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El cómico John Oliver habla sobre las vacunas, y no se lo pierdan

Decía Carl Sagan que en ciencia es frecuente comprobar cómo un científico cambia de parecer y reconoce que estaba equivocado, cuando las pruebas así lo aconsejan. Y que aunque esto no ocurre tanto como debería, ya que los científicos también son humanos y todo humano es resistente a abandonar sus posturas, es algo que nunca vemos ocurrir en la política o la religión.

Imagen de YouTube.

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Los que tratamos de adherirnos a esta manera de pensar, sea por formación científica o por tendencia innata, que no lo sé, solemos hacerlo con cierta frecuencia. Personalmente, durante años estuve convencido de que la solución a la creencia en las pseudociencias estaba en más educación científica y más divulgación. Hasta que comencé realmente a indagar en lo que los expertos han descubierto sobre esto. Entonces me di cuenta de que mi postura previa era simplista y poco informada, y cambié de parecer.

Resulta que los psicólogos sociales descubren que los creyentes en las pseudociencias son generalmente personas con un nivel educativo y un interés y conocimiento científicos comparables al resto. Resulta que los mensajes públicos basados en las pruebas científicas no solo no descabalgan de sus posturas a los creyentes en las pseudociencias, sino que incluso les hacen clavar más los estribos a su caballo. Resulta que los psicólogos cognitivos y neuropsicólogos estudian el llamado sesgo cognitivo, un mecanismo mental por el cual una persona tiende a ignorar o minimizar toneladas de pruebas en contra de sus creencias, y en cambio recorta y pega en un lugar prominente de su cerebro cualquier mínimo indicio al que pueda agarrarse para darse la razón a sí misma. Es, por ejemplo, la madre de un asesino defendiendo pese a todo que su hijo es inocente, aunque haya confesado.

Pero el sesgo cognitivo no solo actúa a escala personal, sino también corporativa, en el sentido social de la palabra, como identificación y pertenencia a un grupo: parece claro que muchas organizaciones ecologistas jamás de los jamases reconocerán las apabullantes evidencias científicas que no han logrado, y mira que lo han intentado, demostrar ningún efecto perjudicial de los alimentos transgénicos. Lo cual aparta a muchas organizaciones de lo que un día fue una apariencia de credibilidad científica apoyada en estudios. Y tristemente, cuando esa credibilidad científica desaparece, a algunos no nos queda más remedio que apartarnos de esas organizaciones: si niegan los datos en una materia, ¿cómo vamos a creérselos en otras?

El neurocientífico y divulgador Dean Burnett me daba en una ocasión una interesante explicación evolutiva del sesgo cognitivo. Durante la mayor parte de nuestra historia como especie, decía Burnett, aún no habíamos descubierto la ciencia, la experimentación, la deducción, la inducción, la lógica. En su lugar, nos guiábamos por la intuición, la superstición o el pensamiento mágico. Desde el punto de vista de la evolución de nuestro cerebro, apenas estamos estrenando el pensamiento racional, y todavía no acabamos de acostumbrarnos; aún somos niños creyendo en hadas, duendes y unicornios.

Así, la gente en general no piensa como los científicos, me decían otros. No es cuestión de mayor o menor inteligencia, ni es cuestión de mejor o peor educación. De hecho, muchas personas educadas tratan de disfrazar sus sesgos cognitivos (y todos los tenemos) bajo una falsa apariencia de escepticismo racional, cuando lo que hacen en realidad es lo que uno de estos expertos llamaba «pensar como un abogado», o seleccionar cuidadosamente (en inglés lo llaman cherry-picking) algún dato minoritario, irrelevante o intrascendente, pero que juega a su favor. Un ejemplo es este caso tan típico: «yo no soy [racista/xenófobo/machista/homófobo/negacionista del holocausto/antivacunas/etc.], PERO…».

Estos casos de sesgos cognitivos disfrazados, proseguían los expertos, son los más peligrosos de cara a la sociedad; primero, porque su apariencia de acercamiento neutral y de escepticismo, de no ceñirse a un criterio formado a priori, es más poderosa a la hora de sembrar la duda entre otras personas menos informadas que una postura fanática sin tapujos.

Segundo e importantísimo, porque el disfraz a veces les permite incluso colarse en la propia comunidad científica. Es el caso cuando unos pocos científicos sostienen un criterio contrario al de la mayoría, y son por ello destacados por los no científicos a quienes no les gustan las pruebas mayoritarias: ocurre con cuestiones como el cambio climático o los transgénicos; cuando hay alguna voz discrepante en la comunidad científica, en muy rarísimas ocasiones, si es que hay alguna, se trata de un genio capaz de ver lo que nadie más ha logrado ver. Es mucho más probable que se trate de un sesgo disfrazado, el del mal científico que no trata de refutar su propia hipótesis, como debe hacerse, sino de demostrarla. Pero hay un caso aún peor, y es el del científico corrupto guiado por motivaciones económicas; este fue el caso de Andrew Wakefield, el que inventó el inexistente vínculo entre vacunas y autismo.

