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Entradas etiquetadas como ‘desnutricion infantil’

Etiopía, año 2004

Por Rocío Raya (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Desde el frío montañero a 2.700 metros, os quería contar cómo va la vida en Mejo, Aroressa, en la “Southern Nations and Nationalities People’s region” (SNNPR), una de las regiones de Etiopía.

Estamos en el 2004.

Sí, ya sé que soy despistada y no sé a veces ni en qué mundo vivo, pero esta vez no me equivoco. Es que Etiopía tiene un calendario propio, el calendario Gi’iz, único en el mundo, y ahora aquí es el año 2004. Y en septiembre celebramos el Año Nuevo. Además, hay 12 horas al día y no 24, y siempre van con 6 más que las nuestras, con lo cual, si ya no nos enteramos con el idioma, quedar con alguien es toda una aventura.

Llegué al paraíso en agosto, nueve días después de aterrizar en Addis Abeba, donde por cierto me perdieron la maleta con toda la ropa de abrigo dentro. Menos mal que al día siguiente conseguí recuperarla, porque aquí uno se muere de frío.

Mientras subíamos como hacia el cielo por la carretera de tierra que circula entre las montañas, me preguntaba cómo es posible que en este lugar que parece un vergel (y en el que, como dice mi querida compañera dominicana Claudia, “hasta si escupes crece algo”) puede existir la desnutrición.

Mejo es una aldea. Sólo tiene una calle principal y un centro de salud. La casa donde estamos el equipo de MSF es sencilla pero acogedora: compartimos habitación, ducha a la cazuela y letrina climatizada, pero el ambiente es de lo más, con tres argentin@s, una dominicana, una catalana y un griego. ¡Para sentirse como en casa!

Yo trabajo en la periferia y ahora una compañera está ayudándome a implantar el programa nutricional. Me encargo de hacer lo que llamamos ‘OTP’, el tratamiento ambulatorio de los chicos desnutridos que no están tan graves como para hospitalizarlos, pero a los que hay que seguir y pasar consulta una vez por semana. A los que están más malitos los traemos al Centro de Salud, donde trabajan el resto de compañeras, entre ellas las dos médicos, que son un amor.

El día es largo pero se pasa rápido. Desde por la mañana, el equipo de periferia hace lo que llamamos de broma outreach ayuno”, o lo que viene siendo no comer nada hasta que volvemos por la tarde, porque nos pasamos el día haciendo el ‘screening’* y la consulta de los niños desnutridos del programa ambulatorio.

Aún así merece la pena levantarse temprano y, mientras desciendes el camino, ver los picos de las montañas que se asoman liberándose de la niebla matutina, y las casas o chocitas típicas de esta zona, de estructura circular, de una sola pieza con muros de barro y techo alto de paja, donde comparten vida animales y personas, y que echan humo como si estuvieran ardiendo.

Cuando llueve mucho en Aroressa es otro cantar. Obligados estamos a cambiar el LandCuiser por el mejor 4×4 que existe en el mundo: el “emergency donkey. Es decir, enfermería a caballo con la maleta de emergencia.

Pero esa es otra historia que ya os iré contando…

(Continuará…)

* Se denomina “screening” (“cribado” o “detección de casos”) a las pruebas, tests o exámenes clínicos que se hacen sistemáticamente a personas que no presentan síntomas de una determinada enfermedad, para identificar a aquellos individuos que tengan un riesgo suficientemente alto de padecerla y que justifique posteriores intervenciones diagnósticas o preventivas. En el caso de la desnutrición infantil, se realiza mediante el medidor MUAC (‘middle upper arm circumference’), una pequeña cinta coloreada que se coloca en el brazo, a la altura del bíceps, y que, mediante un código de colores, da una aproximación de la situación nutricional del niño: verde para situación correcta, amarillo en caso de desnutrición moderada y roja para desnutrición severa.

