La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

El elegante turismo de damas y caballeros está en crisis

Hoy me he pasado todo el día viendo pájaros. En realidad, disfrutándolos, porque tampoco hemos visto demasiados. Con quien he gozado de lo lindo una vez más es con Russell, mi amigo ornitólogo. Russell es escocés de Glasgow. Dotado de una extrañamente exquisita pronunciación inglesa, es de los pocos de su nórdico país con el que puedo mantener una conversación medianamente fluida en la lengua de Shakespeare.  Y hablar de lo que de verdad nos une, la observación de aves.

Russell visita Fuerteventura cada poco como guía ornitológico. Recluta aficionados del Reino Unido y se los trae una semana a mi islita con la promesa de que podrán ver bichos tan increíbles como la hubara, el corredor sahariano, la tarabilla canaria o el camachuelo trompetero. Le conocí hace 20 años viendo patos en un embalse. Desde entonces, cada vez que llega a la Maxorata, me da un toque. Esta vez vino con Gordon, un amigo suyo, éste sí dotado de un duro acento escocés de lejano parecido con el inglés.

Un servidor, feliz entre Russell y Gordon, después de disfrutar de un productivo día viendo rarezas pajariles por Fuerteventura.

En el mes de enero hemos tenido muchas novedades pajariles en la isla. Han llegado raras especies africanas prácticamente nunca antes vistas en el Paleártico occidental como curruca de Tristam, avetorillo plomizo, alondra ibis o collalba desértica. Y otras procedentes del lejano oriente como  bisbita de Hodgson, escribano pigmeo o mosquitero bilistado. ¡La pera limonera! Así que esto se ha llenado de ávidos pajareros procedentes de medio mundo.

Elegante turismo

Y ahora te explico por qué la observación de aves es un elegante turismo de señoras y señores. Primero porque su palabra es la única prueba de su pericia. Dicen que han visto 638 especies diferentes de aves en su vida ─ o 6.841 especies en un solo año, como el holandés Arjan Dwarshuis ─, y todo el mundo lo acepta.

Y en segundo lugar, por la excelente educación de quienes habitualmente lo practican. Cuando llegamos a primera hora de la mañana a un solitario rincón majorero, nos encontramos no a uno o dos ornitólogos. Había una docena de hombres y mujeres bien pertrechados de prismáticos, telescopios y cámaras de fotos con potentes teleobjetivos. Venían de Inglaterra, de Irlanda e incluso dos eran finlandeses.

Russell, con más tablas para esto de hablar con grupos que yo, enseguida me presentó como «guía nativo«, por eso de ser de la isla, aunque el peculiar adjetivo me hizo pensar enseguida en taparrabos o algo así.

El caso es que los colegas, muy serios, se acercaron para consultarme, en plan experto local, cómo debían comportarse en la zona para no molestar a las aves. En lugar de bajar al barranco les pedí que lo miraran desde arriba con los prismáticos, y allí se quedaron todos obedientes, bien lejos del foco de su curiosidad. Mientras tanto me fueron explicando lo que habían visto en los días anteriores, dónde y cómo podía llegar mejor allí si estaba interesado en ello.

Son damas y caballeros de exquisita educación colaborativa, sin celos ni desconfianzas. Entusiastas de un curioso turismo donde lo más importante es la palabra, pues nadie va a comprobar si el pájaro que dices has visto lo has visto en realidad. Respetuosos. Interesados por la cultura y el patrimonio natural y artístico de los lugares que visitan. Curiosos. Amigos de caminar en silencio, pasar horas enteras mirando al infinito en busca de alguna ave. Tranquilos. Amables.

La dura realidad

De repente, mientras disfrutaba de su conversación y compañía, en la montaña de enfrente aparecieron seis locos en moto, cayendo directamente en picado por una cuesta empinadísima sin más camino que el profundo surco que iban abriendo con sus ruedas, cual horrorosa herida, en la hasta entonces y durante cientos de miles de años virginal ladera.

El ruido terrible, el humo y una polvareda descomunal espantó las aves que con tanto mimo llevábamos disfrutando durante casi una hora. Los extranjeros me miraron aterrorizados. ¿Y esto?

Estos, señores, ni son caballeros ni damas, les expliqué con vergüenza. Aquí los llamamos descerebrados. Pero por desgracia, concluí, cada día son más. La buena educación está en crisis.

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