Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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Un superventas llamado El Pollo Pepe

Jamás olvidaré la primera vez que me topé con El Pollo Pepe, un librito de apenas diez páginas con ilustraciones y pop-ups para niños de entre 1 y 3-4 años que me cautivó desde el instante en que lo hojeé.

Me lo enseñó hace tiempo una amiga librera que por aquel entonces ya llevaba dos décadas batallando entre anaqueles. Hablábamos de best sellers, de novelas ‘por encargo’, de cifras de ventas y de los entresijos del mercado del libro cuando, de pronto, con una mirada entre desafiante y pícara pero con la solemnidad de quien está a punto de revelar una información crucial, me soltó a bocajarro:

 

– Librera: Regina, ¿Quieres conocer al superventas más discreto y fiable de las librerías?- Regina: ¿Qué? ¿Cómo?

– L.: Mira, te presento a El Pollo Pepe, de SM. Un best seller que sin zarandajas mediáticas se vende como churros. Es adorable, a mi me encanta y, lo que es mejor, a los niños de hasta 5 e incluso 6 añitos les vuelve locos.

– R.: ¿Ja, ja, ja? ¡Mira qué portada tiene!

– L.: Verás, es la historia de el pollo Pepe: come y come y come y va creciendo. Pero, cógelo, es algo que tienes que ver.

 

– R.: ¡Ja, ja, ja! ¡Me encanta! Mírale ahí, espatarrado. ¡Ja, ja, ja!

– L.: Sí, es genial. Salió por primera vez a finales de los noventa con otro de un perrito que pasó desapercibido. Hoy comparte colección con La Cerda Clea, pero no parece tener el mismo magnetismo con los peques…

– R.: Es que por lo que veo El Pollo Pepe es mucho pollo Pepe, ¿no?

– L.: Sí, y no sólo es que el libro es una delicia, es que te puedo asegurar que, en su campo, le da cien vueltas a Stephen King y Ken Follet juntos. ¡Procura tenerlo siempre en reginaexlibrislandia!

 

Y ahí nos quedamos las dos, diseccionando un libro que, desde entonces, es uno de mis favoritos y que, como bien me advirtió mi amiga librera, se vende continuamente, por lo que siempre encontraréis entre cinco y diez ejemplares de El Pollo Pepe en mis confines.

Y aún os digo más, aunque este regio pelucón que os escribe no deja de recomendarlo, no debo ser la única pollopepeadicta, porque este mes la editorial lanza su novena edición y, agarraros queridos, de la octava que salió a la venta en mayo de 2008 se han vendido nada menos que 15.000 ejemplares.

Así que, ojito Larsson, Falcones, Follet, Ruíz Zafón y compañía del entramado editorial que El Pollo Pepe anda suelto por nuestras librerías y no sólo se hincha a comer trigo y cebada, sino también se está hartando de vender ejemplares en España… ¡literalmente!

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿conocíais al pollo Pepe? ¿Quién, cómo y cuándo os lo presentó? ¿Qué os parece? ¿Por qué no se da covertura mediática a este tipo de libros?

«Me rendí al tambor de Günter Grass»

Por muy escurridizo que resulte un lector, cuando un libro se propone ser leído por alguien lo logra. ¡Vaya si lo logra, queridos! Quizás tarde semanas, meses o incluso años, pero irremediablemente se materializa en sus manos, cautivándole.

Y no puede ser de otra manera, porque resulta que son los libros los que buscan a sus lectores, y no a la inversa. En dos años enterrada entre anaqueles lo he visto a diario. Observo cómo se aparean lector y ejemplar, y no deja de maravillarme ese delicioso don de los libros para emitir su señal silenciosa en el momento y lugar adecuados.

Pero la Providencia Librera también me ha demostrado que la cacería no siempre tiene lugar en una librería, en una biblioteca o en una casa. Un libro, si te busca, te encuentra. Y cuanto más te resistes más surrealista será el momento en el que haga de ti su presa.

Por ejemplo, un reginaexlibrislandiano asiduo me contaba hace unas horas cómo, tras años de empecinados desaires, finalmente no tuvo más remedio que leerse El tambor de Hojalata, de Günter Grass, una de las novelas más grandes y alegóricas de la literatura europea del SXX de cuya primera edición se cumplen ahora cincuenta años.

Y justo de eso, del aniversario y de una inminente reedición conmemorativa, hablábamos otro librero y yo cuando nos entró al quite mi buen amigo, mejor cliente y fantástico bibliófilo:

 

– Cliente: ¿Cómo? ¿Van a reeditar El tambor de hojalata?- Regina: Sí, por el cincuenta aniversario de su primera edición.

– Librero: ¿Ya? ¿Tanto? Uy, yo pensé que mucho era más reciente. ¿No es una especie de autobiografía novelada muy polémica?

– Regina: Querido, te confundes con Pelando la cebolla, que se publicó hace un par de años y en la que reconocía su oscuro pasado en las juventudes nazis.

– Cliente: Si, hombre, el otro marcó un hito. Mi historia con ese libro es curiosa.

– Librero: ¿Y eso?

– Cliente: Pues veréis, me echaba para atrás. Casa donde iba, casa en la que había un ejemplar y, para colmo, una novia que tuve estaba emperrada en que me lo leyera y me lo regaló. Luego mi hermana apareció con otro para mi unas navidades porque me pilló una época en que se puso de moda el dichoso librito y, para remate, un día me dieron otro ejemplar con un periódico, esta vez en inglés. Yo le fui dando largas, pero años después no me quedó más remedio que leérmelo, tal cual.

