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Una unidad “canguro” para las madres de Kabul. El reto de dar a luz en Afganistán. Parte 1

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF.

De octubre de 2014 a enero de 2015, la enfermera pediátrica Elodie Barnet, colaboró en la apertura de la maternidad de MSF en hospital de Dasht-e-Barchi, uno de los barrios más pobres de Kabul, la capital de Afganistán, donde la mayoría de las familias no pueden permitirse pagar por una atención sanitaria privada.

La maternidad incluye una unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) y una sala de cuidados a través del método “canguro” en donde se hacen cargo de las posibles complicaciones que puedan surgir.

Maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

En Dasht-e-Barchi, el cielo suele estar despejado en invierno. Aunque hace frío, hay mucha luz y a lo lejos se pueden ver montañas cubiertas de nieve. Por la mañana se puede oír la llamada del muecín entre el ruido de los coches y las motos. Es entonces cuando la ciudad se despierta, muy poquito a poco y mientras el sol se levanta, impregnada de los aromas de las especias y del olor a carne a la parrilla que llegan hasta el hospital desde el mercado vecino.

Estuve allí durante casi 4 meses y una de mis principales misiones fue la de iniciar y formar a un equipo sanitario sobre el “método canguro”, que consiste en colocar a los bebés prematuros en contacto piel con piel con sus madres para promover los vínculos afectivos, la lactancia materna y reducir la estancia hospitalaria. Es una técnica de tratamiento sencilla: el contacto directo permite a los niños mantenerse calientes y ganar poco a poco el peso necesario para llegar a ser capaces de mamar por sí solos.

La unidad de cuidados intensivos neonatales (UCIN) que hemos montado ofrece atención gratuita para los bebés que nacen con bajo peso, para los recién nacidos prematuros, para los bebés con infecciones respiratorias o fiebre, para los que tienen retrasos en su crecimiento y para aquellos que no logran tomar leche materna. Y se quedan allí hasta que adquieren el peso suficiente para ser dados de alta.

Debido a la falta de instalaciones y a una costumbre cultural que está fuertemente arraigada, más de la mitad de las mujeres afganas dan a luz en casa. Por ese motivo, este tipo de atención médica para los recién nacidos es muy necesaria, especialmente ante posibles complicaciones.  Además, recibir asistencia sanitaria durante un parto puede llegar a costarle a la familia entre 800 y 1.000 afganis (entre 10 y 20 euros), y aunque puede parecer que no es mucho, aquí muchas personas viven con el equivalente a un euro al día, así que para ellos sí que es una cifra elevada.

Más de 30 partos diarios

Los últimos días de enero, tuvimos un promedio de 30 partos al día, para un total de 739 alumbramientos a lo largo del mes, aunque, cuando empezamos a dar asistencia, habíamos previsto que “sólo” tendríamos unos 600.  Afortunadamente, el porcentaje de complicaciones es, como máximo, del 30%. Una vez que han dado a luz, es muy difícil conseguir que las madres permanezcan en el centro más de unas pocas horas. Suelen irse rápidamente a sus casas para seguir cuidando de sus familias.

Instalaciones en la maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Instalaciones en la maternidad de MSF en Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

Las mujeres suelen acudir acompañadas por su madre o su suegra, así como por su esposo u otro hombre de la familia. Si hay alguna complicación, necesitamos el consentimiento de un hombre para realizar una cesárea. Esto ocurre por ejemplo cuando hay un prolapso del cordón umbilical; es decir, cuando el cordón sale antes que el bebé.

Cuando eso sucede, la cabeza puede llegar a comprimir el cordón, cortando el suministro de sangre y por lo tanto de oxígeno para el bebé. Y esa es una situación que requeriría claramente una cesárea de urgencia.

