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¿Mató el humano al hobbit? Su codescubridor dice que no

El llamado hobbit de la isla de Flores, más formalmente conocido en sociedad como Homo floresiensis, es una china fósil en el zapato de los paleoantropólogos.

Recientemente publiqué un reportaje sobre hallazgos recientes que han venido a sacudir las ramas del árbol de la evolución humana, nunca bien definido, pero que cada vez es menos árbol y más otra cosa. Y entre todas estas piezas que empujan a las ya existentes, un clásico bicho raro en la familia humana es el Homo floresiensis, un hombrecillo de un metro que vivió en la isla de Flores, en Indonesia.

El paleoantropólogo australiano Peter Brown, codescubridor del hobbit de Flores. Imagen de P. B.

El paleoantropólogo australiano Peter Brown, codescubridor del hobbit de Flores. Imagen de P. B.

Sus restos fueron descubiertos en 2003 en la cueva de Liang Bua por un equipo bajo la dirección del australiano Mike Morwood y el indonesio Raden Soejono, ambos arqueólogos y ambos ya fallecidos. No buscaban nuevos humanos, sino restos de la migración desde Asia hacia Oceanía. Cuando se toparon con aquel cráneo minúsculo, aquello resultaba tan incomprensible y extravagante que de inmediato llamaron al paleoantropólogo australiano Peter Brown.

Brown viajó a Jakarta más por el interés del viaje que por la esperanza de que Morwood hubiera hallado algo serio. Pero cuando vertió sus semillas de mostaza en la cavidad del cráneo, un método clásico para medir la capacidad craneal, se quedó atónito: tenía allí delante un humano primitivo y diminuto que, según las dataciones, había vivido en aquella isla hace solo 18.000 años. «La última vez que caminó algo con ese tamaño de cerebro fue hace 2,5 o 3 millones de años. No tenía ningún sentido», decía Brown en un artículo publicado en Nature.

La hipótesis de Brown fue que el hombre de Flores, bautizado popularmente como el hobbit, era un descendiente directo del Homo erectus que redujo su tamaño por un proceso evolutivo denominado enanismo insular, o tal vez era un sucesor de una especie primitiva de menor tamaño como los australopitecos. «Mi propia visión apoya una conexión con un antecesor de cuerpo y cerebro pequeños, más que el enanismo insular», me decía Brown con ocasión del reportaje mencionado más arriba. «No veo que la combinación de cerebro pequeño y rasgos primitivos del H. floresiensis pudiera resultar del enanismo de un ancestro H. erectus«.

Pero el H. floresiensis no fue aceptado de inmediato: durante años, otros científicos han alegado que se trata de un humano moderno con alguna enfermedad deformante. Hoy se diría que la idea del hobbit como una especie diferenciada va imponiéndose. Y justo cuando sus asuntos se iban asentando, llega algo que vuelve a mover las piezas.

La semana pasada, un estudio en Nature ha presentado una datación corregida del hobbit. En su día se fechó el sedimento circundante, ya que los huesos eran demasiado frágiles y preciosos. Pero los investigadores, básicamente el equipo del difunto Morwood sin la participación de Brown, han descubierto que las rocas originales habían sido reemplazadas por otras más recientes. La nueva datación sitúa el fin de los hobbits hace unos 50.000 años.

Cráneos de 'Homo floresiensis' (izquierda) y 'Homo sapiens'. Imagen de Peter Brown.

Cráneos de ‘Homo floresiensis’ (izquierda) y ‘Homo sapiens’. Imagen de Peter Brown.

Y dado que esto coincide con las fechas en que los humanos modernos se extendieron por la zona, los investigadores sugieren que fue la llegada de los sapiens la que acabó con los hobbits. «No puedo creer que sea una pura coincidencia, basándonos en lo que sabemos que ha pasado cuando los humanos modernos han accedido a una nueva área», decía en Nature el codirector del estudio Richard Roberts.

Sin embargo, Brown no está tan convencido. Según me cuenta, él ya conocía el error de datación desde hace tres años, pero no está tan seguro de que las nuevas fechas «sean más significativas que las originales». La cueva, explica, ha sufrido varias inundaciones históricas y tiene una estructura compleja en sus capas de roca.

Lo que no le encaja de ninguna manera a Brown es la hipótesis del exterminio del hobbit por los sapiens: «Mientras que los humanos modernos habían llegado a Australia hace 45.000 años, no hay pruebas de que estuvieran en Flores por esas fechas». De hecho, añade, los restos más antiguos de nuestra presencia descubiertos en la isla solo alcanzan los 8.000 años de antigüedad. «No hay pruebas que apoyen esta especulación», subraya Brown.

