Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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El bit que habito (vuelve Regina ExLibris)

Reginaexlibrislandianos del mundo, he vuelto.

Durante años diseccioné mi día a día entre anaqueles mientras aprendía el oficio de librera, y post a post caísteis en mi red de libros por leer. Pero un buen día eché el cierre de Reginaexlibrislandia y me esfumé. Se acabó. Sin un adiós, sin una nota y, más preocupante aún, sin una última recomendación. Nada. Adiós a Regina ExLibris

Pero, ¿Qué me ocurrió en enero de 2010? Os lo cuento rápido con ayuda de Almodóvar y de Thierry Jonquet, que ya sabéis que si no hablo en términos de referencias literarias y de celuloide ardo por combustión espontánea.

Por aquel entonces alboreaba el sector del libro digital, y con más recelos que curiosidad fui a unas jornadas. ¿Quién demonios me iba a decir a mi que ese lapso suelta entre gurús, plataformas y tecnologías terminarían conmigo encerrada en un sótano lleno de cables, instrumental quirúrjico y prototipos de dispositivos de lectura, sin un puñetero libro en papel que llevarme a los ojos?

La piel que habito

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

Pues así fue. Un fundamentalista de la ciberlectura decidió que, como los editores ignoraban su mensaje papel-apocalíptico, su mejor baza era convertir a un librero en su profeta digital a medida. Y como no encontró mejor lugar para buscar víctima que la cafetería del evento allá que me pilló a mi, Regina ExLibris, con la guardia baja y hasta las cejas de cafeína.

Total, que he pasado siete años de encierro sometida a un pulso agotador: él emperrado en convertirme en un prototipo de librera digital, y yo erre que erre que Regina ExLibris es más pro-imprenta que Gutenberg. Y mientras él no ha escatimado en terapias invasivas ni cirujías de implantación de microchips y vete tú a saber qué más ardides para «digitalizarme«, yo he sobrevivido como buenamente he podido.

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

Porque lejos de rendirme yo me dije: Reina, cualquier día a éste mamarracho se le va la mano y te fríe el cerebro, así que lo mejor es adoptar el modo alerta máxima del glorioso tigre de  Elías Canetti en Libro de los muertos:

«El ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación».

Y, por fin, ese momento llegó y me liberé. Pero eso es otra historia. Ahora lo importante es que yo, Regina ExLibris, he vuelto. Cargadita de secuelas y de traumas, eso sí. Tantos que lo más terapéutico para todos es que por ahora me desdoble en dos libreras: la analógica y la digital. Al menos hasta que logre unificar ambas facetas sin masacrarme en el intento.

Así que por el día seré la Regina Exlibris de siempre, con mi querencia a la cafeína, mis delirios antropológicos y esta obsesión enfermiza por alimentar la bibliofilia de cualquiera que se me ponga a tiro en Reginaexlibrislandia.

Pero al echar el cierre me travestiré en iRegina para soltar a la librera digital que me han inoculado a la fuerza y tratar de conciliar ambos mundos silueteándome bit a bit y con vuestra ayuda la versión digital de Reginaexlibrislandia.

Porque, total, si lo mío es dar de leer ¡qué más da el formato! El quid, queridos, es cómo hacerlo. ¿O no? ¿Quienes de vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, a estas alturas no habéis pecado en digital en mayor o menor grado?

NOTA DE REGINA:

Si buscas emociones bibliófilas intensas deja lo que tengas entre manos y hazte con Tarántula, de Thierry Jonquet. Esas poco más de 130 páginas te colocan en una guillotina para dejar caer sobre tu nuca una enorme cuchilla de una aleación de acero, horror, sadismo, amor, sexo y venganza. Te aseguro que al llegar al final tu cabeza reposará en un saco con una mueca bobalicona congelada para la posteridad. 

Tarántula, de Thierry Jonquet

Tarántula, de Thierry Jonquet

En ella un delincuente cuyo mejor amigo lleva años desaparecido cree que la vía de escape para sus problemas es pasar por las manos de un brillante cirujano plástico local. Lo que no sabe es que su «salvador» es un ser corroído por una obsesiva sed de venganza, que alterna su tiempo con su hija enferma mental y con una sinuosa mujer fatal, a la que adora y humilla según el día. Si eso ya es un campo minado, pronto emergerá otra voz en la narración: la del amigo desaparecido, recluido y vejado sistemáticamente en un oscuro sótano por alguien que se hace llamar Tarántula. Vertebrada en tres partes y con un uso magistral de cuatro voces narrativas, la trama se precipita a velocidad de crucero hasta un final tan inesperado como demoledor. Esta Tarántula literaria es uno de los artefactos narrativos más inquietantes, siniestros, elegantes y retorcidos que puedas encontrar entre anaqueles. Almodóvar adquirió los derechos y filmó La piel que habito, su particular versión.