Una de las emergencias obstétricas que tratamos durante aquellos meses fue el caso de Janbakht*, una mujer afgana de 28 años que había estado tratando de tener un hijo durante los últimos diez años. Había tenido varios abortos involuntarios o había alumbrado siempre a un feto muerto.  Su cuello uterino ya estaba completamente dilatado cuando llegó, pero una vez más el bebé no respiraba al nacer. Le reanimamos usando la técnica de RCP (respiración cardio-pulmonar) y, tras diez minutos que se hicieron eternos, el bebé por fin comenzó a respirar. Lo trasladamos a la UCIN, donde le mantuvimos el oxígeno. Debido a esos primeros problemas respiratorios, el recién nacido no podía tomar pecho, así que durante varios días le alimentamos con la leche de su madre por sonda nasogástrica. A pesar de que estaba mejorando, no conseguíamos que se despertarse…  

Finalmente, casi una semana después, de repente lloró y abrió los ojos. Fue un momento de intensa alegría para su madre. Al poco, pudimos empezar a darle leche con una cuchara. Tardó dos semanas en poder tomar el pecho por su cuenta, y aún necesitaba oxígeno. Al final, y tras veinte días, pudo respirar por su cuenta. Su madre, feliz y orgullosa, pudo llevárselo a casa.

Las madres permanecen en el centro durante muy pocas horas

Nuestras matronas se quedan con las madres durante el parto, hablando con ellas y animándolas hasta que dan a luz. En algunos casos, estar con ellas, puede ser muy importante.

Una noche, Azra* llegó sola al centro de maternidad de MSF. No sabía dónde estaba su marido. Estaba agotada y nerviosa, porque había tenido que dejar su hija de dos años en casa sola. Su cuello uterino estaba completamente dilatado, así que la pasamos a quirófano de inmediato para que pudiera dar a luz.

El bebé pesó más de 4 kilos, y al nacer, descubrimos que tenía riesgo de sufrir una hipoglucemia. Esto ocurre a menudo cuando la madre es diabética. Los recién nacidos producen una gran cantidad de insulina para regular su nivel de glucosa, por ese motivo hay que alimentarles rápidamente a través de una dieta variada y rica para que puedan seguir produciendo insulina y tener el mismo nivel de consumo de glucosa.

Desde el mismo momento en el que su madre pudo amamantarle, empezamos a darle también agua azucarada. Quisimos mantener en observación tanto a la madre como al niño durante al menos 24 horas, pero la madre nos dijo que tenía que marcharse de vuelta a su casa para cuidar de su hija mayor. Así que le dimos una comida caliente y un par de cositas para el bebé. Dos horas más tarde, la vimos marcharse y ya nunca regresó.

Nuestra maternidad tiene cuarenta y dos camas, de las cuales diez están en la UCIN y cinco en la unidad “canguro”.

Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF en la maternidad de Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF
Elodie Barniet, enfermera pediátrica de MSF en la maternidad de Kabul. Fotografía de Mathilde Vu/MSF

El equipo consta de treinta matronas, ocho ginecólogos, nueve enfermeras quirúrgicas, cuatro ayudantes de anestesista, doce enfermeras neonatales que facilitan cuidados intensivos, y tres pediatras. Además hay aproximadamente otras sesenta personas trabajando en el centro: trabajadores de esterilización, personal de mantenimiento, traductores, encargados de los ingresos, de la información y de la administración de personal.

En total, cerca de 170 empleados afganos y una decena de trabajadores internacionales están dedicados a este proyecto.

Enfermera desde 2008, Elodie Barniet se especializó en el cuidado infantil en 2010, y trabajó durante tres años y medio en los servicios de urgencias pediátricas en París. Hizo su primera misión de seis meses con MSF en 2013, en Chad, en un programa de tratamiento de malaria para niños menores de cinco años.

Su segunda misión con MSF fue en la República Centroafricana, trabajando en el tratamiento de niños con desnutrición. Desde hace unas semanas está de nuevo en terreno en Agok, Sudán del Sur.

