Reflexiones de una librera Reflexiones de una librera

Reflexiones de una librera
actualizada y decidida a interactuar
con el prójimo a librazos,
ya sea entre anaqueles o travestida
en iRegina, su réplica digital

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«¿Y el libro por el que ponen candados en un puente?»

Bajo la piel de un buen librero deben cohabitar un detective, un psicólogo, un antropólogo y, por supuesto, un bibliófilo nato. Sí, somos lo más parecido a una matrioska de biblioteca que os podáis imaginar, queridos.

Solo así se entiende que, cuando la Providencia Librera pone en reginaexlibrislandia un reto en forma de cliente con peticiones surrealistas, salgamos airosos del apuro.

Ni mis libreros ni yo sabemos el secreto, pero la experiencia entre baldas nos enseña a diario que ante esas situaciones de presión librera se nos agudizan el oficio, el ingenio y el instinto, y no paramos hasta dar con el codiciado título, por muy disparatadas o difusas que sean las pistas.

Por ejemplo, esta mañana otro librero me sacó de mi bacanal de papeleo semanal para pedir auxilio:

– Librero 2: Estooo, Regina, perdona…- Regina: ¿Siiiii?

– L2: Verás, me piden un libro y no sé muy bien como dar con él.

– R.: ¿Qué tienes?

– L2: Es para estas dos señoras. Me dicen que es «el libro por el que ponen candados en un puente de Roma».

– R.: ¿Cóooomooooo?

– L2: Lo que oyes. ¡Ah! También que creen que el autor es italiano y que es para una chica joven.

– R.: Uff, lo de los candados me ha dejado loca.

– L2: Si, la verdad es que tiene telita la cosa.

– R.: Mmmm, como no sea alguno de Moccia. A ver, dame un segundo…

Y partiendo de las pistas «Moccia» y de «candados en un puente de Roma» me zambullí en la Red y al instante di con:

La realidad imita a la literatura en el puente Milvio de Roma, donde miles de parejas han colocado un candado para sellar su relación siguiendo el ejemplo de los personajes de Federico Moccia, quien ha presentado en este escenario la versión española de su última novela, «Perdona si te llamo amor».Moccia (Roma, 1963) ha conectado con una generación de adolescentes que se reconocen en Niki, la estudiante de diecisiete años que protagoniza en las casi setecientas páginas de esta novela un intenso romance en las calles de la Ciudad Eterna con Alessandro, un publicista veinte años mayor que ella.

Entonces correteé a darle el soplo a Librero2 que, a su vez, se deslizó como yendo sobre raíles a la balda donde tenemos los dos títulos de Federico Moccia: Tres metros sobre el suelo, en rústica y en bolsillo, y Perdona si te llamo amor, que se editó en España en febrero de este año, y que era el que buscaban sin saberlo las dos mujeres que aguardaban expectantes su misterioso ejemplar.

Ellas se fueron tan contentas y a nosotros aún nos dura el subidón librero.

De nuevo… ¡así da gusto echar el cierre en reginaexlibrislandia, queridos, Y HOY CON CANDADO Y TODO!

Y vosotros, mis reginaexlibrislandianos de pro, ¿conocíais los libros de Federico Moccia, Tres metros sobre el suelo y Perdona si te llamo amor? ¿Qué os parecen? ¿Sabíais la afición de sus lectores de poner candados en el Puente Milvio? ¿Lo habéis hecho, visto o sabéis de alguien que lo haya hecho?

El libro, ¿regalo estrella en una Navidad sin blanca?

Afrontémoslo, queridos: ya está aquí la Navidad. Los Grandes Almacenes lo dicen, y no hay mortal que desoiga su llamada, paga extra que no se le consagre, nervios que no se tensen como panderetas a golpe de villancicos ni retina que soporte sin secuelas el bombardeo lumínico de frontales y escaparates.