El síndrome de la librera compulsiva

Todo exceso daña, y si a don Alonso Quijano la sobredosis de lecturas de libros de caballerías le quebró el juicio a mi, Regina ExLibris, el día a día enterrada viva en volúmenes en mi librería me está empezando a dejar secuelas inquietantes de epidermis para adentro.

Sí, he de reconocerlo, la cosa se me está yendo de las manos y del pelucón. Lo noto.

Antes, cuando gentes próximas y otros libreros me advertían que una cosa era la entrega y al profesionalidad y otra muy distinta ‘lo mío’, yo me limitaba a responderles toda altanera:

 

Bah, vosotros lo llamáis obsesión, yo DEDICACIÓN, que es MUY, pero que MUY DISTINTO, queridos.

Pero desde hace unas horas he de darles la razón, y todo porque la Providencia Librera tuvo a bien colocar a una reginaexlibrislandiana asidua en el lugar adecuado en el momento justo solo para que yo reconociera mi problemilla.

La cosa fue así: hallábame yo fuera de mis confines reginos tras una maratón de gestiones mañaneras cuando me dio por entrar a curiosear en una gran librería que me salió al paso.

Y en esas estaba yo cuando una voz familiar me sobresaltó:

 

– Reginaexlibrislandiana: ¡Pero, por Dios, Regina! ¿Qué haces?- Regina: ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué?

– Reginaexlibrislandiana: ¿Qué demonios haces?

– Regina: ¿Yo? ¡Nada!

– Reginaexlibrislandiana: ¡Pues estáte quietecita, que esta no es tu librería!

– Regina: Ya, ¿y qué?

– Reginaexlibrislandiana: ¡QUE DEJES YA DE COLOCARLES LOS LIBROS, MUJER!

– Regina: Pero, peeeero.. yo…

– Reginaexlibrislandiana: ¡Tu estás mal!

 

Qué bochorno, queridos. No sé cuánto tiempo llevaba yo allí dentro, en qué otras zonas había metido la zarpa y el pelucón, ni cuánto llevaba mi reginaexlibrislandiano asiduo observándome, pero había un testigo y una no podía negar la evidencia: me pilló in fraganti delicto librero-compulsivo.

Aunque, claro, al menos nadie más pareció percatarse o me hubieran tomado por loca de remate.

Así que sí, ya no puedo negar la evidencia:

 

Hola, me llamo Regina ExLibris y tengo el síndrome de la librera compulsiva.

Y vosotros, regianexlibrislandianos de pro, ¿os pasó alguna vez algo semejante? ¿Metéis mano a librerías y bibliotecas ajenas? ¿Pillasteis alguna vez a alguien haciéndolo? ¿Estáis tan entregados a lo vuestro que hacéis horas extras de forma mecánica?

¿Comprarías libros en máquinas expendedoras?

Si hay algo que temo más que a los números rojos y a los incendios eso es, sin duda, la posibilidad de que mi afán de supervivencia librera termine por desvirtuar la esencia de reginaexlibrislandia. La mía ha de ser una librería única, como un traje hecho a medida por la más minuciosa de las modistas.

Por eso cuando de lo que se trata es de introducir cualquier cambio en mis confines analizo la idea hasta que me humea el pelucón. Sí, queridos, disecciono pros, contras y vuelta a empezar, porque si hay algo que mi experiencia vital me ha enseñado es que la ignorancia es tan atrevida como insensata.

Y es justo aquí donde entráis vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, este mi coro de ángeles de la guarda bibliófila traídos aquí por la Provivencia Librera y siempre dispuestos a darme vuestro impagable punto de vista.

Sí como cuando debatimos sobre mi guerra a las etiquetas adhesivas con los precios de los libros, o sobre cómo tenía que colocar la librería, o acerca de si debía marcar aquellos libros que yo recomendara, e incluso el escabroso tema de los seudónimos. Y, bueno, eso sin olvidar mi particular adaptación de la fórmula ¿Te gustó este libro? Prueba con éstos, versión reginaexlibrislandia y hasta si debía o no vender ‘audiodiscos’ en mis confines.

