Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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Y que viva Valdemar por traerme de vuelta a la mejor Hester Prynne

Todos llevamos personajes tatuados en la bibliofilia.

(La letra escarlata, 1955 / Hollywood Pictures)

(La letra escarlata, 1995 / Hollywood Pictures)

Por alguna razón algunas de esas criaturas de tinta y ficción trascendieron las páginas del libro que habitaban para instalarse de una forma sutil pero definitiva bajo tu piel de lector. Quizá la Providencia Librera determinó ese vínculo antes incluso de que su autor les diera forma y trama, o puede que esa conexión se alimente de anhelos, soledades, miedos y fobias a las que el personaje da cuerpo y voz. Lo que está claro es que, una vez esas criaturas irrumpen en tu existencia, tú no vuelves a ser el mismo.

Aún recuerdo el momento en el que tomé conciencia de esta realidad libresca. Fue después de que Nathaniel Hawthorne me lanzara un obús llamado Hester Prynne. Acabé La letra escarlata y, pese a que logré sobreponerme al impacto de una trama vertiginosa, diabólica y demoledora, supe que algo había cambiado en mi para siempre.

Puede que el hecho de que se tratara de la mujer marcada y libre por excelencia de la historia de la literatura me forzara esta bibliorevelación, no nos vamos a engañar. Pero la cuestión es que, si me friccionáis el antebrazo y sois bibliófagos, veréis cómo emerge la silueta de una mujer enlutada con un bebé en brazos, el ademán desafiante y una «A» de color escarlata y oro cosida a la pechera. «A» de adúltera, según los cánones de la ultrapuritana norteamérica del SXVII. Aunque en esa «A» yo viera y vea Irreverencia, Valentía, Independencia, Coherencia, Fidelidad a sí misma y una fuerza interior absolutamente inasequible al fanatismo o la hipocresía.

El caso es que su presencia en mi es tan poderosa que pocos reginaexlibrislancianos desconocen mi hesterprynnemanía. También es cierto que no reprimo mis instintos y a la primera de cambio me metamorfoseo en Hester Prynne, ya sea para prescribirla en mis confines a mansalva o como disfraz de halloween, de carnaval o de la festividad que sea. Y hoy no ha sido menos, pero es que la ocasión lo merecía.

Estábamos uno de mis libreros y yo reorganizando las reposiciones de stock y el papeleo cuando, tras leer un e-mail y para sorpresa de mi compañero, PLAF, me he transformado en Hester Prynne sin preaviso, a saber: pelucón recogido a presión en moño, tocado blanco, vestido negro azabache hasta los tobillos con una letra A roja en el pecho, y un muñeco-bebé en los brazos.

(La letra escarlata, 1955 / Hollywood Pictures)

(La letra escarlata, 1995 / Hollywood Pictures)

Su reacción no se hico esperar:

Librero: ¿PERO QUÉ DEMONIOS..? ¿SE PUEDE SABER QUÉ HACES, REGINA?

Regina: ¡SÍ, SI, SIIIIIIIIIII!

Librero: ¿Regina?

Regina: (versionando la canción de la película ¿Quién teme a Virginia Wollf?) ¿Quién teme a Hester Prynne, Hester Prynne, Hesssster Prynne? ¿Quién teme a Hester Prynne, Hester Prynne, Hesssster Prynne? ¡La, lara, lalaaaaaa!

Librero: ¡VALE! Ya has montado el numerito. ¿Me vas a contar a qué viene?

Regina: ¿Ves aquella balda? ¿Ves un hueco junto a La casa de los Siete tejados?

Librero: ¿Al lado de La letra escarlata, en Penguin Random House?

Regina: ¡Síiiiiii! ¿No ves que falta -y que lleva faltando demasiado tiempo- la edición de Valdemar en tapa dura?

Librero: Pero, ¿de qué título?

Regina: ¿Es que estás ciego? Vamos a ver, ¿de qué voy vestida, querido?

Librero: De la de La letra escarlata, ¿no?

Regina: De Hester Prynne. Voy de HESTER PRYNNE.

Librero: Sí, pero que no te sigo del todo

Regina: Que los de Valdemar van a reeditarla… ¡YA!

Librero: ¡Ahhh, joder, Regina!

Regina: Sí, en mi nada volvió a ser igual después de abalanzarme alegremente al ejemplar en su día editado por Valdemar en su colección Gótica de tapa dura. Esa que me dejó en su día esa balda que ves mellada, cuando al pedir reposiciones dejaron de llegar a mis confines. ¡ñiiii! PEEEERO pronto volverán con mamá. ¿Quién teme a Hester Prynne, Hester Prynne, Hesssster Prynne?

Librero: Madre mía, Regina, estás para que te aten. «T» de TARADA te voy a poner yo, pero en la chepa. ¡Jajajajaja!

(La letra escarlata, 1955 / Hollywood Pictures)

(La letra escarlata, 1995 / Hollywood Pictures)

Regina: Ay, querido. Más te valdría seguir el consejo de Nathaniel Hawthorne: «Tenemos que volver a aprender el arte olvidado de la alegría». Porque menudo bibliosieso estás tú hecho.

Librero: Bueno, a ver, que es una buena noticia lo de la reedición de La letra escarlata en Valdemar. Pero tampoco es que sea un libro ni un personaje que irradie buen rollito, ¿no? Porque menudo dramita siniestro.

Regina: ¿Cómo? En cuanto venga la remesa te lo relees. Sí, es demoledor y trágico. Pero ahí, debajo de esa enorme A de Adúltera, tienes el germen de la Independencia. Simboliza, más allá de la silueta de una mujer excepcional y apasionada, el nacimiento de un carácter capaz de rebelarse contra el ultrapuritanismo que tan profundamente marcó el sino de la nación emergente. De no haberse dado ese tipo de rebeldía, ¿qué hubiera sido del resto? Y mira que aún quedan coletazos con peinado indescriptible sueltos por el país, pero… podría haber sido incluso PEOR.

Librero: Ah, buena lectura. Visto así también, claro.

Regina: Por no hablar de la culpa como detonante del comportamiento de los tres personajes sobre los que pivota la trama: Hester Prynne, El reverendo Dimmesdale y Roger Chillingworth. Y si me apuras incluso el de Pearl Prynne, la semillita del pecado. ¡Es brutal! Cómo un único instante dispara en direcciones diferentes los destinos de los cuatro implicados. Meterte en sus pellejos.Es como romper en la primera jugada de una partida de billar americano.

Librero: Vale, vale. Me has picado. Me lo voy a releer. Pero, ¿hasta cuándo vas a pasearte así por la librería?

Al final hasta que no eché el cierre no me deshesterprynnicé. Estaba demasiado agradecida a Valdemar y a la Providencia Librera por la inminente reedición y pensando en cómo recibiría al «ejemplar pródigo» como para cambiarme. Sin duda un novelón de órdago con una gran edición a la medida de un PERSONAJE con mayúsculas. Regina ExLibris dixit.

NOTA DE REGINA EXLIBRIS

La letra escarlata

La letra escarlata

Con La letra escarlata Nathaniel Hawthorne alcanzó una de las cimas de la literatura del siglo XIX. En la ultrapuritana Nueva Inglaterra del siglo XVII, la irreverente Hester Prynne es objeto del escarnio público por haber engendrado un bebé con su marido ausente, y obligada a llevar bordada y visible una “A” de “adúltera color escarlata. Mientras tanto, su amante secreto, un reverendo devorado por la culpa y la pasión, es digno de la estima general, un ser perverso y vengativo maquina contra ellos sembrando la discordia y los prejuicios, y la pequeña semilla del pecado va creciendo (¿sin secuelas?) en ese ambiente hostil. Una trama poderosa que te engancha a los turbulentos y sinuosos destinos de sus protagonistas. Regia novela y maravilloso personaje el de una Hester Prynne tan fuerte como indómita que afronta un presente atroz con una dignidad inquebrantable sobre el tapiz de una época con más sombras que luces. Uno de esos libros que, sin duda, deberían leerse más de una vez en la vida. Soberbia.

El bit que habito (vuelve Regina ExLibris)

Reginaexlibrislandianos del mundo, he vuelto.

Durante años diseccioné mi día a día entre anaqueles mientras aprendía el oficio de librera, y post a post caísteis en mi red de libros por leer. Pero un buen día eché el cierre de Reginaexlibrislandia y me esfumé. Se acabó. Sin un adiós, sin una nota y, más preocupante aún, sin una última recomendación. Nada. Adiós a Regina ExLibris

Pero, ¿Qué me ocurrió en enero de 2010? Os lo cuento rápido con ayuda de Almodóvar y de Thierry Jonquet, que ya sabéis que si no hablo en términos de referencias literarias y de celuloide ardo por combustión espontánea.

Por aquel entonces alboreaba el sector del libro digital, y con más recelos que curiosidad fui a unas jornadas. ¿Quién demonios me iba a decir a mi que ese lapso suelta entre gurús, plataformas y tecnologías terminarían conmigo encerrada en un sótano lleno de cables, instrumental quirúrjico y prototipos de dispositivos de lectura, sin un puñetero libro en papel que llevarme a los ojos?

La piel que habito

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

Pues así fue. Un fundamentalista de la ciberlectura decidió que, como los editores ignoraban su mensaje papel-apocalíptico, su mejor baza era convertir a un librero en su profeta digital a medida. Y como no encontró mejor lugar para buscar víctima que la cafetería del evento allá que me pilló a mi, Regina ExLibris, con la guardia baja y hasta las cejas de cafeína.

Total, que he pasado siete años de encierro sometida a un pulso agotador: él emperrado en convertirme en un prototipo de librera digital, y yo erre que erre que Regina ExLibris es más pro-imprenta que Gutenberg. Y mientras él no ha escatimado en terapias invasivas ni cirujías de implantación de microchips y vete tú a saber qué más ardides para «digitalizarme«, yo he sobrevivido como buenamente he podido.

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

La piel que habito (Warner Bros. /El Deseo)

Porque lejos de rendirme yo me dije: Reina, cualquier día a éste mamarracho se le va la mano y te fríe el cerebro, así que lo mejor es adoptar el modo alerta máxima del glorioso tigre de  Elías Canetti en Libro de los muertos:

«El ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación».

Y, por fin, ese momento llegó y me liberé. Pero eso es otra historia. Ahora lo importante es que yo, Regina ExLibris, he vuelto. Cargadita de secuelas y de traumas, eso sí. Tantos que lo más terapéutico para todos es que por ahora me desdoble en dos libreras: la analógica y la digital. Al menos hasta que logre unificar ambas facetas sin masacrarme en el intento.

Así que por el día seré la Regina Exlibris de siempre, con mi querencia a la cafeína, mis delirios antropológicos y esta obsesión enfermiza por alimentar la bibliofilia de cualquiera que se me ponga a tiro en Reginaexlibrislandia.

Pero al echar el cierre me travestiré en iRegina para soltar a la librera digital que me han inoculado a la fuerza y tratar de conciliar ambos mundos silueteándome bit a bit y con vuestra ayuda la versión digital de Reginaexlibrislandia.

Porque, total, si lo mío es dar de leer ¡qué más da el formato! El quid, queridos, es cómo hacerlo. ¿O no? ¿Quienes de vosotros, reginaexlibrislandianos de pro, a estas alturas no habéis pecado en digital en mayor o menor grado?

NOTA DE REGINA:

Si buscas emociones bibliófilas intensas deja lo que tengas entre manos y hazte con Tarántula, de Thierry Jonquet. Esas poco más de 130 páginas te colocan en una guillotina para dejar caer sobre tu nuca una enorme cuchilla de una aleación de acero, horror, sadismo, amor, sexo y venganza. Te aseguro que al llegar al final tu cabeza reposará en un saco con una mueca bobalicona congelada para la posteridad. 

Tarántula, de Thierry Jonquet

Tarántula, de Thierry Jonquet

En ella un delincuente cuyo mejor amigo lleva años desaparecido cree que la vía de escape para sus problemas es pasar por las manos de un brillante cirujano plástico local. Lo que no sabe es que su «salvador» es un ser corroído por una obsesiva sed de venganza, que alterna su tiempo con su hija enferma mental y con una sinuosa mujer fatal, a la que adora y humilla según el día. Si eso ya es un campo minado, pronto emergerá otra voz en la narración: la del amigo desaparecido, recluido y vejado sistemáticamente en un oscuro sótano por alguien que se hace llamar Tarántula. Vertebrada en tres partes y con un uso magistral de cuatro voces narrativas, la trama se precipita a velocidad de crucero hasta un final tan inesperado como demoledor. Esta Tarántula literaria es uno de los artefactos narrativos más inquietantes, siniestros, elegantes y retorcidos que puedas encontrar entre anaqueles. Almodóvar adquirió los derechos y filmó La piel que habito, su particular versión.