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Entradas etiquetadas como ‘conflicto’

Memorias del RUSK. Parte I: golpes al hígado.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

Hace mucho tiempo que no daba señales de vida, desde el brote de ébola. Disculpen, fueron tiempos azorados, frenéticos, preñados de aprendizaje, rabia y coraje. O eso, o que el trabajo me volvió algo introvertido.

Tómense estos posts como repaso y despedida. He pasado los últimos 10 meses embarcándome en toda clase de emergencias en la República Democrática del Congo, más concretamente en la provincia de Kivu Sur. Las siglas del equipo son RUSK, Réponse d’Urgence Sud Kivu, una reducida unidad de respuesta rápida formada por expatriados y congoleños bien avenidos, que viaja ligera, trabaja rápido y se acompasa armoniosa como un acordeón (insha’allah) en los momentos de trabajo de mayor sobrecarga.

Estos 10 meses requieren, de la parte de un amnésico como yo, una cronología de efemérides que pretenda ser mi particular cuaderno de bitácora para no perder memoria de cuanto acaeció en este interregno. Intentémoslo, pero ya les aviso que será largo y vendrá por partes:

Septiembre de 2012. Hace calor y fumo demasiado. La encomienda de las emergencias debuta a lo grande con una de las más terribles fiebres que existen en el mundo, las hemorrágicas del Ébola en Isiro, Provincia Oriental de Congo. Si lo recuerdan, ya desacralicé su aura demoníaca en otra historia “novelada”.

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Octubre, sudor y entrenamiento: aterrizo en el RUSK y comienzo un aprendizaje exhaustivo para prepararme como emergencista. Como peso pluma que soy en esto, encajo los primeros golpes en el hígado al enfrentar las turbulencias propias de cada comienzo: los puentes se quiebran a nuestro paso, las carreteras se hunden… qué diablos, nadie dijo que fuera a ser fácil. Pero apretamos los dientes y nos decimos, como en el poema de Kipling: músculos, ¡resistid!

En noviembre repican marciales las marchas bélicas en la lejanía: estamos al quite en todo el feo embrollo del grupo insurrecto M–23, cuando la ciudad de Goma cae ante sus legiones en poco más de tres días. Al sentarse los grandes generales a negociar, finalmente la guerra no llega a desatarse. El equipo médico del RUSK colabora en la “re-apertura” del proyecto de Minova tras su evacuación. Aliviados por la incruencia y la benignidad del desenlace (si bien, momentáneo), deponemos los escudos, pero proseguimos la guardia.

Diciembre y enero nos deparan la oportunidad de emprender una acción preventiva contra una epidemia de sarampión que ya había contagiado a más de 700 niños en una inestable y volátil zona del Kivu Sur, Bunyakiri. Luego de asegurarnos de que a los niños ya enfermos se les dispensa el tratamiento adecuado, durante 6 semanas recorremos largas distancias en coche, en motocicleta y a puro pie por parajes de selva, montañas y barro.

Tenemos la inmensa buenaventura de conocer paisajes de una exuberancia y belleza tales, que a veces me pregunto quién es el verdadero beneficiario de este trabajo: son increíbles los hallazgos que, sin buscarlos, puedes encontrarte… los hay que pagarían fortunas con tal de presenciar tales portentos.

Al cabo de las Navidades, y a pesar de las vacaciones y sus colegios cerrados, en contra de las grandes distancias que las madres y los niños deben recorrer para acceder a los sitios de vacunación de MSF, pese a la lluvia torrencial o al calor tempestuoso, y, sobre todo, a despecho de la violencia y las armas que dejan pendiendo de un hilo el devenir cotidiano de la existencia en este selvático rincón, exuberante de vegetación y ríos, azotado cíclicamente por violencias y masacres, hemos vacunado a más de 65.000 niños, acabando afortunadamente con la epidemia.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.

 

10.000 sirios a las puertas de Turquía

por Agus Morales y Anna Surinyach (Médicos Sin Fronteras, siguiendo la ruta del éxodo sirio)*

 

¿Vais a ir a Alepo? No vayáis a Alepo, es muy peligroso”.

