy, ahí me encendí y le dije de todo, lo más suave fue que la anormal era ella y su hija camino de serlo, y que como volviera a insultar a mi hija le iba a reventar la boca. Eso fue lo único que me pasó, por lo demás siempre bien en el parque. Un saludo.

Celia(mamá de Nayeli, Pamela y Alesa)

Y eso me ha recordado que en los comentarios de otro post bastante más viejo Celia me pedía que hablara un día sobre la relación de los niños con otros niños con algún tipo de discapacidad.

Pues aquí lo tienes.

La verdad es que a día de hoy me resulta muy difícil afrontar ese tema como madre. No tengo aún experiencia al respecto. Imagino que cuando el peque lleve unos meses en el cole podré escribir sobre el tema desde mi punto de vista materno.

Lo que sí puedo es hablar sobre mi experiencia como niña, que se limita a tres casos. Y que no fueron demasiado afortunados.

En mi cole, en los primeros años de EGB (podía tener unos 6 o 7 años), durante curso y medio vino una niña a la que le pasaba algo. ¿El qué? No lo sabré nunca. Ni siquiera recuerdo su nombre.

Entró nueva en una clase de niñas que ya se conocían desde hacía algunos cursos, lo que ya es un handicap, pero además hablaba poco (no la recuerdo haciéndolo), no se relacionaba demasiado con nadie, tenía algunos comportamientos extraños y tendencia a babear un poco. Era uno o dos años mayor que las demás.

Creo que la pobre no lo pasó muy bien. Un día desapareció misteriosamente y nunca más se supo.

También eran otros tiempos, en mi cole de monjas no tuvo ningún apoyo. De hecho probablemente querrían quitársela de enmedio.

Ahora hay programas de inclusión estupendos en muchos centros con excelentes profesionales que trabajan con los niños que lo necesitan.

Además tengo un familiar tirando a lejano del que hace muchísimos años que no sé nada (ni de él ni de sus padres), que tenía síndrome de Down. Recuerdo coincidir con él en algunos cumpleaños pero no jugar juntos demasiado. También es cierto que era varios años mayor que yo.

Y otro familiar, también lejano, tenía dos hijos sólo un poco más pequeños que yo. Uno de ellos apenas hablaba y jamás se separaba de sus padres. Yo me dedicaba a jugar con su hermano. Tampoco sé lo que tiene ni lo sabré, ya que hace muchos años que no tenemos relación ninguna.

En ninguno de los tres casos se dignaron los adultos a explicarme qué pasaba ni a animarme a jugar o relacionarme con ellos.

No movieron un dedo, tal vez pensando que una niña pequeña no se daría cuenta de que pasaba algo, tal vez por vergüenza, tal vez por desconocimiento. Vete a saber…

Dicen que nos niños pequeños son crueles entre sí. Sobre todo con aquellos que son diferentes. No lo creo así.

Me parece que en estos casos los adultos tienen que intervenir: explicar con naturalidad a todos los niños, discapacitados o no, la situación para que sepan cómo manejarse entre ellos y puedan jugar, educarse y disfrutar juntos, velando además para que así sea.

Al menos eso es lo que yo habría agradecido en mi niñez y lo que haré como madre.