 

* Los nombres de las madres han sido cambiados para proteger su anonimato.

En Afganistán, además de en la maternidad en Khost, en el este de Afganistán, MSF también trabaja en el hospital Ahmed Shah Baba, situado en el este de Kabul y en el hospital Boost de Lashkar Gah, en la provincia de Helmand. Por último, la organización gestiona un hospital de traumatología en Kunduz, donde ofrece tratamiento quirúrgico.

En todos estos lugares, MSF dispensa atención médica básica gratuita. Nuestras actividades en Afganistán se basan únicamente en la financiación privada; no se acepta ninguna ayuda gubernamental.

Todo un reto en Najaf

Por Shinjiro Murata (Médicos Sin Fronteras, Irak)*

Llegué a Najaf, en Irak, hace más de un año, en octubre de 2010, para empezar el proyecto de MSF en el hospital de distrito de Al Zahara. Najaf está situada a 160 kilómetros de Bagdad y es una de las ciudades santas de los chiíes. No ha sido tarea fácil, aunque la experiencia de trabajar en un país tan distinto ha sido todo un reto.

Mi experiencia anterior con MSF fue en África y, cuando empecé a trabajar en Najaf, me di cuenta de que tendría que acostumbrarme a ver las cosas desde una perspectiva diferente, y adaptarme a la realidad de un país que en su día gozó de un sistema de salud muy organizado, pero que, debido a décadas de conflicto y de sanciones internacionales, ha sufrido un deterioro galopante de la provisión de atención sanitaria.

Tras la invasión de Irak encabezada por Estados Unidos en 2003, cerraron la mayoría de los centros de formación de Enfermería, tanto las escuelas como las facultades universitarias. Esto provocó un enorme vacío, que se tradujo en escasez de personal especializado y en carencias formativas: la mayor parte del personal de enfermería y médico de las estructuras de salud iraquíes carecen de la formación adecuada, y por supuesto tampoco están al tanto de los últimos avances técnicos y materiales.

Según el Ministerio de Salud iraquí, desde febrero de 2006, debido a la escalada de la violencia sectaria, más de un 70% del personal médico ha abandonado el país, y cientos de profesionales han perdido la vida. La insuficiente capacidad del sistema de salud para responder a las necesidades médicas de la población ha contribuido a un aumento sin precedentes de las tasas de mortalidad materna e infantil.

En 2007, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que el ratio de mortalidad materna era de 300 por cada 100.000 nacidos vivos. Según el ultimo informe del Estado Mundial de la Infancia de UNICEF, Irak presenta un tasa de mortalidad neonatal del 64% mientras que sus países vecinos, Siria y Jordania, registran tasas del 7 y el 16%, respectivamente.

Como os decía, MSF ha establecido un programa médico para apoyar al principal hospital de referencia del Ministerio de Salud en Najaf, el hospital de distrito de Al Zahara, de obstetricia, ginecología y pediatría. Este hospital es uno de los más grandes de la región: tiene una capacidad de 340 camas, y atiende unos 1.950 partos al mes. Esto representa un 50% de los partos practicados en toda la gobernación de Najaf, que cuenta con una población total de 1,2 millones de habitantes. La mayor parte del tiempo está abarrotado de pacientes y la calidad de los servicios médicos a veces no es adecuada.

Según los datos médicos recogidos por nuestros equipos en el hospital durante 2010, aunque las tasas de mortalidad materna e infantil sean bajas, las tasas de mortalidad neonatal son notablemente altas. Casi el 70% de los recién nacidos ingresados en la unidad de cuidados intensivos fallecían, así como el 26% de los ingresados en la unidad esterilizada.

Lo que también resulta preocupante era que hasta un 37% de los partos se realizaban por cesárea, casi un 60% de los niños. Y casi la mitad de los bebés que habían fallecido en la unidad esterilizada eran prematuros. En nuestro afán por mejorar esta situación para los recién nacidos en el hospital, hemos organizado reuniones frecuentes con la dirección del hospital para trabajar todos juntos y cambiar esta situación. ¡Un gran reto!