La amonestación es de un hombre que sale de una mezquita en el norte sirio, cerca de la frontera con Turquía. Es el templo islámico de referencia para un campo de desplazados en el que hace unos meses tan solo había 4.000 personas, pero que ahora acoge a unas 10.000. La mayoría viven en tiendas de campaña, pero Husein Alwawi y su familia se alojan en la mezquita.

Vivíamos en un barrio de Alepo –relata Husein-. Un avión de combate atacó el vecindario. Muchas casas quedaron destrozadas, entre ellas la mía. Nosotros no estábamos pero dos familias fueron asesinadas. Nos quedamos en Alepo cinco días y vinimos aquí.”

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

Partido de fútbol en el campo de desplazados del norte de Siria (© Anna Surinyach)

La historia de Husein es similar a la de muchos de los habitantes del lugar, que buscan un lugar seguro para huir de los combates. En las antiguas aduanas se halla este terreno conocido como ‘campo de tránsito’, porque en principio muchas de las familias esperan para irse a Turquía; pero en realidad se trata de un campo de desplazados: muchos llevan meses viviendo aquí y la población sigue creciendo. MSF ha vacunado a más de 3.300 menores de 15 años y ha aplicado medidas de saneamiento del agua para ayudar a los desplazados.

En el campo hay peluquerías, escuelas y vendedores de comida. Niños y adultos organizan un partido de fútbol con una pelota de baloncesto. En plena agitación deportiva, una ambulancia pasa a toda velocidad por la carretera, probablemente transportando a un herido desde Siria a Turquía, pero los jugadores apenas prestan atención.

No muy lejos del improvisado campo de fútbol, unas mujeres denuncian las condiciones del campo. Las hileras de tiendas de campaña se repiten. Una señora kurda de 44 años, Saleha Mustafá, abre la cremallera de su tienda a los visitantes. Tiene una olla de sopa de lentejas que calienta con un hornillo.

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Saleha Mustafá, calentando una sopa de lentejas dentro de su tienda en el campo de desplazados (© Anna Surinyach).

Vinimos aquí por los bombardeos y los ataques con helicóptero. También porque soy viuda y no tengo nada. Me iré a Turquía si mis familiares quieren”, dice la viuda, que ahora depende de sus primos, instalados en tiendas vecinas.

También quiere refugiarse en el país vecino Mohamed, un sirio que prefiere que su auténtico nombre no sea revelado. “Quiero irme a Turquía con mi familia. Esto no es seguro, hay combates constantes”, explica mientras sorbe el café.

Mohamed vive desde hace tres meses en una tienda de campaña con su mujer y sus cinco hijos. Se fueron de Alepo porque los bombardeos y los ataques con misiles eran continuos y los niños tenían miedo. Tiene claro que el trauma que vive su país no es pasajero. “Lo que pasa ahora en Siria quedará grabado en la mente de los niños durante mucho tiempo”, vaticina.

 
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*Anna Surinyach (@surianna) y Agus Morales (@agusmoralespuga), periodistas de Médicos Sin Fronteras, han seguido una ruta desde Siria a Grecia para descubrir las historias de los refugiados sirios. Puedes ver su anterior post aquí: «Me siento mejor, pero no puedo caminar».

 

Donde la violencia secuestra el alma de la infancia

por Esperanza ‘Amal’ Leal Gil, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Hebrón (Territorios Palestinos)

Desde hace unos meses vivo en Hebrón, una localidad dentro de los Territorios Palestinos Ocupados que el resto del mundo califica de peligrosa. Justo en la puerta, a la hora indicada, me espera Ethidal, mi traductora, mi mano derecha, que será mi voz junto a una perenne cartulina que me acredita como psicóloga de Médicos Sin Fronteras. “Sabagelger”, me saluda, “Buenos días”, respondo. Hoy hace sol, pero será un día largo.