Pues bien, el reginaexlibrislandazo que me planteo ahora dar es la colocación de una máquina expendedora de libros en la mismísima puerta de reginaexlibrislandia.

Eso, queridos, teniendo en cuenta que estaría operativa cuando la librería tuviera el cierre echado o, lo que es lo mismo, de noche y en fiestas de guardar.

La idea es estar para mis clientes en caso de emergencia bibliófila, aunque obviamente no de cuerpo presente.

El precio sería ligerísimamente superior que en tienda para cubrir el mantenimiento de la máquina, y en el aparatejo colocaría una selección de títulos (novedades, mis recomendaciones, los más vendidos en mis confines, etc)…

Así que, decidme, ¿compraríais libros en una máquina expendedora? ¿Pros? ¿Contras? ¿Os habéis topado alguna vez con alguna? ¿Qué pensásteis?

¿Tienes el último Booker, ‘Oso Pardo’?

Un buen librero ha de ser, además de bibliófilo nato, psicólogo, vidente, detective, políglota y mentalista. Ah y, por supuesto, debe dominar tanto sus emociones como el arte de la empatía, porque estando cara al público una sonrisa furtiva o una mueca fugaz a destiempo y ante el cliente equivocado son absolutamente imperdonables.

Pero, claro, esa es la teoría. En la práctica librera diaria hay veces que pese a que haya podido activarme a tiempo el modo ‘perfecta ama de casa de los 50’, referente indiscutible en lo que a saber guardar las formas en público respecta, mi interlocutor suelta una frase-obús que me volatiliza las tres capas de barniz emocional y, ¡Zas! paso de esposa ideal a madre del Jocker en milésimas de segundo.

Y, bueno, cuando eso pasa el desenlace feliz o no de la escenita dependerá del talante del cliente, de su sentido del humor y la autocrítica.

Por ejemplo, el ‘obús bibliófilo’ de hace un rato ha sido de los mejores:

 

– Cliente: Hola, buenas tardes- Regina: ¿Qué tal?

– C.: Pasado por agua, pero bien. Escuche…

– R.: ¿Sí?

– C.: ¿Tiene el último Premio Booker, ‘Oso Pardo’?

 

TRES, DOS, UNO: ¡BLANCO! Máscara volatilizada. Aquí hago un esfuerzo sobrehumano por contener al Jocker, mientras una debilitadísima librera en modo ‘esposa ideal’ acierta a susurrar con doble carga de inocencia en el tono algo como:

 

– R.: Perdone, usted se refiere a Tigre Blanco, ¿no?- C.: ¿No era Oso Pardo?

– R.: El Premio Booker 2008 fue Tigre Blanco, de Aranvid Adiga.

– C.: Ahhh, Tigre Blanco

Silencio. Sí, silencio que aprovecho para recomponerme la máscara, hasta que… es él quien suelta una sonora carcajada:

 

– C.: JA, JA, JA, JA. ¿OSO PARDO? JA, JA, JA, ¿De dónde me habré sacado eso?

¿Se ríe? ¡Luz verde al desenconsertamiento emocional!

 

– R.: Ja, ja, ja, ja… Sí, ¿Oso Pardo? Ja, ja.- C.: Verá cuando se lo cuente a mi hijo…

Y así estuvimos él y yo un buen rato, y gracias a él y a su desliz ‘osuno’ eché el cierre un día más con la sonrisa puesta y el pelucón desaforado.

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿algún otro desliz bibliófilo propio o ajeno que queráis añadir a nuestra lista? ¿Leísteis Tigre Blanco? ¿Os gustó?

NOTA DE REGINA. Si lo que buscas por entre las páginas de Tigre Blanco es un viaje literario al corazón espiritual de la India olvídate de este libro, porque el país del que habla Aranvid Adiga es el real, ese en el que un muro infranqueable separa a señores de esclavos, donde la miseria, el hambre, la corrupción y un Ganges más pútrido que purificador son el día a día de legiones que sobreviven en el lodo mientras sostienen a las grandes potencias. Sin embargo, la novela no es un reportaje social ni un alegato político: es la historia ácida, grotesca y genial de Balran Halwai, alias Tigre Blanco, que él mismo relata al Primer Ministro Chino ante su inminente visita para ilustrar la realidad de un país que, de otra manera, jamás llegará a conocer.