Hemos trabajado mucho durante este año pasado para mejorar la calidad de los servicios médicos tanto en los departamentos de neonatología como de obstetricia de este enorme hospital. Los pediatras de MSF han impartido formaciones prácticas sobre la recepción del bebé, o su reanimación en la unidad pediátrica de cuidados intensivos. Los tocólogos y ginecólogos han implementado procedimientos operacionales estándar para la atención prenatal, partos, preparación y programación de cesáreas y anestesia. Y  enfermeros y logistas han abordado algunas cuestiones transversales importantes, como reforzar las medidas de control de infecciones, cubrir los vacíos en materia de suministros de material esencial y renovable, y mejorar el mantenimiento del hospital.

Para mí, trabajar para MSF en el hospital del distrito de Al Zahara ha sido una interesante experiencia. El trabajo de MSF aquí, principalmente dirigido a capacitar, formar y preparar al personal, no es la labor típica en nuestros proyectos. Aunque ha constituido todo un reto, pienso que el esfuerzo ha valido la pena.

Tras más de un año en Najaf, he visto que las necesidades médicas en el país siguen siendo importantes. Hasta que se restaure la paz en Irak, MSF tiene que seguir apoyando a estas mujeres embarazadas y a los niños recién nacidos, ya que, gracias a su naturaleza neutral, imparcial e independiente, es una de las pocas organizaciones médico-humanitarias internacionales que trabajan dentro del país.

 (*Desde octubre de 2010, Shinjiro Murata trabaja con MSF en la ciudad de Najaf, como coordinador de terreno. Su principal responsabilidad ha sido abrir este nuevo proyecto, cuyo objetivo es mejorar la atención obstétrica y perinatal en unos de los mayores hospitales de referencia en la región.)

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Fotos: Hospital de distrito de Al Zahara en Najaf (© MSF)

¿Por qué estamos aquí?

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Si habéis leído recientemente algo en las noticias sobre el problemas o violencia en este nuevo país que es Sudán del Sur, seguro que no se mencionaba ningún lugar cercano a Raja, desde donde os escribo. Los enfrentamientos entre las diferentes tribus por el robo de ganado en Jonglei y la continua violencia en torno a Abyei y en el sur de Kordofán, sumados a los nuevos combates en la frontera (ahora internacional) que separa Sudán de Sudán del Sur, nos recuerdan que la independencia obtenida el pasado 9 de julio no ha supuesto el fin de décadas de violencia y luchas.

Algunas de las consecuencias de estos años de violencia, migraciones forzadas, y la incapacidad de la población para vivir una vida normal se encuentran en las contundentes estadísticas relativas al nivel de salud de la nueva nación, que os resumiré en estas pocas líneas, con datos que podéis encontrar en los informes de varias agencias de Naciones Unidas:

  • tres de cada cuatro personas no tienen acceso a atención sanitaria básica,
  • la malaria es hiperendémica, siendo la causa de más del 40% de todas consultas sanitarias,
  • una de cada siete mujeres embarazadas morirá,
  • una muchacha de 15 años tiene más probabilidades de morir de parto que de terminar la escuela,
  • sólo el 6,4% de la población tiene unas condiciones de saneamiento adecuadas.

A este listado hay que añadirle el coste de la guerra, que se estima en dos millones de muertos, cuatro millones de desplazados y un millón de refugiados. Y esto es sólo Sudan del Sur. Estas cifras no tienen nada que ver con Darfur. Es horrible. Resulta difícil hacerse una idea. Pensando en el futuro, uno se da cuenta de lo mucho que queda por hacer en este país. ¿Por dónde empezar? ¿Quién debería hacerlo y cómo? ¿Cuál es el papel de Médicos Sin Fronteras?