Mi nombre es Esperanza, pero me llaman ‘Amal’, como se traduce en árabe, y cada vez que lo pronuncio, arranco una sonrisa porque no entienden que una persona pueda tener el nombre de una promesa. Durante el trayecto, repasamos a quien tenemos que visitar hoy. Se trata de Ahmad, de 16 años. Hace cuatro meses dormía plácidamente con sus hermanos cuando a las dos de la mañana golpearon bruscamente la puerta. Al abrir los ojos, su casa estaba rodeada de soldados con la cara cubierta, apuntándoles con rifles y acompañados de perros. Preguntaron por él, le golpearon, le taparon los ojos con una venda y se lo llevaron esposado ante la mirada de sus padres y hermanos pequeños.

Me pregunto inquieta el porqué, y en los papeles que me han entregado los trabajadores sociales, puedo leer que fue acusado de haber tirado piedras a los soldados en una manifestación.

Entramos en la casa. Hay fiesta porque están celebrando su reciente liberación. Sin embargo, Ahmad, que tiene cara de niño grande, no sonríe; se siente desorientado e irritable, no puede dormir, no quiere relacionarse con nadie, se niega a seguir estudiando porque ha perdido la dinámica de ir al colegio, está triste, no quiere hablar de su experiencia en prisión e incluso presenta algunos síntomas somáticos, como un intenso dolor de estómago. Entro en una habitación, le sonrío y me acerco a él con la firme intención de escucharle e intentar aliviarle.

Vista desde el interior de una vivienda palestina en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Vista desde el interior de una vivienda palestina en Hebrón, Cisjordania (© Juan Carlos Tomasi).

Esta es la situación de numerosos chicos que viven en Cisjordania y que, al igual que Ahmad, están expuestos a la violencia, ya sea como víctimas directas o testigos de agresiones. Esta agresividad tiene serias repercusiones en su salud mental, que es igual de importante que la física, porque pueden provocarle en ocasiones retraso en su desarrollo o incluso trastornos severos.

Soy una más de los cuatrocientos profesionales de MSF y mi trabajo aquí en Cisjordania consiste en facilitar apoyo psicológico a las víctimas del conflicto israelí-palestino e intrapalestino.

Desde que comenzamos a trabajar en esta zona, el número de afectados menores de 17 años ha incrementado considerablemente. Entre 2010 y 2011, 103 niños menores de 18 años fueron víctimas de incursiones militares en el domicilio y recibieron psicoterapia por parte de MSF. En 2012, MSF atendió en Hebrón y Jerusalén Este a 575 pacientes en psicoterapia individual o familiar; un 47,7% eran menores. Y esto nos preocupa, porque el conflicto está afectando severamente a los más vulnerables.

Cuando terminamos la sesión, mi compañera y yo comentamos sorprendidas cómo está aumentando entre nuestros pacientes el número de niños y adolescentes arrestados, separados de sus familias y sometidos a duros interrogatorios. Y es que las detenciones pueden durar horas. Dependiendo de la edad, pueden permanecer en prisión hasta cuatro meses. Según datos de Naciones Unidas recogidos en un informe DCI, Defence for Children, el ejército israelí detiene, interroga y encarcela a entre 500 y 700 menores cada año. El 75% sufren algún tipo de violencia física durante o tras la detención.

Los menores, como en el caso de Ahmad, presentan, tras el arresto o la estancia en prisión, cuadros de ansiedad, depresión, agresividad, trastorno del sueño, pensamientos recurrentes, conductas desafiantes… y en casos más severos, trastorno de estrés postraumático. No saben o no quieren recuperar su vida anterior y tienden al aislamiento. Y en este proceso trabajamos, teniendo en cuenta que las consecuencias psicológicas varían dependiendo de su capacidad de sobreponerse al trauma, pero también de otros factores de riesgo como la intensidad de lo experimentado o las veces que han sido expuestos a situaciones similares.

(Continuará)

 

«Quiero volver a casa»

por Alsham, traductora de Médicos Sin Fronteras en Turquía*

Rezo todos los días por el alma de los que murieron y leo el Corán cada mañana. Pero algo en mi corazón no marcha bien”. La mujer que habla es madre de tres niños, y emigró con su familia hacia Estambul desde la ciudad costera de Latakia, donde vivían.

