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Este es el gran error de Blade Runner (¿lo arreglarán en la secuela?)

Fui uno de los adoradores de Blade Runner desde el principio. He leído que inicialmente recibió críticas agridulces, y que su estreno no fue un bombazo en la taquilla, y que muchos se sumaron a los elogios después, cuando el fenómeno creció. Pero no presumo de ninguna cualidad como crítico de cine; simplemente, la vi por primera vez allá cuando solo tenía 15 años cumplidos, y entonces era muy raro encontrar una película de Hollywood tan definida por un espíritu y una estética de lo que por entonces llamábamos afterpunk (hoy postpunk). Era natural que muchos la convirtiéramos en un símbolo con el que decorar la carpeta y las paredes de nuestra habitación.

Pero unos años más tarde, cuando empecé a estudiar ciencias, descubrí que gran parte del peso de la trama de Blade Runner se asentaba sobre una premisa científicamente absurda. Les explico.

Imagen de Warner Bros.

Imagen de Warner Bros.

Tanto la película como la novela original de Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) se basan en la existencia de humanos sintéticos, en el libro llamados simplemente androides. Según se cuenta, a Ridley Scott este término le parecía demasiado estereotipado. Uno de los dos guionistas preguntó a su hija, que estudiaba biología, y ella sugirió el nombre replicante, inspirado por la replicación de ADN cuando una célula se divide.

Ni en el libro ni en la película se explica claramente cómo se producen los androides/replicantes, pero queda claro que son de carne y hueso, indistinguibles de los humanos normales excepto por unos pocos rasgos: carecen de empatía, tienen habilidades especiales (agilidad, fuerza) y una longevidad de cuatro años. Sobre esto último hay una pequeña contradicción, ya que en la película se presentan dos ideas contrapuestas: en un momento se dice que la caducidad fue impuesta para evitar que llegaran a desarrollar capacidad emocional, mientras que en otro se cuenta que la corta vida de los replicantes es una limitación tecnológica a la que no se ha encontrado solución. Algo que, a su vez, no cuadra con el hecho de que Rachael fuera una replicante sin caducidad.

Pero vayamos a lo importante: la identificación de los replicantes. En el libro y la película, los blade runners recurren a una especie de polígrafo, un alambicado test psico-fisiológico llamado Voight-Kampff que revela si el sujeto muestra emociones o no.

En 1968, cuando Dick publicó la novela, el polígrafo era una técnica muy de actualidad, e incluso en EEUU ya había programas de televisión basados en su uso, como el que décadas después haría en España el periodista Julián Lago con aquella famosa frase: «no me conteste ahora, hágalo después de la publicidad». Gran parte de la trama de Blade Runner se asienta en el hecho de que el Voight-Kampff es un análisis largo, complicado y que requiere la colaboración del sujeto, lo que sustenta la tensión sobre la condición de replicante de Rachael y deja en duda la identidad del propio Deckard, una incógnita que ha sido motivo de discusión durante años.

La máquina del test Voight-Kampff. Imagen de Warner Bros.

La máquina del test Voight-Kampff. Imagen de Warner Bros.

Ahora, vayamos a la realidad. En 1968 la tecnología de ADN aún estaba naciendo. Por entonces no era generalmente conocida, y todavía era difícil prever sus futuras aplicaciones. Pero a comienzos de los 80, cuando se escribió el guión de la película, ya se había secuenciado el primer genoma completo, el del virus bacteriófago φX174, y la biología molecular era una tecnología en plena expansión.

En aquella época ya se sabía que una especie puede identificarse por su secuencia genética. Con los años esto ha llevado a la localización de fragmentos del genoma que sirven como un código de barras genético, con el que puede determinarse la especie a la que pertenece un organismo. Además, la evolución de la tecnología de lectura de ADN ha conducido a la fabricación de máquinas de secuenciación y amplificación cada vez más baratas, rápidas y pequeñas, casi portátiles.

Por otra parte, el progreso de la biología molecular no solo ha permitido modificar genomas a voluntad (como en los organismos transgénicos), sino también crear genomas artificiales de especies simples como bacterias. En ambos casos se marcan estos organismos introduciendo en sus genes unos fragmentos de ADN que actúan como códigos de barras sintéticos, y que pueden tomar la forma que uno desee: se puede codificar en ellos un mensaje, un nombre, un número de serie o cualquier otro tipo de marcaje. Los cultivos transgénicos llevan este tipo de marcas de identificación.

El absurdo es que la humanidad futura de Blade Runner ha alcanzado un nivel de desarrollo que les permite crear o manipular genomas para fabricar personas de carne y hueso con ciertas características finamente alteradas a voluntad; y sin embargo, no parece que nadie haya pensado en introducirles marcadores genéticos para poder identificarlos rápidamente con un sencillo test de ADN, algo que existe en la realidad desde el nacimiento de la edición y la manipulación genética.

De hecho, la idea de la marca física de fábrica sí está presente en la película, aunque no en formato genético. Cuando Deckard encuentra la escama de una serpiente sintética, descubre con un examen microscópico una identificación del fabricante que le llevará hasta el local de strip-tease donde trabaja la replicante Zhora. ¿Por qué una serpiente artificial lleva una marca de fábrica y los replicantes no, sobre todo teniendo en cuenta la vigilancia estricta a la que se les somete?

Pero ya entonces el marcaje genético era una posibilidad evidente, y era fácil imaginar que en una situación real sería un requisito en la creación de cualquier organismo genéticamente alterado. La identificación de los replicantes mediante el test de Voight-Kampff, en lugar de una prueba genética, ya era una idea claramente anacrónica en 1982. Habría bastado con arrancarles un pelo o tomarles una muestra del epitelio bucal con un bastoncillo.

Es más: incluso suponiendo que los fabricantes de replicantes decidieran por cualquier motivo no introducir marcas genéticas específicas en sus diseños, las propias técnicas de edición o síntesis genómica dejan ciertos rastros genéticos que también pueden detectarse, como secuencias bacterianas que actúan como dianas de corte o que están presentes en genes de resistencia a antibióticos. Bastaría un simple análisis rutinario con una máquina llamada PCR para detectar de inmediato a un replicante.

Ahora la pregunta es: ¿habrán pensado en esto los responsables del guión de Blade Runner 2049, la secuela que se estrenará el próximo octubre?

Como escribí aquí hace unos días a propósito de la película Sunshine, la ficción es ficción, y no debe descalificarse solo por sus errores científicos si todo lo demás funciona. Pero la ciencia ficción, si pretende llamarse así, debe actualizarse al estado del conocimiento científico y de las posibilidades tecnológicas de su época.

Hoy cada vez es más habitual, ya casi imprescindible, que cualquier producción seria de ciencia ficción busque la asesoría de científicos expertos. Sin embargo, como ya dejé protestado aquí, suele contarse con físicos e ingenieros, pero no con biólogos; como si hubiera que preocuparse por respetar todo eso de la gravedad, la relatividad y los agujeros negros, y en cambio cualquier ocurrencia que a uno se le antoje sobre las cosas vivas pudiera ser plausible (que, en la mayoría de los casos, no lo es).

En octubre les contaré si los guionistas han estado a la altura, porque un Blade Runner 2049 escrito hoy y que mantenga el test de Voight-Kampff (en el tráiler, al menos, no aparece) no sería retrofuturista; sería como continuar retratando a los tiranosaurios como se creía que eran hace 50 años.

Feliz cumpleaños, Roy Batty, víctima de la singularidad biológica

Es imperdonable que hasta ahora se me haya escapado la coincidencia entre el cumpleaños de Roy Batty (Nexus-6) y los de Stephen Hawking, David Bowie, Elvis Presley y Alfred Russell Wallace; teniendo en cuenta, como vínculo personal con esta fecha, que un servidor también cayó sobre el mundo un 8 de enero.

Roy Batty, lágrimas en la lluvia. Imagen de Warner Bros.

Roy Batty, lágrimas en la lluvia. Imagen de Warner Bros.

Todo fan de la que para muchos es la mejor película de Ridley Scott (eufemismo para enmascarar que lo es para mí, tal vez junto con Alien) sabe que el propio Rutger Hauer reescribió el texto que Roy Batty debía recitar en esa secuencia final como himno a su propia muerte. Al hacerlo simplificó un original demasiado pomposo y añadió la frase más conocida e inmortal de aquel discurso, la de las lágrimas en la lluvia. También de su cosecha son las referencias de jerga: ni los Rayos C ni la Puerta de Tannhauser corresponden a ningún concepto físico o astronómico real; y que yo sepa, tampoco el actor holandés ha explicado nunca en qué se inspiró para elegir esos términos (más allá de la ópera de Wagner).

