Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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¿Comprarías libros en máquinas expendedoras?

Si hay algo que temo más que a los números rojos y a los incendios eso es, sin duda, la posibilidad de que mi afán de supervivencia librera termine por desvirtuar la esencia de reginaexlibrislandia. La mía ha de ser una librería única, como un traje hecho a medida por la más minuciosa de las modistas.

Por eso cuando de lo que se trata es de introducir cualquier cambio en mis confines analizo la idea hasta que me humea el pelucón. Sí, queridos, disecciono pros, contras y vuelta a empezar, porque si hay algo que mi experiencia vital me ha enseñado es que la ignorancia es tan atrevida como insensata.

Y es justo aquí donde entráis vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, este mi coro de ángeles de la guarda bibliófila traídos aquí por la Provivencia Librera y siempre dispuestos a darme vuestro impagable punto de vista.

Sí como cuando debatimos sobre mi guerra a las etiquetas adhesivas con los precios de los libros, o sobre cómo tenía que colocar la librería, o acerca de si debía marcar aquellos libros que yo recomendara, e incluso el escabroso tema de los seudónimos. Y, bueno, eso sin olvidar mi particular adaptación de la fórmula ¿Te gustó este libro? Prueba con éstos, versión reginaexlibrislandia y hasta si debía o no vender ‘audiodiscos’ en mis confines.

Pues bien, el reginaexlibrislandazo que me planteo ahora dar es la colocación de una máquina expendedora de libros en la mismísima puerta de reginaexlibrislandia.

Eso, queridos, teniendo en cuenta que estaría operativa cuando la librería tuviera el cierre echado o, lo que es lo mismo, de noche y en fiestas de guardar.

La idea es estar para mis clientes en caso de emergencia bibliófila, aunque obviamente no de cuerpo presente.

El precio sería ligerísimamente superior que en tienda para cubrir el mantenimiento de la máquina, y en el aparatejo colocaría una selección de títulos (novedades, mis recomendaciones, los más vendidos en mis confines, etc)…

Así que, decidme, ¿compraríais libros en una máquina expendedora? ¿Pros? ¿Contras? ¿Os habéis topado alguna vez con alguna? ¿Qué pensásteis?

¿Cuánto ‘vale’ tu libro favorito?

En Italia han editado el libro más caro y más bello del mundo: Michelangelo. La dotta mano, que cuesta 100.000 euros. ¡100.000 euros! Casi se me sale el cafelito mediamañanero por las cuencas de los ojos, queridos, casi. Qué barbaridad.

Pese a todo como amanecí intrépida me atusé el pelucón y seguí leyendo:

Cada ejemplar mide 42 por 68 centímetros, pesa 24 kilos y su cubierta es un bajorrelieve en mármol de 3 cm que reproduce la ‘Madona de la Escalera’. El mármol fue extraído de las canteras de ‘il Polvaccio’, la preferida del artista. Captada por el fotógrafo Aurelio Amendola, la obra escultórica de Miguel Ángel está contrastada por los textos de la época del primer gran historiador del arte, Giorgio Vasari (1511-1574), a lo largo de las 264 páginas de papel barnizado opaco de 200 gramos producido por la Cartiere del Garda de Riva del Garda en Milán.Se realizará una tirada de un máximo de 99 ejemplares, y tiene una garantía de 500 años.

¿Tendría yo un libro así a la venta en reginaexlirbislandia? ¿Qué tipo de persona lo compraría y por qué? ¿Qué hace uno en su casa con un volumen semejante?

Acto seguido intuí la llamada de la Providencia Librera a la reflexión: Para los bibliófilos de corazón el precio de un libro poco o nada tiene que ver con su valor. Y si me apuráis tampoco influyen demasiado aspectos como la encuadernación o el papel. En un momento dado la diferencia entre una edición y otra obviamente marca su precio y su impacto visual. Pero de lo que hablamos ahora es de cómo un libro cualquiera adquiere un valor X para un lector Y, mientras que el precio incluso se olvida.

