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¿Por qué olvidamos los sueños? ¿Y por qué en los sueños olvidamos la vida?

Esta noche no he soñado nada, decimos a veces, y esto es aceptable si comprendemos lo que significa: que no recordemos haber soñado no significa que no lo hayamos hecho. Soñamos, sobre todo en la fase REM (de Rapid Eye Movement, que algunos traducen como MOR, Movimiento Ocular Rápido, pensando quizá que eso de la univocidad del lenguaje científico está bien, siempre que no se imponga por encima del nacionalismo lingüístico). Lo que ocurre es que en muchos casos no recordamos lo que soñamos, y despertamos con la impresión de haber pasado la noche en un estado cuasicomatoso de actividad cerebral nula.

Pero esto último no ocurre. Mientras dormimos, nuestro cerebro hace de todo menos descansar; más bien se va de juerga por sus propios mundos sin que nosotros lo controlemos. Y aunque difícilmente hacen falta motivos para justificar que el cerebro humano es uno de los campos de investigación más increíblemente asombrosos de la ciencia actual –suele decirse que este XXI es el siglo del cerebro–, en especial el universo del sueño y de los sueños es uno de sus misterios más extraños.

Sobre los sueños, es mucho lo que falta por comprender. Ni siquiera aún se entiende del todo por qué soñamos, ni por qué tenemos la necesidad de hacerlo. Pero hay una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez: ¿por qué solemos olvidar la mayoría de los sueños?

La ciencia dice que también sueñan quienes nunca lo recuerdan, y que lo recordarán si se despiertan en el momento adecuado. Tienden a recordarse con más facilidad los sueños que tenemos justo antes de despertarnos, y dado que soñamos más en la fase REM, si despertamos en ese momento tendremos más probabilidad de recordar los sueños inmediatamente anteriores. Esto significa además que quienes tienen la suerte de dormir a pierna suelta hasta que se despiertan por sí solos, si es que hay algún afortunado, tenderán menos a recordar sus sueños, ya que despertarán con más probabilidad al terminar un ciclo completo de sueño y no durante la fase REM.

Imagen de pxhere.

Imagen de pxhere.

En los últimos años, los neurocientíficos han encontrado una posible explicación de por qué tendemos a olvidar los sueños (al menos el 95% de ellos, según un dato): en resumen, se trata de que durante la fase REM el almacenamiento de memoria a largo plazo está desactivado, como si nos funcionara la memoria RAM pero no la escritura en el disco duro. Cuando despertamos, el cerebro tarda un par de minutos en poner en marcha este mecanismo. Si durante ese par de minutos tratamos de retener ese recuerdo fugaz volviendo a reproducir el sueño en nuestra mente, podremos fijarlo y recordarlo después. De lo contrario, aunque en el mismo momento de despertarnos recordemos el sueño, lo olvidaremos.

Más concretamente, los científicos han descubierto que así como en la corteza cerebral despierta hay altos niveles de dos neurotransmisores, acetilcolina y norepinefrina (o noradrenalina), ambos se desploman cuando nos dormimos. Sin embargo, al entrar en la fase REM, la acetilcolina vuelve a sus niveles de vigilia, lo que provoca un estado de activación similar a cuando estamos despiertos, mientras que por el contrario la norepinefrina permanece baja, y esto nos impide fijar recuerdos en la memoria.

Pero naturalmente, como siempre en ciencia, esto no zanja la cuestión. El balance entre estos dos neurotransmisores durante el sueño REM puede ser una parte de la explicación, pero no tiene por qué ser la explicación completa. De hecho, ahora un nuevo estudio publicado en Science aporta otro mecanismo que puede contribuir a la facilidad con la que olvidamos los sueños.

Los investigadores, de Japón y EEUU, han detectado que un conjunto de neuronas de una región del cerebro llamada hipotálamo y que producen una sustancia denominada Hormona Concentradora de Melanina (MCH) controlan la escritura de recuerdos en el hipocampo, un área del cerebro implicada en la memoria. En concreto, los científicos han visto que la activación de estas neuronas inhibe la formación de recuerdos. Estudios anteriores ya habían observado que estas neuronas están especialmente activas durante el sueño REM. La conclusión del nuevo estudio es que la activación de estas neuronas olvidadoras durante la fase REM impide que recordemos los sueños.