Fotos: Aroressa, Etiopía. Screening nutricional y vivienda típica de la zona (© Rocío Raya).

 

Luke en Bihar: el mango como amenaza

Por Luke Chapman (médico de Médicos Sin Fronteras en India)*

Como os decía, el siguiente punto del orden del día tenía que ver con mangos.

«Como estoy seguro que todos sabéis ya, nuestros guardas de seguridad no tienen la potestad de hacer frente a amenazas de seguridad internas.»

¿Amenazas de seguridad internas? Parecía algo serio. Se me aparecieron imágenes de hombres armados con pasamontañas.

«Naturalmente, me estoy refiriendo a los mangos.»

¿Mangos? ¿En serio? Querido lector, por favor no me juzgues severamente por lo que me ocurrió a continuación: un ataque agudo de risa floja. No me estaba riendo de nadie, ni le estaba restando importancia a los traseros cómodos ni a los mangos amenazadores, sólo es que todo aquello empezaba a parecerme un tanto surrealista. Afortunadamente creo que nadie se dio cuenta. Un observador perspicaz se habría percatado de lo apretado de mis labios, de las ligeras sacudidas de hombros y de las oscilaciones de mi nuez.

Parece ser que los mangos, junto con todas las demás frutas, pertenecen legalmente al dueño de la casa en la que estamos alquilados, y entre las tareas de nuestros guardas no está el vigilar que la gente no se los coma. Antes de irme ese día, aún con la sonrisa en los labios, ví una fruta que había caído del árbol dentro del recinto de MSF.

“No te tengo miedo”, le susurré. Al día siguiente pasaba por allí y me tropecé con aquella misma fruta: me caí, con el resultado de un pequeño rasguño en la rodilla izquierda. Me imagino que fue el Karma, diciéndome que no me pasara de listo.

Quince días más tarde más o menos, me encargaron realizar una evaluación del desempeño de un miembro del personal bajo mi supervisión, un hombre al que hacía poco y de quien apenas sabía nada: Kevin, que es registrador. Su trabajo consiste en introducir toda la información de todos los niños de nuestro programa de nutrición en una ficha y en un libro de registro. Esto incluye el registro semanal del peso del niño, que Kevin convierte además en una gráfica perfecta. Siempre les digo a los registradores que su trabajo es tan importante como el de los médicos, porque:

                        -> datos correctos + un mal médico = una decisión clínica errónea

                        -> datos incorrectos + un buen médico = una decisión clínica errónea

Al repasar su evaluación anterior, vi que mi predecesor había identificado algunas áreas de mejora en el trabajo de Kevin. El sistema de evaluación se traduce en una especie de puntuación, y la de Kevin era algo baja. El proceso de evaluación era bastante nuevo para él, y me dijo que temía por su trabajo. Su mirada me decía que su miedo era real. Tras dudarlo un instante, suspiré y tomé una medida que quizás no es la más profesional.

“Kevin, te voy a contar un secreto. No te preocupes demasiado por esta puntuación: no vamos a despedirte.” Se mostró visiblemente aliviado. “Los aspectos en los que tienes que centrarte son estos”, le dije, señalando una pequeña tabla en la parte de atrás de la hoja. “Estas son las cosas que has hecho bien, sigue así y desarróllalas más. Aquí tenemos lo que no hiciste tan bien: son áreas en las que tienes que concentrarte y mejorar. Si lo logras, la próxima vez tu puntuación mejorará. Así podrás decir que estás progresando, yo podré decir que he supervisado tus avances, y los chicos de administración podrán meter la evaluación en un cajón, y podemos irnos todos a casa.” Kevin sonrió. Ojalá alguien me hubiese explicado esto a mí hace diez años. Me hubiera ahorrado mucho tiempo.

