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Barro y burro en “Las Vegas”

Por Rocío Raya (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Mi misión en Etiopía ha llegado a su fin. Siento no haberos contado más, pero os prometí una historia de equinos y no me voy del blog sin contarla.

Aroressa es muchas cosas, entre ellas frío, barro y lluvias. En el momento culminante de la estación es imposible llevar un pantalón limpio, las botas de montaña parecen patines para hielo y cada día se vuelve más complicado llegar en coche a los puestos de salud…

Las carreteras tampoco es que sean para tirar cohetes. Es muy habitual eso de pasar por un camino con un derrumbe a un lado en el que vas viendo cómo las piedras se van cayendo a tu paso, y un precipicio al otro que no te da mucha opción de elegir con qué lado de los dos te quedarías.

Así que a veces tenemos que tirar de vehículos más tradicionales, y en todo caso más adaptados al terreno. En resumidas cuentas lo que viene siendo un caballo, vamos.

Esto del caballo me ha tocado hacerlo últimamente mínimo un día a la semana. Si me pongo a contaros la de veces que nos hemos quedado atascados con el 4×4 en el barro, carretera arriba, o carretera abajo, o carretera plana, no acabo nunca. Me acuerdo de dos veces en concreto, para que no digáis luego que exagero:

– el día que referimos a una paciente al hospital del distrito. Nos costó 4 horas llegar al hospital, y cuando llevábamos 2 y media de vuelta nos quedamos embarrados subiendo una montaña a lo que se añadió una tormenta de las que, como decía Asterix, “el cielo se nos cae sobre la cabeza”. Con lo que nos quedaban 2 opciones: o dormir en el coche o dar media vuelta. Nos dimos media vuelta, claro.

el día de mi cumpleaños, para celebrarlo supongo. Fuimos a la periferia en coche, día soleado (¡qué suerte!). Pasamos consulta a más de 50 niños, hay que referir a 7 graves al centro de salud, así que los mando con el todoterreno porque no cabemos todos en el coche y yo me espero a que vaya y vuelva. Pues cuando volvía a buscarnos, el coche primero se atascó en el barro, luego se desatascó y luego resbaló por una cuesta y acabó “frenando contra” la choza de los tres cerditos, la de paja, y da gracias que no la rompió. Nos tuvimos que volver en “moto-taxi”.

Total, volviendo a lo de los caballos, que el primer día que me tocó ir al centro de salud de la periferia en tan noble montura fue, cómo no, porque había llovido muchísimo la noche anterior. Resulta que íbamos a ir en coche pero el coche se puso a resbalar y tuvimos que cambiar de “vehículo”.

Así es que ahí estaba yo, en medio de un poblado, negociando el precio para encontrar caballos. Por el módico precio de 3 euros y medio por criatura conseguimos (no sin dificultades para encontrarlos) tres “purasangre”. Uno de ellos era pequeñito y blanco y se lo quedó el traductor, muy habituado a este transporte, ya que en esta región se usan mucho los caballos y las mulas para transporte de materiales y personas.

La mula (bajita pero robusta y normalmente con mal genio) fue para el enfermero, que nunca había montado a caballo en su vida y, al ser de la región somalí, era alto y flaco así que parecía que iba a tocar el suelo con los pies y quedaba bastante cómico… Para la “niña”, los caballeros le propusieron el mejor caballo, alto, negro y fuerte.

Yo con la falta de costumbre, ya que había montado a caballo dos veces en mi vida (y siempre de paseíto con guía), intenté mantener el tipo para que no se notara. Ante tanta expectación, una no puede permitirse el lujo de caerse de la montura…

Así que allá que nos fuimos los tres y a mi paso todas las madres del camino se partían de la risa porque en esta zona no es usual ver a una mujer montada a caballo. Pero al final lo conseguimos, llegamos montaña arriba solo en hora y media y cómo ya íbamos con retraso las mamás y los niños nos estaban esperando para la consulta y el control médico semanal.

Volvimos por el mismo camino, claro. A caballo, claro. Como quiera al día siguiente y por el resto de la semana me dolieron todos los huesos de “salva sea la parte”.

Y hasta aquí la historia que os debía. ¡Hasta la próxima misión!

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Foto 1: Barro. Aroressa, Etiopía  (© Rocío Raya).