En esas siete cartas conocemos a una criatura tan insólita como fuera de lugar que crece con las orejas abiertas, la mente turbia por sobreexposición a los efluvios de las aguas del Río Sagrado y el firme propósito de zafarse de su destino, objetivo que logra al convertirse en chofer de un amo al que servirá con cariño y devoción… hasta que le rebana el cuello. Lúcido, brillante y agridulce fresco de esa India que se asfixia bajo mares de saris de brillantes colores, palacios de ensueño, alfombras mágicas, azafrán, jazmín y pétalos de rosa. Regina Dixit

Por cierto, aquí os dejo el primer capítulo de Tigre Blanco, cortesía de la editorial Miscelánea.

¿Pujarías por Ignatius Reilly en una subasta?

El caso es cardarme bien el pelucón con reflexiones pseudo-libreras-literales-literarias, queridos. Como un sauce llorón.

Eso, cuanto más almidonado, mejor. Que su densidad y consistencia vayan siendo tales que corra el riesgo de morir aplastada bajo su peso es algo secundario. Lo primero es lo primero, y si hay que fenecer por sobreexposición metafísico-literaria, se fenece, que para eso estamos.

La semillita de la última de mis ramificaciones mentales germinó al pescar los últimos coletazos de una conversación que tuvo lugar en mis confines, entre dos visitantes anónimos de reginaexlibrislandia.

Reproduzco los retazos que cacé al vuelo, ya cuando salían:

– Cliente 1: Que si, tio, lo vi en una web y me llamó la atención.

– Cliente 2: Pero, ¿no recuerdas el sitio?

– Cliente 1: No, pero era una subasta de personajes literarios. Te daban unos a elegir, y pujabas por el que quisieras. Y si lo ganabas…

¿QUÉ? Me dieron ganas de gritarles, ¿SI LO GANABAS EN LA PUJA QUÉ DEMONIOS HACÍAS CON ÉL?

Y ahí de ahí me empezaron a crecer ramificaciones desde el pelucón, y así sigo. Porque a mi lo que de entrada me carcome es el tipo de subasta del que se podría tratar, y me imagino dos variantes:

subasta de personajes de autores vivos con fines benéficos. Ellos aportan así su granito por una buena causa, y los mismo los seguidores de la criatura literaria. No sé, imaginaos a Donna León subastando a su Brunetti, o a Pérez Reverte su Alatriste… ¿Pujaríais?

subasta de personajes de autores muertos. Sus herederos subastan ese legado y otros pujan por ese personaje para ‘hacerlo suyo’ y poder continuar dándole vida impresa o, quizás, a su vez especular para que un tercero que sí quiera perpetuar su estela literaria pague por su capricho.

Justo el otro día pedía ayuda Alluman en un post para localizar el título y la autora de una novela que le entusiasmó, pero de la que no recordaba esos datos, solo el argumento.

Pisti nos puso en la pista de Alexandra Ripley, y de su El hechizo de Charleston. El caso es que esa autora saltó a la fama internacional por ganar un concurso literario cuyo premio era escribir la continuación de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell.

De ahí salió su Scarlett, que se convirtió en otro best-seller planetario.

Pero si se hubiese tratado de una subasta en lugar de un concurso, ¿creéis que Alexandra Ripley hubiera pujado por Scarlett O’Hara?

Para seros sincera, queridos, os diré que estando en reginaexlibrislandia rodeada de miles de libros en cuyas entrañas habitan todos esos personajes que ya son de cada lector que los ha acompañado en su aventura literaria me cuesta un imperio imaginármelos como ‘propiedad’.

¿No es como tratar de sacar a subasta fragmentos de viento?

Por cierto que los dos visitantes que me abonaron el pelucón sin saberlo se llevaron un ejemplar de La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole. ¿Se plantearían ellos pujar por el inmenso Ignatius Reilly?

Y vosotros, queridos, ¿pujarías por un personaje literario en una subasta?

¿Por quién? Y después, ¿qué haríais con él?

Para recomendar un libro o empatizas o patinas, querido

Lo creáis o no y a pesar de que ya llevo una temporadita en el ruedo librero, cada vez que alguien acude a mi en busca de ‘el libro’ para sí o para terceros a mi me tiembla hasta el pelucón.