Según el coautor del estudio Thomas Kilduff, “dado que los sueños ocurren sobre todo durante el sueño REM, la fase en que las neuronas MCH se encienden, la activación de estas células puede impedir que el contenido de un sueño se almacene en el hipocampo; como consecuencia, el sueño se olvida rápidamente”.

Pero incluso si llegara a comprenderse por completo cómo olvidamos esa especie de segunda vida que vivimos en los sueños, aún queda también comprender cómo hacemos el recorrido inverso: olvidar nuestra primera vida durante la segunda. En un artículo publicado hace años en la revista Scientific American, el neurocientífico Christof Koch –conocido por sus trabajos sobre las bases neuronales de la consciencia– escribía lo siguiente:

La consciencia del sueño no es la misma que la consciencia de la vigilia. En su mayor parte somos incapaces de hacer introspección, de preguntarnos por nuestra insólita capacidad de volar o de encontrarnos con alguien muerto hace mucho tiempo.

Dicho de otro modo: en el sueño hemos olvidado que ni nosotros ni ningún otro ser humano puede volar. En el sueño hemos olvidado que esa persona lleva muerta mucho tiempo. Y podemos extenderlo a otros aspectos de nuestra vida en los que seguro que todos reconoceremos algunos de nuestros sueños: olvidamos que nuestra pareja es nuestra pareja, o que nuestro trabajo es nuestro trabajo, o incluso que nuestros hijos, padres o hermanos son nuestros hijos, padres o hermanos.

Naturalmente, alguno de esos psicólogos de cromo de Phoskitos diría que en realidad nuestra mente está liberando el deseo reprimido inconsciente de librarnos de nuestra pareja, nuestro trabajo o nuestros hijos, padres o hermanos. Pero ante todo lo que suene a freudiano, hay que colgarse del cuello la ristra de ajos: como ya he contado aquí, Freud no era un científico, sino solo un tipo inteligente e innovador que hacía conjeturas sin demostrarlas, porque no podían demostrarse (y algunos dirán incluso que lo de «inteligente e innovador» es muy generoso, ya que muchos científicos le consideran simplemente un charlatán).

Pero en fin, el hecho de que olvidemos todas esas cosas sobre nosotros mismos mientras soñamos es algo sorprendente, teniendo en cuenta que los sueños también se alimentan de nuestra memoria; al parecer, solo de trozos incompletos de memoria, con el resultado de que el yo del sueño en muchos casos es distinto del yo normal. Y esto equivale a decir que, en cierto modo, a veces durante los sueños olvidamos quiénes somos en realidad.

Raro, ¿verdad? Y por desgracia, imagino que difícil de esclarecer, porque a ver a quién se le ocurre un diseño experimental para estudiar esto.

Qué hacer si despiertas con un monstruo sentado sobre el pecho

En 1982 alcanzó cierta notoriedad una película titulada El ente, a propósito del caso de una mujer que sufría los asaltos sexuales de un fantasma. Los años 60 y 70 del siglo pasado vieron florecer una edad de oro en el mundo de los fenómenos paranormales, e incluso la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) llegó a disponer de un Laboratorio de Parapsicología que funcionó desde 1968 hasta 1978. Por su parte, el cine aprovechaba el tirón de lo sobrenatural para navegar en la exitosa estela de El exorcista con taquillazos como Poltergeist, El resplandor o La profecía. Y sin duda, no había imán más potente para el público que el elemento morboso de poder abrir la pantalla con aquella frase: «Esta película está basada en hechos reales». Fue el caso de El exorcista, Terror en Amityville y, también, El ente.

Barbara Hershey en un fotograma de la película 'El ente' (1982), de Sidney J. Furie. Imagen de 20th Century Fox.

Barbara Hershey en un fotograma de la película ‘El ente’ (1982), de Sidney J. Furie. Imagen de 20th Century Fox.

El director Sidney J. Furie filmó el guión en el que Frank De Felitta adaptó su propia novela, la historia real de Doris Bither (o Carla Moran), una californiana que decía recibir constantes visitas de una presencia espectral obsesionada por abusar sexualmente de ella. Dado que la mujer recurrió a la ayuda de dos parapsicólogos de la UCLA que describieron los ataques sin poder explicar el cómo ni el porqué, el caso ha pasado a la posteridad como uno de los argumentos de bandera del esoterismo, y en internet abundan las páginas en las que se habla de la experiencia de Moran como de un fenómeno sobrenatural «verídico».