He venido hoy a hablarles de todo esto a propósito del asunto antivacunas que comenté ayer, porque algunas de estas cuestiones y muchas otras más están genialmente tratadas en este vídeo que les traigo. John Oliver es un cómico, actor y showman inglés que presenta el programa Last Week Tonight en la HBO de EEUU. Habitualmente Oliver suele ocuparse de temas políticos, pero de vez en cuando entra en harina científica. Y sin tener una formación específica en ciencia, es un paladín del pensamiento racional y de la prueba, demostrando una lucidez enorme y bastante rara entre las celebrities. Y por si fuera poco, maneja con maestría esas cualidades que solemos atribuir al humor británico.

Por desgracia, el vídeo solo está disponible en inglés, así que deberán conocer el idioma para seguirlo, pero los subtítulos automáticos de YouTube les ayudarán si no tienen el oído muy entrenado. Háganme caso y disfrútenlo: explica maravillosamente la presunta polémica de las vacunas, tiene mucho contenido científico de interés, y además van a reírse.

Este es el mejor monólogo sobre ciencia jamás escrito

Les aseguro que no les traería aquí un vídeo de 20 minutos y 46 segundos, en inglés y sin subtítulos en castellano, si no fuera porque es el comentario sobre el funcionamiento de la ciencia –y su comunicación– más atinado e informado, además de divertido, que jamás he visto en un medio televisivo (medio al que, todo hay que decirlo, no soy muy adepto). Si dominan el idioma, les recomiendo muy vivamente que lo sigan de cabo a rabo (el final es apoteósico). Y si no es así, a continuación les resumiré los fragmentos más sabrosos. El vídeo, al pie del artículo.

John Oliver. Imagen de YouTube.

John Oliver. Imagen de YouTube.

Su protagonista es John Oliver, humorista británico que presenta el programa Last Week Tonight with John Oliver en la HBO estadounidense. Oliver despliega un humor repleto de inteligencia e ironía, de ese que no suele abundar por aquí. Hace algo más de un año traje aquí una deliciosa entrevista de Oliver con el físico Stephen Hawking.

En esta ocasión, Oliver se ocupa de la ciencia, bajo una clara pregunta: ¿Es la ciencia una gilipollez? Naturalmente, el presentador no trata de ridiculizar la ciencia, sino todo lo contrario, criticar a quienes dan de ella una imagen ridícula a través de la mala ciencia y el mal periodismo.

Para ilustrar cuál es el quid, comienza mostrando algunos fragmentos de informativos de televisión en los que se anuncian noticias presuntamente científicas como estas: el azúcar podría acelerar el crecimiento del cáncer, picar algo a altas horas de la noche daña el cerebro, la pizza es la comida más adictiva, abrazar a los perros es malo para ellos, o beber una copa de vino equivale a una hora de gimnasio.

Sí, ya lo han adivinado: la cosa va de correlación versus causalidad, un asunto tratado infinidad de veces en este blog; la última de ellas, si no me falla la memoria, esta. Les recuerdo que se trata de todos aquellos estudios epidemiológicos del tipo «hacer/comer x causa/previene y». Estudios que se hacen en dos tardes cruzando datos en un ordenador hasta que se obtiene lo que se conoce como una «correlación estadísticamente significativa», aunque no tenga sentido alguno, aunque no exista ningún vínculo plausible, no digamos ya una demostración de causalidad. Pero que en cambio, dan un buen titular.

Naturalmente, a menudo esos titulares engañosos se contradicen unos a otros. Oliver saca a la palestra varias aseveraciones sobre lo bueno y lo malo que es el café al mismo tiempo, para concluir: «El café hoy es como Dios en el Antiguo Testamento: podía salvarte o matarte, dependiendo de cuánto creyeras en sus poderes mágicos». Y añade: «La ciencia no es una gilipollez, pero hay un montón de gilipolleces disfrazadas de ciencia».