Aunque nosotros somos  de un pueblo de la zona montañosa kurda de Jabal Al-akrad. Mi casa fue bombardeada, como la mayoría de las casas de las montañas. Perdí  a muchos vecinos, entre los que había muchos jóvenes. Quiero mucho a mi pueblo porque nací allí y porque cada vez que voy allí vuelvo a los recuerdos de mi infancia. Me pregunto qué tipo de conversación podría tener ahora con las mujeres de mi pueblo si volviese allí. Muchas de ellas han perdido a algún ser querido. ¿Cómo podemos hablar de cosas normales ahora?

Emigraron a Estambul hace unos meses, y ha sido difícil para ella afrontar el hecho de estar en nuevo país y quizá una nueva vida.

Refugiados en Estambul. Turquía (© Susana Girón).

Refugiados en Estambul. Turquía (© Susana Girón).

Como de costumbre en las casas sirias, el canal Aljazeera acompaña a los sirios la mayor parte de la tarde.  Ella nos acaba de preparar un delicioso pastel de espinacas. Yo le digo que en Damasco solemos añadir granadas a ese pastel. Y empieza a hacer bromas sobre el exceso de granadas que solemos usar en todas las comidas en Damasco y de lo mal que cocinamos.

Nos contamos varios chistes sobre la cocina damascena, y comentamos en broma que la cocina casera de Damasco no está a la altura del paladar de la gente de la costa. Nos reímos con ganas y al final, ella concluye: “todos somos iguales en Siria, simplemente nos gusta hacer bromas sobre nosotros a la mínima oportunidad”.

Y aquí está lo que parece el primer hallazgo del levantamiento en Siria: que empezamos a conocernos los unos a los otros. Durante los últimos 40 años se han producido muchas fisuras dentro de la sociedad siria, causando una gran división.

Le pregunto si no le importa que me fume un cigarro y nos acercamos juntas a la ventana. Su familia vive en un quinto en el barrio de Findikzade y tiene una magnífica vista de la mezquita de Al-suelymaninh. Se me acerca y me dice: “mi hijo encontró este sitio porque había que encontrar algo rápido cuando llegamos aquí. No me gusta mucho. Mi hogar en Latakia es mucho mejor

Le pregunto si tienen planes de establecerse en Estambul. “No lo sé”, me dice. “Esperaremos a que termine la guerra. Quiero volver a casa, pero aquí, al menos, estamos a salvo”.

* Alsham es una joven investigadora siria de 26 años. Se encuentra realizando un master en Estambul. Colabora como traductora con el equipo de Médicos Sin Fronteras en Turquía para ayudar a la población migrante a acceder a los servicios de ayuda y de atención en salud mental. Ha impartido clases en la Universidad de Damasco.  Su pasión es la poesía y se inspira en las historias de la gente que la rodea. Vive de cerca la lucha de las familias de sus compatriotas que huyeron a Turquía a causa del conflicto.  Cuando termine sus estudios, Alsham desea regresar a Siria para ayudar a los suyos.

¿Y cuando el niño se pone malo?

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Os contaba el otro día el gusto que da encontrarse por lares tan apartados como Ndélé un hospital bien organizado. Como podréis imaginar, en República Centroafricana, esto no siempre es así.

Durante estas semanas, he podido ver el hospital de Bambari, un hospital público que es el hospital de referencia para toda la ‘Región 4’ (el país se divide en cinco, y en la región 4 viven más de medio millón de personas). ¡Madre mía, el hospital! Un desastre…

Para empezar, es como un laberinto: distintos edificios que se van conectando a veces unos con otros y en los distintos departamentos más de lo mismo: habitaciones con camas medio rotas, la mayoría sin colchones y las que los tienen en muy mal estado… el personal se lleva su propio material porque no hay nada. En total he visto 1 termómetro y 2 tensiómetros en todo el hospital, y eran de algunos enfermeros que han decidido comprárselos ellos mismos.

No hay electricidad ni agua corriente, los medicamentos y el material escasean y por supuesto nada es gratuito: los pacientes lo tienen que comprar en la farmacia y llevarlo a los diferentes departamentos para que se lo pongan.

