Archivo de diciembre, 2016

Por Navidad, adopta un elefante huérfano

Aquí va una idea para Navidad: adoptar un elefante huérfano. No para tenerlo en el salón, claro, sino para ayudar a sostener su crianza en el David Sheldrick Wildlife Trust de Nairobi (Kenya) hasta que algún día pueda reintegrarse a su medio natural.

El David Sheldrick Wildlife Trust (DSWT) tiene su origen en la labor de una pareja keniana de origen británico que ha desempeñado un papel esencial en la historia de la conservación en África Oriental. En 1948, David Sheldrick asumió el puesto de guarda fundador del Parque Nacional de Tsavo, el segundo creado en la entonces colonia británica, y hoy el más grande del país sumando sus sectores este y oeste.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un elefante toma su biberón en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

A quienes no hayan viajado por aquella región, tal vez el nombre de Tsavo no les resulte muy familiar, en comparación con los de otros parques más retratados en los documentales como Masai Mara o el Serengeti. Pero quizá recuerden una película de 1996 titulada Los demonios de la noche, en la que Val Kilmer y Michael Douglas se enfrentaban a la amenaza de dos leones devoradores de hombres durante la construcción de un ferrocarril. La historia era real y ocurrió en Tsavo, una región mítica por su naturaleza árida y hostil que durante siglos impuso una barrera a las incursiones de los colonizadores desde la costa.

Por su extensión inabarcable y sus impenetrables bosques de espino seco, Tsavo ha sido tradicionalmente un territorio favorito de los furtivos, lo que equivale a decir un lugar donde la vida de cualquier animal, tenga dos o cuatro patas, corre serio peligro. Durante casi cuatro decenios y gracias a su experiencia militar, Sheldrick mantuvo el orden en Tsavo y desarrolló el parque para que hoy puedan disfrutarlo miles de visitantes cada año. Él y su esposa Daphne emprendieron entonces la tarea de recoger y criar los animales huérfanos que el furtivismo iba dejando a su paso.

Cuando David Sheldrick falleció en 1977 de un ataque cardíaco, Daphne decidió fundar en su memoria la entidad que lleva su nombre en una propiedad adyacente al Parque Nacional de Nairobi, junto a la capital del país. Desde entonces, esta ONG ha criado y después liberado en las sabanas de Tsavo más de 150 elefantes huérfanos recogidos de todo el país, además de otros animales como rinocerontes o avestruces.

El DSWT no es un zoo. De hecho, solo está abierto al público durante una hora cada día, de 11 a 12 si no recuerdo mal, y con el fin de dar a conocer su labor y recaudar una tarifa de entrada que se dedica al sostenimiento de los animales. Durante esa hora de visita, los elefantes son guiados hasta un cercado donde el público puede ver cómo juegan, se toman su biberón –o dos– tamaño elefante, se dan un placentero baño de barro y polvo, y se pelean como buenos hermanos.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Elefantes huérfanos después de su baño de barro y polvo en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Todo el que alguna vez haya recogido un polluelo caído de un nido sabe lo complicado que es sacar adelante a un animal huérfano, y los elefantes no son una excepción. Con su larga experiencia, el DSWT se ha convertido en el centro de cría de elefantes huérfanos más exitoso del mundo. Su método incluye una fórmula especial de leche desarrollada por Daphne Sheldrick a lo largo de décadas de ensayo y error. La cría de los elefantes se asigna a cuidadores que actúan como una familia postiza durante todo el período que los animales permanecen en el centro, hasta que a los diez años de edad se les integra en alguno de los clanes salvajes del Parque Nacional de Tsavo Este.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

Un cuidador da el biberón a un elefante en el David Sheldrick Wildlife Trust. Imagen de Javier Yanes.

El programa de adopción del DSWT solicita una aportación mínima anual de 50 dólares para ayudar a la cría del animal que el donante elija. La lista de todos los elefantes con su historia está disponible en la web. A cambio de la donación, los padrinos reciben un certificado con toda la información sobre su animal adoptado y cada mes tienen acceso al diario de los cuidadores para ver cómo su ahijado va creciendo.

Además del orfanato, el DSWT mantiene otras actividades, entre las cuales destaca la lucha contra el furtivismo en la región de Tsavo. A pie o en vehículos y con apoyo aéreo, las unidades del DSWT patrullan continuamente por las fronteras del parque y sus áreas de expansión, desactivando cada año miles de trampas y cepos, arrestando a cientos de furtivos con la colaboración de los guardas armados del Servicio de Parques (KWS) y prestando asistencia veterinaria a los animales heridos.

