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Los humanos arcaicos también inventaban a la vez

No cabe duda de que los humanos somos seres curiosos e innovadores. Ya sea para resolver nuestros problemas o simplemente para pulverizar nuestros límites, desde antiguo existen casos documentados de descubrimientos o invenciones que varias personas han desarrollado de forma simultánea. Isaac Newton y Gottfried Leibniz formularon el cálculo al mismo tiempo, y Charles Darwin y Alfred Russell Wallace hicieron otro tanto con la teoría de la evolución de las especies. Miguel Servet descubrió la circulación de la sangre sin saber que un médico árabe ya la había descrito antes; y después del aragonés, sin conocer su trabajo, el inglés William Harvey hizo lo mismo. Por no hablar de los inventos con varios padres independientes, entre los cuales se encuentran el teléfono, el aeroplano, la bombilla o la fotografía. En la investigación actual, el descubrimiento simultáneo es algo tan frecuente que a menudo las revistas científicas se ven obligadas a coordinar la publicación de hallazgos similares.

Todos estos casos no responden a la casualidad: la ciencia y la innovación avanzan paso a paso, sobre hombros de gigantes, como dice el proverbio. Y cada uno de esos pequeños incrementos solo puede aparecer cuando el conocimiento y la tecnología están maduros para ello. De ahí que la bombilla se inventara hasta 23 veces en tiempos del que ha perdurado como su padre oficial, Thomas Edison. Y sin embargo, en pasmosa contraposición a todo esto, los modelos que describen la prehistoria de la humanidad y de sus ancestros siempre presumen que las innovaciones, como las técnicas de trabajo de la piedra para fabricar herramientas, han aparecido una sola vez en un único lugar concreto y se han extendido gracias a las migraciones de esas comunidades pioneras.

¿Por qué? «Yo creo que la arqueología se ha contagiado de la visión de la evolución biológica. Y cuando vas acumulando datos en el registro arqueológico, son puntos en el mundo y fechas, y para nuestro cerebro lo más fácil es buscar el punto más antiguo como si hubiera sido único, y suponer que hubo una difusión desde ahí». Quien responde es Carolina Mallol, arqueóloga de la Universidad de La Laguna (Tenerife). En menos de una semana, es la tercera vez que reseño aquí el trabajo de Mallol. La primera fue a propósito de la desaparición temprana de los neandertales, y la segunda sobre la coexistencia de esta especie y los sapiens en el valle del Danubio. Pero no es manía acosadora por mi parte (Carolina puede dar fe de que nunca nos hemos visto), sino que es el mérito de su trabajo el que lo reclama.

El descubrimiento del yacimiento de Nor Geghi 1 en julio de 2008. Foto de Daniel S. Adler.

El descubrimiento del yacimiento de Nor Geghi 1 en julio de 2008. Foto de Daniel S. Adler.

El motivo es que Mallol es especialista en un campo cada vez más demandado en arqueología, el estudio fino del suelo antiguo en el que cayeron los restos arqueológicos o paleontológicos, y que quedó después encerrado en la roca. Este aspecto de los enclaves arqueológicos, que antes se despreciaba, hoy se considera esencial para situar los hallazgos en su contexto, del mismo modo que el envoltorio de un regalo puede revelarnos tanto de una persona como el propio presente que contiene. Y en este nuevo caso, la investigadora ha participado en un estudio que hoy publica la revista Science y que demuestra precisamente lo que abre este texto: los humanos llevamos cientos de miles de años innovando y lo hemos hecho al mismo tiempo en distintos lugares, una vez que nuestro conocimiento ha avanzado lo suficiente para llegar a lo que Mallol define como «el punto de caramelo».

Un equipo internacional de investigadores, liderado por la Universidad de Connecticut (EE. UU.), ha excavado un enclave llamado Nor Geghi 1, en Armenia, al sur del Cáucaso. La situación de esta región la postula como una auténtica autopista para las antiguas migraciones de los homininos desde África hacia Eurasia, pero solo recientemente ha empezado a abrirse a la exploración arqueológica. Los científicos han encontrado allí un verdadero tesoro: un yacimiento de industria paleolítica en el que se demuestra la transición desde una tecnología a otra que hasta ahora se creía inventada solo en África y transportada después con las migraciones a Eurasia.

Hasta hace unos 300.000 años, los ancestros humanos habían aprendido a trabajar la piedra mediante la llamada tecnología achelense, que obtenía herramientas (llamadas bifaces) de los bloques de piedra como un escultor saca su obra de la roca madre, descartando las lascas y aprovechando el núcleo. La transición desde aquel Paleolítico Inferior al Medio vio el nacimiento de una nueva tecnología revolucionaria, un destello de lo que hoy conocemos como pensamiento lateral: en lugar de desechar las lascas, producirlas según un patrón determinado y utilizarlas como herramientas. Esto es lo que se conoce como tecnología Levallois, y hasta ahora se pensaba que algún genio prehistórico individual la inventó en África para después extenderla por el mundo llevándola consigo.

La evolución tecnológica en el yacimiento armenio de Nor Geghi 1. Arriba, bifaces achelenses. Abajo, núcleos de Levallois. Foto de Daniel S. Adler.

La evolución tecnológica en el yacimiento armenio de Nor Geghi 1. Arriba, bifaces achelenses. Abajo, núcleos de Levallois. Foto de Daniel S. Adler.

Lo que han descubierto los arqueólogos es que Nor Geghi tuvo su propio genio de cabecera. «Los artefactos forman tres grupos», explica Mallol;»uno de bifaces, otro Levallois, y un tercero que representa un estadio intermedio». «Tenemos una continuidad, una evolución tecnológica in situ. Un grupo humano que innovó a partir del achelense para llegar al Levallois». Las dataciones han situado el momento entre hace 325.000 y 335.000 años, lo que convierte el yacimiento en el Levallois más antiguo de Eurasia. El trabajo de Mallol ha permitido reconstruir el contexto a través del estudio microscópico de los estratos. «Sabemos que formó un suelo estable con cobertura vegetal y poco aporte de sedimentos, que los homininos fueron ocupando a lo largo de varios milenios», relata la arqueóloga. «Esa interpretación casa bien con la cronología de las dataciones, en un período interglacial con condiciones climáticas parecidas a las actuales». La datación se ha podido precisar también gracias a dos coladas de lava de hace 200.000 y 400.000 años que hicieron un sándwich con el nivel estudiado como relleno.

El nuevo estudio obligará a replantear un dogma tácito de la arqueología y la paleoantropología. «Las lascas son más fáciles de transportar y aprovechan mejor la materia prima, por lo que el Levallois era una adaptación favorecida», reflexiona Mallol. «Estos grupos eran versátiles, flexibles, y supieron innovar. La tecnología achelense les llevaba a producir muchísimas lascas, y tal vez de repente pensaron que podían emplearlas». En cuanto a la identidad de aquellos pobladores, la falta de restos humanos impide deducirla. «No podemos saber si era un Homo sapiens arcaico o un heidelbergensis«, apunta Mallol.

Sin embargo, la conclusión presenta un resquicio aún difícil de tapar con las técnicas actuales. Cuando se observa un cambio, es tremendamente complejo establecer si existió un contacto directo, dado que depende de la finura con que la sucesión de capas de roca pueda marcar el paso del tiempo, y de la resolución que puedan aplicar los investigadores al interpretarlo. «No podemos descartar que por allí pasaran muchísimos grupos y que esas ocupaciones se solaparan sin llegar a conocerse», admite Mallol. «Nuestro argumento para descartar esa posibilidad es que en el paleolítico armenio que hoy conocemos no hay grupos de solo Levallois, o solo bifaces, o solo pasos intermedios, que serían evidencias de un territorio ocupado aisladamente por los tres».

«Estamos llegando a una resolución de centímetros que nos permite afinar mucho, pero el gran reto es demostrar el contacto», comenta la investigadora. «Ahora puedes marcar una línea muy clara y decir: aquí hubo 300 años; esta gente no se conoció». El problema aparece con un concepto que la arqueología comparte con el estudio de documentos antiguos: el palimpsesto. Un manuscrito que fue borrado para escribir de nuevo en el mismo soporte es un palimpsesto. En arqueología, se llama así a una mezcla de estratos que dificulta averiguar qué vino antes o después. «En este caso tienes que buscar otro tipo de marcadores, como por ejemplo pátinas diferentes en los artefactos». Para disponer de mejores herramientas a la hora de enfrentarse a los nuevos tesoros que aún deben revelar lugares como Armenia, Mallol trabaja en el desarrollo de nuevos marcadores temporales que le permitan diseccionar los palimpsestos. «Es la clave para no quedarnos anclados en una visión de la arqueología del siglo XIX», concluye.