– Regina: ¿Por qué?

– Cliente: A finales de los noventa estaba tirado en un maldito aeropuerto estadounidense esperando un enlace que, para mi desesperación, se retrasó entre ocho y diez horas. No había restaurantes abiertos, ni periódicos ni nadie con quien charlar, y para colmo me estaba hinchando de café de máquina porque me aterraba quedarme dormido y perderme una llamada a mi vuelo. Agobiado, fui a un rincón y me senté, pero lo hice justo sobre un bulto. Cuando miré qué era casi me da algo: ¡un ejemplar en español de El tambor de hojalata perdido en el aeropuerto de Denver!

– Librero: ¿No jodas? ¿De quién era?

– Cliente: No sé, lo habían dejado allí tirado. Solté una carcajada histérica, lo hojeé y lo dejé en el asiento de al lado.

– Regina: ¿Lo abandonaste?

– Cliente: Sí… aunque tardé cero coma en recuperarlo. Fui a por otro café y me dije ‘bueno, mejor esto que mirar esa odiosa moqueta azul’. Y después me puse a leerlo y antes de darme cuenta habían pasado ocho horas y mi vuelo reapareció en el monitor de salidas. Me empapé más de la mitad del tirón, y la otra cayó antes de aterrizar en España.

– Librero: ¿Tan bueno es? A mi me impone un poco, la verdad. Es de esos ‘por leer’ sobre el que no termino de abalanzarme.

– Regina: Es impresionante, conmovedor, cínico, lúcido y cruel. A veces me pregunto cómo Günter Grass fue capaz de imaginar una alegoría tan demoledora de una realidad tan difícil de encajar. Una vez que Oskar Matzerath entra en tu vida ya no sale.

– Cliente: ¡Sí, ni él ni su tambor!

– Librero: Pero, ¿va de un tamborilero?

– Cliente: Más o menos. Verás, el día que un niño llamado Oskar cumple tres años marcará el resto de su existencia porque recibe su tambor de hojalata y porque decide que no va a crecer más.

– Librero: ¿Qué no cumplirá más años? ¡Anda, como mi madre! Solo que ella se detuvo a los 50…

– Regina: Ja, ja, ja. Sí, solo que Oskar lo hace para tratar de detener el tiempo como rechazo a un ambiente enrarecido política y socialmente. Date cuenta de que hablamos de Polonia y Alemania de Preguerra, justo cuando Hitler emprende su ascenso al poder. Una vez en la cumbre, vendrían la derrota polaca, la peste nazi en Europa, los exterminios, la Segunda Guerra Mundial, la derrota germana y, finalmente, la fragmentación de Alemania…

– Cliente: Total que, entre otras cosas, Oskar se pasó parte de la guerra en una banda de enanos que entretenía a los soldados tocando su tambor. Lo impactante del libro es descubrir esa parte de la historia desde la óptica de uno de esos seres que, según los nazis, no merecían vivir su propia vida: homosexuales, disminuídos, judíos, etc, mientras el resto de personas aún no ‘nazinizadas’ lo toleraban todo. Vamos, una crítica a la Alemania y a los alemanes de la época escrita por quien, de joven, fue reclutado por las juventudes hitlerianas.

– Librero: mmm, suena cuando menos interesante por el punto de vista, ¿no?

– Regina: Es tan imprevisible, demuestra una imaginación tan desmesurada que te desarma, la verdad.

– Librero: Pues nada, en cuanto llegue la reedición me adjudico un ejemplar.

– Cliente: Sí, no te arrepentirás. Yo, desde luego, jamás lo hice. Pero, ¿sabéis lo más curioso de todo?

– Regina: ¿Qué?

– Cliente: Que en el ejemplar de aquel aeropuerto, que estaba muy manoseado y lleno de lamparones pegajosos descubrí una dedicatoria que decía: «Donde vayas iré yo. Cuando llegues, te estaré esperando. Por siempre, Yo.»

– Librero: Ja, ja, ja, lo que no te pase a ti…

 

Horas después, mientras echaba el cierre regino me imaginaba a mi reginaexlibrilandiano asiduo una década más joven y a la deriva en un desangelado aeropuerto yankilandiano en plena noche. Visualicé cómo se topó con el ejemplar y hubiera dado mi pelucón por poderle ver la cara y, mejor aún, por haberle podido contemplar metido de lleno en El tambor de Hojalata

La historia de mi encuentro con el libro no es tan alucinante, pero os puedo asegurar que recuerdo su lectura como uno de los momentos bibliófilos más intensos de mi existencia lectora, palabra de Regina. Y sí, por suerte los ecos de Oskar aporreando su tambor aún resuenan en lo más recóndito de mi pelucón…

Para hacer boca a quienes aún no os lo leísteis os dejo imágenes de la maravillosa adaptación cinematográfica homónima realizada por Volker Schlöndorf en 1979, queobtuvo el Oscar de Hollywood a la mejor película extranjera:

 

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿leísteis El Tambor de hojalata? ¿Qué os pareció? ¿Y algo de Günter Grass? ¿Creéis vosotros que son los lectores los que buscan libros o pensáis que es a la inversa? ¿Os pasó algo similar a lo de mi cliente?