Gracias a esta labor, los animales liberados tienen más posibilidades de sobrevivir y llegar a reproducirse en un país donde la caza legal está prohibida desde 1977, pero donde nunca se ha dejado de cazar ilegalmente.

¿Son un placebo los botones de los semáforos?

Recuerdo un cuento de Richard Matheson titulado Button, Button, en el que un extraño ofrecía a una pareja con graves problemas económicos la posibilidad de ganar una gran cantidad de dinero simplemente pulsando el botón de una caja. Pero si decidían hacerlo, alguien a quien ellos no conocían iba a morir. Mientras discutían el dilema moral al que se enfrentaban, la mujer decidía abrir la caja y descubría que estaba vacía; bajo el botón no había ningún mecanismo.

La historia me ha venido a la mente a propósito de un artículo publicado hace unas semanas en el New York Times sobre los botones placebo. A algunos les llegará de sorpresa, a otros no, y muchos siempre lo habrán sospechado: algunos de los botones que encontramos en los ascensores y que sirven para cerrar las puertas, o que en los semáforos nos invitan a pulsar para esperar el verde, o los mandos que regulan el termostato de la temperatura en las oficinas, tal vez sean más falsos que un Mondrian pintado por mi hijo de cuatro años.

Un botón de semáforo. Imagen de Wikipedia.

Un botón de semáforo. Imagen de Wikipedia.

Según escribe Christopher Mele en el diario neoyorquino, en EEUU los botones de cerrar puertas en los ascensores funcionaban hasta 1990. Entonces se aprobó en aquel país una ley de discapacidad que obligaba a dejar un margen suficiente para que las personas en silla de ruedas o con otras dificultades de movilidad tuvieran tiempo suficiente de entrar en los acensores, lo que obligó a deshabilitar los botones de cerrar puertas. Desde entonces, al menos allí, estos pulsadores solo hacen algo si se introduce la llave que usan los empleados de mantenimiento.

Algo similar ocurre con los termostatos de muchas oficinas, que son de pega. Según explica el artículo, el simple hecho de hacer creer a los trabajadores que pueden regular la temperatura para sentirse más a gusto les hace sentirse más a gusto, aunque la manipulación del termostato no tenga ningún efecto real sobre la temperatura. Según una fuente del sector citada por Mele, un falso termostato reduce en un 75% las llamadas a la asistencia técnica.

Este último dato ilustra por qué esta existencia de botones falsos no se contempla como un resto del pasado a eliminar, sino que incluso se continúa fomentando. ¿Y por qué? En 1975, una psicóloga llamada Ellen Langer publicó un célebre estudio en la revista Journal of Personality and Social Psychology en el que acuñaba una expresión, la «ilusión del control». Langer demostraba que muchos jugadores actúan u optan de determinadas maneras porque piensan que eso aumenta sus posibilidades de ganar, cuando en realidad esas acciones u opciones no tienen ningún efecto.

Pensemos en la Lotería de Navidad, ya tan próxima: muchos eligen números que representan fechas concretas, que les resultan significativos o que les parecen «bonitos». Pero en realidad, todos los números del bombo tienen teóricamente la misma probabilidad de resultar premiados.

Esta ilusión de tener el control sobre un resultado que realmente escapa a nuestro poder es también la que justifica la existencia de los botones placebo: como en el caso de los termostatos, resulta satisfatorio pensar que tenemos el dominio de la situación, ya sea regular la temperatura de la oficina, cerrar las puertas del ascensor o detener el tráfico para cruzar la calle. Todo ello apela a lo que los psicólogos llaman el sentido de agencia, el sentimiento de que tenemos control sobre nuestras acciones y sus consecuencias.

El último ejemplo de los que he citado es mi favorito. Uno, como padre responsable, trata de enseñar a sus criaturas a no morir atropelladas, instruyéndoles sobre cómo cruzar la calle en tiempo y forma. Siempre que hay uno de esos botoncitos verdes que dicen «peatón pulse – espere verde», les digo que pulsen. Lo cual hacen encantados, ya que a los niños les chifla apretar botones. Y si piensan que los coches se han parado gracias a ellos, entonces ya no caben en sí de orgullo. Pero uno siempre se pregunta: ¿realmente ese botón hace algo?

