Este verano hemos pasado una semana de nuestras vacaciones en Normandía. Quería traer aquí los lugares que mas gustaron a Julia y Jaime, por si en alguna ocasión os planteáis ir por aquella región con niños y nuestra opinión, sin ser en absoluto expertos en la zona, puede seros útil.
Advierto que va a ser un post largo, en parte porque voy a subir un buen puñado de fotos. De hecho pensé en partirlo en varios como hice el año pasado, pero como en éste he empezado tarde y no me parecía seguir hablando de las vacaciones en septiembre, aquí os he condensado todo.
Sobre el alojamiento. Nosotros buscamos una casa a buen precio en un pueblo bien situado para explorar la zona y acertamos por completo. Estuvimos muy a gusto en las afueras de Percy, en una finca cerrada por la que los niños podían correr y jugar y saludar a las vacas vecinas. Jaime, con su autismo, necesita sitios así, seguros y tranquilos. De todas maneras, paramos poco en la casa. Apenas un par de tardes. Todos los días hubo excursiones.
Por lo que vimos al buscarla, abundan las casas semejantes por aquella región: bien equipadas y por entre 350 y 500 euros la semana para una familia entera. Probablemente en torno al 6 de junio, aniversario del desembarco, será todo más caro.
Elegimos Percy porque desde allí está todo mas o menos al alcance en coche, que no solo nos interesaba visitar las playas del desembarco, y también acertamos: resultó que había una pastelería (hay un montón fantásticas por toda Francia) con unos macarons buenísimos; también tenían una cabina británica, no es la única que vimos en Normandía.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el clima es variable y poco predecible. «Estás en Normandía, dónde el sol no brilla», ponía en un folleto turístico. Al menos en agosto yo diría que es algo así como «estás en Normandía, dónde el sol brilla cómo y cuándo le da la gana». En un mismo día puede hacer de todo, hubo uno en concreto que empezamos con sudadera y tormentas y acabamos bañándonos en la playa, así que no es mala idea llevar en el coche apaño para reaccionar sobre la marcha. Y las previsiones más vale mirarlas justo la noche antes para planificar la jornada, hacerlo con más antelación no es nada seguro.
Voy a decir una obviedad, si no hubiera tanta lluvia no estaría todo tan florido y tan verde ni disfrutaríamos de esos paisajes en los que vacas y caballos pacen a los lados de la carretera e incluso algún ciervo se atreve a asomar del bosque a esos pastizales. Tres vi yo en terrenos de pasto ganadero a última hora de la tarde desde el coche.
¿Qué vimos? Empezaré por el Mont-Saint-Michel, aunque es el último sitio al que acudimos. Se trata de uno de los lugares más visitados de Francia del que poco puedo contar yo aquí que no esté explicado mejor en otros sitios. Es una maravilla, una parada obligada. Pero también os digo que está tan lleno de visitantes que es difícil disfrutarlo como a nosotros nos gusta. Jaime se portó estupendamente bien pese al bullicio y a que ese día hacía mucho calor. Moverse por la mayoría de sus calles empedradas supone, por lo menos en verano, ir abriéndose paso a duras penas entre turistas de todas las nacionalidades, dejando a ambos lados tiendas de recuerdos y establecimientos de restauración en los que los precios llegan a triplicar lo que cobran en otras ciudades. Un ejemplo: un crepe con azúcar por el que en otros sitios te cobran entre uno y dos euros (uno y medio nos costó por ejemplo en la hermosa y también turística Bayeaux) aquí estaba en tres y medio.