Que Madama Recesión esté con nosotros a ella se la trae al fresco: aunque se calcula que nos gastaremos un 4,3% menos en estas fiestas que en las de 2007, gastaremos anyway, que es de lo que se trata -25 DE DICIEMBRE, ZUM, ZUM, ZUM-.

Y, claro, aquí es donde entra el objeto de nuestro deseo: el libro.

Porque barajando esos datos y otros conceptos en reginaexlibrislandia coincidimos en que, quizás, éste vaya a ser por fin el año en que los libros sean el regalo estrella. Pensadlo un minuto, queridos: ¿qué otra cosa con la que quedar divinamente en el engorroso momento-regalos se puede comprar por una horquilla de presupuesto de entre 8 y 30 euros? Desde mi óptica, ninguna.

Así que ya sabéis: ¡regalad libros en estas navidades sin blanca!

Y además, ahora que difusos hologramas bovináceos sustituyen a las añoradas ‘vacas flacas’ en nuestras economías domésticas, ¿qué mejor propuesta de ocio sin costes que una tarde invernal de lectura sin principio ni fin? Pocas, por no volver a decir ‘ninguna’, bibliófilos mios.

Sí, lo mire por donde lo mire y viendo que ya hay clientes que se adentran en mis confines con la lista de navidad cargada de títulos ‘para mi cuñado, mi cuñada, mi suegro, mi ahijada, la novia de mi hermano, mi madre…’ quizás este 2008 resulte ser el año del libro bajo el árbol, en el trineo y en las alforjas de los tres de Oriente. Alabada sea la Providencia Librera.

Y vosotros, queridos, ¿regalaréis libros estas Navidades? ¿Creéis que podría ser el regalo estrella? ¿Qué libro os gustaría que os cayera estas fiestas?

Si no vas a querer un libro… ¡No lo encargues!

Me ha vuelto a pasar. Aunque ocurre en uno de cada treinta encargos de clientes siempre hay alguien que, llegado el momento de pasarse a recoger un título cuya adquisición te encomendó, resulta que no lo quiere. ¡NO LO QUIERE! Y entonces el librero, ¿qué hace? ¿SE LO COME?

Es indignante, descortés y desconsiderado, queridos. Dejadme que os explique por qué.

Porque no hablamos ya del tiempo que uno tarda en tramitar el pedido, que puede oscilar entre quince minutos y un par de horas, según la rareza del ejemplar en cuestión, y en los gastos de envíos, y en todos los eslabones de la cadena humana que intervienen en un proceso que no llega a buen puerto por intervención divina ni telequinesis…

No, me refiero a que una vez que el libro entra en mis confines una de dos: o se lo lleva el cliente que me lo encargó y todos contentos, o me lo quedo yo en mi librería y, por tanto, lo pago yo-librera, yo, y entonces alegrías las justas. Las justas o ninguna, queridos.

Digo las justas o ninguna porque puede ser que se trate de un ejemplar ‘vendible’ o ‘de fondo’ en cuyo caso el daño a mis cuentas es relativo, pero muchas veces hablamos de un título que no voy a vender ni en un millón de años, motivo por el cual probablemente no estaba en mis baldas cuando el cliente se adentró en mis confines buscándolo.

Y como en este caso la dinámica del mercado editorial se impone, los proveedores se aseguran de dificultar mi rauda devolución a sus almacenes. Cada día que ese libro está en mi tienda pierdo dinero, así de simple. Total, que me como ése librito. Y el otro, y el otro, y el otro… Y al cabo de un tiempo cuelgo el cartel de cierre definitivo por simple indigestión.

Para colmo, de los supuestos posibles que explican el rechazo del libro solicitado días atrás (que haya perdido el interés o que se haya hecho con él bien comprándolo en otra librería, bien porque se lo hayan regalado en el lapso que va desde el encargo a mi llamada ejemplar en mano) hoy me he topado con el que me inmola el pelucón de pura rabia.

Transcribo conversación telefónica de hace unas horas:

Cliente: ¿Diga?Regina: Buenas tardes, le llamo de reginaexlibrislandia, la librería de XXXX.

