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Pakistán: seis meses en una unidad de neonatos

Por Yasmine Ley, doctora de Médicos Sin Fronteras (MSF), en Peshawar, en el norte de Pakistán. Yasmine ha encabezado durante 6 meses la unidad de neonatología del hospital de obstetricia y ginecología de MSF en el norte del país.

La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.
La hija de Irfan nació a las 29 semanas de embarazo y sólo pesó 990 gramos. Permaneció durante dos meses en el hospital de MSF en Peshawar, hasta que alcanzó los 1.6 kilos y antes de poder regresar a casa con su madre.

Irfan, su padre, no había susurrado el nombre de Alá cuando la pequeña nació*. No lo hizo hasta el vigésimo quinto día, cuando estábamos absolutamente seguros de que iba a vivir y no iba a tener secuelas. Fue un momento inolvidable para todos.

Cuando la madre llegó al hospital estaba en su vigésima novena semana de embarazo.

Al nacer, el bebé ni siquiera llegaba a pesar un kilo. Era el bebé prematuro más pequeño que había visto nunca.

De forma inmediata, el equipo médico organizó y puso en marcha la mejor asistencia posible para la pequeña. Le practicamos una transfusión de sangre y la mantuvimos caliente. Afortunadamente, respondió bien. Quería vivir; pero aún no estaba fuera de peligro.

Dos semanas después comenzó a sufrir apnea. Así, me pasé toda una tarde junto a su cama, despertándola cada vez que dejaba de respirar. Fue un momento muy difícil para su familia y para todos nosotros.

La madre, que tenía otros hijos esperándola en casa, permaneció al lado de su bebé en la unidad de maternidad durante semanas. Hasta que llegó el día. Un soleado y frío día de noviembre, Irfan pudo al fin llevar a su esposa y a su hija de vuelta a casa. La niña había ganado algo de peso y había alcanzado los 1,6 kilos. Y fue entonces cuando su padre le susurró en el oído el nombre de Alá y le dio un nombre.
Miles de bebés prematuros

En Pakistán cada año nacen miles de bebés prematuros, muchos mueren por falta de una atención adecuada y de servicios médicos disponibles. En las regiones más remotas, en ocasiones las madres se ven obligadas a caminar durante horas para llegar a un centro de salud. En invierno, el frío y la nieve empeoran las cosas.

La tasa de mortalidad materno infantil en Pakistán es de alrededor de 276 por cada 100.000 nacimientos frente al 4,7 en España. Según Unicef, casi uno de cada diez niños muere antes de su quinto cumpleaños. La mayoría de los fallecimientos están causados por diarrea, neumonía o enfermedades para la que existe vacuna.

Las complicaciones graves también surgen después de que se administre oxitocina a la madre, una hormona que se utiliza para estimular las contracciones del útero y para acelerar el parto; la oxitocina puede mezclarse con diazepam, un ansiolítico utilizado para relajar a las mujeres mientras dan a luz.

El problema es que esta mezcla paraliza, literalmente, la respiración de los recién nacidos. Así, tras el parto, acabamos ingresando a aquellos niños que después de nacer han padecido problemas respiratorios durante varias horas. Debido a la falta de oxígeno pueden sufrir secuelas irreversibles y muchos no sobreviven.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

Pakistán, ha sido mi primera misión con MSF. Como personal médico, estamos allí para facilitar atención, salvar vidas, no para perderlas. Esto ha sido lo más difícil de sobrellevar.

Afortunadamente, tenemos un equipo fantástico: cuatro médicos, ocho enfermeras y ocho matronas trabajan sin descanso para proporcionar a los pacientes el mejor cuidado.

Nuestras prioridades son poner bajo observación durante las 24 horas siguientes al nacimiento tanto a las madres como a los recién nacidos en situación de riesgo, y garantizar su cuidado, limpieza e higiene. Así, hemos conseguido salvar muchas vidas.

La innovación también es importante. En este sentido, MSF ha autorizado a que, en ocasiones, los padres puedan visitar el hospital donde está ingresada su mujer embarazada. El resultado ha sido que se ha reducido el número de mujeres que abandonan el hospital en contra del consejo médico.
Nacimientos múltiples

Aquí no se trata solo de que las mujeres tengan muchos hijos, algunas hasta siete u ocho, sino que, además de los problemas que supone un nacimiento prematuro, a menudo se dan también partos múltiples. Así, en un mes asistimos a tres nacimientos de trillizos. Todos fueron partos naturales.

Por desgracia, en uno de los casos no pudimos salvar a los bebés. La madre estaba embarazada de unas 30 semanas cuando dio a luz; cuando nacieron los bebés aún eran muy pequeños y no tenían los pulmones correctamente formados.

A causa de los escasos historiales médicos y al pobre seguimiento que se realiza durante el embarazo, los equipos médicos no siempre saben la edad exacta de las madres o de los recién nacidos. Esto es más habitual en el caso de las personas que viven en las zonas tribales del país. Muchos pacientes llegan referidos desde el hospital de MSF en Hangu, situado a dos o tres horas de distancia por carretera, ya que allí carecen de unidad de cuidados neonatales.

Si bien existen numerosas maternidades privadas en el distrito de Peshawar, las unidades de obstetricia especializadas son de muy difícil acceso para las mujeres más vulnerables (refugiadas, desplazadas y mujeres sin recursos) o para aquellas que proceden de las Áreas Tribales bajo la Administración Federal (FATA). Además, tienen un coste prohibitivo para las familias o son de mala calidad.

Un día, una mujer dio a luz a gemelos, un niño y una niña. Cada uno de ellos apenas pesaba un kilo. El marido, se trataba de su quinta esposa, sólo había tenido hijas. Fue maravilloso ver cómo, cada vez que venía al hospital, sostenía con ternura a su hija en un brazo y a su hijo en el otro. Se sentaba allí, junto a su esposa, simplemente feliz de ser padre. Fue una imagen muy bonita.

* La costumbre es que el padre o un miembro respetado de la comunidad local susurre el adhan en el oído derecho del bebé.

Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar
Hospital de ginecología y obstetricia de MSF en Peshawar

 

 

Fatmata Dumbuya, 17 años: “Él me trató bien hasta que me quedé embarazada”

Por Jo Dunlop and Nerina Penzhorn de UNICEF Sierra Leona

Un puñado de chicas adolescentes se quita los zapatos y entra en una gran sala en el segundo piso de un edificio antiguo, al otro lado de la bulliciosa calle del mercado de Port Loko. Todas son miembros del club Wharf del pueblo y se reúnen cada tarde.

Mbalu tiene 18 años y se ha convertido en una de las facilitadoras del club de Port Loko.

Mbalu tiene 18 años y se ha convertido en una de las facilitadoras del club de Port Loko.

«Hoy vamos a hablar sobre el embarazo adolescente», anuncia Mbalu Bumbuya, que a sus 18 se ha convertido ya en una de las tutoras del club.

El embarazo adolescente es uno de los problemas sociales más generalizados en Sierra Leona en la actualidad. Cuando una adolescente queda embarazada, ve afectado su progreso social, económico y político y, además, pone en riesgo su salud.

En Sierra Leona, más de un tercio de los embarazos son de madres adolescentes. Hasta el 40% de las muertes maternas se producen también entre ellas.

UNICEF, en colaboración con la ONG local BRAC, aborda este complejo tema a través de una idea simple: proporciona espacios donde las adolescentes puedan disfrutar pasando el rato mientras reciben formación en habilidades para la vida, obtienen valiosos conocimientos y acceden a la tutoría de sus compañeras. El programa ayuda en toda Sierra Leona a 6.000 niñas de entre 13 y 19 a lograr un mayor empoderamiento social y económico.

El objetivo más amplio del programa es reducir el matrimonio infantil y el embarazo adolescente. A través de estos clubes que se reparten por todo el país, niñas vulnerables reciben capacitación en salud sexual y reproductiva. Además, las niñas aprenden sobre economía y pueden acceder a microcréditos para iniciar actividades generadoras de ingresos.

Los clubs han ayudado a chicas como Mbalu a mantenerse enfocada en sus estudios. Ahora ella es una apasionada de la enseñanza, estudia magisterio y le encanta motivar a sus compañeras.

Una de ellas es Aminata Kargbo, que tiene 16 años y abandonó la escuela cuando quedó embarazada. «Mis amigos en la escuela comenzaron a chismear sobre mi embarazo y yo estaba demasiado avergonzada», explica. Cuando se unió a su club local, se encontró con el apoyo y la amistad del resto de chicas, lo que le dio el coraje para volver a la escuela.

La falta de dinero para necesidades básicas, como alimentos y ropa impulsa algunas niñas hacia el sexo por dinero. Además de formación en salud sexual, en los clubs se les ofrece capacitación en habilidades profesionales como peluquería o sastrería para que no tengan que caer en esas prácticas.

Fatmata Dumbuya abandonó la escuela a los 17 años para casarse con un hombre mayor, con la oposición de su familia. «Él me trató bien hasta que me quedé embarazada», explica. «Entonces empezó a verse con otras mujeres y a tratarnos mal». Al final su marido ni siquiera llevaba a casa alimentos suficientes para Fatmata y su hijo, así que ella decidió dejarlo, pero estaba demasiado avergonzada para regresar con su familia. Decidió irse a vivir con sus suegros y estando allí conoció los clubs Wharfs.

Tras capacitarse en finanzas, Fatmata ha recibido un microcrédito del club y con el dinero ha comprado artículos para el hogar que vende de puerta en puerta.

Conseguir tener independencia financiera ha cambiado completamente la vida de Fatmata. Ahora es capaz de proveer ropa y comida para ella y su hijo, es respetada en su comunidad y tiene mucha más confianza en sí misma.

Cuando el marido de Fatmata se enteró de su éxito, fue a visitarla. Ella simplemente le dijo: «Mi negocio es mi único hombre ahora».

Sierra Leona sigue siendo uno de los países más pobres del mundo. Poner fin a la pobreza requiere proporcionar oportunidades para todas las personas, especialmente las mujeres y las niñas, para prosperar a través de la educación, la nutrición y la salud. Son muy necesarias iniciativas como esta en Sierra Leona que empoderan a las niñas para alcanzar su pleno potencial.

1.000 cada día

Por Kara Blackburn, matrona (Papúa Nueva Guinea, MSF)

Buin es un pequeño pueblo situado en el sur de la isla de Bougainville, en Papúa Nueva Guinea. Se trata sin duda de uno de los lugares más aislados y recónditos que he tenido la oportunidad de conocer, y en parte se debe a que sigue sufriendo las consecuencias del conflicto que asoló el país hace ya más de once años. Sea como fuere, a día de hoy los recursos y servicios de los que disfruta la población de la zona siguen siendo realmente escasos.

Un día nos llegaron noticias de que una mujer había fallecido al dar a luz a gemelos, así que nos pusimos en marcha con el fin de examinar a los bebés. Al llegar, nos encontramos con otra mujer que también estaba embarazada de gemelos. Le preguntamos cómo llevaba el embarazo, y cuando nos contó que ya había dado a luz en otra ocasión a un bebé que nació muerto, la trasladamos a nuestro hospital en Buin.

Llegado el momento, soportó un parto difícil y prolongado, pero los dos bebés, dos niños, vinieron al mundo sanos y salvos. Pero de repente, lo que debía ser un momento de alegría extraordinaria se convirtió en una emergencia médica. Nuestra joven madre, como tantas otras mujeres que dan a luz a gemelos, sufrió una hemorragia y en poco tiempo perdió más de un litro de sangre. Con suero y medicamentos intravenosos logramos controlar la hemorragia, previniendo así mayores complicaciones, pero no puedo dejar de pensar que, sin esta atención médica, habría perdido mucha más sangre y tal vez no habría sobrevivido.

En la mayoría de los países en desarrollo, el acceso a la atención médica es limitado y la mayoría de las mujeres no pueden tener la asistencia de emergencia que pueden necesitar durante el embarazo y en el parto. Aquel día en Bougainville salvamos la vida de una mujer, pero seguramente a pocos kilómetros de allí otra la perdió por no tener atención médica.