Borges y su Biblioteca de Babel

Si eres devoto de Borges sólo hay una cosa que puedes desear más que perderte por entre sus líneas: que el maestro te facilite su canon bibliófilo particular. Pues bien, él lo hizo, y hace apenas unas horas hablaba de ello con un reginaexlibrislandiano asiduo, que me preguntó:

 

Cliente: Oye, Regina, ¿Conoces una colección que llevó Borges en Siruela? Es que me gustaría completarla…

La historia es ésta: arrancaban los años 80 y la editorial Siruela propuso a Borges coordinar una colección de más de una treintena de títulos seleccionados y prologados por él.

Así nació uno de los tesoros bibliófilos más exquisitos y a día de hoy absurdamente inalcanzables de todos los tiempos: La Biblioteca de Babel, bautizada como el relato homónimo de Borges que hoy aparece recogido en Ficciones y que versa sobre una biblioteca infinita.

Con una edición impecable y unas ilustraciones maravillosas, los treinta y tres títulos salieron a la venta entre 1983 y 1987. Lamentablemente desde hace dos décadas es imposible hacerse con ejemplares sueltos en librerías como reginaexibrislandia, y en establecimientos de lance y en Internet alcanzan precios escandalosos.

Pero no desisto. Y así, inasequible al desaliento, un par de veces al año llamo a Siruela con la esperanza de recibir noticias de una inminente reedición. Hasta ahora sigo teniendo el NO por respuesta, pero en plena charleta con mi reginaexlibrislandiano sobre el tema tuve una revelación bibliófila:

 

– Cliente: Pues vaya, es una putada que se pierda…- Regina: Sí, y no ya sólo por la colección en sí con su edición original, sino porque es una auténtica guía de lectura borgiana.

– C.: ¡Anda, claro! ¿Quién mejor que Borges para sugerirte libros?

 

Así que aquí estoy, a punto de revelar los treinta y tres títulos elegidos por Jorge Luis Borges para su Biblioteca de Babel, misión a todas luces imposible de no haber sido por la inestimable labor de ‘Los Conseguidores’ de La Tercera Fundación, que en su día recopilaron las portadas y los textos de las contras de todos los títulos.

¿Listos? Pues allá vamos:

 

 

Las muertes concéntricas, Jack London; Venticinco agosto 1983 y otros cuentos (Borges y VVAA); El cardenal Napellus, Gustav Meyrink; Cuentos descorteses, León Bloy; El espejo que huye, G. Papini; El crimen de Lord Arthur Saville, Oscar Wilde; El convidado de las últimas fiestas, Villiers de l’Isle-Adam; El amigo de la muerte, Pedro Antonio de Alarcón; Bartleby, el escribiente, Herman Melville; Vathek, W. Beckford; La puerta en el muro, H.G. Wells; El invitado tigre, P’u Sung-Ling; La pirámide de fuego, Arthur Machen; La isla de las voces, R.L. Stevenson; El Ojo de Apolo, G.K.Chesterton; El diablo enamorado, Jacques Cazotte; El buitre, F. Kafka; La carta robada, E.A. Poe; La estatua de sal, Leopoldo Lugones; La casa de los deseos, Rudyard Kipling; Las mil y una noches según Galland; Las mil y una noches según Burton; Los amigos de los amigos, Henry James; Micromegas, Voltaire; Relatos científicos, Charles Hinton; El gran rostro de piedra, N. Hawthorne; El país del Yann, Lord Dunsany; La reticencia de Lady Anne, Saki; Cuentos rusos, Dostoievsky, Leon Tolstoi, Leonidas Andreiev; Cuentos argentinos, VVAA; Nuevos cuentos de bustos Domecq, Bioy Casares y Borges; Libro de sueños; Borges A-Z, Borges y A. Fernández Ferrer.

 

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿conocíais la existencia de La Biblioteca de Babel? ¿Cómo llegasteis a ella? ¿Os gusta Borges?

Como borgiana sugeriría a quienes aún no os habéis adentrado en el universo literario del genio argentino que empezarais por El Aleph, aunque hablando de Borges cualquier texto es soberbio, palabra de Regina.

Y como broche, homenaje y rareza hete aquí la primera de las diez partes de una mítica entrevista a Borges en TVE allá por 1976:

 

 

Si queréis ver toda la entrevista la encontraréis fraccionada en varios episodios desde aquí.

«A Kadaré éntrale por Abril Quebrado»

Me pilló el toro bibliófilo. Y como yo todo lo hago a lo grande el que me ha empitonado en mi propia plaza ha sido uno bien bravo. Sí, ni más ni menos que de la ganadería Premio Príncipe de Asturias.

Ahí lo tenéis: no leí nada de Ismael Kadaré. Una de mis eternas lecturas pendientes que, siguiendo la lógica de la atwodmanía que se desató el año pasado cuando Margaret Atwood se hizo con el galardón, empezarán a pedirme reginaexlibrislandianos asiduos y esporádicos en cualquier momento. A pedirme sus libros y, sobre todo, consejo y guía lectora para internarse en kadarelandia, que para eso estamos.

Así que así de agridulcemente recibía yo ayer la noticia de la concesión del Príncipe de las Letras 2009 al escritor albanés Ismail Kadaré…

 

 

 

Héteme aquí que horas después, mientras echaba el cierre regino hacía balance de la situación:

¿Lo bueno? En mis anaqueles tenía ejemplares de todas las novelas de Kadaré editadas en España por Alianza y Siruela, pese a lo cual pedí ‘refuerzos’.