Hay algo que a Brown sí le gusta del nuevo estudio: «Cuanto más viejas sean las pruebas del H. floresiensis, menos probable es que fuera un humano moderno con alguna enfermedad».

NO hay nuevas pruebas sobre ‘nuestros’ ancestros neandertales

De acuerdo, el título de este artículo parece afirmar justo lo contrario de lo que se está publicando hoy en otros medios. Pero déjenme explicarme. Ante todo, la historia: la edición digital de Nature publica hoy un valiosísimo estudio en el que se cuenta la secuenciación del ADN extraído de una mandíbula humana moderna hallada en 2002 por un grupo de espeleólogos en una cueva de Rumanía llamada Peștera cu Oase, un bonito y sonoro nombre que significa «la cueva con huesos». El estudio viene dirigido por expertos en ADN paleohumano de talla mundial: Svante Pääbo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Leipzig, Alemania) y del proyecto Genoma Neandertal, y David Reich, de la Universidad de Harvard (EE. UU.).

Mandíbula humana de hace unos 40.000 años hallada en la cueva de Pestera cu Oase (Rumanía). Imagen de Svante Pääbo, Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology.

Mandíbula humana de hace unos 40.000 años hallada en la cueva de Pestera cu Oase (Rumanía). Imagen de Svante Pääbo, Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology.

Hoy un yacimiento paleoantropológico se trata con el cuidado y esmero de los CSI en la escena del crimen, con el fin de evitar la contaminación de las muestras con ADN humano actual. Pero la mandíbula de la cueva rumana debió de pasar por tantas manos que para los científicos ha sido extremadamente complicado llegar a extraer material genético original del hueso, eliminando todas las contaminaciones microbianas y humanas.

Sin embargo, en este caso el minucioso trabajo merecía la pena, ya que la datación por radiocarbono de este hueso lo situaba en un momento del pasado especialmente crucial: entre 37.000 y 42.000 años atrás; es decir, en la época en que neandertales y sapiens convivían en Europa. Los primeros, nativos europeos, surgieron hace más de 300.000 años y desaparecieron hace unos 40.000 por razones que siempre seguirán discutiéndose. Los segundos, africanos de origen, llegaron a este continente entre 35.000 y 45.000 años atrás. Si pudierámos viajar al pasado, a hace más de 45.000 años, caeríamos en una Europa habitada exclusivamente por neandertales. Por el contrario, si fijáramos el dial de la máquina a hace menos de 35.000, encontraríamos solo humanos modernos. Así que el propietario original de la mandíbula rumana es nuestro hombre; más aún cuando se trata de un hueso claramente sapiens, pero con ciertos rasgos casi neandertales.

Un investigador manipula el hueso hallado en Rumanía. Imagen de Svante Pääbo, Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology.

Un investigador manipula el hueso hallado en Rumanía. Imagen de Svante Pääbo, Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology.

Esto es especialmente relevante porque los científicos podían pillar casi in fraganti a sapiens y neandertales en el momento en que surgió la chispa del romance entre ambos (y ¿por qué no?; al fin y al cabo, la hipótesis de las violaciones tampoco tiene ninguna prueba a su favor). Sabemos que los humanos actuales de origen no africano llevamos entre un 1 y un 3% de ADN neandertal en nuestros cromosomas. Pero hasta ahora no existían pruebas de que este intercambio de cromos llegara a producirse en suelo europeo, sino que más bien debió de tener lugar en Oriente Próximo hace entre 50.000 y 60.000 años.

Pues bien: to cut a long story short, el ADN original de la mandíbula rumana resulta tener un 6-9% de neandertal, mucho más que cualquier otro humano moderno conocido hasta ahora. Es más; la estimación de los científicos sugiere que el individuo en cuestión tenía antepasados neandertales entre cuatro y seis generaciones atrás. Es decir, que el propietario original de la mandíbula pudo tener tatarabuelos neandertales, y la aportación genética de sus ancestros aún estaba muy fresca.

Así, el estudio aporta una nueva prueba del cruce entre humanos modernos y neandertales, la pista más concluyente hasta ahora, y la primera demostración genética de que esta mezcla de sangres tuvo lugar en Europa. Lo cual ya parece dejar pocas dudas, si es que queda alguna, de que sapiens y neandertales llegaron a intimar y a dejar descendencia.

Pero…

Otra cosa, y a esto se refiere el título del artículo, es que esta descendencia fuera nuestra ascendencia, y la respuesta es que no. Repito que el legado neandertal en nuestros genes está suficientemente justificado. Pero por desgracia, ninguno de los europeos somos descendientes de aquel rumano tataranieto de neandertales; de hecho, genéticamente se parece más a los asiáticos orientales o a los nativos americanos que a los europeos. Por desgracia, el linaje de aquel individuo se extinguió. Según dice Reich en una nota de prensa, «es una prueba de una ocupación inicial de Europa por humanos modernos que no originaron la población posterior. Puede haber sido un grupo pionero de humanos modernos que llegó hasta Europa, pero que fue después reemplazado por otros grupos». Así que la historia de nuestros ancestros neandertalizados sigue tan oscura como antes.

Dicho todo lo anterior, y dejando ya el estudio, es posible que algún lector se haya hecho el siguiente razonamiento: si llevamos un 1-3% de ADN neandertal, ¿significa que el resto de nuestro material genético es diferente? ¿Cómo es posible, si suele decirse que compartimos un 99% de nuestro ADN con los chimpancés? Si usted se ha hecho esta pregunta, ya se habrá figurado que ciertas cosas se han contado mal. Y es que, como explicaré mañana, la idea de que somos en un 99% genéticamente idénticos a los chimpancés es sencillamente una gran tontería.

¿Y si nunca conocimos a los neandertales?

Resulta difícil imaginar cómo sería hoy este planeta si los neandertales no hubieran desaparecido, si dos especies humanas estuviéramos conviviendo en esta roca mojada. Quizá la mezcla entre ambos linajes habría llegado a difuminar las diferencias hasta hacernos indistinguibles. O quizá, entendiendo cómo viene funcionando el mundo, los neandertales, diferentes en varios aspectos de los humanos modernos, habrían sido estigmatizados, recluidos y sometidos a uno de esos genocidios sistemáticos que tanto nos gustan a los sapiens. Quién sabe. Lo cierto es que los neandertales ya no existen y, aunque parte de su legado genético pervive en nosotros, aún estamos aprendiendo a comprender quiénes eran aquellos tipos bajitos y corpulentos que poblaron Europa y Asia central.

Recreación de una pareja de neandertales en el Museo Neandertal (Alemania). Foto de UNiesert / Frank Vincentz / Wikipedia.

Recreación de una pareja de neandertales en el Museo Neandertal (Alemania). Foto de UNiesert / Frank Vincentz / Wikipedia.

Sabemos que los neandertales fabricaban herramientas y dominaban el fuego, pero tradicionalmente los hemos imaginado como una raza de brutos trogloditas sin el menor atisbo de intelecto, hasta tal punto que su apelativo se utiliza a menudo como insulto. Sin embargo, la revista científica PNAS publicó hace dos semanas el hallazgo de una posible muestra de arte neandertal en la cueva gibraltareña de Gorham, en la forma de un grabado en la roca tallado hace 40.000 años que los medios de comunicación compararon humorísticamente con un hashtag de Twitter. Bromas aparte, lo cierto es que un grabado es mucho más que un grabado: es una prueba de cultura, de abstracción y pensamiento simbólico, lo que podría rehabilitar definitivamente la imagen de los neandertales entre los sapiens. Hoy se extiende la idea de que, como titulaba el director del Proyecto Genoma Neandertal, Svante Paabo, en un artículo publicado el pasado abril en el diario The New York Times, «los neandertales también son gente».

Pero esa gente desapareció, y aún ni siquiera estamos seguros del porqué. Algunos científicos vuelven el dedo acusador hacia nosotros, los sapiens, que por entonces ni siquiera habíamos adquirido esa costumbre del genocidio en masa. Otro de los sospechosos es un cambio climático que trajo el frío, al que los neandertales estaban bien adaptados, pero no así sus fuentes de alimento. Sea como fuere, sabemos que el linaje neandertal en retirada encontró sus últimos refugios en la Península Ibérica, y que dejó de existir hace unos 40.000 años. De esto último estamos seguros. ¿O no?

Excavación en la cueva de El Salt, en Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Excavación en la cueva de El Salt, en Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Para añadir más intriga a la historia de los neandertales, está comenzando a propagarse la noción de que su extinción fue en realidad más temprana de lo que creíamos. Esta teoría es materia de estudio de un equipo de científicos españoles que excava los yacimientos paleolíticos de El Salt y el Abric del Pastor, ambos en Alcoy (Alicante). En la cueva de El Salt, los investigadores, de la Universidad tinerfeña de La Laguna, de la Complutense de Madrid y otras instituciones, han encontrado restos dentales pertenecientes a un joven neandertal que habitó la cueva al final del Paleolítico Medio, hace unos 45.000 años. Conservados en el mismo estrato han aparecido fragmentos de piedra trabajada y huesos de animales. Y sin embargo, en el libro de la vida que forman las capas rocosas, a este bullicioso período le sigue un estrato superior en el que no hay absolutamente nada. Los científicos concluyen así que el individuo hallado representa el punto y final a la ocupación humana de la cueva de El Salt.