Pero la Puerta de Tannhauser y el monólogo del replicante no solo se han convertido en iconos de la cultura pop repetidos después en otras películas, cómics y videojuegos. Los propios científicos, a menudo criados a los pechos de la ficción, han rendido sus propios homenajes personales. Curiosamente, la prédica de Batty aparece en un par de centenares de estudios académicos y tesis doctorales; en muchos casos como simple cita de inspiración.

Pocos discutirían que Blade Runner reúne una amplia gama de argumentos para configurar una obra maestra extrañamente abierta, viva y palpitante; no hay muchos casos más en los que se hayan presentado tantas versiones alternativas y se haya debatido tanto sobre el significado de algunos de sus argumentos, hasta tal punto que incluso la identidad del principal personaje –Rick Deckard– está en entredicho; y esto es especialmente relevante porque determina hasta qué punto el héroe acaba villanizado en la misma medida en la que el villano resulta finalmente heroico.

Pero dado que este es un blog de ciencia, desde el punto de vista científico se podría decir que Blade Runner forma parte de un motivo argumental en el que Scott ha dado lo mejor de su carrera, no siempre regular. Suele decirse que la reflexión sobre la inteligencia artificial forma un hilo conductor en parte de la filmografía de Scott, incluyendo Blade Runner, Alien o Prometheus. Pero desde el punto de vista de un biólogo, esta cuestión tendría un enfoque alternativo: no es la inteligencia artificial; es la inteligencia que surge de forma natural como consecuencia del desarrollo de la biología sintética y la biónica.

Tanto en Blade Runner como en Alien y Prometheus se ha alcanzado el nivel tecnológico necesario para crear seres vivos sintéticos que no son robots, dado que tienen al menos una parte esencial biológica o biónica. De hecho, en Blade Runner son tan indistinguibles de los humanos reales que se requiere un dispositivo de análisis psico-fisiológico llamado Voight-Kampff para descubrir su verdadera naturaleza.

En biología estamos aún muy lejos de alcanzar semejantes cotas de desarrollo, pero podríamos adivinar que existen dos líneas de investigación destinadas a confluir en un punto intermedio. Por un lado, la biología sintética trata de construir seres elementales a partir de los bloques fundamentales de la vida, tales como macromoléculas u orgánulos. Una vez conseguida la célula, el siguiente hito sería el tejido, después el órgano, el sistema y el ser completo. Esta sería una línea de progreso de abajo arriba, que busca construir la complejidad desde lo simple. Pero en el extremo contrario existe otra dirección de arriba abajo que pretende reemplazar nuestra biología original por componentes biónicos o biológicos sintéticos; es decir, órganos o miembros creados por procedimientos artificiales, ya sea a partir de componentes vivos, de materia inerte o de una mezcla de ambos.

Los futuristas como Ray Kurzweil teorizan sobre el concepto de singularidad tecnológica, un posible momento futuro en el que la inteligencia artificial escapará a nuestro control al ser capaz de crear un circuito propio y retroalimentado de creación y mejora sin intervención humana. De la misma manera podríamos plantear la posibilidad de una singularidad biológica: sería el momento en el que los enfoques arriba-abajo y abajo-arriba de la biología sintética llegarían a encontrarse. Es decir, cuando un ser creado artificialmente fuera indistinguible de otro de origen natural profundamente modificado por procedimientos de ingeniería biológica.

Este es, en cierto modo, el dilema que plantea Blade Runner sobre el significado de nuestra humanidad: una vez alcanzada esa singularidad biológica, se borra la frontera entre lo que es realmente un ser humano y lo que no lo es. En una civilización que domina la biología sintética, los Nexus-6 son tan humanos como nosotros; Roy Batty es una víctima, y Deckard es el villano que se aprovecha de esa victimización. La misma situación se ha repetido históricamente cuando se trata de los otros: diferentes razas, procedencias, culturas o capacidades físicas o mentales. No cabe duda de que aún está muy lejano el día en que llegue esta singularidad biológica. Pero no está mal que vayamos pensando en ello.

Les dejo con la secuencia. Y frente a los puristas de las versiones originales, casi la mitad de este homenaje debería ir al gran Constantino Romero.