¿Lo malo? No podía sugerir uno u otro título porque aún no me había zambullido en sus mares de letras. Y, claro, ¿por cuál empezar?

En cualquier caso y en lo tocante a Ismael Kadaré decidí despojarme de mi pelucón reginobibliófilo hasta no haber terminado dos o tres de sus novelas…

…Por suerte la Providencia Librera se apiadó de mi esta mañana cuando irrumpió en mis confines un reginaexlibrislandiano asiduo que ‘entró a matar’ con la espada-Kadaré:

 

– Cliente: Bueno, Regina, sabrás el notición de Kadaré, ¿no?- Regina: Sí, sí, lo leí ayer.

– C.: ¿Qué te parece?

– R.: Pues me abochorna reconocerlo, pero no le leí aún.

– C.: ¿No? ¡No jodas! ¡Ponte a ello, que es grande!

– R.: Si, si, pensaba hincarle el ojo esta misma noche.

– C.: ¿Te gustan Kafka, Dante, Homero y Borges?

– R.: Si, ¿por?

– C.: Pues coge algo de cada uno, añádele historias inesperadas y aderézalo con una disección brillante de los últimos 100 años en la Europa del Este. Ahí tienes a Kadaré

– R.: Sí, si, si era uno de mis ‘pendientes’, pe..-

– C.: Y, claro, si te abruma y no sabes por dónde empezar yo te diría que a Kadaré le entres por Abril Quebrado. Todas son grandes, pero para mí esa contiene su esencia y te meterá de lleno en su prosa. Aprenderás lo que es el Kanun y cómo a su sombra se desdibuja el destino de Gjorg, un joven atrapado en un baño de sangre y venganza entre familias. Y conocerás a Vorspi, un escritor que cree que puede contemplarlo todo sin salpicarse. Y, bueno, te darás un paseito por las entrañas de la Albania de entreguerras… Y como decía aquella: «Hasta aquí puedo leer…»

– R.: Pues mira, esta noche empiezo por Abril Quebrado.

– C.: Pues espero que tengas dos ejemplares…

– R.: ¿Por?

– C.: Porque vengo a llevarme uno para mi chica, que tampoco leyó nada de él…

 

Y se lo llevó y yo, que no tenía más, me veo obligada a esperar la llegada de una remesa de refuerzo Kadaré que pedí ayer, en cuanto me enteré de la noticia. Eso sí, hoy mi regino pelucón descansa en otra cabeza: la de mi querido reginaexlibrislandiano asiduo y devoto de Kadaré, ante quien me postro con humildad y gratitud.

Y vosotros, queridos, ¿leístes a Kadaré? ¿Recomendaríais Abril Quebrado? O si no, ¿por qué otra de sus novelas empezaríais?

«¿Algo de Larra? De cabeza a sus Artículos»

En un mundo bibliófilo ideal no harían falta reclamos para que la gente leyera a Larra, pero como la realidad al margen de los libros es bien distinta doy gracias a la Providencia Librera porque, en días como hoy, instigue a los medios a recordar y homenajear el bicentenario del nacimiento del referente del Romanticismo español, y maestro de la sátira periodística y los artículos de costumbres.

¿Por qué? Sencillo: no sólo anima a muchos a rescatar ese viejo volumen que lleva décadas acumulando polvo en casa, sino que la sacudida mediática pone a muchos de patitas en las librerías en busca de su ejemplar.

Creedme, no falla: hablan de Larra en prensa, radio, televisión o Internet y, ¡TACHÁN! a los escolares contrariados que llegan a mis confines en busca de lecturas obligadas por el profesor se suman reginaexlibrislandianos afectados de un inesperado y glorioso ‘apretón larriano’.

Llegan y, si son asiduos, me sueltan más o menos la misma petición a cambio de la que reciben idéntica sugerencia librera:

 

– Cliente: Estooo, Regina, una cosa- Regina: ¿Si? ¡Dime!

– C.: ¿Qué me leo de Larra?

– R.: ¿Algo de Larra? ¡de cabeza a sus artículos!

– C.: ¿Artículos?

– R.: Sí, querido, sus artículos de costumbres. Verás la España del XIX diseccionada en vívidas estampas cargaras de sátira pura… Rutinas, personajes, el movido patio político de la época, ¡todo!

– C.: Ya, pero, ¿eso no está muy pasado ya?

– R.: ¿Pasado? ¿Larra? ¡Para nada! Créeme si te digo que pocos artículos son tan absolutamente actuales como los de Larra.

Y aquí, si aún titubean, remato con mi estocada final: les planto delante unas octavillas que imprimí para la ocasión con un fragmento de Dos Palabras, el artículo que prologaba el primer número de El Pobrecito Hablador, la segunda de las publicaciones satíricas que sacó Larra allá por 1832.

Aquí os lo dejo:

 

«A nadie se ofenderá, al menos a sabiendas; de nadie bosquejaremos relatos; si algunas caricaturas por casualidad se parecieren a alguien, en lugar de corregir nosotros el retrato, aconsejamos al original que se corrija; en su mano estará, pues, que deje de parecérsele. Adoptamos por consiguiente con gusto toda la responsabilidad que conocemos del epíteto satíricos que nos hemos echado encima; sólo protestaremos que nuestra sátira nunca será personal, al paso que consideramos la sátira de los vicios, de las ridiculeces y de las cosas, útil, necesaria, y sobre todo muy divertida».