Pero el humor de Oliver esconde un análisis básico, aunque claro y certero, sobre las causas de todo esto. Primero, no toda la ciencia es de la misma calidad, y esto es algo que los periodistas deberían tener el suficiente criterio para juzgar, en lugar de dar el ridículo marchamo de «lo dice la Ciencia» (con C mayúscula) a todo lo que sale por el tubo, sea lo que sea. Segundo, la carrera científica hoy está minada por el virus del «publish or perish«, la necesidad de publicar a toda costa para conseguir proyectos, becas y contratos. No son solo los científicos quienes sienten la presión de conseguir un buen titular; los periodistas también se dejan seducir por este cebo. Para unos y otros, la presión es una razón de la mala praxis, pero nunca una disculpa.

El vídeo demuestra que Oliver está bien informado y asesorado, porque explica perfectamente cómo se producen estos estudios fraudulentos: manipulando los datos de forma más o menos sutil o descarada para obtener un valor p (ya hablé de este parámetro aquí y aquí) menor del estándar normalmente requerido para que el resultado pueda considerarse «estadísticamente significativo»; «aunque no tenga ningún sentido», añade el humorista. Como ejemplos, cita algunas de estas correlaciones deliberadamente absurdas, pero auténticas, publicadas en la web FiveThirtyEight: comer repollo con tener el ombligo hacia dentro. Aquí he citado anteriormente alguna del mismo tipo, e incluso las he fabricado yo mismo.

Otro problema, subraya Oliver, es que no se hacen estudios para comprobar los resultados de otros. Los estudios de replicación no interesan, no se financian. «No hay premio Nobel de comprobación de datos», bromea el presentador. Y de hecho, la reproducibilidad de los experimentos es una de las grandes preocupaciones hoy en el mundo de la publicación científica.

Oliver arremete también contra otro vicio del proceso, ya en el lado periodístico de la frontera. ¿Cuántas veces habremos leído una nota de prensa por el atractivo de su titular, para después descubrir que el contenido del estudio no justificaba ni mucho menos lo anunciado? Oliver cita un ejemplo de este mismo año: un estudio no encontraba ninguna diferencia entre el consumo de chocolate alto y bajo en flavonol en el riesgo de preeclampsia o hipertensión en las mujeres embarazadas. Pero la sociedad científica que auspiciaba el estudio tituló su nota de prensa: «Los beneficios del chocolate durante el embarazo». Y un canal de televisión picó, contando que comer chocolate durante el embarazo es beneficioso para el bebé, sobre todo en las mujeres con riesgo de preeclampsia o hipertensión. «¡Excepto que eso no es lo que dice el estudio!», exclama el humorista.

Otro titular descacharrante apareció nada menos que en la revista Time: «Los científicos dicen que oler pedos podría prevenir el cáncer». Oliver aclara cuál era la conclusión real del estudio en cuestión, que por supuesto jamás mencionaba los pedos ni el cáncer, sino que apuntaba a ciertos compuestos de sulfuro como herramientas farmacológicas para estudiar las disfunciones mitocondriales. Según el humorista, en este caso la historia fue después corregida, pero los investigadores aún reciben periódicamente llamadas de algunos medios para preguntarles sobre los pedos.

Claro que no hace falta marcharnos tan lejos para encontrar este tipo de titulares descaradamente mentirosos. Hace un par de meses conté aquí una aberración titulada «La inteligencia se hereda de la madre», cuando el título correcto habría sido «Las discapacidades mentales están más frecuentemente ligadas al cromosoma X». No me he molestado en comprobar si la historia original se ha corregido; como es obvio, el medio en cuestión no era la revista Time.

Y por cierto, esta semana he sabido de otro caso gracias a mi vecina de blog Madre Reciente: «Las mujeres que van a misa tienen mejor salud», decía un titular en La Razón. Para no desviarme de lo que he venido a contar hoy, no voy a entrar en detalle en el estudio en cuestión. Solo un par de apuntes: para empezar, las mujeres del estudio eran casi exclusivamente enfermeras blancas cristianas estadounidenses, así que la primera enmienda al titular sería esta: «Las enfermeras blancas cristianas estadounidenses que van a misa tienen mejor salud». Y a ver cómo se vende este titular.

Pero curiosamente, la población del estudio no presenta grandes diferencias en sus factores de salud registrados, excepto en dos: alcohol y tabaco. Cuanto más van a misa, menos fuman y beben. Por ejemplo, fuma un 20% de las que no van nunca, 14% de las que acuden menos de una vez a la semana, 10% de las enfermeras de misa semanal, y solo el 5% de las que repiten durante la semana. Así que, ¿qué tal «Las enfermeras blancas cristianas estadounidenses que menos fuman y beben tienen mejor salud»?. Para esta correlación sí habría un vínculo causal creíble.