C.: Ah, sí, qué pasa.

R.: Era para decirle que me acaba de llegar el ejemplar de Nunca fuimos reinas que me encargó hace una semana.

C.: ¿De qué librería dice que llama? es que lo encargué en tres distintas…. para asegurar.

R.: De Reginaexlibrislandia

C. ¡Ah, de ésa! Bueno, en cualquier caso ya lo compré…

Y ¡Clic! Me colgó.

La carga de desconsideración que entraña esa respuesta para conmigo y para con los otros libreros afectados es absolutamente escandalosa. Pensadlo un segundo:

¿De qué librería dice que llama? es que lo encargué en tres distintas…. para asegurar

Así aquí es donde yo me abalanzo como tantas otras veces a la balda de narrativa anglosajona en la que descansa el ejemplar de El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, para desfogarme a párrafo limpio. Y recito a pleno pulmón:

«El médico aguardaba la aparición de la negra, de la terrible cólera como la de una bestia que surge en medio de la noche (…) Descendió a las profundidades hasta que finalmente no quedó más abismo. Tocó el sólido fondo de la desesperación, y se sintió algo aliviado»

A vosotros, queridos, ¿se os ocurre actuar así?

Sincerémonos todos… ¿encargasteis alguna vez un libro que, llegado el momento, rechazasteis? Si lo hicisteis, ¿por qué? ¿pensasteis cómo puede afectar eso al librero en cuestión?

NOTA DE REGINA EXLIBRIS: Aprovecho este mi ciber-púlpito librero para rogaros encarecidamente que, por favor, aviséis al librero de turno si cambiáis de idea con respecto a un libro que habéis encargado o si os hacéis con él por otro lado. Para entonces igual ya es tarde para el librero y el título está en camino, pero os aseguro que esa llamadita de cortesía hará que el afectado digiera un poco mejor el ejemplar que se tiene que tragar. ¡Gracias por adelantado en nombre del gremio en pleno!

¿Pero, El principito no está ya muy pasado?

Ni estos meses al timón de reginaexlibrislandia ni las advertencias de experimentados profesionales del libro me preparaban, ni a mi ni a otro de los míos, para la clase de prueba que la divina providencia librera nos tenía reservada para una tórrida tarde de agosto.

Tanto fue así que la experiencia nos metamorfoseó en estatuas de hielo cuando la temperatura ambiente allá entre nuestras cajas y pilas de libros rondaba los cuarenta grados, y subiendo. Pero es que hay situaciones ante las que la sensiblidad y el sistema nervioso central de un amante de la literatura nunca sabes cómo van a reaccionar.

Y esta vez a nosotros se nos cayó la temperatura corporal cuando una señora de unos sesenta años acudió a nosotros en busca de ‘un libro especial’ para su ahijada, que hacía su primera comunión:

– Clienta: Ya le he comprado algo de ropa, pero quiero regalarle también un libro bonito. No la veo muy a menudo porque vive fuera, y quiero que sea algo… pues eso, especial. Algo que conserve.- Regina: Bueno, en ese caso yo sin duda le diría que le lleve El Principito en cualquiera de sus ediciones. Ahora mismo aquí tenemos tres en castellano y una bilingüe, francés-español.

– Librero 2: ¡Sin duda! Yo le iba a sugerir tambien a Saint Exupéry

– Clienta: ¿Eseeeee? ¿Pero El Principito no está ya muy pasado?

Antes de cerrar el signo de interrogación un viendo gélido nos dejó de hielo. Fue horas más tarde, cuando nos afanábamos en absorber con dos fregonas nuestro asombro ya derretido a nuestro lado del mostrador, cuando recobramos la serenidad suficiente como para hablar del tema sin que nuestros dientes rechinaran de rabia.

La conclusión fue, obviamente, que cómo es posible que a alguien se le pase por la cabeza la idea de que El Principito esté pasado de moda.

Al final la buena mujer se llevó La emperatriz de los etéreos, de Laura Gallego:

«Es más reciente, creo que gustará más».