 

Pacientes haciendo cola a las puertas del puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Pacientes haciendo cola a las puertas del puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

No es raro. Este es un país muy pobre. Bueno más bien muy poco desarrollado, porque creo que en realidad no es tan pobre: es muy verde, por lo que debe ser fértil y tienen bastantes minas de diamantes. Aunque a veces, a estos es mejor tenerlos lejos…

El nivel educativo es muy muy bajo (la tasa de alfabetización es del 48%) y la de escolarización en primaria también ronda el 50%, el sistema sanitario, además de no ser gratuito, deja bastante que desear. Por ejemplo, en toda República Centroafricana hay sólo 72 médicos: hay 4,4 millones de habitantes así que tocan a un médico por cada 60.000 personas, y de hecho la mayoría de ellos ocupan cargos más administrativos y de gestión que clínicos. Como os decía, no hay luz ni agua corriente en ningún lado, ni siquiera en la capital, Bangui, funcionan bien estos servicios.

Aquí ves la vida tan sencilla que llevan y a veces te da la sensación de que es ideal. Me explico: la imagen es bonita. A las 6:30 o 7 de la mañana, cuando nosotros empezamos a trabajar, ya ves a las familias al lado de sus cabañitas, sentados todos juntos alrededor de un fuego, calentando la ‘bouille’ (como una papilla hecha con arroz) para desayunar, probablemente después de haber ido ya a por el agua, la leña… algunos están ya moliendo la harina, otros barriendo su parcelita para mantenerla limpia, algunos tienen gallinas, cabritos e incluso algún cerdo por ahí correteando.

Esa es la parte ideal de la historia, una vida de familia, tranquila y sencilla, sin necesidades añadidas ni consumismo, ni tonterías.

Claro, pero esta mente mía no me deja quedarme con esa idea bucólica en la cabeza, y enseguida me pongo a pensar… ¿y cuando el niño se pone malo porque por la noche hace frío, se acatarra o le pica un anopheles, qué? Ahí se empieza a romper en pedazos la imagen bucólica…

Atención médica en el puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Atención médica en el puesto de salud de Gbadéné, respaldado por MSF (© Cecilia Furió/MSF).

Si el niño enfermo tiene que caminar con su madre unos 10-15 km para llegar al puesto de salud más cercano y que le atienda un agente de salud que no tiene formación alguna aparte de la experiencia y que muchas veces no sabrá diferenciar si el niño tiene catarro, malaria o sarampión (que es posible porque la cobertura vacunal está por debajo del 50%)… si después de caminar esos kilómetros y que le atiendan, tiene que pagar por esa consulta y por los medicamentos que necesita, si es que los tienen, que no es seguro…  si decide no caminar y probar con la medicina tradicional del curandero del pueblo (que puede funcionar o no) y que le va a costar también casi como la consulta del puesto de salud… si sabes que ese niño es probable que nunca llegue a recibir una formación académica suficiente como para sustituir al agente del puesto de salud y mejorar la calidad… si la madre embarazada no tiene nadie que le haga seguimiento de su embarazo ni ninguna estructura sanitaria a la que acudir en caso de cualquier complicación… pues la imagen empieza a ser menos bucólica ¿verdad?

La vida sencilla y sin consumismo sería ideal si el niño fuese al colegio, si tuviesen puestos de salud en condiciones a los que acudir… y unas cuantas cosas más, empezando porque se termine el conflicto, pero eso de momento es difícil de conseguir.

El conflicto lo único que ha traído para estas familias son más complicaciones si cabe. Las carreteras (si se les puede llamar así) están cortadas por lo que el poco comercio que había ahora es inexistente. Los pocos colegios que había, cerrados. Los pocos puestos de salud que había, sin medicamentos. Y de vez en cuando un grupo armado pasa por el pueblo porque tiene necesidad de comida, de medicamentos y de brutalidad. Así que, no me queda otra cosa que decir, la guerra es una cosa muy mala y que no hay nada que la pueda justificar.

* Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

Pequeños avances y grandes desafíos

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Empiezo por el final, por Ndélé. ¡¡Qué lejos está, madre mía!! ¡Tres días de viaje desde Bangui! Eso sí, bonito, repleto de árboles de mango. Hay un parque natural cerca, pero nosotros lo único que vimos por el camino fueron algunos monos y serpientes, nada muy exótico. Bueno, también un cervatillo, pero el pobre iba ya en hombros de un hombre que lo había cazado.

Me vine aquí para echar una mano al equipo del proyecto, que lleva abierto dos años. Se encargan del hospital de Ndélé (que tiene unas 80 camas) y de 8 puestos de salud de la periferia, pero con todo el conflicto (este fue uno de los primeros pueblos que atacaron) llevaban casi dos meses con falta de personal, sin poder salir a la periferia por seguridad y con todas las actividades un poco descontroladas. Estamos poniéndolo todo un poco en marcha de nuevo para intentar recuperar la normalidad.

Ayer llegaron las dos nuevas enfermeras que se van a quedar encargadas una del hospital y la farmacia, y la otra de la periferia, así que me quedo unos días con ellas y luego bajaré de nuevo a Bangui, la capital.

Ndélé es pequeño, unos 15.000 habitantes tiene. No tiene luz ni agua corriente (bueno antes del conflicto había agua, pero ahora hay algo que se ha estropeado y sólo hay un par de horas al día). Así que llevamos una vida más sencilla: ponemos el generador tres horas por la tarde y cuando se apaga a las 9 de la noche, todo el mundo a sus cuartos.

El hospital la verdad es que está bien organizado. Hay poca capacidad quirúrgica, sólo se hacen cesáreas y cirugías de urgencia, pero está bien organizado y más o menos limpio. Esto ya es todo un avance.

Por el contrario, la farmacia, con tanto caos, estaba un poco desorganizada. Creo que mi sino es enfrentarme a farmacias desorganizadas, así que los primeros días me puse a mover cajas, limpiar y organizar, y la verdad es que ya parece otra.

Atención médica en el puesto de salud de Badéné, cerca de Batangafo, durante la ola de combates de finales de 2012 en el centro y norte de República Centroafricana (© Chloé Cébron).

Atención médica en el puesto de salud de Badéné, cerca de Batangafo, durante la ola de combates de finales de 2012 en el centro y norte de República Centroafricana (© Chloé Cébron).

También nos hemos reunido con todos los jefes de los puestos de salud (que no son ni enfermeros, pero les han formado para atender enfermedades básicas) y ha estado bien. A pesar de todo lo que ha pasado, ellos han seguido trabajando en los puestos y les mandaban los medicamentos y material en moto desde Ndélé, así que muy bien.

A ver si a partir de ahora se siguen calmando un poco las cosas y pueden empezar a hacer vacunación también porque ese es uno de los grandes problemas de aquí, y en general de todo el país. De hecho, la semana pasada empezó a haber casos de tos ferina en dos de los puestos de salud, así que martes y miércoles mandamos a dos enfermeros en moto a comprobar los casos, a hacer formación a la gente de los puestos de salud y a llevar tratamiento.

Y todos los casos eran de niños mayorcitos (2-3-4 años) que se supone que ya tendrían que estar vacunados, pero ninguno lo estaba. La mayoría de ellos, la única vacuna que tenían era la de sarampión y porque en mayo organizamos nosotros una campaña de vacunación masiva; pero claro, es muy complicado vacunar a los niños cuando en los puestos de salud no hay frigorífico para guardar las vacunas, a algunos se tarda 5-6 horas en llegar y además hay pueblos a más de 15 km de distancia del puesto de salud así que la gente, que tiene que ir andando, no está acostumbrada a ir.

Pero como os he dicho, es uno de los objetivos para este año: llevar vacunas, poner frigoríficos de gasóleo en algunos de los puestos (porque no hay electricidad por supuesto) e intentar movilizar a la gente para que traigan a los niños a los puestos.