Claro que tampoco vayan a pensar que hablamos de conseguir la inmortalidad: según el estudio, las que fuman y beben menos/van a misa más de una vez por semana viven 0,43 años más; es decir, unos cinco meses. Así que el resultado final es: «El tabaco y el alcohol podrían robar unos cinco meses de vida a las enfermeras blancas cristianas estadounidenses». Impresionante documento, ¿no?

Pero regresando a Oliver, el presentador continúa citando más ejemplos de estudios y titulares tan llamativos como sesgados: muestras pequeñas, resultados en ratones que se cuentan como si directamente pudieran extrapolarse a humanos, trabajos financiados por compañías interesadas en promocionar sus productos… El habitual campo minado de la comunicación de la ciencia, sobre el cual hay que pisar de puntillas.

Oliver concluye ilustrando la enorme confusión que crea todo este ruido en la opinión pública: el resultado son las frases que se escuchan en la calle, como «vale, si ya sabemos que todo da cáncer», o «pues antes decían lo contrario». El humorista enseña un fragmento de un magazine televisivo en el que un tertuliano osa manifestar: «Creo que la manera de vivir tu vida es: encuentras el estudio que te suena mejor, y te ciñes a eso». Oliver replica exaltado: «¡No, no, no, no, no! En ciencia no te limitas a escoger a dedo las partes que justifican lo que de todos modos vas a hacer. ¡Eso es la religión!». El monólogo da paso a un genial sketch parodiando las charlas TED. Les dejo con John Oliver. Y de verdad, no se lo pierdan.

Feliz cumpleaños, Hawking, Wallace, Bowie, Elvis…

Cuando uno no puede presumir de mucho más, al menos le queda el consuelo de haber nacido el mismo día del año que algunos personajes con más merecimientos. El pasado 8 de enero, día en el que un servidor cumplió XLVII años –a ciertas edades, cuando los cumpleaños ya no se celebran sino que se conmemoran, se aconseja una numeración adaptada a la época–, fue también el aniversario de Elvis Presley, padre superior de la Orden del rock; David Bowie, el mayor genio individual de la música del último tercio del siglo XX; Alfred Russell Wallace, el Salieri de la evolución biológica; y Stephen Hawking, que ha cumplido los 73 contra todo pronóstico de la enfermedad que le aqueja, burlando a la muerte y a los periodistas que en alguna ocasión nos hemos visto obligados a preparar obituarios en previsión y que, afortunadamente, hasta hoy se quedaron en la nevera.

Hawking es un personaje tan popular que muchos darían por hecha su distinción con un premio Nobel; sin embargo, nunca lo ha recibido, y probablemente nunca lo hará. No hay injusticia aquí: el británico es un teórico, y los premios suecos no se conceden a las teorías, por brillantes que sean, sino a los descubrimientos. Peter Higgs, el del famoso bosón, elaboró su teoría en 1964, pero no pudo ser reconocido por la Academia Sueca hasta que la partícula propuesta por él fue finalmente detectada por el LHC en 2012. Recibió el Nobel sin más tardar al año siguiente, con la urgencia que aconsejaban sus 84 años, ya que el premio nunca se otorga a título póstumo.

Para que Hawking encontrara por fin la distinción máxima de la ciencia sería necesario, por ejemplo, que se demostrara la radiación que él teorizó y que emitirían los agujeros negros al morir. Pero por desgracia, faltan miles de millones de años para que esto ocurra, y ni siquiera la casi mítica inmortalidad de Hawking le permitirá vivir tanto. Einstein tuvo más suerte; al contrario de lo que muchos responderían a una pregunta del Trivial, al físico alemán no se le concedió el Nobel por su teoría de la relatividad, que en su época era prácticamente indemostrable. Por suerte, sí pudo verificarse experimentalmente su explicación del efecto fotoeléctrico, y esta fue la circunstancia que aprovechó el comité de los Nobel para distinguir su talento.

Con la celebración de su 73 cumpleaños, Hawking ha vivido además para ver el estreno del biopic que relata sus años jóvenes, La teoría del todo, que se presenta a los Óscar del próximo 22 de febrero con cinco nominaciones, incluidas las de mejor película y mejores actor y actriz protagonistas. Por lo que barruntan los entendidos, parece que hay otras candidaturas mejor posicionadas; pero lo más importante, lo que estimula en el público la curiosidad por la ciencia, ya está conseguido.

Para celebrar la figura de Stephen Hawking, hoy traigo aquí el vídeo de una entrevista grabada el pasado año, conducida por el actor y comediante británico John Oliver. Siento que no haya una traducción al castellano, pero espero que se comprenda bien; al menos las respuestas de Hawking están subtituladas. Es una delicia disfrutar de la ironía tan característica del humor inglés que despliegan ambos interlocutores en esta entrevista tan divertida como inusual.