Foto 2: Burro. Aroressa, Etiopía (© Rocío Raya).

Foto 3: Evaluación nutricional del estado de un niño mediante el brazalete MUAC (de medición del perímetro mesobraquial). Aroressa, Etiopía (© Rocío Raya).

Etiopía, año 2004

Por Rocío Raya (enfermera de Médicos Sin Fronteras en Aroressa, Etiopía)

Desde el frío montañero a 2.700 metros, os quería contar cómo va la vida en Mejo, Aroressa, en la “Southern Nations and Nationalities People’s region” (SNNPR), una de las regiones de Etiopía.

Estamos en el 2004.

Sí, ya sé que soy despistada y no sé a veces ni en qué mundo vivo, pero esta vez no me equivoco. Es que Etiopía tiene un calendario propio, el calendario Gi’iz, único en el mundo, y ahora aquí es el año 2004. Y en septiembre celebramos el Año Nuevo. Además, hay 12 horas al día y no 24, y siempre van con 6 más que las nuestras, con lo cual, si ya no nos enteramos con el idioma, quedar con alguien es toda una aventura.

Llegué al paraíso en agosto, nueve días después de aterrizar en Addis Abeba, donde por cierto me perdieron la maleta con toda la ropa de abrigo dentro. Menos mal que al día siguiente conseguí recuperarla, porque aquí uno se muere de frío.

Mientras subíamos como hacia el cielo por la carretera de tierra que circula entre las montañas, me preguntaba cómo es posible que en este lugar que parece un vergel (y en el que, como dice mi querida compañera dominicana Claudia, “hasta si escupes crece algo”) puede existir la desnutrición.

Mejo es una aldea. Sólo tiene una calle principal y un centro de salud. La casa donde estamos el equipo de MSF es sencilla pero acogedora: compartimos habitación, ducha a la cazuela y letrina climatizada, pero el ambiente es de lo más, con tres argentin@s, una dominicana, una catalana y un griego. ¡Para sentirse como en casa!

Yo trabajo en la periferia y ahora una compañera está ayudándome a implantar el programa nutricional. Me encargo de hacer lo que llamamos ‘OTP’, el tratamiento ambulatorio de los chicos desnutridos que no están tan graves como para hospitalizarlos, pero a los que hay que seguir y pasar consulta una vez por semana. A los que están más malitos los traemos al Centro de Salud, donde trabajan el resto de compañeras, entre ellas las dos médicos, que son un amor.

El día es largo pero se pasa rápido. Desde por la mañana, el equipo de periferia hace lo que llamamos de broma outreach ayuno”, o lo que viene siendo no comer nada hasta que volvemos por la tarde, porque nos pasamos el día haciendo el ‘screening’* y la consulta de los niños desnutridos del programa ambulatorio.

Aún así merece la pena levantarse temprano y, mientras desciendes el camino, ver los picos de las montañas que se asoman liberándose de la niebla matutina, y las casas o chocitas típicas de esta zona, de estructura circular, de una sola pieza con muros de barro y techo alto de paja, donde comparten vida animales y personas, y que echan humo como si estuvieran ardiendo.

Cuando llueve mucho en Aroressa es otro cantar. Obligados estamos a cambiar el LandCuiser por el mejor 4×4 que existe en el mundo: el “emergency donkey. Es decir, enfermería a caballo con la maleta de emergencia.

Pero esa es otra historia que ya os iré contando…

(Continuará…)

* Se denomina “screening” (“cribado” o “detección de casos”) a las pruebas, tests o exámenes clínicos que se hacen sistemáticamente a personas que no presentan síntomas de una determinada enfermedad, para identificar a aquellos individuos que tengan un riesgo suficientemente alto de padecerla y que justifique posteriores intervenciones diagnósticas o preventivas. En el caso de la desnutrición infantil, se realiza mediante el medidor MUAC (‘middle upper arm circumference’), una pequeña cinta coloreada que se coloca en el brazo, a la altura del bíceps, y que, mediante un código de colores, da una aproximación de la situación nutricional del niño: verde para situación correcta, amarillo en caso de desnutrición moderada y roja para desnutrición severa.

Fotos: Aroressa, Etiopía. Screening nutricional y vivienda típica de la zona (© Rocío Raya).