Si, queridos, es mi pánico escénico particular, un vía crucis regio en el que se me agarrota la neurona y el miedo al patinazo solidifica esta sopa de letras que habitualmente me hierve bajo el pelucón, con lo que por un instante me quedo muda y sin recursos o, lo que es lo mismo, sin respuesta.

Pero lo cierto es que algún neón termina por encendérseme y suelo salir airosa de los ‘aprietos’ en los que me clava toda esa carne de reginaexlibrislandia que tanto adoro y que se adentra en mis confines cuando menos lo espero.

La cosa es que mi respeto por los libros y la literatura es tal que jamás, jamás me tomo a la ligera una consulta, ni suelto lo primero que me viene al pelucón para hacer mutis por el foro a la primera de cambio. Primero porque para reina yo y segundo porque cuanto mayor es el reto librero mas me divierto.

Así que cuando deje de divertirme o de sentir ese pánico escénico habrá llegado la hora de echar el cierre a reginaexlibrislandia, embutirme en la piel de otra cosa y quitarme el pelucón regio… aunque algo me dice que a mi me enterrarán con él puesto, queridos.

Y todo este parloteo viene porque Kitiara preguntaba en un comentario sobre cómo superar ese pánico a recomendar lecturas y a no atinar con el libro adecuado para alguien. De momento yo sigo tres reglas básicas:

1. EMPATÍA. Por mi experiencia en las trincheras la clave está en la empatía: has de metamorfosearte en el destinatario y averiguar cuanto puedas sobre lo que en él se cuece de epidermis para adentro. Saber en qué momento emocional y existencial está el personajillo en cuestión y qué es lo último que ha leído, alguna historia que le haya impactado o qué tipo de cine ve… suelen ser baldosas amarillas que te enfilan hacia el Oz Librero.2. MÁS EMPATÍA. Por toda la Biblioteca de Alejandría, queridos, huid como de la peste de la tentación de regalar un libro solo porque a vosotros os cautivó. Otra cosa es que, además de haberos hechizado, haya algo en él para su destinatario o viceversa. Entonces si, divinos: como obuses a por él.

3. EMPATÍA HASTA SI SE TRATA DE UN CLÁSICO. Si lo que queréis es regalar un LIBRO, un título de esos que os sobrevivirá a vosotros y a unas cuantas generaciones más, tampoco se os ocurra dejar de lado la empatía. El momento vital por el que atraviesa una persona es esencial para que el libro le haga volar en lugar de aplastarle.

En fin, de momento ese es el decálogo regio que escribo sobre la marcha y que me ampara a diario en reginaexlibrislandia. Cuando lo termine os lo brindaré, palabra de queen.

Pero ahora decidme, queridos, ¿cómo lo hacéis vosotros cuando os piden recomendaciones de lecturas o llega el momento-regalo de libro a terceros?

¿Tienes «El guerrero entre la cebada», de Salinger?

A cada uno lo suyo, queridos, nada de intrusismos. Por eso y porque, además de reinona librera soy noctámbula, hipotensa y cafeinómana siempre dejé las primeras luces del día para los ruiseñores y demás seres que las disfruten.

De hecho, en reginaexlibrislandia de buena mañana hay más vida en el plumero que bajo mi pelucón, y mi relación con el mundo se limita a algún que otro gruñido ininteligible.

Pero El Señor (llamadlo X) en su infinita bondad me llenó ese lapso mañanero en el voy de la vigilia a sueño y vuelvo, y vuelta a empezar entretenida con tareas administrativas, pedidos de clientes y mares de café. Y así como voy amaneciendo a trompicones hasta llegar al mediodía parlanchina y espídica, en todo mi esplendor.

Sin embargo hoy una clienta me sacudió el sopor de una sola frase pasadas las diez de la mañana:

– Clienta: Buenos días, busco un libro- Regina: Mmm, bien, ¿cuál es?

– C.: Seguro que lo tiene, es un clásico: «EL GUERRERO ENTRE LA CEBADA»

– R.: ¿El guerrero entre la cebada?

– C.: Si, es muy famoso. Tiene que conocerlo.

– R.: Pues si le digo la verdad, no caigo… déjeme pensar… ¿Guerrero? ¿Cebada?