Podría seguir, y estoy seguro de que cualquiera que haya trabajado en una gran organización durante cierto tiempo ha tenido momentos en los que hubiera deseado agarrar a la burocracia por el cuello, estrangularla hasta la muerte y darse un festín con sus entrañas. Pero lo cierto es que sin procedimientos burocráticos no alcanzaríamos ninguno de los objetivos de nuestros proyectos. No podríamos hacer el seguimiento de los 700 pacientes que en la actualidad hay en el programa de nutrición y desde luego no habríamos tratado a los aproximadamente 10.000 niños que hemos tratado desde que empezó el proyecto.

Así que, burocracia, puede que seas tan complicada que has acabado convirtiéndote en un cruce entre acelerador de partículas y segadora. Puede que huelas a sudor rancio y a lágrimas frescas. Y sin duda en las fiestas no eres la más popular, arrinconada quizá en el trastero con el impuesto de sucesiones y Céline Dion. Pero tienes un trabajo nada envidiable y prácticamente imposible, y me parece que en general lo haces tan bien como puede hacerse. Burocracia, a regañadientes, yo te saludo.

* Luke Chapman es médico del proyecto de desnutrición infantil de MSF en Biraul, en el estado indio de Bihar.

Foto: Un trabajador local de MSF registrando a los niños de un programa de nutrición en Chad (© Alfons Rodríguez).

El padre de María vuelve a sonreír

Por Cormac Donnelly (médico de Médicos Sin Fronteras en Bentiu, Sudán del Sur)

He venido con Elijah, uno de nuestros conductores, a recoger a una niña al hospital del Ministerio de Salud en Bentiu. La habíamos traído por la mañana para que le pusieran una transfusión de sangre. En nuestro centro de alimentación terapéutica no tenemos laboratorio, y las únicas pruebas que podemos hacer son las pruebas rápidas de glucosa en sangre, de malaria, de kala azar (una enfermedad parasitaria), de sífilis y de hemoglobina. Los bajos niveles de hemoglobina son muy comunes entre los niños en la clínica debido a la combinación de varios factores, como la mala nutrición, los repetidos episodios de malaria y las parasitosis intestinales, que provocan la pérdida crónica de sangre en el intestino.

En occidente, por lo general, un nivel de hemoglobina inferior a 8 en un niño es preocupante, pero aquí los pequeños están adaptados a las anemias crónicas y pueden tolerar niveles más bajos de hemoglobina. Sin embargo, a veces el nivel es demasiado bajo y el niño debe luchar, corto de aliento, contra un ritmo cardíaco rápido. De hecho, algunos sufren insuficiencia cardíaca porque el corazón se esfuerza demasiado para mantener los órganos del cuerpo en marcha.

Mary, de 4 años, había sido ingresada dos días antes con desnutrición severa. Al examinarla, noté la palidez debajo de su párpado inferior así que le hicimos la prueba de hemoglobina. Efectivamente el resultado era muy bajo: 3,5 (debe ser mayor de 10). Su ritmo cardiaco también era más rápido de lo normal. Había que hacerle una transfusión de sangre. Normalmente, la decisión sería más fácil de tomar, pero en el caso de un niño desnutrido, la transfusión puede ser muy arriesgada ya que sus cuerpos ya luchan para asumir las perfusiones de suero. Íbamos a tener que llevarla al hospital del Ministerio de Salud. El primer día que fuimos, el suministro de energía falló y no pudimos hacer las pruebas a los potenciales donantes, así que tuvimos que volver al día siguiente.

Aquí hay muy pocas cosas que salgan fácilmente y a la primera, pero cuando sí funcionan, puede ser gratificante. Al segundo día, tenemos luz, y los análisis confirman que Dak, el padre de Mary, es compatible. Ahora estamos aquí para recogerlos a ambos y llevarlos de nuevo al centro nutricional. Puedo ver Dak con una sonrisa radiante, de pie junto a su hija, que ya tiene mejor aspecto.