Lo que no suelen mencionar los raconttos de la historia es que quien dirigió aquella investigación, el parapsicólogo y doctor en psicofisiología Barry Taff, entonces en la UCLA, lleva años pregonando que «lo paranormal no existe». A lo largo de una vida dedicada al estudio de lo sobrenatural, con más de 4.500 casos en su haber, Taff llegó a la conclusión de que tales fenómenos son solo construcciones de la mente. Es más; el parapsicólogo opina que «lo paranormal atrae a más gente emocionalmente perturbada que ninguna otra área de interés humano». «Lo que nos queda es una siempre creciente proporción que o bien están mentalmente enfermos o están en proceso de desarrollar serios desórdenes de personalidad y que no saben qué hacer al respecto sino culpar a una presencia maligna paranormal», escribía Taff en un artículo que causó gran conmoción en los círculos del esoterismo. El texto estaba encabezado por una advertencia en la que aclaraba: «Recuerda, he estado ahí fuera durante más de cuatro décadas, documentando y haciendo investigación, y TÚ no».

Respecto a la historia retratada en El ente, Taff escribió: «Al contrario de lo que muchos piensan, el caso de Doris Bither, que después se convirtió en la novela y la película El ente, no era, en mi opinión profesional, el resultado de una violación espectral, también llamada espectrofilia, sino más bien un caso perturbador de brote poltergeist«. ¿Y a qué llama Taff un poltergeist? Lo define en el mismo artículo: «La posibilidad de que el subconsciente de una persona viva pueda generar involuntariamente tanta energía como para manifestar anomalías luminosas, apariciones y eventos psicocinéticos macroscópicos».

Otra cosa es que las teorías de Taff, basadas en algo así como campos electromagnéticos manipulados por el subconsciente humano, sean plausibles o no, testables o no, validables o no. Pero la parte que la visión del parapsicólogo sí comparte con el conocimiento científico establecido es que muchos de los fenómenos tradicionalmente considerados paranormales han sido explicados como artificios de la mente humana. Y varios de ellos se refieren a un mismo síndrome, una extraña y aterradora condición llamada parálisis del sueño. Lejos de ser una enfermedad mental, es una experiencia tan común que, según la Clasificación Internacional de Desórdenes del Sueño (ICSD), hasta un 40 o un 50% de la población lo sufre al menos una vez en su vida, y su primera descripción histórica se remonta a los textos del médico persa Akhawayni en el siglo X.

Reconstrucción de una abducción alienígena. Imagen de Travis Walton / Wikipedia.

Reconstrucción de una abducción alienígena. Imagen de Travis Walton / Wikipedia.

A principios del siglo actual, la psicóloga cognitiva Susan Clancy, en la Universidad de Harvard (EE. UU.), comenzó a estudiar casos de personas que decían haber sufrido experiencias paranormales, especialmente abducciones alienígenas. «Junto con Daniel Schacter en Harvard, estábamos interesados en los falsos recuerdos: por qué la gente normal llega a creer cosas que nunca han ocurrido», expone Clancy a Ciencias Mixtas. «Basándonos en los datos (no existen pruebas de la existencia de abducciones alienígenas), elegimos a los abducidos como un grupo interesante para el estudio». La investigación de Clancy y Schacter les condujo hacia un destino común: «Muchos informaban de experiencias similares a la parálisis del sueño».

La parálisis del sueño es una parasomnia, o trastorno del sueño, consistente en una especie de despertar en falso. Durante la Fase de Movimiento Ocular Rápido (MOR, más conocida por sus siglas en inglés, REM), la última del ciclo del sueño, el cerebro está tan ocupado elaborando sueños vívidos que se ve obligado a desconectar el movimiento voluntario del cuerpo para que no actuemos. Durante la Fase REM, nuestros músculos están paralizados. En ocasiones sucede que una persona despierta sin lograr romper este estado de parálisis. Y a ello se une el que en la transición del sueño a la vigilia, como ocurre también en el proceso contrario, nos asaltan alucinaciones que creemos reales y que con gran frecuencia son pavorosas; según recoge un reciente estudio dirigido por el psicólogo clínico de la Universidad Estatal de Washington (EEUU) Brian Sharpless y publicado en la revista Behavioral Sleep Medicine, «mientras que solo el 30% de los sueños son aterradores, el miedo es característico en la parálisis del sueño aproximadamente el 90% de las veces».