Neandertales y sapiens, un vals junto al Danubio

Nunca está de más rescatar la vieja frase del escritor y activista Stewart Brand: «science is the only news«; la ciencia es la única noticia o, mejor, la única nueva. La actividad de los investigadores nunca deja de aportar una savia fresca que algunos nos empeñamos en inyectar en las venas de la actualidad informativa, en la esperanza de incitar en algunos la curiosidad por meter las narices en lo que acontece en el laboratorio y en el campo. Pero no siempre tenemos la satisfacción de asistir a algo radicalmente nuevo, un cambio de paradigma. Esto es lo que viene ocurriendo en los últimos años en lo que podríamos denominar el mundo paleo, y los resultados están sacudiendo los cimientos de lo que hasta ahora creíamos saber.

El origen de la revolución está en la novedad del enfoque. Los pioneros de la arqueología o la paleoantropología llegaban a un yacimiento, desenterraban sus piezas con más o menos tiento y se largaban pisando la colilla del puro sobre los restos, por expresarlo gráficamente. Ahora, un enclave que conserva un testimonio del pasado se trata con el mismo cuidado que la escena de un crimen en manos de los CSI, y los científicos que lo analizan ya no se forman en un mismo y único edificio de la universidad. En los equipos hay expertos no solo en artefactos y fósiles, sino también en geografía, geología, clima, edafología, ecología, zoología o botánica. Y en el laboratorio donde estudiarán las piezas encontradas ya no les aguardan solo las tradicionales lupas del arqueólogo, sino también sofisticados microscopios, tomógrafos, escáneres o sincrotrones, cuyos mandos a veces los pilotan ingenieros que jamás oyeron hablar de australopitecos o de bifaces durante todos sus años de carrera.

Todo esto tiene un nombre, en forma de una palabra de 21 letras difícil de pronunciar sin trabarse: interdisciplinariedad. «Se reúnen numerosos especialistas y se hace una aproximación al yacimiento en la que reconstruimos el contexto: paleoambiente, paleoantropología física, tecnología, dieta… Intentamos reconstruir todo lo que podamos», explica a Ciencias Mixtas la investigadora Carolina Mallol, de la Universidad de La Laguna (Tenerife). Mallol aporta precisamente una pieza clave de ese carácter poliédrico de los estudios paleo: el estudio del suelo antiguo, ese pavimento natural que pisaron los humanos prehistóricos y donde quedaron encerradas innumerables pistas más allá de los grandes tropezones de historia que saltan a la vista de los arqueólogos.

Según conté aquí la semana pasada, Mallol forma parte de un equipo de investigadores que está poniendo patas arriba algunas nociones hasta ahora asumidas sobre los neandertales, esa rama de la familia humana que se separó de la nuestra hace unos 400.000 años. Gracias a ese abordaje interdisciplinar, los estudios de Mallol y sus colaboradores, en consonancia con los de otros expertos internacionales, han demostrado que la extinción de los neandertales fue más temprana de lo sospechado, lo que supone un obstáculo a la idea de que ambas especies llegaron a coexistir.

Sin embargo, y esto es un capítulo que aún no parece zanjado, los estudios genómicos indican que los no africanos llevamos en nuestros genes entre un 1 y un 4% de ADN neandertal. Los científicos que defienden esta conclusión sugieren que este llamado flujo genético (para el cual existen otros muchos términos más populares) acaeció en algún lugar difuso entre Europa del este y Oriente Próximo. Ahora conocemos una zona concreta en la que humanos y neandertales pudieron convivir durante miles de años. Y lo sabemos gracias a un estudio publicado hoy en la revista PNAS y del que Mallol es coautora, junto con un equipo de investigadores de Alemania, Reino Unido, Bélgica y Austria.