En los días siguientes, su estado sigue mejorando: está respondiendo bien a la leche terapéutica y, poco después, a una alimentación terapéutica más sólida. Atendida por enfermeras y médicos, va recuperando fuerzas. Veo a su padre casi todos los días: siempre me saluda, siempre sonriente. Me gustaría conocer su historia así que un día nos sentamos a charlar.

Dak me cuenta que tiene 52 años, aunque parece mucho mayor. Su ropa es vieja y gastada. Obviamente no tiene demasiadas pertenencias materiales; lo que sí tiene son emociones y ganas de compartirlas. Dak nació en un pueblo fuera de Bentiu, pero ahora vive cerca de la ciudad. Había estado casado antes, pero su primera esposa murió de kala azar. Dak trata de mantener a su familia como agricultor, su principal cultivo es el maíz. También tiene tres vacas que proporcionan una pequeña cantidad de leche. En ciertas épocas del año pesca en el río con redes o anzuelos.

Casarse con su segunda esposa le costó 40 vacas, el equivalente a tres años de ahorros. Ahora tienen cuatro hijos, de edades comprendidas entre los 2 y los 6. Su hijo mayor está en la escuela y parte de las ganancias de la cosecha del año pasado fueron para los gastos escolares, uniformes, lápices y un cuaderno de ejercicios. El resto de reservas de la cosecha del año pasado se agotó un mes atrás, así que ahora dependían de la caridad de la familia. “Sufrimos mucho porque no hay donde trabajar, dependemos de la familia”.

Faltan todavía tres meses para que la cosecha de este año esté lista. No me atrevo a preguntarle cómo piensa aguantar hasta entonces, si la nueva cosecha será capaz de alimentar a su familia y pagar la escuela. Sólo le pregunto qué espera del futuro. “Rezo por la paz Sudán del Sur, y en que esta nueva generación traiga algo bueno”.

* Cormac Donnelly, de Galway, Irlanda, trabaja en el proyecto de nutrición de MSF en Bentiu, en Sudán del Sur. Los nombres han sido cambiados para proteger el anonimato de los pacientes.

Estaciones

por Trish Newport (Chad, Médicos Sin Fronteras)*

El cambio de estación afecta a la vida de las personas de manera diferente en distintos lugares del mundo. Durante la mayor parte de mi vida, el cambio de estación me había provocado una sensación de expectación emocionada con respecto a lo que pudiese traer la nueva temporada.

Aquí, en Chad, las estaciones se pueden dividir según el clima, o según la epidemia. Están la estación de la meningitis, la del cólera y la de la desnutrición, y todas ellas se solapan en algún momento. En abril, tuvimos la estación de la meningitis y se iba acercando lentamente la temporada alta de la desnutrición. Nos rodeaban las señales del cambio de estación, pero en este caso no era algo que me emocionara.

El número de personas en el programa de desnutrición de Massakory iba creciendo paulatinamente cada semana. Y no solo crecía el número de admisiones, sino que estaba cambiando el tipo de admisión. Empezamos a ver un número creciente de niños que retornaban al programa. Podemos curar la desnutrición de un niño, pero no somos capaces de curar de este problema al país. Al salir del programa, los niños regresan a los mismos problemas que originaron su desnutrición.

Así fue como conocí a Abdoulaye, de 22 meses, y a su madre. Abdoulaye estuvo en el programa de desnutrición en verano de 2011. Se curó en septiembre, pero en enero enfermó de diarrea. Él y su familia viven a dos horas y media caminando del centro de salud más próximo. Su madre no le había podido traer al centro de salud porque, ella sola, tenía que atender el campo para asegurar que la familia tuviese algo que comer.

Poco a poco, la salud de Abdoulaye empeoró hasta que volvió a estar desnutrido. En febrero reingresó en el programa de nutrición ambulatoria. A las pocas semanas había recuperado un peso adecuado y, una vez más, le consideramos ‘curado’. Cuando se lo dijimos a la madre de Abdoulaye, se enfadó. “¿Y ahora qué? ¿Esperar a que vuelva a estar desnutrido?”, nos contestó.