Además de los estudios científicos que detallaron sus trabajos, Clancy reunió sus investigaciones en un libro titulado Abducted: How people come to believe they were kidnapped by aliens (Abducidos: cómo las personas llegan a creer que fueron secuestradas por alienígenas) (Harvard University Press, 2007). «La parálisis del sueño es simplemente una experiencia que la gente tiene y que les pone los pelos de punta, y entonces buscan explicaciones», prosigue Clancy. «Algunos aceptan el diagnóstico médico; otros piensan que está relacionado con fantasmas, demonios o alienígenas. De los que determinan que podrían ser alienígenas, algunos buscan ayuda psicológica de expertos en el área de las abducciones. Durante la regresión/hipnosis a menudo recuperan los recuerdos de la abducción». «Así, la parálisis del sueño a menudo es un primer paso para que la gente llegue a creer que fueron abducidos por alienígenas», concluye.

Varios investigadores han detallado cómo las interpretaciones de los fenómenos experimentados durante la parálisis del sueño varían según las culturas; un egipcio no atribuye tales fenómenos a los alienígenas, sino al Genio, un mito popular en los países árabes. Por el contrario, los daneses son menos propensos a buscar explicaciones sobrenaturales, mientras que los italianos de la región de los Abruzos culpan al Pandafeche, «a menudo representado como una bruja maligna, a veces como un espíritu fantasmal o un terrible gato humanoide», según un estudio publicado este mes en el que también se detallan los métodos para ahuyentarlo, como «situar una escoba junto a la puerta o una pila de arena al lado de la cama».

'La pesadilla' (1781), de John Henry Fuseli, representación de un íncubo. Imagen de Wikipedia.

‘La pesadilla’ (1781), de John Henry Fuseli, representación de un íncubo. Imagen de Wikipedia.

Curiosamente, una de las manifestaciones más frecuentes en las alucinaciones asociadas a la parálisis del sueño es la presencia de un ser monstruoso o demoníaco que oprime el pecho e impide respirar, un fenómeno denominado Íncubo en referencia a los demonios que en la mitología se tendían sobre sus víctimas femeninas para violarlas mientras dormían. Otra forma habitual se conoce como Experiencias Corporales Inusuales, e incluye sensaciones de abandonar el cuerpo y flotar, que popularmente reciben nombres como viaje astral o se relacionan con experiencias cercanas a la muerte.

En su reciente estudio, Sharpless entresacó a 156 estudiantes que habían sufrido episodios de parálisis del sueño a partir de una muestra de más de 2.200. A través de entrevistas, ha construido una estadística que recoge los métodos empleados por los sujetos para intentar evitar la experiencia o, en caso de sufrirla, tratar de romperla. «Las mejores maneras de prevenirlo son dormir lo suficiente, acostarse y levantarse a la misma hora cada día, no dormir sobre el estómago o la espalda, evitar el alcohol y la cafeína al menos cuatro horas antes de irse a dormir, y tratar de minimizar el nivel de estrés», resume el psicólogo, que en junio publicará un libro titulado Sleep Paralysis: Historical, Psychological, and Medical Perspectives (Parálisis del sueño: Perspectivas históricas, psicológicas y médicas) (Oxford University Press, 2015). En caso de sufrir de algún trastorno previo, como estrés postraumático o ataques de pánico, Sharpless apunta que los tratamientos habituales también ayudarán a prevenir la parálisis.

Y ¿si ya la estamos sufriendo? Los datos de Sharpless indican que es inútil tratar de hablar con la alucinación: solo un estudiante lo intentó y no le sirvió de nada. El psicólogo recomienda mantener la calma y probar repetidamente a mover una parte pequeña del cuerpo, como un dedo de la mano o del pie. En una mayoría de casos este método suele funcionar, pero si no es así, no hay que inquietarse; pasará a los pocos minutos. Sobre todo, recuerda Sharpless, es importante «reconocer que las alucinaciones que estás teniendo no son reales».