Como ya he mencionado, en Raja no nos encontramos cerca del actual foco de violencia, a diferencia de otros equipos de MSF que sí lo están, hasta el punto de haber registrado asaltos en nuestras clínicas. Pero ¿significa eso que en Raja no estamos respondiendo a una grave emergencia? O por el contrario, ¿demuestran las estadísticas expuestas más arriba que sí lo estamos haciendo? ¿Debería acaso ocupar nuestro lugar una organización más orientada al desarrollo? ¿O la simple falta de infraestructuras justifica nuestra intervención en Raja?

MSF es una organización médico-humanitaria que, permitidme que cite la Carta Magna de la organización, “aporta su ayuda a las poblaciones en situación precaria, a las víctimas de catástrofes de origen natural o humano, de conflictos armados, sin discriminación de raza, sexo, religión, filosofía o política”. Es por tanto una organización emergencista y nuestras actividades, orientadas a preservar la vida y aliviar el sufrimiento de personas en periodos de crisis, tiene poco que ver con el denodado esfuerzo de las organizaciones especializadas en desarrollo y cooperación que luchan por construir e implantar nuevos modelos de desarrollo.

Es cierto que lo que estamos viendo aquí es una población en situación precaria que, de otro modo, tendría un acceso mucho más limitado a la atención médica. Las últimas semanas hemos sido testigos de una explosión de malaria que ha colapsado la sala de pediatría. Hay muchas vidas en la cuerda floja. Pero, ¿no justificaría esto que abriésemos proyectos en muchos otros lugares? ¿Qué ocurrirá si nos vamos de Raja?

Una cosa que me gusta de MSF es el constante debate interno sobre quiénes somos, qué deberíamos hacer y cómo llevarlo a cabo. Por lo que las preguntas anteriores están abiertas. No nos falta autocrítica ni introspección organizativa.

Por ejemplo, mi misión anterior en Zambia fue un proyecto de prevención del cólera. Tras responder año tras año a brotes de cólera en los barrios marginales de Lusaka, se decidió emprender una acción preventiva que consistía en gran medida en clorar pozos sucios o superficiales y lanzar una campaña de educación para fomentar la higiene, para después intentar que el gobierno y otros actores siguiesen dichas recomendaciones.

¿Por qué tratar los síntomas y no la causa? Parece lógico, pero lo cierto es que hubo mucho debate interno alrededor del proyecto en su conjunto así como sobre qué actividades deberían llevarse a cabo. Aunque en ocasiones es frustrante, encontré que era saludable discutir y contrastar nuestras propuestas de acción con la filosofía de la organización.

Mientras tanto, en Sudán del Sur, las cosas todavía están en el aire. La situación es tranquila en nuestra zona, pero en estos momentos la lista de lugares que no lo están es larga. La realidad ha mejorado mucho pero es todavía precaria. Raja, con una población de 26.000 personas, está formada en un 90% por retornados, según la información de que disponemos. ¡Un 90%! Esto significa que sólo un 10% de la población local se quedó durante los peores años de violencia.

Me pregunto cómo debía ser esta ciudad con únicamente 2.600 habitantes. Cuesta imaginarlo. Quizás de la misma forma como cuesta imaginarnos el hecho de no estar aquí y de no tratar a las mujeres y niños que necesitan ayuda urgente.

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Foto superior: Desplazados instalados en refugios improvisados en la aldea de Juong, en el estado de Warrap, en Sudán del Sur. Los bombardeos y la violencia en la disputada región fronteriza de Abyei forzaron la huida de 100.000 personas a mediados del pasado mes de mayo (© Gaël Turine/VU).

Foto inferior: Vista aérea de la clínica de Médicos Sin Fronteras en Pieri, Sudán del Sur, saqueada y parcialmente incendiada durante los ataques en la zona el pasado 18 de agosto (© MSF).

La habitación 107

Por Patricia Lledó (ginecóloga en el Hospital Benson, Liberia, MSF).

107 podría ser el número de vuelo que me llevará de vuelta a casa. 1-0-7, el ritmo de las canciones africanas que bailamos los sábados por la noche. 107 por mil, las hormigas que invaden la UCI de Sebas el pediatra. 107, las veces que he pensado lo cansada que estoy. 107, el número de veces que he ajustado mi mosquitera antes de irme a dormir.

107 es el número de una habitación especial en Benson. 107, la última habitación de la planta de ingresos de ginecología, cerca de la cocina, y frente a las fosas sépticas. La más alejada de la estación de enfermería. 107 es también la mitad de los ingresos que habrán llegado a esta habitación desde que estoy aquí.

La habitación 107 tiene 8 camas pegadas unas a otras. En ellas las niñas, que se han hecho mayores demasiado pronto, me miran en silencio cuando entro y grito un alegre «good morning». No recibo respuesta a la primera, pero al segundo intento, las más lanzadas susurran tímidamente su «buenos días». Paso de cama a cama, mirando las observaciones de la noche. Saludo a todas, pero no las toco ni las examino, les explico que, de una en una, las iré viendo en la habitación de exploración, donde tengo más intimidad.

La última cama está parapetada con un biombo de tela. Tras él, Diana agoniza de dolor y fiebre. Huele a sangre y desesperación. Está a punto de aparcar por el momento su tragedia personal, una tragedia que casi termina con su vida. Cuando Diana, a sus 16 años, se dio cuenta que se había quedado embarazada habían pasado 4 meses desde su última regla y algo desconocido le pateaba las entrañas.

Barajó sus posibilidades, preguntó en la comunidad. Las mujeres mayores le ofrecieron usar «el bazoca africano», una mezcla de hierbas que ingeridas o aplicadas en la vagina, provocan abortos. Por desgracia también producen un síndrome tóxico que muchas veces lleva a la muerte. Diana ha visto morir a su amiga hace unos meses de esta forma y decide no arriesgarse.

Sus amigas en el colegio le aconsejan meterse un palo de Kasawa (palo fino y largo) por el orificio de su cuello de útero, pero Diana tiene miedo al dolor, y desecha la opción. Por fin, alguien le cuenta que en un «drugstore» en Jamica Road, cerca de una casa roja, alguien con conocimientos médicos puede ayudarla, pero ha de ir de noche. Esa noche Diana reúne el dinero que tiene y camina hasta allí con su tía y su prima.

Es noche cerrada en Jamica Road. El drugstore está cerrado, pero la puerta de atrás se abre y entran en una habitación con otras cinco mujeres esperando. La habitación está dividida por una cortina y la ilumina una única bombilla en el techo, alimentada por un ruidoso generador.

Tras la cortina se oyen gritos ahogados y minutos más tarde una mujer sale tambaleándose ayudada por sus familiares. Hace mucho calor, huele a sangre oxidada. Es el turno de Diana, pasa y se tumba sobre una mesa con manchas que cuentan historias parecidas a la suya. Un hombre desconocido maneja unos instrumentos largos y unas tijeras, claramente han sido utilizados muchas veces antes. Un minuto más tarde sólo siente dolor, el mayor que haya conocido.

Diana apenas puede andar, sangra poco, pero el dolor es terrible, y aún nota moverse a ese pequeño ser en su tripa, con el que no quiere tener nada que ver. Pasan dos días en los que se retuerce de dolor en su cama. Cuando la fiebre sube y está medio inconsciente su familia decide traerla al hospital.

Trato a Diana como a todas las demás, con muchos antibióticos, una sonrisa, una caricia en la mejilla, y entre susurros y canturreos intento tranquilizarla y explicarla que no me importa lo que haya hecho, que estamos aquí para arreglarlo todo. Me la llevo al quirófano para encontrar las «piezas» perdidas y revisarla. Coso y remiendo a Diana, arreglo y zurzo, suspiro para que todo vuelva a funcionar en un futuro y la infección que le han provocado no le impida tener más niños cuando esté preparada para ello. Paso el día cosiendo y remendando cosas que no deberían romperse.