Según parece, no hay una respuesta única. El artículo de Mele cuenta que en su día los botones de los semáforos se colocaron con una finalidad genuina, para ayudar a regular el tráfico. Pero con el tiempo, cuando se introdujo el control por ordenador, dejaron de ser funcionales. Según Mele, en Nueva York hoy solo quedan unos pocos que responden a quien los pulsa.

Un estudio publicado en 2013 por investigadores de Microsoft y la Universidad de Michigan enfocaba el estudio de estos artefactos desde el punto de vista de la interacción humano-máquina para acuñar otra expresión: «engaño benevolente», una especie de mentira piadosa que beneficia al usuario. Supuestamente, el hecho de apretar el botón de los semáforos no solo satisface el sentido de agencia, sino que al hacerlo el peatón tenderá a esperar con más paciencia el cambio de semáforo y no se lanzará a tratar de sortear el tráfico en rojo.

Un artículo de la BBC publicado en 2013 explicaba que el sistema informatizado de regulación de tráfico empleado en Reino Unido, llamado SCOOT (siglas de Split Cycle Offset Optimisation Technique), pone los botones en modo placebo durante el día, cuando el tráfico es intenso, y los activa por la noche.

Por otra parte, este trabajo de la ingeniera industrial Emma Holgado nos cuenta que el SCOOT se emplea también en Madrid, lo que nos lleva a una clara conclusión: si viven en Madrid (y supongo que en Barcelona y otras ciudades del país), apretar el botón durante el día no les servirá de nada. Pero háganlo, que los placebos también son eficaces incluso cuando sabemos que lo son. Y si van con niños, no les quiten la ilusión de pensar que son ellos quienes detienen el tráfico. Se sienten casi como superhéroes.

Pasen y vean cómo cambia el mundo en 32 años

¿Quieren ver cómo la «ciudad del Pocero» de Seseña y su infame cementerio de neumáticos surgen de la nada? ¿O cómo el desierto de El Ejido ha ido cubriéndose de plástico? ¿O cómo la valla de Melilla dibuja una frontera que antes era indistinguible? ¿O cómo brota en el mapa el aeropuerto de Castellón como si fuera una seta en otoño? ¿O cómo han crecido Valencia y su puerto desde 1984? ¿O cómo en Rivas Vaciamadrid aparece una ciudad sobre los sembrados?

El mar de plástico de los invernaderos de El Ejido. Imagen de Google.

El mar de plástico de los invernaderos de El Ejido. Imagen de Google.

Google acaba de actualizar la herramienta Timelapse de Google Earth Engine, un sistema creado en 2013 que muestra la progresión del paisaje desde 1984 hasta 2016 combinando más de cinco millones de imágenes tomadas por cinco satélites con participación de la NASA, la ESA y el Servicio Geológico de EEUU.

La nueva actualización recién publicada incluye cuatro años más de imágenes y nuevas fotografías actuales que aumentan la resolución de las vistas. El nivel de detalle no es comparable al de Google Earth, así que olvídense de ver cómo se construyó su casa. Pero es suficiente para apreciar los grandes cambios que transforman el paisaje.

Lo que traigo aquí son algunos ejemplos destacados en distintos lugares de España donde el cambio ha sido especialmente intenso, pero Timelapse da para pasar una tarde recorriendo el planeta y contemplando cómo surgen las ciudades en las arenas de los Emiratos Árabes, cómo Las Vegas devora el desierto circundante, cómo se reducen los glaciares o cómo el mar de Aral va secándose a causa del masivo proyecto de irrigación emprendido por la antigua URSS. Los responsables de Google Earth Engine han publicado vídeos con algunos de los ejemplos más brutales en su canal de YouTube.

Para ver las animaciones hay que pulsar el botoncito de «play» en el rincón inferior izquierdo. Bajo el cartel del año hay otro mando para regular la velocidad.

La «ciudad del Pocero» de Seseña aparece con forma casi triangular, lamiendo por la derecha la también nueva autopista R-4. Al otro lado de esta carretera surge el cementerio de neumáticos que ardió la pasada primavera.

El crecimiento del mar de plástico en El Ejido:

La valla de Melilla:

Valencia y su puerto:

Aeropuerto de Castellón:

Rivas Vaciamadrid, una de las ciudades españolas que más han crecido en las últimas décadas: