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“Los suministros médicos están cubiertos con la sangre de los que arriesgaron sus vidas para llegar hasta aquí”

A., médico sirio y director de uno de los ocho hospitales de campaña apoyados por MSF al norte de Homs

En el norte de Homs, MSF da apoyo a todos los centros médicos de la zona; un total de 8 hospitales de campaña y 3 consultas médicas.

En esta zona, cerca de 350.000 personas han vivido sitiadas durante más de un año. Los barriles bomba y los enfrentamientos son su realidad cotidiana, su día a día.

Además, existe una importante escasez de agua, de electricidad y de suministro de alimentos básicos. MSF es la única organización internacional que apoya a las redes de médicos sirios en el norte de Homs, proporcionando aproximadamente el 50 % de las medicinas y de los suministros que estas redes e instalaciones necesitan.

Hoy en día, debido a las enormes necesidades existentes y a que apenas reciben ningún otro tipo de apoyo, MSF está tratando de ampliar su asistencia para llegar a cubrir el 80% de las necesidades que algunos de estos hospitales tendrán en los próximos meses.

El doctor A. es el director de un hospital de campaña con un alto valor estratégico y que está situado en Al Houleh, en el norte de Homs, un área con aproximadamente 90.000 personas que viven en estado de sitio.

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Un paciente herido es atendido en un hospital de campaña improvisado en el norte de Homs. MSF

Lo llamamos masacre en mayo de 2012, cuando un centenar de personas, la mayoría de ellos mujeres y niños, murieron en una sola tarde. Fue un día terrible, pero las cosas siguen empeorando en Al Houleh. En las noticias lo llaman “bombardeo intermitente”, pero la verdad es que los ataques apenas se detienen. Hay momentos en los que se trata de artillería pesada y otros en los que son armas ligeras, pero las detonaciones nunca cesan.

Hemos creado este hospital de campaña desde de cero. Proporcionamos atención de emergencia y también una serie de servicios que incluyen la atención primaria y la cirugía. Tenemos sólo unas pocas camas, y están siempre ocupadas.

En enero contabilizamos 50 ataques con barriles bombas en una sola semana. Los hospitales de campaña que están en la zona donde el conflicto está más activo luchan para hacer frente al elevado número de heridos. Teniendo en cuenta que los suministros son muy limitados y que apenas queda personal médico en la zona, en el fondo están haciendo mucho más de lo que pueden. En los pueblos todo el mundo se conoce, y aun así, debido al estado en el que quedan algunos cuerpos después de los ataques, muchas veces tenemos dificultades para saber quiénes son las víctimas. Realizamos muchas cirugías y demasiadas amputaciones.

Hoy en día, en todo Al Houleh sólo contamos con un cirujano general y un cirujano ortopédico. Entre ambos tienen que cubrir las necesidades médicas de una población de más de 90.000 personas.

Nuestra prioridad ahora mismo está en tratar de conseguir los medicamentos y el material que necesitamos para realizar cirugías y atender las emergencias. Luchamos cada día para obtener lo básico, como por ejemplo gasas, pero también ponemos todos nuestro esfuerzos en tratar de conseguir otros suministros mucho más difíciles de localizar; por ejemplo los anestésicos. Además, tenemos muchos pacientes que padecen enfermedades crónicas, niños con infecciones respiratorias y madres embarazadas que necesitan seguimiento médico. Nadie tiene dinero para ir al médico o para comprar medicamentos. Ahora mismo la gente de esta región se encuentra en un estado de pobreza verdaderamente crítico.

La ciudad de Al Houleh está rodeada. Los puestos de control no dejan que entre nada; a veces ni siquiera permiten la entrada de un pedazo de pan.

Llegar hasta el norte de Homs con suministros ya es de por sí muy difícil, pero entrar en Al Houleh es imposible. Geográficamente es un valle, pero estamos rodeados de montañas y de puestos de control; en realidad, esto es como una isla poblada por 90.000 personas que se encuentran viviendo bajo un asedio aún más intenso que el que hay en el norte de Homs. De hecho, han pasado tres años desde que esta región dejó de ser accesible en coche a través de carreteras regulares.

Tanto si se trata de un alimento, como si lo que intentas es transportar medicinas o combustibles, sólo podemos ir caminando a través de un camino lleno de barro al que sólo se puede acceder a pie, en burro, o utilizando pequeños botes para cruzar el lago Houleh.

Lo llamamos el camino de la muerte, porque hay francotiradores desperdigados por todas partes. Y vemos que todos los suministros (y personas) que nos llegan hasta aquí, están cubiertos de la sangre de cientos de personas anónimas que han arriesgado sus vidas para traerlos hasta aquí.

 Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Los suministros de MSF llegan a una zona sitiada del norte de Homs. MSF

Gracias al apoyo de MSF al menos recibimos algunos medicamentos que cubren más de la mitad de nuestras necesidades, pero todavía seguimos teniendo muchas rupturas de stock.

Es imposible que podamos almacenar las medicinas; estamos permanentemente consumiéndolas. Y en cualquier caso, es complicado almacenar medicamentos cuando sólo podemos permitirnos, para no exponernos aún más, transportar una sola caja cada vez que atravesamos el camino.

Mucha gente está bebiendo agua contaminada y llega al hospital con infecciones. Hace tiempo Al Houleh era conocida por sus cultivos y por la calidad de sus productos agrícolas. Ahora es demasiado peligroso salir al campo y cosechar la tierra. Los alimentos básicos que están disponibles en el mercado son demasiado caros para la mayoría. La gente viene al hospital enferma a causa de beber agua en malas condiciones y una baja nutrición.

Hay días en los que sólo tenemos 2 horas de electricidad, y semanas en las que estamos totalmente a oscuras. Por suerte, nuestro hospital funciona a través de generadores. Contamos con las dos únicas camas neonatales que están disponibles en toda la región, y a veces nos vemos obligados a poner a dos bebés en una única cama. Médicamente, esto es inaceptable, pero no tenemos otra opción.

El hospital en el que estoy trabajando ha sido bombardeado en tres ocasiones. La última vez fue hace siete meses. Los aviones de combate volaban bajo y sus ataques iban dirigidos claramente hacia el hospital. No había posibilidad alguna de que estuvieran equivocándose en lo que hacían. Sus disparos fueron certeros: golpearon la construcción que estaba justo al lado de la que yo me encontraba y dos personas murieron. Es por ese motivo que nuestros departamentos médicos están distribuidos en diferentes edificios; así evitamos perder todas nuestras instalaciones en un mismo bombardeo.

No paramos ni un instante; vemos pacientes día y noche. Los días son muy largos, y la idea de tener tiempo para otra cosa que no sea trabajar es un sueño lejano, pero cuando puedo, trato de pasar tiempo con amigos y familiares. Intento recordar que una vez, no hace tanto tiempo, vivimos buenos tiempos. Y quiero creer que eso volverá a suceder. Es lo único que puedo hacer para reunir fuerzas y poder continuar».

Cuando volvió a abrir los ojos, apenas podía creerlo:

«Las historias son muchas, y todas son desgarradoras. Nunca olvidaré a aquel hombre de 60 años cuyo corazón se había detenido. Utilizamos el material básico para reanimarlo, para ayudarle a respirar. Nuestros equipos son muy viejos. Estuvo en coma durante 2 días y medio y el equipo médico hizo turnos, también durante la noche, tratando de mantener su respiración a través de un sencillo dispositivo manual que consiste en apretar una bolsa con la que introducir aire en sus pulmones.

Cuando volvió a abrir los ojos y me preguntó por su esposa, apenas podía creerlo. No podía creer que estuviera despierto y que su cerebro funcionara. Hoy en día aquel paciente sigue vivo y reside en Al Houleh. Y estoy orgulloso de saber que eso fue posible gracias a nosotros. Yo, mientras la guerra sigue, trato de recordar historias como ésta. Estoy seguro de que cuando todo esto termine, algunos de nosotros dejaremos para siempre la medicina. Hemos visto tantas cosas tan difíciles de asimilar, que apenas nos quedan fuerzas ni ánimos para seguir adelante”.

 

SUDÁN DEL SUR: atendiendo a los pacientes junto a la línea de fuego

Por Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de Médicos Sin Fronteras.

Poco más de un año después del comienzo del conflicto en Sudán del Sur, la situación humanitaria sigue siendo extremadamente complicada. La enfermera especializada en obstetricia Siobhan O’Malley proporcionó asistencia sanitaria tanto en Malakal como en Bentiu, las principales ciudades afectadas por los combates. A través de su relato, nos explica cómo se trabaja en primera línea del frente, prestando atención médica de manera neutral e imparcial a los más necesitados.

Siobhan O'Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF
Siobhan O’Malley, enfermera especializada en obstetricia de MSF. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Situada en el Estado del Alto Nilo, Malakal es una de las mayores ciudades del Sudán del Sur. Cuando llegué en febrero de 2014, hace ahora un año, el conflicto ya había empezado y había advertencias de que la ciudad pronto sería invadida por las fuerzas de la oposición.

En cuanto dieron el aviso de que en breve se iban a producir combates, empezamos a ver riadas de gente corriendo hacia el recinto de Naciones Unidas (ONU) en busca de seguridad. Era espeluznante. Recuerdo ver a una mujer que huía sin llevar nada consigo, sólo a su bebé entre los brazos. Los días siguientes fueron tensos, escuchábamos disparos en la distancia y temíamos que ocurriera algo gordo.

Las fuerzas de la oposición atacaron en el medio de la noche. Unos días antes nos habíamos visto obligados a abandonar nuestra base en la ciudad y a entrar en el recinto de la ONU para protegernos. Recuerdo que estaba durmiendo en una tienda de campaña junto con otros miembros del equipo cuando el coordinador del proyecto nos despertó y nos dijo que nos preparáramos, que algo grave estaba pasando.

La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de  2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.  Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF
La ciudad de Sudán del Sur, Malakal, fue atacada el 18 de febrero de 2014. Los enfrentamientos entre el gobierno y las fuerzas opositoras obligaron a miles de personas a abandonar sus casas, hacia otros lugares o hacia los campos de refugiados de Naciones Unidas.
Alrededor de 21.000 personas llegaron a este campo. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Las barreras internas situadas alrededor de nuestra base (situada también dentro del terreno que ocupa la ONU, pero fuera del recinto en el que se alojan ellos) estaban destrozadas, puesto que muchas de las personas que estaban huyendo habían tratado de acercarse lo máximo posible a nuestras instalaciones en busca de una mayor protección. Con los ojos muy abiertos, en tensión y en silencio, cientos de mujeres y niños estaban acurrucados en la oscuridad bajo los árboles y junto a nuestra tienda.

Entonces, la tierra empezó a temblar. Las bombas comenzaron a caer cerca del complejo. El ruido era ensordecedor. Corrimos hacia los búnkeres; en realidad seis contenedores de transporte reforzados con sacos de arena. Las mujeres y los niños corrían con nosotros. Nos metimos dentro. Estábamos hacinados y hacía muchísimo calor. Recuerdo que permanecimos sentados allí durante horas, tratando de escuchar lo que estaba pasando fuera.

Pasadas algunas horas, se nos informó del gran número de heridos que había y abandonamos el búnker para ir hacia el hospital. Nos hicimos paso como pudimos entre la multitud. El olor a quemado era insoportable, la ceniza caía desde el cielo y había torres de humo negro en el horizonte.

A través de la ventana del coche vi a una niña aterrorizada, de unos 12 años de edad. Tenía la mirada perdida y llena de rabia y balanceaba un machete para tratar de protegerse de cualquiera que se le acercara.

Esa noche en el hospital tratamos a centenares de heridos de bala y de machete y a multitud de personas con diversos tipos de traumatismos.

Con los suministros a punto de agotarse fui atendiendo paciente a paciente. Me pasé los meses restantes de mi misión centrada en tratar a heridos de guerra. Nada que ver con la idea que tenía cuando acepté lo que todos creíamos que sería un trabajo en una maternidad de Sudán del Sur. Y sin embargo, siento que ayudé a que miles de personas que no tenían más ayuda que la nuestra para que pudieran salir adelante. Lo que más rabia me da es que, cuando algo así ocurre, hay otras necesidades básicas, como por ejemplo la atención de partos complicados, que se quedan irremediablemente en un segundo plano. Y os aseguro que en Malakal la gente necesita de cualquier tipo de atención médica y humanitaria que podamos proporcionarles.

El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres.  Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF
El Hospital de Malakal fue atacado por un grupo de hombres armados. Cuando el equipo de MSF volvió al hospital se encontró 11 cadáveres. Algunos de sus pacientes fueron disparados en sus camas. Fotografía Anna Surinyach/MSF

Madres e hijos

Por Maartje Hoetjes, MSF Sudán del Sur

Nos acaban de llegar dos personas con heridas de bala al hospital de MSF en Leer. Hace apenas unas horas estaban en la celebración de una boda, con sus amigos y su familia. De pronto, alguien entró y empezó a disparar contra la multitud. Cinco personas resultaron gravemente heridas. Dos, los dos que han llegado hasta aquí, han salvado de momento la vida, pero otras tres sufrieron heridas de gravedad y han muerto en el camino.

Madres e hijos esperan en el Centro de Alimentación del hospital de Médicos Sin Fronteras en Leer, Sudán del Sur
Madres e hijos esperan en el Centro de Alimentación del hospital de Médicos Sin Fronteras en Leer, Sudán del Sur. Fotografía de Nick Owen

Una de las víctimas es un niño de 12 años, que se encuentra ingresado en la unidad de cuidados intensivos. La enfermera me comenta que le dispararon en la nalga y que la bala salió por su estómago. Uno de nuestros médicos le ha limpiado la herida lo mejor que ha podido y se la ha vendado. Todos esperamos que la bala no le haya tocado ningún órgano vital, pero ahora mismo el principal problema reside en la fuerte hemorragia que sufre, por lo que dos de nuestros técnicos de laboratorio están tratando de encontrar un donante de sangre como sea.

Tendido en un colchón del otro lado de la unidad de cuidados intensivos tenemos al otro herido: es un chico joven y lleva la cabeza vendada. La bala le entró por la parte de atrás del cráneo y salió justo por encima de su ojo derecho. Está inconsciente. Viendo la gravedad de sus lesiones, me resulta sorprendente que haya sobrevivido tanto tiempo.

Visito los otros departamentos del hospital, observo el panorama que hay a mi alrededor y charlo un momento con mis colegas del centro de alimentación terapéutica. Tenemos un montón de niños ingresados. Salgo de allí y me dirijo hacia la sala de maternidad, de donde salen unos gritos desgarradores. El eco de tristeza que se desprende de ese llanto resuena por todo el recinto. Al entrar en la habitación me encuentro con una madre desconsolada. Tiene el dolor grabado en su rostro, que está completamente cubierto de lágrimas. Camina a duras penas hacia la puerta apoyándose en varios miembros de su familia, que tratan de consolarla sin mucho éxito. Tras ellos aparecen un hombre y una mujer que transportan lo que parece un cuerpo sin vida envuelto en una tela. Su pequeño tamaño me hace atar rápidamente cabos: es el niño de 12 años que estaba esperando la transfusión. Me quedo inmóvil por unos momentos. ¿Por qué el? No tiene ningún sentido que alguien tan joven tenga que morir de esta manera… es terrible.

Vuelvo a la unidad de cuidados intensivos para echar una mano a mis compañeros y veo que ya están todos están de vuelta en sus respectivos trabajos. Aquí en el hospital la muerte no entiende de horarios y no hay tiempo para demasiadas lamentaciones. Allí al fondo se encuentra la que supongo será la madre del hombre que tiene la herida de bala en la cabeza. Está sentada a su lado, con las piernas recogidas contra el pecho y sus brazos envolviéndolas firmemente. Su cuerpo tiembla y sus hombros se mueven hacia arriba y hacia abajo mientras solloza. No estoy segura de qué hacer. ¿Debo dejarla sola o debería quedarme con ella? Está mirando hacia el suelo y no parece ser siquiera consiente de mi presencia. Sí, está aquí a mi lado, pero probablemente su mente esté muy lejos de este lugar. Sé que soy una extraña para ella, pero quiero que sepa que no está sola. Puedo sentir perfectamente su dolor.

Me siento a su lado y le hago una caricia en la espalda para tratar de calmarla. Su respiración cada vez es más rápida y me temo que está empezando a hiperventilar. Le hablo suavemente y le doy indicaciones para que haga conmigo unos ejercicios de respiración, exhalando en voz alta. Los minutos parecen horas, pero finalmente parece que se está tranquilizando.

De pronto se sienta junto a su hijo en el colchón y le agarra de la mano. No se fija en mí, pero no importa. Ha recobrado las fuerzas para tratar de darle el cariño y la fuerza que tanto necesita en este momento. Ahora es de nuevo capaz de ayudarle a luchar por su supervivencia.

Han pasado dos días desde que dejé a aquella madre aferrada a la mano de su hijo. Hoy he visitado de nuevo la unidad de cuidados intensivos y me he encontrado al joven sentado tranquilamente mientras su madre le ayudaba a tomar una taza de leche. Bebía sin dificultades y la enfermera me ha comentado que ya ha empezado a hablar, así que hoy estamos de enhorabuena. A veces, hasta lo más difícil puede llegar a ocurrir. Incluso aquí, donde casi todo son malas noticias.

MSF ha trabajado en Leer, al sur del estado de Unidad, durante los últimos 25 años. Sus equipos prestan atención médica a los pacientes ingresados en el hospital y ofrecen consultas externas a niños y adultos. También llevan a cabo cirugías, servicios de maternidad, tratamiento del VIH/TB, y cuidados intensivos. A finales de enero y principios de febrero de este año el hospital de MSF en Leer fue destruido, al igual que la mayor parte de la ciudad. Era la única estructura sanitaria que brindaba atención médica secundaria, incluyendo cirugía y tratamiento para el VIH y la tuberculosis, en un área que cuenta con aproximadamente 270.000 personas. Edificios enteros fueron reducidos a cenizas, y los equipos necesarios para llevar a cabo cirugías, para el almacenamiento de vacunas o para hacer transfusiones de sangre fueron arrasados. Todo el mundo huyó al bosque o a otras ciudades y la ciudad quedó desierta durante varios meses. En mayo, cuando la gente empezó a regresar, MSF reanudó algunas de las actividades médicas del hospital.

 

Cosas en las que pensar: las tareas de limpieza

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Ocurrió todo tan deprisa que me quedé congelado: no sabía qué hacer. El niño estaba en estado de shock y su estado podría haber derivado en cualquier cosa: tanto podía ponerse a llorar como romper a reír. Pero cuando la segunda ola de agua llegó a sus pies, salpicándole ligeramente las espinillas, estaba claro que, más bien, rompería a llorar.

Era cuestión de segundos y no había nada que yo pudiera hacer. Su hermano mayor, acostado en una cama, se reía de él y de sus pies bañados en agua mientras sostenía, como paralizado, un buñuelo a medio camino entre la bolsa de plástico y la boca. Simplemente no podía entender lo que pasaba. Era demasiado para él, estaba estupefacto. Por fin llegaron las lágrimas y, tras arrugar la cara, rompió a llorar.

¿Pero que estaba hacienda esta señora? Si le preguntas, te dirá que sólo estaba fregando. Pero desde mi punto de vista, su técnica era algo cuestionable: tiraba el agua al suelo, justo entre la línea de camas y la pared, sin importarle si había personas en la trayectoria, y luego la empujaba, parte de ella directamente hacia el pequeño. Era esa segunda “ola” de agua lo que puso de los nervios al crío. Molesta con los lloros, decidió sacarle de en medio y, cogiéndole del brazo, le sentó en la cama junto con su hermano. Y este estaba encantado claro, ya que además de poder seguir riéndose de él, ahora tenía la bolsa de buñuelos más cerca.

Vaya golpe de suerte para el hermano mayor. Por mi parte, me daba un poco de vergüenza estar divirtiéndome con la escena y también algo de desconsuelo ya que, cada vez que la veía tirar agua a los pies del chaval, intentaba hacer algo, pero no podía. La distancia que nos separaba, la barrera del idioma y tener las manos ocupadas me impidieron pasar a la acción. Estaba sentado en primera fila del espectáculo, pero no podía evitar las lágrimas del pequeño. Ni siquiera conseguí un buñuelo…

Pero hablando en serio, lo más curioso de todo es que si estaba en aquella sala en ese momento era precisamente porque había ido a preguntar a los enfermeros y a los responsables clínicos qué opinaban de la organización actual del trabajo de las limpiadoras, y si pensaban que podía mejorarse. Así que, siendo como soy también el responsable de que las tareas de limpieza funcionen, de alguna manera esta era precisamente el tipo de escena que necesitaba ver con mis propios ojos.

Para ser sincero, he de admitir que en el hospital los niños siempre están llorando, y que en general lo hacen por causas más justificadas, como por ejemplo cuando les pinchan para hacerles un análisis de sangre, les ponen una inyección o les colocan una vía intravenosa. Aunque también he visto a un niño fuera de sí porque no quería que le pesasen y su madre se reía de él. ¿Y este crío llora sólo por un poco de agua? Es lo que haría un bebé, aunque es cierto que apenas tendría unos meses más que un bebé.

También tengo que puntualizar que las limpiadoras son muy simpáticas y agradables. Como es evidente, me comunico con ellas a través de nuestro traductor de árabe, pero en nuestras reuniones siempre hay sonrisas, intentos de comunicarnos por gestos y algunas risas. No me hacen llorar, desde luego. Ya en las primeras reuniones se mostraron muy abiertas a participar en formaciones y a reorganizar sus rutinas, y nos han proporcionado información valiosa sobre las necesidades que ellas han identificado y las posibles mejoras.

No es fácil llegar e intentar cambiar la forma que la gente tiene de hacer las cosas, pero a veces es necesario. Así que al poco de llegar, tuvimos una semana de mucho trabajo en el departamento de limpieza. Reorganizamos los colores de los cubos que se utilizan para clasificar cada tipo de residuo y para cada tarea de limpieza. Sí, lo sé, ¡emocionante! Bueno, vale, no tanto… Organizar cubos no suena demasiado “cool” pero la verdad es que estos últimos días, al pasearme y ver los colores correctos en los sitios adecuados, me he puesto muy contento.

En las salas de ingreso de maternidad y pediatría, hay tres limpiadoras que se turnan durante las 24 horas del día, mientras que en las zonas de consulta externa y en el quirófano tenemos solamente turnos en las horas de actividad, durante el día. Pero a pesar de haber servicio continuado de limpieza en las salas de hospitalización, estas no están lo bastante limpias. O sería mejor decir que la situación puede mejorar. Hay guías que indican lo que hay que limpiar, con cuánta frecuencia y con qué tipo de producto, ya sea detergente o solución de cloro. Así que vamos a tener que insistir de nuevo en todo ello, incorporarlo en la práctica diaria y supervisar que se lleva a cabo.

Una cosa que ha mejorado, aunque sigue sin ser perfecta, es la quema de carbón en pequeños recipientes de metal en el vestíbulo trasero de la sala de pediatría, con el fin de calentar la leche para los niños. Aunque parezca mentira, antes de que empezáramos a trabajar aquí, esa actividad se realizaba dentro de los edificios, a veces incluso junto a las camas de los niños. Aparentemente terminamos con esa práctica hace algunos meses, pero me he tropezado ya una vez con una de estas pequeñas “barbacoas” dentro del vestíbulo.

Se lo comenté al encargado de logística del hospital, que se limitó a encogerse de hombros y decir que es “culturalmente inevitable” que lo hagan. Me explicó que cocinan dentro de los “tukules” (cabañas de ladrillo y techo de paja) y que por eso probablemente tampoco le dan importancia a que haya humo dentro del hospital. Pero esta costumbre no puede continuar. La cultura local tendrá que ceder en este punto.

El horario de limpieza tampoco es el más apropiado, como inundar y fregar toda la sala justo cuando empiezan las rondas de los médicos y cuando niños que detestan mojarse los pies descalzos andan por allí preparados para echarse a llorar. No es el momento más oportuno desde luego. Así que una de las mejoras más importantes en las que estamos trabajando con las limpiadoras es establecer una rutina de trabajo que no interfiera con las actividades médicas. Esto, por supuesto, requiere también cierta colaboración del personal sanitario, así como más observación directa por mi parte. Así que, bueno, me temo que aún tendrán que derramarse algunas lágrimas…

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Foto: Quirófano del hospital de MSF en Agok, en la región de Abyei, Sudán del Sur. (© Maimouna Jallow/MSF).