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Nunca les damos lo suficiente (o el sentimiento de culpa de las madres recientes)

88916-825-550Mi compañero bloguero y runner @_Spanjaard publicó ayer un post llamado «Mamá, ¿te quedas con los niños?» que os recomiendo leer. En el decía:

Y va ella y empieza a cuestionarse si está haciendo lo correcto o abusando de alguien. Ella se devana los sesos preguntando y sopesando si está bien para los niños. Google le da más de tres millones y medios de resultados al teclear “dejar a los niños con los abuelos”. Si es justo con los abuelos. Si es necesario todo esto cuando simplemente le apetece ir a correr una San Silvestre.

Y aquí es cuando empieza mi post, porque al menos en mi caso efectivamente es así, y en el de algunas madres recientes y trabajadoras que conozco también, así que me da la impresión de que debe ser algo bastante frecuente.

Eres madre y tienes niños pequeños en esa etapa en la que aún están locamente enamorados de ti (no hay nadie en el mundo como mami, que poquitos años dura), es un amor mutuo por supuesto. Trabajas, con horarios más o menos conciliadores pero que te impiden dedicarte en exclusiva a atender a tus hijos. Asumes tareas rutinarias obligatorias que te roban tiempo: ir a pagar aquella multa, recoger los abrigos al tinte al salir del trabajo, ir a la reunión de la comunidad de vecinos, llevar a tu abuela al hospital en coche, preparar la declaración de la renta… Y además necesitas por tu salud mental de ratos propios, de cultivar alguna afición o practicar algún deporte, salir a tomar el café con algún otro adulto, ir alguna vez a cenar y al cine con tu marido…

¿Qué es lo que acaba pasando? Pues que como el trabajo, pagar multas y llevar a la abuela al hospital son obligaciones inapelables, acabas prescindiendo de muchos de esos ratos propios o llevándolos a cabo pero con ese sentimiento de culpa de estar robándole tiempo a tus hijos, de ser una egoista que prima tu satisfacción por encima de la de ellos.

Da igual que si te paras a analizarlo veas que estás con ellos todas las tardes, que el día que no te bañas con ellos en matronatación estuviste jugando a los playmobil, que todos los fines de semanas te centras en ellos y buscas planes conjuntos, visitas al zoo, teatro infantil, cuentacuentos…

Es compensación, lo sé. Las cotas de compensación alcanzan nuevos niveles «si mamá ha tenido que estar de viaje de negocios».

Tengo la impresión de que la mayoría de las madres trabajadoras (probablemente también muchas de las que trabajan en casa cuidándoles) tenemos siempre esa espinita, esa sensación de que nunca les damos lo suficiente de nosotras.

Pero es que también necesitamos de esos momentos para nosotras.

Y del sentimiento de culpa por los abuelos de los que abusamos ya hablamos otro día si os parece.

Conciliar, qué bonita palabra….

¿Sensación de culpa por no haber podido parir?

Un amigo, padre recientísimo, me contaba el otro día el nacimiento de su hijo. Un pequeño que llegó tras un parto inducido e infructuoso por cesárea y que está como unas pascuas.

Me llamó mucho la atención que me contase que su mujer se sentía culpable por no haber podido tener un parto natural. Que era un tema muy delicado los primeros días para ella. Se entristecía creeyendo que no había sido capaz, se sentía como si hubiera fallado, decepcionada consigo misma.

Me contaba que todo el equipo que la asistió hizo lo posible por lograr un parto lo más natural posible, pero que no pudo ser y ella se sentía responsable. Tenía dentro el «no pude parir a mi hijo».

Deseo que ese sentimiento no dure. Imagino que es lo que sucederá, aunque no puedo estar segura. Tal vez sea una sensación que persistirá latente toda la vida.

Mi primer hijo nació por cesárea programada. Era muy grande y venía en una posición de nalgas bastante complicada. No me siento culpable, no siento haberle ni haberme fallado. Me alegro de que en casos como esos exista la posibilidad de una cesárea tan poco traumática como la mía, que estuve consciente y pude abrazar y besar a mi bebé mientras me suturaban (sólo faltó la presencia de su padre).

Pero si me rastreo con detenimiento, sí que supuso una pequeña decepción cuando me lo dijeron saber que no podría afrontar un parto natural. Algo que hubiera preferido con creces.

Eso sí, tuve tiempo de digerirlo y cuando llegó el momento lo tenía totalmente asumido. No es lo mismo que encontrarte con la noticia y la cirugía tras varias horas de infructuoso trabajo de parto.

Resulta curioso pensar que las formas tan diferentes que tenemos de afrontarlo: hay mujeres que prefieren una cesárea antes que un parto, las hay que las viven de modo traumático, las hay que se sienten derrotadas en su maternidad y las hay que avanzan sobre el tema sin preocuparse demasiado como es mi caso.

¿Como fue en vuestro caso?

La pared no tiene culpa

Lo he visto ya varias veces: con amigos, en un familiar y en varias ocasiones con desconocidos en la vía pública.

La escena es casi idéntica: siempre sucede con niños muy pequeños, entre un año y medio y cuatro años.

El peque va corriendo sin mirar o jugando como un loco. Se pega un trompazo contra una pared, un escalón, una farola….

Con más daño que susto, empieza a llorar desconsolado.

Su madre le consuela mientras el padre le dice algo del tipo:

La pared te ha hecho daño. ¡Pared mala! ¿Quieres que papi pegue a la pared por haberte hecho daño? ¡Toma, toma y toma!.

Y ahí tienes a un señor hecho y derecho dándole sonoros cachetes al objeto inanimado en cuestión.

En ocasiones el niño se anima y arremete también a pataditas y con cara de asesino.

En todas las ocasiones me ha provocado el mismo estupor. Me reiría a carcajadas si no me quedara con los ojos como platos.

Mis padres eran de los que, una vez consolada, me decían «a ver si así aprendes a ir con más cuidado».

Tal vez por eso lo que a mí me saldría es explicarle que la pared no tiene la culpa de nada, que no pasa nada, que en esta vida se aprende tropezando.