En Massakory estamos llevando a cabo una investigación sobre un alimento suplementario que sirve para prevenir la desnutrición en niños de entre 6 y 24 meses de edad. Vamos a distribuirlo en los pueblos de la región en la que vive Abdoulaye, entregándoselo a cada uno de los niños que cumplan los criterios de edad. Sus madres reciben cuatro tarros de este alimento cada mes: deben dar a sus hijos tres cucharadas tres veces al día. Se lo expliqué a la madre de Abdoulaye, pero no se calmaba. “Y cuando se acabe la distribución, cuando hayáis terminado de estudiarnos, ¿qué hacemos entonces? ¿Esperar a que nuestros hijos enfermen y vuelvan a estar desnutridos?’”. No supe qué responder. ¿Cuál es la respuesta?

La discusión me retrotrajo a Yibuti, a la primera vez que me encontré con algunas madres de las que sospechábamos estaban limitando la ingesta de alimentos de sus hijos para poder acceder a la atención médica gratuita ya que de otra forma no podían ver a un médico. Me recordó a algunas madres desesperadas en Níger que parecían mantener constantemente desnutrido a uno de sus hijos para poder recibir una ración semanal de alimentación terapéutica con la que poder alimentar al resto. Me recordó también a las madres del Congo, que debían decidir entre ir a recoger las cosechas de sus campos, donde las violarían, o quedarse en casa, no ser violadas y ver cómo sus familias pasaban hambre.

Las causas de la desnutrición son complejas, como lo es también su tratamiento. No lo es clínicamente, pero social, política y económicamente sí que es tremendamente problemático. Ni la alimentación terapéutica ni todos los demás productos similares son la solución a largo plazo.

Cuando se marchaba del centro con su última ración semanal, la madre de Abdoulaye miró hacia atrás y, con cínico realismo, se despidió con un “nos vemos dentro de unos meses”.

 Me recordó al final del campamento de verano cuando era joven. El fin de la temporada de acampada nos arrancaba lágrimas a todos, con la esperanza compartida de volvernos todos a ver al verano siguiente. La temporada alta de la desnutrición ha comenzado, pero ya sé que, para cuando asome su final, se habrán derramado muchas lágrimas, y pondré cada gramo de optimismo en la esperanza de que no tengamos que volver a ver en el centro de nutrición a los mismos niños que hemos tratado este año. Dicen que es lo último que se pierde, pero incluso la esperanza tiene sus límites.

* Trish Newport, de nacionalidad canadiense, es enfermera. Esta es su quinta misión con MSF.

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Foto 1: Una madre alimenta a su hijo con alimento terapéutico preparado (RUTF por sus siglas en inglés) en el centro ambulatorio de MSF en Karal, oeste del Chad (© Simon Petite/MSF, febrero de 2012).

Foto 2: Mujeres saliendo del centro de distribución de alimento terapéutico en Kitchimarom, oeste de Chad (© Simon Petite/MSF, febrero de 2012)

En el centro de estabilización

Por Óscar Sánchez-Rey (Darfur, MSF)

Siguiendo con lo que os comentaba la semana pasada sobre el proceso de tratamiento de un niño desnutrido, este que veis en la foto es el centro de estabilización. Aquí están ingresados los niños con desnutrición severa y patologías asociadas.

A veces las madres se tienen que quedar en el centro, y acompañadas además por los demás niños de la familia, porque no tienen con quién dejarlos. ¡Así que es habitual tener a un montón de gente por aquí!

En el suelo veis algunos enseres que las madres han traído con la comida para ellas mismas, aunque se les proporciona pero ellas prefieren completarlo con lo que traen de sus casas.

Y por daros algún detalle más, veis que todas las camas del centro están cubiertas con mosquiteras, como medida de prevención contra el mosquito que transmite la malaria.

(Foto: OSR)