Porque mientras éste viene fijado por el mercado editorial, su valor es el crisol en el que se funden sensaciones, emociones, olores y recuerdos adheridos al ejemplar en cuestión. Cómo y dónde llegó a nosotros, en qué momento vital nos perdimos por entre sus páginas, qué mundos nos reveló…

Y, más aún, soy de quienes pienso que el valor que otorgamos a un libro es directamente proporcional a lo manoseado que esté: si está impoluto, lo leímos y poco más. Si da pena verlo, tiene hojas sueltas y alguna que otra nota al margen… es nuestro maestro, confidente y amigo.

Y para vosotros, queridos, ¿determina su precio el valor de un libro? ¿Cuál es el ejemplar más valioso de vuestra biblioteca, y cuál es su precio real? Si pudierais, ¿compraríais uno de los ejemplares de Michelangelo. La dotta mano?

«¿Y cómo es tan caro este libro, con la poca letra que tiene?»

Al peso,queridos, al peso. Hay quien cree que el precio de un libro debería fijarse en función del número de páginas y de la cantidad de palabras por página de cada ejemplar.

Menudencias como la calidad del papel, el tipo de letra, las costuras, la tinta, la encuadernación, la talla de la pluma que lo firma o incluso si es ilustrado o no son menudencias. Tantas palabras en tantas páginas a tantos euros. Y a correr.

Más o menos ése era el razonamiento de una buena señora que esta mañana me increpó con una pequeña gran joya en la mano. Se trataba de la maravillosa edición de bolsillo de El Festín de Babette de Isak Dinesen, editado por Nórdica Libros, con soberbias ilustraciones de Noemí Villamuza.

– Clienta: ¡Oiga, oiga! ¿Y cómo es tan caro este libro, con la poca letra que tiene?

– Regina: Hombre, porque es ilustrado y, por ejemplo, por el tipo de papel. ¡Tóquelo!

– C.: Ya, pero son unas 100 paginitas con letras gigantes ¡ y vale 16 euros!

– R.: Pero…

– C.: Y en cambio este otro (señala la edición de bolsillo de La Catedral del mar, de I. Falcones) que me trajo mi hijo el otro día tiene casi 700 páginas y vale 12 euros. ¡Usted me dirá…!

– R.: Pero, señora, es que el precio de los libros no se marca al peso. Depende de muchos factores. Por ejemplo ese que me trae es algo muy especial, por eso es ligeramente más caro que otros del mismo ‘tamaño’ que…

– C.: ¡Bobadas! Es un robo, eso es lo que es.

Y mientras mi sensibilidad librera se recobraba del mazazo la buena señora me dejó entrever su carrito de la compra, por el que asomaba mi inspiración regia materializada en naranjas, picotas y una lechuga.

Entonces yo ataqué sin piedad, pero con diplomacia:

– R.: Mírelo así, ¿por qué paga más por las picotas que por las naranjas, si éstas son más grandes?

– C: ¿Qué tendrá que ver la fruta con los libros? Una picota es una picota, y una naranja es una naranja.

Y se fue, pero eso mismo me hubiera gustado responderla: que cada libro es único.

Y vosotros, queridos, ¿escuchasteis algo semejante alguna vez?

NOTA DE REGINA: La siempre exquisita baronesa Karen Blixen, alias Isak Dinesen, dejó en El festín de Babette una de las piezas más hermosas y cautivadoras de la Literatura no sólo nórdica, sino universal.

En ella narra cómo a finales del S.XIX una emigrante francesa de oscuro pasado va a parar a una comunidad luterana afincada en una aldea de pescadores de la remota costa danesa para entrar a servir a las dos hermanas favoritas de la congregación. Tras catorce años de convivencia Babette sigue sin encajar, pero todo cambia cuando, para agradecerles su hospitalidad, decide invitarlos a todos a cenar porque más allá de un extraordinario banquete lo que les da es una lección de magistral de vida entre plato y plato. Un clásico.