(Y aquí, misterios del universo, fue cuando se me encendió un neón púrpura en el cerebro: CENTENO, CENTENO, CENTENO…)

– R.: ¿Seguro que es «cebada«? ¿No podría ser «centeno«?- C.: Uy, pues quizás… ¿El guerrero entre el centeno?

– R.: Creo que se refiere a El guardián entre el centeno, de J.D. Salinger.

– C.: ¡Si, si, ese, de Salinzer!

Se lo di, y se fue. La gracia del patinazo y mis esfuerzos por mantener a raya mis rasgos para no dejar escapar una risilla traicionera fueron como una descarga eléctrica. Y he de deciros que para mi sentirme de sopetón tan despierta a esas horas fue una experiencia total y definitivamente reveladora.

Y a vosotros, queridos, ¿os ha patinado alguna vez algún título?

Además, para terminar el día como lo empecé, a carcajadas, os dejo para seguir devorando la nueva novelita de Eduardo Mendoza: El asombroso viaje de Pomponio Flato… Una bacanal de risas a cada salto de linea, queridos, palabra de Regina.

¿Y si un etarra se leyera ‘El Principito’?

ETA ha vuelto a matar, y el silencio que sobrevino a los tres disparos a quemarropa que masacraron a Isaías Carrasco aún resuena en cada rincón de reginaexlibrislandia.

En un momento en que la rabia y el desconcierto crecían dentro de mi como una enredadera que me estrujaba los intestinos me dio por pensar qué demonios pasaba por la cabeza del asesino esta mañana al sonar su despertador, mientras se afeitaba frente al espejo, cuando apuraba su desayuno, al colocarse esa esperpéntica barba postiza…

Me pasó lo mismo cuando cayeron las Torres Gemelas de Manhattan y tras la barbarie de Atocha, y hace unos meses me lo recordaba Don DeLillo en su fabulosa El Hombre del salto, en la que reconstruye de forma tan impactante como impecable la bitácora mental de uno de los pilotos suicidas en las horas previas a ‘su martitrio’, es decir, al 11-S.

Resguardada en mi burbuja de libros y ciñéndome bien mi piel de librera me pregunté qué lecturas habrían forjado el alma de los asesinos y, más aún, qué novelas podrían lograr que un terrorista se replanteara su vida y recobrara la lucidez necesaria para tirar las armas.

Tras darle muchas vueltas sinceramente creo, queridos, que El Principito podría ser un buen comienzo, la lectura capaz de abrir una fisura en ese búnker de estupidez y sinrazón en el que se atrincheran los etarras.

Por si hay alguno por aquí cerca va un adelanto de la obra magna de Saint Exupéry:

«CAMINANDO EN LÍNEA RECTA UNO NO PUEDE LLEGAR MUY LEJOS.» (Capítulo III).

Y vosotros, queridos, ¿qué lectura creéis que podría lograr que un etarra se replanteara su vida y abandonara lo indefendible?

¿Tapa dura o edición de bolsillo?

La ingesta indiscriminada de letras me ha convertido en un ser literal con tendencias melodramáticas o, lo que es lo mismo, reacciono ante determinadas situaciones metamorfoseándose en mis referentes novelescos.

Es lo que yo llamo mi fondo de armario, queridos, y para cada conflicto tengo un personaje que me ampara, o incluso varios. Ya veis, unos se enfrentan al mundo de la mano de Dior, Carolina Herrera o Cavalli mientras que yo me visto de Cervantes, Djuna Barnes, Proust, Hesse, Pizarnik o cualquiera de las deidades que habitan mi olimpo literario.

Por ejemplo, cuando he de afrontar un dilema opto por ponerme shakespeariana. Desenfundo mi piel de Hamlet con calavera de Yorick y todo y, hala, a buscarle sentido al universo, o a lo que tenga en mente. Precisamente ayer reginaexlibrislandia entera se materializó en el Castillo de Elsinore, en Dinamarca, y ahí estaba yo, azotada por el viento y la bruma, desgarrada por la siguiente cuestión:

– TAPA DURA O EDICIÓN DE BOLSILLO, ESA ES LA CUESTIÓN…

Recabando datos tomados desde mi privilegiado púlpito librero concluyo que, salvo cuando se trata de regalos, de ediciones especiales o una novedad con la tinta aún húmeda la gran mayoría de mis clientes prefieren las ediciones de bolsillo.