Lograr que todas las mujeres embarazadas tengan acceso a la atención médica de calidad puede que sea un sueño imposible de cumplir. MSF, como organización humanitaria que es, no puede proporcionar una solución global a la crisis de la mortalidad materna, ya que esa es una labor que deben cumplir los gobiernos y las agencias especializadas en el desarrollo a largo plazo: hablamos de cuestiones como los derechos de las mujeres, la educación de las niñas y la mejora de los sistemas de salud, que son de suprema importancia en la reducción de la mortalidad materna a largo plazo.

Y sin embargo, creo que con un poco de esfuerzo por parte de todos podríamos lograr grandes avances en todos estos campos. Reconozco que todo este tipo de estrategias de desarrollo que acabo de mencionar son verdaderamente cruciales, pero la realidad que en MSF vemos cada día es la que afecta a las miles de mujeres que siguen muriendo por no tener acceso a los servicios de salud adecuados. Y por ello, estoy convencida de que nuestro objetivo debe pasar por responder a esa necesidad inmediata.

He sigo testigo de primera mano de los inmensos retos que a los que se enfrentan las mujeres en lugares como Darfur, Madagascar, Sri Lanka y Papúa Nueva Guinea. Y ver el impacto directo que tiene este tipo de atención lamentablemente me lleva a preguntarme cuántas mujeres en el mundo no tienen posibilidades de tener algo tan simple como un parto atendido por profesionales.

En los países donde trabaja MSF, nuestra expectativa, por lo tanto, tiene que ser relativamente simple: tenemos que ser capaces de reducir el número de muertes que vemos en nuestras clínicas y hospitales, atendiendo las necesidades inmediatas de las mujeres embarazadas en situaciones de crisis. Los enfoques médicos que utilizamos han estado disponibles desde hace mucho tiempo, y está bastante claro, por nuestra experiencia de campo, que la muerte maternal puede evitarse.

El 15% de todas las mujeres embarazadas se enfrentan a complicaciones potencialmente mortales durante el parto… y eso ocurre tanto en Sidney como en Puerto Príncipe o en Mogadiscio. Pero las mujeres expuestas a conflictos armados, crisis médicas y desplazamientos de población son aún más vulnerables, y las complicaciones para aquellas que están viviendo en zonas de guerra, son probablemente mayores cuando las instituciones de salud se colapsan.

El enfoque tiene que estar en las causas principales —hemorragia, infección, aborto clandestino, hipertensión y parto obstruido—, responsables de la mortalidad materna en más del 80% de los casos. Y a día de hoy, en nuestras unidades de emergencia obstétrica, podemos proporcionar atención médica a estas complicaciones, en una amplia gama de entornos de alto riesgo. La atención médica y los recursos disponibles son los factores clave durantes estos tiempos de crisis.

Una y otra vez, vemos que tener acceso a la atención obstétrica de emergencia marcará la diferencia, sin importar donde se encuentren las mujeres embarazadas. Ya sea que estén huyendo del conflicto, sobreviviendo en un campo de refugiados o viviendo bajo una lona de plástico después de que su casa fuera destruida por un terremoto, todo lo que una mujer embarazada que experimenta complicaciones en el parto necesita, es personal médico experimentado, medicamentos y equipamiento médico. La unión de todo esto salvará su vida y la de su bebé, como ocurrió aquel día en Bougainville.

No puedo ni quiero quitarme de la cabeza un dato perturbador: en todo el mundo, cada día, 1.000 mujeres mueren durante el parto o por complicaciones relacionadas con el embarazo. Esta estadística sigue resultando abrumadoramente negativa, y más aún al saber que la gran mayoría de estas muertes pueden evitarse. Una mujer no debería enfrentarse a un futuro incierto sólo porque está embarazada. Debemos recordarnos todos los días que cada muerte durante el embarazo o el parto es una muerte inaceptable.

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Fotos: Hospital de MSF en Tari, en la provincia de Southern Highlands (Papúa Nueva Guinea), donde la organización trabaja desde 2008 (© MSF).