Y vosotros, queridos, ¿creéis que El Principito puede resultar anticuado? ¿Qué le hubierais dicho a la señora? ¿Cuántes veces os habéis leído El principito? ¿Recordáis vuestro primer ejemplar? ¿Lo conserváis?

¿Me pides Moby Dick y bebes un Starbucks?

El colmo del éxtasis para una personalidad tirando a obsesiva como la mía es que dos de mis debilidades se topen de forma casual en mis confines.

Oh, si, queridos, Café y Libro unidos ante mi regio pelucón por un hilo invisible del que me apresuré a tirar.

La cosa fue así: estaba yo atrincherada en mi escritorio revisando encargos de reginaexlibrislandianos asiduos cuando un potente efluvio cafetero me arrancó de cuajo el pelucón de los papelotes.

Como el radar ya estaba activo, empecé a mover la cabeza en un incontrolable frenesí olfativo tratando de dar con el origen. Objetivo localizado: mi cabeza se detuvo en seco a las 3, donde un joven aferrado a un vaso gigante de café me miraba dubitativo. Normal, si presenció mi fugaz metamorfosis en perrito de salpicadero totalmente fuera de control. Cuando yo recuperé la compostura el pareció hacer lo propio con su confianza en mi cordura, y se me acercó.

Cliente: Hola, buenas.Regina: (tratando de mirarle a los ojos y no a su Starbucks humeante). Hola, ¿qué tal?

C.: Mira, hace tiempo que quiero leerme Moby Dick. ¿Qué edición me recomiendas en español?

R.: ¿MOBY DICK? ¿Quieres MOBY DICK, de Herman Melville?

C.: Estooo, sí, Moby Dick…

(Aquí creo que su fe en mi cordura empezó a tambalearse de nuevo)

R.: Tienes que perdonarme, pero es que me resulta curioso que seas tu precisamente quien me pida Moby Dick.C.: Vale, creo que me he perdido.

R.: Verás, es que llevas un café de Starbucks en la mano…

C.: Si, lo sé, ¿y eso que tiene que ver con Moby Dick?

R.: Pues que la cadena de Seattle bautizó a la empresa con el nombre de uno de los personajes de la novela de Melville. Starbucks estaba enrolado en el Pequod, y además de vigía en el ballenero era adicto al café…

C.: ¡Anda, ja, ja, ja! ¿No me digas? Pues no tenía ni idea

R.: En realidad el primer nombre que barajaron fue Pequod, como el ballenero, pero al final se decidieron por Starbucks.

C.: Pues mira que llevo cafés de Starbucks ‘recorridos’ y mas tiempo aún con la idea de leerme Moby Dick, pero ni idea de lo que me cuentas.

R.: Si, en fin. En cuanto al libro una de las mejores ediciones en rústica y con ilustraciones que tengo es la de Akal, pero si quieres una más manejable te recomendaría la de Alianza, la verdad.

Al final se llevó la de bolsillo, con idea de hacerse después con un ejemplar ‘de capricho’.

Y a mi me encantó verle abandonar mis confines con su Starbucks en una mano y su Moby Dick en la otra.

Y vosotros, queridos, ¿conocíais la relación de la cadena cafetera norteamericana con el novelón de Melville?

NOTA DE REGINA: Uno de los mejores antídotos contra una rutina aséptica es enrolarse una temporadita a bordo del Pequod a las órdenes del tullido y atormentado capitán Ahab, firme en su obsesión por dar caza a Moby Dick, la gran ballena blanca que se merendó su pierna. El día a día en un ballenero del SXIX junto a Isamel, Quiqueg y Starbucks, el prodigioso análisis del alma humana y la simbología que impregna cada una de las páginas de H. Melville hacen que el libro sea inmenso y maravilloso como un cachalote.

«Ah, pero, ¿las novelas gay no son porno?»