No sé cómo lo veréis, pero mi bibliofilia, mi pelucón y yo nos rendimos a los pies de Larra -alias Duende, alias Fígaro, alias Pobrecito Hablador, alias Bachiller Juan Pérez de Murguía, entro otros- el día que topamos con ese párrafo hace décadas. ¿Caben más lucidez, sátira, ironía y talento en menos líneas?

Y vosotros, queridos, ¿leísteis a Larra? ¿Os gustó? ¿Cómo llegasteis a él? Y si aún no lo habéis leído, ¿os animáis a hacerlo? ¿Tenéis algo suyo en vuestras bibliotecas?

¿Y si marco los libros que recomiendo?

El ser humano es, como la Rosa del epitafio de Rilke, contradicción pura y, claro, una no iba a ser menos por mucho pelucón ni corazón bibliófilo que tenga ni Providencia Librera que me ampare.

Porque, veréis, mientras me sigo planteando la opción de erradicar de mis confines las etiquetas adhesivas con los precios en mis libros resulta que me ha dado por ponerme a sopesar el colocar pegatinas en aquellas lecturas que recomiendo.

La idea me la disparó a bocajarro hace unas horas un reginaexlibrislandiano asiduo y, dado que no he encontrado casquillo alguno ni dejo de darle vueltas a la sugerencia, para mi que la bala se me ha acomodado en la masa gris.

En fin, que la cosa fue así, poco antes de mi tercer café mañanero y a punto de finalizar mi bacanal de papeleo diaria una voz amiga me sacudió a traición:

– Cliente: Oye, Regina, una cosa…- Regina: ¡Sí, claro, dime!

– C.: ¿Has pensado en poner pegatinas o algo así en los libros que recomiendas?

– R.: ¿Perdona?

– C.: Sí, que además de tu rincón de «Si te gusta X, prueba con Y» quizá podrías marcar con algún tipo de distintivo las lecturas que merecen la pena de todo eso que tienes desparramado por las mesas, ¿no crees?

– R: ¿Mmmmm, algo como «Regina recomienda»?

– C.: Pues sí, algo así. Lo vi en una librería en París el pasado fin de semana y me encantó…

– R.: Hombre, no parece mala idea, aunque lo que me chirría es lo de las pegatinas. ¿O ya te olvidaste que sigo con eso de plantar lectores de códigos de barras por la librería y acabar con las malditas etiquetas?

– C.: Sí, ya, pero… no sé, Regina, yo cuando lo vi, ya te digo, me gustó mucho

– R.: Pero quizás algún otro distintivo, no sé…

En ese momento le vibró el bolsillo y se esfumó para atender una urgencia, dejándome a mi con la duda enquistada en el pelucón.

Y vosotros, queridos, ¿cómo veis eso de que marque con alguna pegatina o similar esos títulos que recomiendo? ¿Os molestaría como clientes? ¿Lo veis práctico? ¿Se os ocurre alguna otra manera de ‘marcar’ esos libros sin recurrir a los adhesivos?

¿Puede un libro aterrorizarte?

Si no me hubieran dicho que es imposible pasar miedo leyendo quizá no me hubiera decidido a montar una mesa temática por Halloween en reginaexlibrislandia.

Pero me lo dijeron, así que aquí estoy, queridos, manos a la obra, repasando algunos de los títulos cuya lectura me puso en su noche el pelucón de punta y los nervios de verbena.

Y de paso, para quienes huyáis como de la peste de codearos con réplicas caseras de seres de ultratumba y optéis por pasar una velada de difuntos literaria, quizá os sirva alguna de mis trece sugerencias tomadas de aquí y de allá por este vasto mar de letras en que navegamos.

Allá van:

Déjame entrar, John Ajvide Lindqvist

Oskar, un niño solitario y triste que vive en los suburbios de Estocolmo, colecciona recortes de prensa sobre asesinatos violentos. Una noche conoce a Eli, su nueva vecina, una misteriosa niña que nunca tiene frío, despide un olor extraño y vive con un hombresiniestro. Oskar se siente fascinado por Eli y se hacen inseparables, mientras una serie de crímenes y sucesos extraños hace sospechar a la policía local de la presencia de un asesino en serie. Nada más lejos de la realidad.

It, de Stephen King.

¿Quién o qué mutila y mata a los niños de un pueblo norteamericano? Cada 27 años el horror adopta la forma de payaso siniestro que vuelve a Derry para saciar su apetito y dejar su macabro rastro de cadáveres desmembrados.¿Podrán acabar con él o la pesadilla renacerá por siempre?

El Exorcista, de William P. Blatty

A partir de un hecho real ocurrido en los años cuarenta, Blatty perfila a Reagan, una niña que sufre terribles transformaciones físicas y psicológicas. Frente al desconcierto de médicos y psicólogos, la posesión demoníaca como causa y el exorcismo como cura pronto devienen en las claves de una de las tramas más escalofriantes de todos los tiempos.

Cuentos de amor de locura y de muerte, de Horacio Quiroga

Maestro del relato breve y virtuoso del terror, la locura, la muerte y las situaciones límite como temas, Quiroga siluetea personajes y situaciones cargados de demencia, remordimientos y pasión que aguardan, como bestias espectrales en la noche, el momento adecuado para propinar el zarpazo letal al indefenso lector.

Carmilla, Sheridan Le Fanu.

Cargado de sensualidad, cuenta cómo una fascinante y ambigua mujer seduce a una joven confinada en su castillo, mientras una misteriosa plaga siembra la muerte de las campesinas más bellas de la región, que aparecen desangradas. Carmilla no sólo forjó el arquetipo femenino de la vampira en la literatura, sino que fue precedente y sustrato del Drácula de Stoker.

Cuentos, Edgar Allan Poe.

Las más altas cimas del lirismo, el horror gótico y el refinamiento literario llevan la firma de quien, con sus relatos, abrió una nueva dimensión en el género. Aparecidas, vampiros, enormes gatos negros, mansiones encantadas, asesinatos, pasadizos, venenos y extrañas dolencias pueblan las criaturas literarias de un Poe que sobrecoge e inquieta hasta en relecturas.

American Psycho, Brett Easton Ellis.

Autocomplaciente, soberbio y ambicioso, el protagonista encarna la crítica feroz de Easton Ellis a la raza de triunfadores urbanos de la América los ochenta. Patrick Bateman, aburrido, insaciable, corroído por la envidia y amparado por su estatus de privilegio, es capaz de violar, torturar y despedazar a una mujer sobre el lujoso mármol de su loft de diseño sin pestañear. Cuando la sangre despierta al psicópata que dormía en el yuppie, ya nada puede detenerle. Advertencia: no recomendado para lectores sensibles.

Narraciones, H P Lovecraft.

Fabuloso creador de horrores cósmicos que asustan al propio miedo, de arquitecturas oníricas y seres híbridos que hoy no son, pero que podrían llegar a ser, Lovecraft tiene el don de intrigar al lector más allá del final del relato. Cualquiera de sus narraciones son un viaje sin retorno hacia la dimensión del miedo cósmico, del terror de los espacios infinitos.

La cámara oscura, de Peter Straub.

Una escritora vive al borde de una crisis nerviosa desde que fantasmas de su pasado irrumpen en su presente, perturbándola hasta el delirio. Entre todas las apariciones, las más aterradoras son las de su hija y su primer marido, muertos años atrás, que la fuerzan a abandonar la casa familiar. Fantasía y realidad se entrecruzan en un relato no apto para cardíacos.

Leyendas, de Bécquer.

Nadie que se haya metido en las líneas de «El rayo de luna», «El monte de las ánimas» o «La mano», por citar tres, pondría en duda el don del genio romántico para sobrecoger, inquietar y aterrar sin recurrir a baños de sangre, vísceras, cuchillos jamoneros ni asesinos en serie. Unas cuantas frases bien puestas y cargadas de Bécquer y al lector le tiembla hasta la campanilla.

Drácula, de Bram Stoker.

Obra trascendental de la literatura gótica que abrió un nuevo camino en la novela de terror y que instauró la figura del aristócrata transilvano como arquetipo del mal y modelo de seducción perversa. Y una revelación: la sangre es la vida.

La condesa sangrienta, de Valentine Penrose.

Cautivada por los ojos dementes, la perversión sexual y la crueldad sin límites de la condesa Báthory, Penrose reconstruye la espeluznante rutina de quiene8 torturó, violó y desangró a más de 650 vírgenes, con técnicas y utensilios que ella ideó. Advertencia: las descripciones son tan vívidas que hay quien no franquea al punto y final.

The Ring, Koji Suzuki

Terror nipón en estado puro: el visionado de una cinta de vídeo con posterior recepción de una llamada telefónica es una sentencia de muerte a semana vista si eres un estudiante japonés. Las víctimas no presentan signos de violencia, pero su rictus aparece congelado en una mueca de terror absoluto. ¿Qué fuerza demoníaca mueve los hilos de este macabro baile en círculo?

Y vosotros, queridos, decidme: ¿con qué lectura os tembló hasta la campanilla? ¿Hay algún libro que no hayáis podido terminar por ser demasiado aterrador? ¿Cuál recomendaríais para una velada de halloween entre líneas?

¿Y por qué La elegancia del erizo?

Mi pelucón y yo llevamos horas en ‘modo peonza’, dándole vueltas y más vueltas a un reginaexlibrislandazo que hemos dado esta mañana.

El miedo a haber patinado en la elección de una sugerencia bibliófila nos tiene total y absolutamente paralizadas, con la mirada fija en la nada y disparándole al vacío la misma frase, como si en lugar de boca tuviéramos una escopeta de repetición y necesitáramos vaciar el cargador a toda costa:

¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo? ¿Y por qué La elegancia del erizo?…

Ha sido otro de mis libreros el que se ha decidido a arrancarme de mi estado de flagelación mántico-librera:

– Librero: ¿Regina? ¡OYE, RE-GI-NAA!- Regina: ¿Qué, qué, QUEEEEEEEE?

– L.: ¿Te pasa algo? Llevas ahí un rato, farfullando algo de un erizo. Cualquiera que te vea te toma por chiflada.

– R.: Es que no se me va de la cabeza, no se me va, ¿te lo puedes creer?

– L.: ¿El qué?

– R.: Pues esta mañana, que ha venido una chica con ojos llorosos a pedirme un libro.

– L.: ¿Y?

– R.: Me dijo que no era para ella, sino para un primo suyo que tiene leucemia y que esta tarde se internaba para someterse a un tratamiento. No sabía qué libro llevarle, a ella no le gustaba mucho leer, pero por lo visto a él si.

– L.: Vaya. ¿Y te dijo algo más?