Para llegar a la abadía hay que dejar el coche en un parking enorme que cuesta 12,50 euros. Y luego se pueden coger unos autobuses gratuitos que van y vuelven continuamente o caminar entre dos y tres kilómetros (dependiendo de dónde se haya aparcado) por un camino que luego se convierte en pasarela. Nosotros fuimos caminando y volvimos en autobús. No llegamos a entrar en el interior de la abadía (solo entran un tercio de los visitantes del Mont-Sainte-Michel), hubiera sido demasiado para Jaime, así que lo paseamos y luego nos fuimos a disfrutar de Carolles, las playas que hay a 40 kilómetros en dirección a Granville, ciudad en la que salen los ferries y en la que acabamos dando un paseo y merendando. Fue una jornada que nos salió redonda. Y entre Granville, el Mont-Saint-Michel y la playa, los niños lo pasaron mejor en la arena, todo hay que decirlo.
Lo que no me esperaba cuando planificamos el viaje en Madrid es que mis rubios disfrutarían como locos en las baterías alemanas que había defendiendo las playas en las que se produjo el desembarco aliado del Día D. Ya sabéis que Normandía, además del Mont-Saint-Michel, es destino turístico por excelencia para aquellos que quieren conocer un lugar clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Julia no dejaba de pedir todos los días que fuéramos a alguna batería más, feliz, igual que su hermano, de explorar, saltar y correr al aire libre entre los restos de hormigón que formaron parte del intento de crear el llamado muro del Atlántico.
En la foto superior están corriendo por las defensas que están a pie de la playa de Utah. También las hay en Omaha. Pero la que más nos gustó a todos, por variada y bien explicada, fue la de Crisbecq, en la que hay que pagar 7 euros los adultos y 4 los niños. También estuvimos en la batería de Longues-Sur-Mer, que es gratuita y conserva los cañones originales, pero en la que no hay explicaciones, ni dioramas ni variedad en las construcciones.
Por toda la costa hay muchísimas baterías, unas de pago y otras gratuitas. Lo ideal es elegir bien dos o tres que sean diferentes. Lo mismo que con los museos/memoriales. Por cierto, ya que estoy hablando de precios. En muchos museos y memoriales los niños pequeños no pagan. Y, aunque no lo especifiquen, con el carné de familia numerosa suelen hacer descuento en todas partes.
Julia y Jaime también lo pasaron muy bien en el Point de Hoc, el punto que une las playas de Utah y Omaha por el que escalaron los rangers estadounidenses, por imposible que parezca al ver la pendiente e imaginar que al mismo tiempo estaban recibiendo disparos.
Mis peques estuvieron brincando y trepando, junto a otros niños que había por allí, en los numerosos y profundos cráteres que dejaron las bombas y que ahora están tapizados de verde y sirven de lugar de pasto a las ovejas.
Hay algo hermoso y esperanzador en ver a los niños jugando en lo que fueron escenarios de violencia y muerte, en ver a tu hijo recogiendo alegremente conchas en una playa cuyas arenas fueron rojas.
Vayamos con las ciudades. Una de las primeras que visitamos fue Saint-Lo, bautizada tras la guerra como la capital de las ruinas. Y es fácil constatar los estragos que padeció viendo lo que quedó en pie de la catedral y que abundan las nuevas construcciones. Si hay poco tiempo y hay que ajustar las excursiones, yo dejaría Saint-Lo fuera.
En cambio no me perdería por nada del mundo Bayeaux. Fue el sitio con mas gente que encontramos, si obviamos el cementerio americano y, por supuesto, el Mont-Saint-Michel. Pero que haya gente no significa que vayamos a estar agobiados ni mucho menos. En Bayeaux, primera ciudad liberada tras el desembarco, se merece al menos que pasemos un día entero. Además de ver la catedral y recorrer sus calles, tienen un interesante museo, no muy grande y que no se hace nada pesado a los niños. Lo mismo que sucede con el museo Overlord, de iniciativa privada y llenito de dioramas muy conseguidos.
Pero por lo que es mas famoso Bayeaux es por un tapiz del siglo XI que explica con una audioguía caminando a paso de procesión a lo largo de sus 70 metros la conquista de Inglaterra por parte de Guillermo el Conquistador. Es impresionante, hay algo de cola para acceder a él y me temo que no es apto para los niños más pequeños. Jaime no lo vio y Julia ya estaba cansada en sus últimos metros. Lo siento, no hay fotos. No estaban permitidas.