La Venus de Willendorf, hallada en 1908 en Austria. Foto de Matthias Kabel / Wikipedia.

La Venus de Willendorf, hallada en 1908 en Austria. Foto de Matthias Kabel / Wikipedia.

El enfoque interdisciplinar permite volver a examinar yacimientos ya conocidos y de los que en su día se extrajo un rendimiento valioso, pero que aún guardaban muchos secretos ahora accesibles con las nuevas técnicas. En 1908, una excavación en Austria sacó de la tierra una figurita femenina que desde entonces se ha conocido como la Venus de Willendorf, por la población en la que se halla el enclave. El equipo internacional del que forma parte Mallol ha emprendido un nuevo análisis del yacimiento, y el resultado es que Willendorf albergó la comunidad de humanos modernos más antigua de la que se tiene noticia en Europa, hace 43.500 años.

La conclusión es fruto de ese riguroso estudio interdisciplinar: «Para la mayoría de yacimientos de esta época conflictiva de transición entre neandertales y sapiens, lo que solía hacerse antes era establecer las condiciones del clima de la época con datos externos al yacimiento, como por ejemplo registros de Groenlandia», detalla Mallol. «Lo que hemos hecho nosotros es generar datos directos del clima a partir de los moluscos y del sedimento del propio yacimiento». Los científicos han podido así establecer que aquellos humanos, cuyos artefactos de piedra se han datado con precisión en 43.500 años, habitaban en un lugar frío y estepario, con alguna vegetación similar a la que hoy puede encontrarse en Escandinavia.

«Los resultados de la datación son muy importantes, porque atrasan la primera presencia de la tecnología auriñaciense, ligada al Homo sapiens«, destaca Mallol. Y como conclusión, las fechas indican que sapiens y neandertales pudieron coexistir en aquella región durante miles de años. Sin embargo, lamenta Mallol, aún falta la prueba directa, un contacto físico entre los artefactos de ambas especies: «Hay solapamiento de fechas y sería posible encontrar un contexto de transición, pero aún falta. Incluso en la zona de los Alpes de Suabia [Alemania], donde se han encontrado muchos restos, sigue habiendo una brecha entre ambos».

La investigadora Carolina Mallol en la excavación del yacimiento de Willendorf. Foto de Carolina Mallol.

La investigadora Carolina Mallol en la excavación del yacimiento de Willendorf. Foto de Carolina Mallol.

Con todo, el solapamiento temporal descubierto es muy sugerente, porque deja abierta la puerta a que ese contacto acabe demostrándose, lo que quizá dependa de la revisión de otros yacimientos, «por ejemplo en la zona de Ucrania y los Cárpatos, donde aparentemente hay culturas de transición». En lugares como estos será donde los expertos deberán aplicar la enorme finura de este nuevo estilo de hacer arqueología a lo CSI. «Hay que tener en cuenta que esos contactos tienen que darse en un espesor de sedimento muy fino, de unos diez centímetros, a una escala muy pequeña que hay que estudiar microscópicamente».

Tomados en conjunto, los resultados de los últimos estudios definen un panorama que sitúa una posible convivencia entre ambas especies humanas en Europa central. Los sapiens que llegaron a la península ya llevaban esa dosis de genes neandertales, y aquí nunca llegaron a cruzarse (en ninguno de los sentidos posibles) con sus primos. «Eso explica que, cuanto más hacia el oeste de Europa, hay menos evidencia de Homo sapiens sapiens, y en Iberia no hay», señala Mallol. La idea extendida de que la Península Ibérica fue el último refugio de los neandertales antes de su extinción también parece ya insostenible. «La visión va a ir cambiando», apuesta la investigadora.

Pero para que el esquema quede completo, aún faltan algunos cabos por atar. Recientemente, otro equipo de científicos halló en la cueva gibraltareña de Gorham lo que fue descrito como un grabado ejecutado por manos neandertales y datado en 40.000 años, una fecha en claro conflicto con las que defienden Mallol y otros expertos. La investigadora no cree que esta datación vaya a superar un escrutinio más riguroso. «En Gorham también están revisando la cronología. Realmente, allí hay industrias que no encajan ni con un musteriense [neandertales] ni con un auriñaciense [sapiens]». Pero que nadie tema un enfrentamiento cruento entre arqueólogos a golpe de hachas de sílex: «Lo importante es que haya una buena comunicación entre los especialistas», concluye Mallol.

Y, volviendo a la frase de Brand, esto tampoco acaba aquí. Me atrevería a apostar que antes de que termine la semana tendremos más y sorprendentes nuevas del mundo paleo. Como dicen los anglosajones, stay tuned.

¿Y si nunca conocimos a los neandertales?

Resulta difícil imaginar cómo sería hoy este planeta si los neandertales no hubieran desaparecido, si dos especies humanas estuviéramos conviviendo en esta roca mojada. Quizá la mezcla entre ambos linajes habría llegado a difuminar las diferencias hasta hacernos indistinguibles. O quizá, entendiendo cómo viene funcionando el mundo, los neandertales, diferentes en varios aspectos de los humanos modernos, habrían sido estigmatizados, recluidos y sometidos a uno de esos genocidios sistemáticos que tanto nos gustan a los sapiens. Quién sabe. Lo cierto es que los neandertales ya no existen y, aunque parte de su legado genético pervive en nosotros, aún estamos aprendiendo a comprender quiénes eran aquellos tipos bajitos y corpulentos que poblaron Europa y Asia central.

Recreación de una pareja de neandertales en el Museo Neandertal (Alemania). Foto de UNiesert / Frank Vincentz / Wikipedia.

Recreación de una pareja de neandertales en el Museo Neandertal (Alemania). Foto de UNiesert / Frank Vincentz / Wikipedia.

Sabemos que los neandertales fabricaban herramientas y dominaban el fuego, pero tradicionalmente los hemos imaginado como una raza de brutos trogloditas sin el menor atisbo de intelecto, hasta tal punto que su apelativo se utiliza a menudo como insulto. Sin embargo, la revista científica PNAS publicó hace dos semanas el hallazgo de una posible muestra de arte neandertal en la cueva gibraltareña de Gorham, en la forma de un grabado en la roca tallado hace 40.000 años que los medios de comunicación compararon humorísticamente con un hashtag de Twitter. Bromas aparte, lo cierto es que un grabado es mucho más que un grabado: es una prueba de cultura, de abstracción y pensamiento simbólico, lo que podría rehabilitar definitivamente la imagen de los neandertales entre los sapiens. Hoy se extiende la idea de que, como titulaba el director del Proyecto Genoma Neandertal, Svante Paabo, en un artículo publicado el pasado abril en el diario The New York Times, «los neandertales también son gente».

Pero esa gente desapareció, y aún ni siquiera estamos seguros del porqué. Algunos científicos vuelven el dedo acusador hacia nosotros, los sapiens, que por entonces ni siquiera habíamos adquirido esa costumbre del genocidio en masa. Otro de los sospechosos es un cambio climático que trajo el frío, al que los neandertales estaban bien adaptados, pero no así sus fuentes de alimento. Sea como fuere, sabemos que el linaje neandertal en retirada encontró sus últimos refugios en la Península Ibérica, y que dejó de existir hace unos 40.000 años. De esto último estamos seguros. ¿O no?

Excavación en la cueva de El Salt, en Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Excavación en la cueva de El Salt, en Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Para añadir más intriga a la historia de los neandertales, está comenzando a propagarse la noción de que su extinción fue en realidad más temprana de lo que creíamos. Esta teoría es materia de estudio de un equipo de científicos españoles que excava los yacimientos paleolíticos de El Salt y el Abric del Pastor, ambos en Alcoy (Alicante). En la cueva de El Salt, los investigadores, de la Universidad tinerfeña de La Laguna, de la Complutense de Madrid y otras instituciones, han encontrado restos dentales pertenecientes a un joven neandertal que habitó la cueva al final del Paleolítico Medio, hace unos 45.000 años. Conservados en el mismo estrato han aparecido fragmentos de piedra trabajada y huesos de animales. Y sin embargo, en el libro de la vida que forman las capas rocosas, a este bullicioso período le sigue un estrato superior en el que no hay absolutamente nada. Los científicos concluyen así que el individuo hallado representa el punto y final a la ocupación humana de la cueva de El Salt.

En apariencia, el hallazgo podría pasar por uno más entre la veintena de yacimientos neandertales descubiertos en la Península Ibérica. Pero los resultados, publicados en la revista Journal of Human Evolution, cobran una inmensa trascendencia al poner la lupa sobre las fechas y situarlas en contexto. En un segundo estudio que acompaña al anterior, los investigadores de la Laguna Bertila Galván, Cristo M. Hernández, Carolina Mallol y sus colaboradores detallan la cronología del enclave de El Salt y concluyen que la cueva fue vivienda humana entre 60.000 y 45.000 años atrás, hasta que el frío extremo puso fin a la última población neandertal del lugar. «Comenzamos a observar un declive progresivo en la población neandertal hace unos 49.000 años, que coincide con un empeoramiento climático hacia un clima más frío», explica Cristo M. Hernández a Ciencias Mixtas. «Por fin, en el 43.000 desaparece todo rastro de presencia humana. Los compañeros que trabajan con el registro faunístico han descrito la desaparición de otras especies a partir de estas mismas fechas, como la tortuga mediterránea, lo que indica que el impacto climático no solo afectó a las poblaciones humanas».

¿Qué significa esto? Hace dos años, en la revista Quaternary International, los mismos científicos analizaban los datos de todos los yacimientos neandertales ibéricos, llegando a la conclusión de que entre los últimos restos de esta especie y los primeros sapiens había una brecha, un espacio en blanco, y que este patrón sugería una desaparición de los neandertales en una época de clima riguroso, miles de años antes de que los sapiens se extendieran por la península. «Ocurre lo mismo que describimos en El Salt: por encima de las últimas ocupaciones neandertales hay un depósito estéril», señala Hernández. «No hay ningún caso donde tengamos ocupaciones de los primeros humanos modernos directamente encima de las últimas neandertales». No existen, destaca el investigador, restos humanos neandertales datados en la Península Ibérica que sean posteriores a hace 43.000 años.

Una de las piezas dentales halladas en El Salt, Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Una de las piezas dentales halladas en El Salt, Alcoy (Alicante). Foto de Garralda et al., Journal of Human Evolution.

Para Hernández y sus colaboradores, los nuevos hallazgos de El Salt no hacen sino confirmar la hipótesis de que nuestros primos humanos se marcharon antes de lo que creíamos. Pero ¿qué ocurre entonces con casos de fechas más recientes, como el de la cueva de Gorham? «Solo hay algunos yacimientos, como el caso de Gibraltar, que nos dan fechas recientes, pero obtenidas en estratos donde no hay restos humanos y donde la industria es muy poco diagnóstica», valora Hernández. «Lo que tienen datado es el estrato que cubre los grabados, pero ese estrato no tiene restos humanos y no sabemos con exactitud quién es el autor de esas industrias, que tampoco son muy abundantes». Una posibilidad es que los autores del hashtag de Gorham no fueran en realidad neandertales, sino sapiens como nosotros.

La clave de este cambio de interpretación está en la datación de los restos. «Muchos yacimientos que estaban datados con fechas recientes, como Jarama VI [Guadalajara] o Zafarraya [Granada], se han vuelto a datar con las últimas técnicas, que evitan la contaminación de las muestras, y se han atrasado las fechas», apunta el investigador. Y esto no solo ha ocurrido en la Península Ibérica: «Se acaba de publicar un trabajo en Nature que cubre todos los yacimientos europeos y que demuestra una desaparición más antigua de los neandertales». «No somos nosotros únicamente los que planteamos esto, hay otros equipos defendiendo lo mismo. Cada vez hay más grupos que están barajando esta posibilidad», afirma Hernández.

Así, los nuevos datos dibujan una cronología que separa los reinados de neandertales y sapiens en la Península Ibérica: los primeros desaparecieron hace unos 45.000 años, mientras que los segundos no llegaron hasta hace unos 40.000. «Hay un vacío de población hasta que llegan los primeros humanos modernos», resume Hernández. Si, como demuestran las pruebas genéticas, algo de sangre neandertal corre por nuestras venas, estas comunidades mixtas nunca vivieron en la península. Sencillamente, jamás llegamos a conocernos. Pero, si tal es el caso, al menos no fuimos culpables de este genocidio.