– R.: Que le dijera uno yo, que no podía pensar. Me contó que como su primo sí lee no quería algo ‘muy bestseller’, y tampoco algo que le hundiera. Literalmente me dijo: ‘algo divertido, oh, bueno, irónico. Juan es muy irónico. Y profundo.’

– L.: Bueno, ¿y qué le diste?

– R.: Pues La elegancia del erizo, de Muriel Barbery. No sé por qué, sólo podía pensar en él. Otras veces se me ocurren varios y dejo que la otra persona opine, pero ésta vez no sé por qué lo único que veía cuando volvía la mirada hacia adentro era La elegancia del erizo.

– L.: ¿Y se lo llevó?

– R.: Si. Pero antes me preguntó: ¿crees de veras que a él le gustará, que le irá bien ahora?

– L.: ¿Y qué respondiste?

– R.: Que sí, que creía de veras que, por lo que ella me había dicho, era el libro adecuado para su primo.

– L.: Entonces, ¿cuál es el problema?

– R.: No sé, estaba muy segura. Pero fue irse ella y a mi se me agrietó el firme suelo librero sobre el que suelo corretear. Me aterra que no le guste o que no sea el libro adecuado para su estado anímico, que si está en un precario equilibrio emocional una lectura inadecuada le remate…

– L.: Regina, eso no está en tu mano. Tú has hecho lo que has podido y con la mejor intención, ¿no?

– R.: Si

– L.: ¡Pues ya está!

Decidí sacudirme la inquietud espiritual moviendo unas cuantas cajas.

Mientras lo hacía reflexioné sobre el fenómeno de La elegancia del erizo, una de las lecturas que más me ha impresionado en los últimos dos años y que, por suerte, sigue circulando sin cesar y por obra y gracia del ‘boca a boca’ y del ‘ojo al ojo’, que es como llamo yo al fenómeno de recomendación silenciosa y anónima vía ver un desconocido enfrascado en la novelita en cuestión.

Y vosotros, queridos, ¿leísteis La elegancia del erizo? ¿Cómo llegasteis a ella? ¿Qué lectura le hubierais sugerido a la chica? ¿Acerté? ¿Patiné?

NOTA DE REGINA EXLIBRIS: El gran milagro de la Literatura se agazapa como en pocas en La elegancia del erizo, una novelita de esas que te cauteriza la melancolía y te cautiva a golpes de ironía, ternura, humor y píldoras sobre el amor, la sociedad, la amistad, el Arte y la felicidad. Sus dos protagonistas, la portera de un edificio del París burgués y la niña superdotada de uno de los apartamentos, diseccionan su entorno mientras se empeñan en pasar inadvertidas para el resto del mundo, hasta que aparece un nuevo vecino que desencadenará la catarsis espiritual de estas dos almas gemelas. Muriel Barbery teje una trama maravillosa y tremendamente divertida, cargada de esas verdades veladas que todos miramos pero que sólo algunos ven a la que vuelves una y otra vez con la certeza de una sonrisa y el temor del inevitable punto y final. Conmovedora y deliciosamente inesperada.

«¿Tiene novelas sobre corredores?»

Qué cosas tiene esta Providencia Librera que me ampara, me fustiga y me guía por estos mares de letras, lomos y baldas.

Resulta que andaba yo correteando por reginaexlibrislandia para hacerle hueco a La media distancia, la novela de Alejandro Gándara, que Alfaguara reedita dieciocho años después de su publicación, cuando una señora de mediana edad me frenó en seco:

– Clienta: Buenos días

– Regina: Buenos días, ¿puedo ayudarla?

– C.: Igual sí, ¿tienes novelas sobre corredores?

– R.: ¡Uy, pues justo ésta que tengo en la mano!

– C.: ¿Cuál es?

– R.: La media distancia, de Alejandro Gándara. Me ha llegado esta mañana, porque aunque es de 1990 la acaban de reeditar…

– C.: ¿Y de qué va?

– R.: Pues la verdad es que yo solo llevo unas páginas, pero podemos echar un vistazo a la contraportada. A ver, escuche:

«Un corredor de 1.500 metros conocido como el Charro llega a Madrid procedente de Salamanca, fichado por un equipo de la capital, aunque sus días de triunfo parecen haber iniciado un lento declive. Su propia vida da la impresión de estar también bajando peldaños. Ante la mirada del narrador discurre el mundo de la España de los años 70, un tiempo a medio camino de todo, el del pasado del protagonista intentando explicarse o buscar algo de luz.»

– C.: Sí, algo así es lo que busco. Es para mi ahijado, que es un loco del correr, pero quiero que lea. Sé que tiene libros técnicos, pero quiero que lea novelas. ¿Y sabe de alguna más? – R.: Que yo conozca está La soledad del corredor de fondo, de Alan Sillitoe.

– C.: ¿Y está bien?

– R.: Es fabulosa, pero no es novela, son relatos cargados de denuncia y de realismo social, ambientados en la Inglaterra marginal de la segunda mitad del SXX. El primero, que es el que da título al libro, es una maravilla. Va de un adolescente rebelde que meten en un reformatorio por robar en una panadería. Una vez allí, le ofrecen la opción de redimirse a través del atletismo, de una carrera de fondo, pero es una forma de venderse al mismo sistema que lo excluye y lo margina. Es fabuloso.

– C.: ¿Y lo tiene aquí?

– R.: Sí, es éste.

– C.: Pues me llevo los dos.

Y se los llevó.

Si hubiera venido un día antes lo más seguro es que no hubiera podido ayudarla: aún no habría tenido ejemplares de la novela de Gándara en reginaexlibrislandia y fue justo al sacarlos de la caja cuando, de sopetón, recordé el librito de Sillitoe, que por cierto sí cuenta con una versión cinematográfica a su altura, filmada por Tony Richardson, en 1962.

Va el trailer de The Loneliness of the Long Distance Runner:

Y vosotros, queridos, ¿recordáis alguna novela protagonizada por corredores?

Como broche una cita de La media distancia, de Gándara, que, por cierto, me está encantando:

«Había vivido como había corrido, por la fuerza de la costumbre.»

¿Lees libros de Foster Wallace sólo porque ha muerto?

A veces resulta odioso tener razón en algo. Veréis, hace dos o tres semanas uno de mis libreros me preguntaba sobre mi fórmula magistral para tener bien abastecidas las baldas de reginaexlibrislandia, y yo, naturalmente, le respondí:

– Regina: Verás, lo primero es hacerte con el fondo, que viene a ser como el alma de tu librería. Ahí es donde tendrás que volcarte y jamás olvidar que lo que manejas es un ente vivo, y que,como tal, necesita continuas atenciones. El resto es sencillo: no desesperar ante los tsunamis de novedades que escupe semanalmente la maquinaria editorial y seleccionar sólo aquello que intuyes que tus clientes esperan encontrar cuando se adentran en nuestros confines.- Librero 2: Pero, Regina, ¡que no somos videntes ni frotamos bolas de cristal!

– R.: Ay, obviamente ni somos videntes ni tenemos bolas de cristal sobre el tapete, querido, pero tenemos un soberbio par de globos oculares y la obligación librera de ser tremendamente observadores. Y, por supuesto, tenemos que estar al quite de cuanto publican los medios. Libro que aparece en prensa, radio, televisión y, como no, Internet, libro que vendrán a pedirte. ¡No falla!

– L.: Sí, la verdad es que sí que vienen pidiendo lo que sale en la prensa.

– R.: Y, por supuesto, si se otroga un premio literario o si algún autor muere o protagoniza un escándalo ten por seguro que sus libros se venderán.

– L.: Hombre, en lo de los premios no te quito la razón. Fue llevarse Margaret Atwood el Premio Príncipe de Asturias y empezar a vender sus libros a la velocidad de la luz. Pero lo de las muertes…

– R.: Que sí, hombre de poca fe, que sí, que no falla. Empieza a salir en los medios, la gente habla de él o de ella y ¡TA-CHAN! la maquinaria editorial se activa.

Ahí quedó la cosa aquel día porque echamos el cierre.

Pero cuando hoy he regresado a mis confines tras unos días de ausencia forzosa a Librero 2 al borde del colapso y con la venas de las sienes como morcillones de burgos:

– Librero 2: Ay, Regina, cuánta razón tenías- Regina: ¿De qué me hablas? ¿Ha pasado algo?

– L2.: Pues que la semana pasada se ahorcó David Foster Wallace y en tres días vendimos todo lo que teníamos de él: 3 ejemplares de Hablemos de langostas, otros 3 de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y uno de cada de La niña del pelo raro, Entrevistas breves con hombres repulsivos y Extinción. ¡Menos mal que los teníamos!

– R.: ¡Ah, si! Contaba con ello. Antes de irme pedí a Random House los títulos de David Foster Wallace que nos faltaban, porque ellos lo editan en tapa dura y en bolsillo con Mondadori y DeBolsillo. Y, por cierto, hay que seguir reponiéndolos porque el goteo no ha hecho nada más que empezar.

– L2: ¡Pero me parece tremendo!

Razón no le falta al muchacho. Es tremendo, pero es. De hecho entre vosotros hay quien lo ha buscado estos días y sin éxito en librerías… (¿verdad Drustanus Execratum, querido?)

Aunque si focalizo todo el positivismo que me cabe en el pelucón sobre la anécdota os diré que en este caso quienes realmente se benefician de la tragedia son los lectores que, por fin, se acercan a la literatura de uno de los enfants terribles más brillantes, demoledores y clarividentes de las letras norteamericanas contemporáneas.

Venenoso, tierno, brutal, profunfo, hilarante, desconcertantemente ingenioso, preciso en sus descripciones y con una especial fijación por estampar sobre el papel la vacuidad del American Way of Life, Foster Wallas deja en sus novelas, relatos y ensayos una lección magistral de aquel genero de ‘no ficción’ que inventaran Truman Capote, Tom Wolfe y Norman Mailer.

Para quienes aún no leísteis nada de David Foster Wallas va mi regia sugerencia: haceros con un ejemplar de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.

Es una de esas pequeñas maravillas gloriosamente inesperadas que se devoran con avidez, y uno de esos títulos que recomiendas a tu mejor amigo lector. Sin duda, el amigo David fue coherente con su manera de entender la buena literatura:

«Lo esencial es la emoción. La escritura tiene que estar viva, y aunque no sé cómo explicarlo, se trata de algo muy sencillo: desde los griegos, la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago. Lo demás no sirve para nada».

Y vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, ¿conocíais los libros de Foster Wallace? ¿Os gustan? Quienes no habíais leído nada de él, ¿pensasteis en leerle tras enteraros de su suicidio? ¿Habéis descubierto alguna vez la obra de un escritor a raíz de su muerte?