A mi, como a José Tomás, me pilla el toro en las grandes faenas, queridos. Llevaba días dudando si montar o no en reginaexlibrislandia un rinconcito dedicado a los clásicos de la literatura homosexual por eso de que se avecinaba el Orgullo Gay y ha sido hoy cuando me he decidido por el sí.

Y en realidad tampoco ha salido de mí, sino que el empujoncito que necesitaba me sorprendió en la forma de atroz embestida de un toro-conversación que me empitonó en mis propios confines.

La mantenían dos mujeres de mediana edad. Una de ellas había cogido de la balda Carol, de Patricia Highsmith, y tras decir algo que se me escapó sintonicé mejor y logré escuchar la réplica de la segunda:

«Ah, pero, ¿los libros gay no son porno?»

ZAS, la frase me desgarró de lleno la sensibilidad librera y me dejó allí tendida, sangrando a borbotones. Fue cuando trataba de improvisar un torniquete intelectual cuando tuve la revelación:

Regina, cielo, espabila y muéstrale al mundo esas joyas de la Literatura de temática gay que tienes por toda la librería. Que yo sé que tu sabes que ambas sabemos que aún hoy hay quienes necesitan referentes, y que se trata de historias maravillosas escritas por titanes de las letras con las que cualquiera se puede encamar. Y lo que haga y con quien cada cual al dejar el libro en la mesilla no es asunto nuestro. Después de todo, tesoro, la república de las letras entiende de todo menos de intolerancias y cerrazones. Y nosotras la ignorancia la combatimos a librazo limpio.

Así que me puse manos a la obra con mi selección regia, primero con las damas:

ELLAS:

El bosque de la noche, de Djuna Barnes (Booket); Carol, de Patricia Highsmith (Anagrama); Orlando, de Virginia Woolf (Alianza); Carmilla, de Sheridan Le Fanu (Alianza); Las bostonianas, de Henry James (Debolsillo); El color púrpura, de Alice Walter (Debolsillo); Tomates verdes fritos, de Fannie Flag (Punto de lectura); El lustre de la Perla, de Sara Waters (Anagrama); Sputnick, mi amor de Haruki Murakami (MaxiTusquets); Beatriz y los cuerpos Celestes, de Lucía Etxevarría (Booket); La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin (Booket); El pozo de la soledad, de Radcliff.

ELLOS:

Maurice, de E. M. Forster; El beso de la mujer araña, de Manuel Puig; Teleny, de Oscar Wilde (Valdemar); Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima (Espasa-Austral); Retorno a brideshead, de Evelyn Waugh (Tusquets); El auriga, de Mary Renault (Debolsillo); Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas (Tusquets); La muerte en Venecia, de Thomas Mann (Edhasa); Queer, de W. Burroughs (Anagrama); La ciudad y el pilar de sal, de Gore Vidal (Debolsillo); Otras voces, otros ámbitos, de Capote (Anagrama); No se lo digas a nadie, de Jaime Bayly (Booket); Middlesex, de J. Eugenides (Anagrama); Myra Breckinridge, de Gore Vidal (Debolsillo); Yo, Claudio, de Robert Graves (Alianza); Nadan dos chicos, de Jaime O’neill (Pre-textos), Querelle de Brest, de Jean Genet (Debolsillo).

Y vosotros, queridos, ¿habéis leído alguno de estos libros? ¿Tenéis alguna sugerencia y/o aportación a mi mesa temática?

Nota de Regina: todos y cada uno de los títulos aquí citados son obras clave de la Literatura de todos los tiempos. Pasearse por las páginas de cualquiera de ellos es una delicia y un aprendizaje, y os los recomiendo con el pelucón en la mano, queridos, seais heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales o ‘por determinar’. Palabra de Regina.

¿Pujarías por Ignatius Reilly en una subasta?

El caso es cardarme bien el pelucón con reflexiones pseudo-libreras-literales-literarias, queridos. Como un sauce llorón.