En apariencia, el hallazgo podría pasar por uno más entre la veintena de yacimientos neandertales descubiertos en la Península Ibérica. Pero los resultados, publicados en la revista Journal of Human Evolution, cobran una inmensa trascendencia al poner la lupa sobre las fechas y situarlas en contexto. En un segundo estudio que acompaña al anterior, los investigadores de la Laguna Bertila Galván, Cristo M. Hernández, Carolina Mallol y sus colaboradores detallan la cronología del enclave de El Salt y concluyen que la cueva fue vivienda humana entre 60.000 y 45.000 años atrás, hasta que el frío extremo puso fin a la última población neandertal del lugar. «Comenzamos a observar un declive progresivo en la población neandertal hace unos 49.000 años, que coincide con un empeoramiento climático hacia un clima más frío», explica Cristo M. Hernández a Ciencias Mixtas. «Por fin, en el 43.000 desaparece todo rastro de presencia humana. Los compañeros que trabajan con el registro faunístico han descrito la desaparición de otras especies a partir de estas mismas fechas, como la tortuga mediterránea, lo que indica que el impacto climático no solo afectó a las poblaciones humanas».

¿Qué significa esto? Hace dos años, en la revista Quaternary International, los mismos científicos analizaban los datos de todos los yacimientos neandertales ibéricos, llegando a la conclusión de que entre los últimos restos de esta especie y los primeros sapiens había una brecha, un espacio en blanco, y que este patrón sugería una desaparición de los neandertales en una época de clima riguroso, miles de años antes de que los sapiens se extendieran por la península. «Ocurre lo mismo que describimos en El Salt: por encima de las últimas ocupaciones neandertales hay un depósito estéril», señala Hernández. «No hay ningún caso donde tengamos ocupaciones de los primeros humanos modernos directamente encima de las últimas neandertales». No existen, destaca el investigador, restos humanos neandertales datados en la Península Ibérica que sean posteriores a hace 43.000 años.

Una de las piezas dentales halladas en El Salt, Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Una de las piezas dentales halladas en El Salt, Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Para Hernández y sus colaboradores, los nuevos hallazgos de El Salt no hacen sino confirmar la hipótesis de que nuestros primos humanos se marcharon antes de lo que creíamos. Pero ¿qué ocurre entonces con casos de fechas más recientes, como el de la cueva de Gorham? «Solo hay algunos yacimientos, como el caso de Gibraltar, que nos dan fechas recientes, pero obtenidas en estratos donde no hay restos humanos y donde la industria es muy poco diagnóstica», valora Hernández. «Lo que tienen datado es el estrato que cubre los grabados, pero ese estrato no tiene restos humanos y no sabemos con exactitud quién es el autor de esas industrias, que tampoco son muy abundantes». Una posibilidad es que los autores del hashtag de Gorham no fueran en realidad neandertales, sino sapiens como nosotros.

La clave de este cambio de interpretación está en la datación de los restos. «Muchos yacimientos que estaban datados con fechas recientes, como Jarama VI [Guadalajara] o Zafarraya [Granada], se han vuelto a datar con las últimas técnicas, que evitan la contaminación de las muestras, y se han atrasado las fechas», apunta el investigador. Y esto no solo ha ocurrido en la Península Ibérica: «Se acaba de publicar un trabajo en Nature que cubre todos los yacimientos europeos y que demuestra una desaparición más antigua de los neandertales». «No somos nosotros únicamente los que planteamos esto, hay otros equipos defendiendo lo mismo. Cada vez hay más grupos que están barajando esta posibilidad», afirma Hernández.

Así, los nuevos datos dibujan una cronología que separa los reinados de neandertales y sapiens en la Península Ibérica: los primeros desaparecieron hace unos 45.000 años, mientras que los segundos no llegaron hasta hace unos 40.000. «Hay un vacío de población hasta que llegan los primeros humanos modernos», resume Hernández. Si, como demuestran las pruebas genéticas, algo de sangre neandertal corre por nuestras venas, estas comunidades mixtas nunca vivieron en la península. Sencillamente, jamás llegamos a conocernos. Pero, si tal es el caso, al menos no fuimos culpables de este genocidio.