Salgo de quirófano y continúo. Todas las pacientes de la 107 pasan por la sala de consulta y me cuentan sus historias con más o menos reticencia. Palos, hierbas, drugstores, pastillas… ¿Cuánta desesperación hace falta para reunir tanto coraje y agallas? Apunto todas las historias en mi libreta de pesadillas… luego las transferiré a mi estadística de pesadillas. Desde que empezamos a registrar los casos que nos llegan con complicaciones derivadas de abortos inseguros, calculamos que el 60-80% de todas nuestras admisiones por abortos de primer y segundo trimestre son por este motivo.

Preparo la lista de las intervenciones del día, sonrío y doy consuelo, cuando lo que me apetece es llorar y patalear ante tanta injusticia. Injusticia y mezquindad, ideología y religión mal entendidas (o no entendidas por mí…), en un país en el que la planificación familiar no llega a nadie y en el que la mitad de las mujeres han sido sometidas a ablación parcial del clítoris y 1 de cada 10 ha sido violada en algún momento de su vida.

En 1994, la OMS declaró que el aborto inseguro en países empobrecidos, y especialmente en el continente africano, era una de las mayores preocupaciones en cuanto a salud pública. Es imposible calcular la mortalidad materna que deriva de estas prácticas, pero se estima que cada año se realizan en el mundo 19 millones de abortos inseguros que acaban con la vida de 70.000 mujeres. 8 cada día, 1 cada 3 horas. 13 % de mortalidad materna. Números que sin embargo ya no impactan, pues lamentablemente hoy en día estamos más que acostumbrados a ver estadísticas sobre cualquier penuria que ocurre lejos de nuestros hogares.

Pasa el día en el Benson. Nadie muere hoy por un aborto inseguro, hoy he ganado la partida a la incomprensión y a la crueldad. Es hora de volver a la habitación 107 y ver qué tal se recuperan mis niñas damnificadas. Damnificadas incluso por nuestro propio personal sanitario, que muchas veces omite la analgesia que les prescribo, porque aquí, al igual que en muchos otros lugares de África, no se considera que sea algo importante o necesario.

Otra atmósfera reina en la habitación por la tarde. Algunas están sentadas en las camas arreglando el pelo de su vecina, otras sonríen abiertamente y gritan «good afternoon» emulando mi grito de guerra matutino.

Las reviso, les pregunto por dolor y sangrado. Algunas pueden incluso irse a casa, otras necesitan todavía un poco de mimo y arreglo antes de soltarlas de nuevo al mundo que las espera fuera. Como todos los días, les explico a voz en grito sus posiblidades de planificación familiar para que no vuelvan a pasar por lo mismo. Pastillas, inyecciones, preservativos… todo gratis y seguro. Les digo que las mujeres somos las únicas con el poder de controlar la situación. Emulando el estilo de los sermones de los domingos, exclamo: «Who has the power to control the situation? You have the power! Women have the power!»*. Sonríen, se ríen y repiten «WOMEN HAVE THE POWER!».

Salgo de la habitación y las dejo riendo y gritando esta frase que no sé por qué inventé, si en el fondo sé que no es del todo cierta. Las mujeres en Liberia tienen el poder y el valor para seguir adelante a pesar de todas las dificultades y son además el motor que saca adelante a sus familias… pero de ahí que ellas sean quienes «controlan la situación», hay bastante trecho. Aún así, creo que mañana volveré a decirles mi frase…

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* «¿Quién tiene el poder de controlar la situación? ¡Vosotras tenéis el poder! ¡Las mujeres tienen el poder!»

Fotos: Hospital Benson, en Monrovia, Liberia. (© MSF)