Eso, cuanto más almidonado, mejor. Que su densidad y consistencia vayan siendo tales que corra el riesgo de morir aplastada bajo su peso es algo secundario. Lo primero es lo primero, y si hay que fenecer por sobreexposición metafísico-literaria, se fenece, que para eso estamos.

La semillita de la última de mis ramificaciones mentales germinó al pescar los últimos coletazos de una conversación que tuvo lugar en mis confines, entre dos visitantes anónimos de reginaexlibrislandia.

Reproduzco los retazos que cacé al vuelo, ya cuando salían:

– Cliente 1: Que si, tio, lo vi en una web y me llamó la atención.

– Cliente 2: Pero, ¿no recuerdas el sitio?

– Cliente 1: No, pero era una subasta de personajes literarios. Te daban unos a elegir, y pujabas por el que quisieras. Y si lo ganabas…

¿QUÉ? Me dieron ganas de gritarles, ¿SI LO GANABAS EN LA PUJA QUÉ DEMONIOS HACÍAS CON ÉL?

Y ahí de ahí me empezaron a crecer ramificaciones desde el pelucón, y así sigo. Porque a mi lo que de entrada me carcome es el tipo de subasta del que se podría tratar, y me imagino dos variantes:

subasta de personajes de autores vivos con fines benéficos. Ellos aportan así su granito por una buena causa, y los mismo los seguidores de la criatura literaria. No sé, imaginaos a Donna León subastando a su Brunetti, o a Pérez Reverte su Alatriste… ¿Pujaríais?

subasta de personajes de autores muertos. Sus herederos subastan ese legado y otros pujan por ese personaje para ‘hacerlo suyo’ y poder continuar dándole vida impresa o, quizás, a su vez especular para que un tercero que sí quiera perpetuar su estela literaria pague por su capricho.

Justo el otro día pedía ayuda Alluman en un post para localizar el título y la autora de una novela que le entusiasmó, pero de la que no recordaba esos datos, solo el argumento.

Pisti nos puso en la pista de Alexandra Ripley, y de su El hechizo de Charleston. El caso es que esa autora saltó a la fama internacional por ganar un concurso literario cuyo premio era escribir la continuación de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell.

De ahí salió su Scarlett, que se convirtió en otro best-seller planetario.

Pero si se hubiese tratado de una subasta en lugar de un concurso, ¿creéis que Alexandra Ripley hubiera pujado por Scarlett O’Hara?

Para seros sincera, queridos, os diré que estando en reginaexlibrislandia rodeada de miles de libros en cuyas entrañas habitan todos esos personajes que ya son de cada lector que los ha acompañado en su aventura literaria me cuesta un imperio imaginármelos como ‘propiedad’.

¿No es como tratar de sacar a subasta fragmentos de viento?

Por cierto que los dos visitantes que me abonaron el pelucón sin saberlo se llevaron un ejemplar de La Conjura de los Necios, de John Kennedy Toole. ¿Se plantearían ellos pujar por el inmenso Ignatius Reilly?

Y vosotros, queridos, ¿pujarías por un personaje literario en una subasta?

¿Por quién? Y después, ¿qué haríais con él?

Para recomendar un libro o empatizas o patinas, querido

Lo creáis o no y a pesar de que ya llevo una temporadita en el ruedo librero, cada vez que alguien acude a mi en busca de ‘el libro’ para sí o para terceros a mi me tiembla hasta el pelucón.

Si, queridos, es mi pánico escénico particular, un vía crucis regio en el que se me agarrota la neurona y el miedo al patinazo solidifica esta sopa de letras que habitualmente me hierve bajo el pelucón, con lo que por un instante me quedo muda y sin recursos o, lo que es lo mismo, sin respuesta.

Pero lo cierto es que algún neón termina por encendérseme y suelo salir airosa de los ‘aprietos’ en los que me clava toda esa carne de reginaexlibrislandia que tanto adoro y que se adentra en mis confines cuando menos lo espero.