Lo hacen por la que he bautizado como cuestión de P.E.C. (Precio, Espacio, Comodidad). Para un ávido lector y bibliotecario doméstico, los tres o cuatro libros mensuales de media son, según la edición (hasta 11 euros bolsillo, el resto tapa dura en distintos formatos), un gasto asumible o un lujo inalcanzable.

En cuanto al espacio, el que dispone cada cual para su biblioteca es cada vez más reducido, bien por restricción de metros cuadrados por persona, bien por baldas ya atestadas, bien por la suma de los anteriores. Y lo de la comodidad viene determinado por una rutina a contra reloj, que obliga a devorar párrafos a hurtadillas en cualquier momento y lugar, por lo que cuanto más pequeño y manejable sea el libro, mejor.

Como colofón diré que en el mercado de las letras los sellos de bolsillo han brotado como setas en los últimos cinco años.

Mientras los grandes titanes del negocio del libro reeditan con un margen temporal cada vez más estrecho sus títulos estrella en formatos más económicos, otros a cuyos pies me postro rescatan del olvido títulos descatalogados o inéditos.

Como clienta y compradora compulsiva de letras hace años que, salvo gloriosas excepciones, me decanto por las ediciones de bolsillo por cuestión de P.E.C.

Pero, ¿y vosotros, queridos? ¿tapa dura o bolsillo?

Llanto por los descatalogados

Estoy abatida, masacrada, desconsolada, de luto. Una cosa es aceptar que la mayoría de los libros nacen con fecha de caducidad y otra es tener que asomarse a diario a una fosa común de títulos descatalogados que parece no tener fondo.

Y cada vez se me mueren más jóvenes, las criaturas. O, mejor dicho, cada vez me las matan antes, que es diferente, muy diferente. Y yo les lloro.

El mercado de las letras está tan abarrotado y su ritmo es tan frenético que los libros editados a finales de los noventa y principios del dos mil son ya hoy, con suerte, ejemplares de librería de viejo. El resto son enterrados vivos, como los catalépticos de antaño, y a mi me indigna y me apena, según el momento en que me pille.

Tener que llamar a un cliente para explicarle que no podrá encontrar ese libro que busca me sienta como comer cristales, queridos.

Y no exagero. Porque una cosa es que pidan un ejemplar editado en piel y papel-biblia de Los cuentos de Poe con prólogo de Baudelaire, y otra una novela que hasta hace relativamente poco estaba al alcance de cualquiera. ¿O no?

Tengo una clienta que lo primero que me pidió el día que cruzó el umbral de reginaexlibrislandia fue Héroes, de Ray Loriga.

– Clienta: Verás, es que se lo quiero regalar a una amiga y llevo años buscándolo, pero es imposible.- Regina: Bueno, vamos a ver qué se puede hacer

– C.: Ojalá des con algún ejemplar, es realmente especial para mi. Pero ya te digo que sé que las posibilidades son mínimas.

– R.: Bueno, siempre te quedará intentarlo en librerías de segunda mano, ¿no?

– C.: Ya, pero no sería lo mismo, la verdad…

Esto fue hace un mes, y yo sigo tras la pista, y ella sigue viviendo a verme cada diez días entre divertida y esperanzada a preguntar por su ‘desaparecido’ y, de paso, a buscar otros libros.

Plaza & Janés lo editó en 1994, con reediciones en 1995 y 1997. En 2003 lo lanzaron en bolsillo y, desde entonces, está descatalogado.

La editorial no tiene ejemplares y a mi se me llevan los demonios, porque te guste o no Ray Loriga es un escritor contemporáneo que sigue dándole a la pluma, y es como si sus novelas hubieran muerto físicamente, cuando la realidad es que siguen en boca de muchos lectores.

Esta tarde tuve un pálpito y me dio por rastrearlo on line.

Y desechando los ejemplares usados he ido a dar con Héroes de Ray Loriga en el mismísimo Amazon, ¡¡¡¡¡¡por 140$!!!!!!!!!!!! Más los gastos de envío, claro. Me quedé muerta, queridos, muerta y embalsamada.

A ver si va a resultar ahora que Amazon y similares son a nuestros títulos ‘terminales’ lo que las clínicas de Houston a los enfermos de cáncer…

Y vosotros, queridos, ¿Habéis sufrido en vuestras carnes el hachazo del libro descatalogado?