En Bayeaux vimos el primer cementerio militar: el británico. Fue el que mas nos impresionó, tal vez porque es menos majestuoso que el americano de Omaha, tal vez porque fue el primero, puede que porque tenía menos gente, también porque en muchas de las cruces la familia había podido dejar unas palabras pensando en su ser querido: «nuestro hijo único», «fiel y amante esposo», «padre de tres hijos»… vas leyendo mientras recorres sus cruces.
Además del británico y del estadounidense, vimos un sobrio cementerio alemán cercano. Creo que estos lugares son otra visita obligada, también con niños. Estremece verlos tanto por el número de caídos como cuando te detienes en tumbas concretas. Te hace preguntarte cuándo dejaremos de seguir a los locos y a los monstruos. Y a los niños también les despierta preguntas interesantes que son un reto contestar.
También en Bayeaux está el memorial que Reporteros Sin Fronteras tiene dedicado a los periodistas caídos cubriendo conflictos. Aunque solo fuera por deformación profesional, yo tenía que ir, aunque entiendo que no a todos interesará. Está justo frente al cementerio inglés y, con citas de Simone de Beauvoir y Voltaire, se trata de un jardín con un sendero a cuyos lados hay monolitos con distintos años y los nombres de los reporteros muertos. Si ampliáis las imágenes, alguno os sonará.
Caen, liberada tras intensos combates. Otra ciudad que merece mucho la pena. La que más ambiente tenía, con mucha gente joven, comercios y recorridos interesantes en los que aún se ven muchas casas agujereadas por las balas.
En Caen también estuvimos un día entero, con gran parte de la mañana dedicada a su enorme memorial, con una escultura aún más enorme en la puerta, que solo es recomendable para los niños más mayores. De hecho, los menores de diez años no pagan.
El mas caro y grande de los memoriales, va mucho más allá del desembarco y sus consecuencias. Lo que muestra es variado y muy duro, la ascensión al poder de Hitler, su solución final que abarcaba judíos, comunistas, gitanos, personas con discapacidad… También la resistencia y el colaboracionismo francés, la evolución del conflicto y sus antecedente. Es imposible que no conmueva recorrerlo.
En todos los museos y memoriales vamos intentando adaptar a Julia todo lo que vemos, y le explico siempre la historia sin mentir, pero simplificándola y suavizándola.
Cuando llegamos a la zona en la que explicaban la solución de la Alemania Nazi para la gente con discapacidad la pobre no daba crédito. «¿Mataron a 10.000 personas como mi hermano?», me dijo desconcertada, abriendo aun mas sus enormes ojos. Decidió que ese museo no le gustaba y, pasado cierto punto, quiso ir rápido y salir pronto. Os dejo un cartel propagandístico destinado al pueblo alemán en el que se justificaba ese exterminio del que no recuerdo que haya ninguna película en términos de costes puros y duros: «este paciente hereditario cuesta a la comunidad 60.000 RM. Ciudadanos, es vuestro dinero también».
Justo en ese museo Jaime también decidió a su manera que no quería seguir ni un minuto mas y hubo que salir entre gritos. En el mismo lugar del Memorial de Caen está el búnker en el que el general alemán Richter tenía su cuartel general en 1944. Puede que algún experto me lapide por lo que voy a decir, pero me pareció que tenía el interés justo comparado con todo lo que ya habíamos visto.
El museo que mas gustó a Julia (y a todos nosotros, todo hay que decirlo) es el que hay en Sainte-Mère-Eglise, el pueblo más protagonizado por la Segunda Guerra Mundial de todos los que vimos. Igual que el maniquí del paracaidista permanece en lo alto de la iglesia, todo está lleno de tiendas con todo tipo de recuerdos y archiperres de aquel entonces, pero es que incluso peluquerías, farmacias y pastelerías están decoradas con soldados americanos de uniforme y parafernalia militar de la época. Está solo a dos pasos del parque temático militar, y eso a mí no me gusta tanto.