La cosa es que mi respeto por los libros y la literatura es tal que jamás, jamás me tomo a la ligera una consulta, ni suelto lo primero que me viene al pelucón para hacer mutis por el foro a la primera de cambio. Primero porque para reina yo y segundo porque cuanto mayor es el reto librero mas me divierto.

Así que cuando deje de divertirme o de sentir ese pánico escénico habrá llegado la hora de echar el cierre a reginaexlibrislandia, embutirme en la piel de otra cosa y quitarme el pelucón regio… aunque algo me dice que a mi me enterrarán con él puesto, queridos.

Y todo este parloteo viene porque Kitiara preguntaba en un comentario sobre cómo superar ese pánico a recomendar lecturas y a no atinar con el libro adecuado para alguien. De momento yo sigo tres reglas básicas:

1. EMPATÍA. Por mi experiencia en las trincheras la clave está en la empatía: has de metamorfosearte en el destinatario y averiguar cuanto puedas sobre lo que en él se cuece de epidermis para adentro. Saber en qué momento emocional y existencial está el personajillo en cuestión y qué es lo último que ha leído, alguna historia que le haya impactado o qué tipo de cine ve… suelen ser baldosas amarillas que te enfilan hacia el Oz Librero.2. MÁS EMPATÍA. Por toda la Biblioteca de Alejandría, queridos, huid como de la peste de la tentación de regalar un libro solo porque a vosotros os cautivó. Otra cosa es que, además de haberos hechizado, haya algo en él para su destinatario o viceversa. Entonces si, divinos: como obuses a por él.

3. EMPATÍA HASTA SI SE TRATA DE UN CLÁSICO. Si lo que queréis es regalar un LIBRO, un título de esos que os sobrevivirá a vosotros y a unas cuantas generaciones más, tampoco se os ocurra dejar de lado la empatía. El momento vital por el que atraviesa una persona es esencial para que el libro le haga volar en lugar de aplastarle.

En fin, de momento ese es el decálogo regio que escribo sobre la marcha y que me ampara a diario en reginaexlibrislandia. Cuando lo termine os lo brindaré, palabra de queen.

Pero ahora decidme, queridos, ¿cómo lo hacéis vosotros cuando os piden recomendaciones de lecturas o llega el momento-regalo de libro a terceros?

Atrapada en el tiempo: todos los días son 23 de abril en reginaexlibrislandia

No exagero si os digo que en reginaexlibrislandia celebramos un Día del Libro permanente.

Si, queridos, porque en mis confines el tiempo se mide en función del calendario Regino, según el cual todo empieza y acaba este 23 de abril varado entre el a.r. (antes de reginaexlibrislandia) y el d.r. (después de reginaexlibrislandia).

Eso de puertas para adentro, claro, más allá del portón la realidad manda.

Y aunque yo compagino divinamente ambas temporalidades, os mentiría si os dijera que ninguno de mis libreros ha tenido algún que otro problemilla de adaptación a lo Bill Murray en la fantástica película Atrapado en el tiempo (Groundhog Day o El Día de la Marmota).

Va el trailer:

Pero así como os digo un a cosa os cuento la otra, y cuando todos mis libreros lograron adaptarse a este nuestro bucle temporal todo va como la seda en reginaexlibrislandia, la verdad, y estamos tan felices en nuestro 23 de abril perpetuo.

Así que durante el día de hoy, queridos, lo que nos limitaremos a hacer será dejar las puertas de la librería abiertas de par en par y de la mañana a la noche para entregarnos a esta mágica y única jornada en la que los calendarios regino y gregoriano por fin se solapan. Y celebraremos, con la venia de la UNESCO desde 1995, el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor y la Diada de San Jordi en Cataluña.

Bueno, haremos eso, regalaremos rosas rojas a nuestra querida «carne de reginaexlibrislandia» y brindaremos una y mil veces por la salud letra impresa.

Y vosotros, queridos, ¿hacéis algo diferente el Día del Libro, como regalar ejemplares a vuestros seres queridos?

Si es así, ¿qué libros regalaréis y por qué?