El museo tiene mucho material y varias zonas, al aire libre y en interior. Impresiona ver el frágil planeador en los que aterrizaban (o lo intentaban), pero lo que mas gustó a todos es una parte en la que se simula lo que fue el salto en paracaídas, primero recorriendo un avión en el que hay soldados sentados esperando a saltar; de ahí se ‘salta’ sobre un cristal que simula el paisaje que tenían los estadounidenses y luego se recorren mas dioramas muy conseguidos. A Julia le gustó tanto que lo recorrió cuatro veces, dos con su padre y dos conmigo. Para Jaime estaba demasiado oscuro y había mucho ruido extraño.
Para comprar camisetas, sudaderas, llaveros y demás recuerdos relacionados con el desembarco, este museo y el memorial de Caen creo que eran los mejores sitios, además de alguna tienda suelta que pueda ver por ahí (nosotros dimos con una tiendita estupenda en Bayeaux). Pero la mejor recomendación es comprar cuando veas algo que te guste, que no es uno de esos sitios en los que veas los mismos recuerdos repetidos continuamente durante todo el viaje.
Pero la abadía del Mont-Saint-Michel, patrimonio de la UNESCO y la Segunda Guerra Mundial no deberían eclipsar los paisajes y pueblos de Normandía. Ir a preciosos lugares como Villedieu les Poeles, que es especialmente recomendable en día de mercado para comprar fruta, verdura o mariscos llenos de sabor, acercarse a la abadía de Hambye, en un entorno natural espectacular, hacer lo que nosotros llamamos «turismo de coche», eligiendo en el GPS rutas pintorescas que nos descubran paisajes y pueblitos en lugar de autovías.
Todos los museos, cementerios, memoriales y lugares reseñables relacionados con el desembarco están diseminados por diferentes pueblos. El coche (o la moto) es imprescindible. Y hacer una selección también. A menos que se pase allí un mes entero es imposible ver todas las playas y los lugares de interés.
Y como os decía al principio, hay playas para disfrutar más allá de su componente histórico. Playas tranquilas, limpísimas y no tan frías como pudiera parecer. Claro que lo dice una que pasó su infancia en Gijón, no en Murcia. Mis dos rubios se bañaron varias veces.
Hay que tener en cuenta que se come pronto, que los comercios tienen los horarios muy ajustados y es fácil encontrar todo cerrado a horas que a los españoles nos parecen inconcebibles. Los domingos no abre casi nadie. Y, ojo, que para nada estoy diciendo que sea malo. Simplemente hay que tenerlo en cuenta.
Se come bien: mejillones y pescados, quesos, fruta y verdura que saben de verdad, sidra (yo la prefiero dulce) y zumo de manzana, embutidos, dulces y chocolates… Es cuestión de explorar. Nosotros somos más de mercados y cocinar que de restaurantes, y en ese sentido hay mucha variedad.
No es nuestro caso, pero para familias que disfruten dando pedales juntas, hay pocos sitios mejores. También hay muchas facilidades para ir con caravanas. Es además un sitio fantástico para montar a caballo. Hay muchísimos y con un aspecto fantástico. Una forma especial de recorrer las playas del desembarco que en otra época de mi vida no hubiera perdonado es a caballo.
Es recomendable también acercarse a los diferentes puntos de información turística. Te van dando leyeras guías, que en muchos son pequeños libritos muy completos. Me dio la impresión de que hay mucha mas gente que hable inglés allí que en otras zonas de Francia. Lógico supongo, dada la proximidad con las islas.
Fue solo una semana que nos dejó con ganas de más, aún no sabemos si repetiremos el próximo año. Así que, como ya os dije que no pretendemos ser expertos, estaremos encantados de escuchar vuestras impresiones y otras recomendaciones. Hay mucha más Normandía que la que he contado, seguro.