Luego os cuento más…

(Continuará)

* Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en RCA y en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

 

Guerra y “paz” en República Centroafricana

por Esperanza Santos (de la Unidad de Emergencias de Médicos Sin Fronteras, desde República Centroafricana)*

Os escribo cuando estoy a punto de terminar mi aventura centroafricana… Me vine aquí para evaluar las necesidades de la población y centros de salud en dos regiones sanitarias (Bambari y Bria) después de la toma de esa zona por los rebeldes. Cuando yo llegué era cuando se estaban acercando a la capital, Bangui, así que en vez de ir a visitar las dos regiones sanitarias, nos quedamos ahí. Dos motivos: para llegar a esas zonas había que pasar la línea divisoria entre las zonas controlados por el Gobierno y la coalición rebelde, y porque queríamos apoyar en Bangui en caso de posibles combates.

Así que nos pusimos de acuerdo con una clínica de Bangui, que llevaba sólo un mes abierta, que tenía bastante material y potencial, pero no estaba montada. Básicamente lo que hicimos fue limpiar y desinfectar el quirófano, poner en su sitio los aparatos que tenían, llevar medicamentos y material para curas al quirófano y montar una sala de emergencia y triage (circuito, material, medicamentos) por si venían bastantes heridos a la vez.

Como la cosa se calmó un poco y parecía que iban a negociar, decidimos preparar de nuevo la exploratoria a las dos regiones y dejar la clínica en manos de gente que estaban en Bangui. Nos pusimos en marcha y hemos visitado 17 centros (dos hospitales, si se les puede llamar así, tres centros de salud y 12 puestos de salud).La verdad es que la situación no es nada buena. El problema es que no era nada buena antes del conflicto y ahora además les falta personal porque algunos se han ido, y material y medicamentos porque no pueden comprarlos, no pueden desplazarse por la carretera y las farmacias están cerradas o vacías… El pillaje post-conflicto ha afectado a todos los niveles. Las carreteras están cortadas, los colegios cerrados, todas las oficinas del gobierno, las gasolineras y los bancos arrasados. Y gran parte de la población ha huido de los pueblos, y está viviendo en el campo.

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil deMSF atendiendo a desplazados de Ndélé, RCA (© Sylvain Groulx).

Viviendo en una situación si cabe más precaria que antes, más expuestos a enfermedades y con miedo a moverse incluso hasta el puesto de salud más cercano por los continuos movimientos de grupos armados en los caminos. Y no es que los grupos armados estén siendo o hayan sido especialmente violentos contra la población civil, pero aún así puede dar miedo cruzártelos, porque muchos de ellos tienen necesidades básicas sin cubrir, y tienen armas.

Afortunadamente vinimos preparados con kits de material y medicamentos que hemos ido distribuyendo por todos los centros según sus necesidades: medicamentos básicos, principalmente para la malaria, para infecciones respiratorias, diarreas…, y material de curas y para atender partos. Se trata simplemente de un apoyo puntual: las necesidades encontradas son mucho mayores, pero tenemos que asumir también nuestras limitaciones. De poder hacerlo, sería pertinente trabajar en todos los puestos de salud y hospitales de República Centroafricana, pero no tenemos capacidad. Al menos este apoyo les puede ayudar hasta que consigan restablecer su sistema (que aunque sea precario, al menos es un sistema) y a nosotros para darnos cuenta de las necesidades sin cubrir que existen en las diferentes zonas y priorizar unas u otras cuando tengamos la capacidad.

De momento os dejo esta pequeña introducción. En los próximos posts os cuento más de República Centroafricana, espero haber despertado vuestra curiosidad…

(Continuará)

Esperanza Santos trabaja en terreno con MSF desde 2006. Es enfermera y actualmente es coordinadora en la Unidad de Emergencias. Si quieres leer otros posts de Esperanza en misiones anteriores con MSF, pincha aquí.

 

Miedo al cielo despejado en Siria

Por Adriana Ferracin Kleivan, enfermera de MSF en Siria

Atención a los heridos  del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

Atención a los heridos del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

 

Cada día tememos que amanezca un día despejado, azul. Significa que hay buena visibilidad, y por tanto más posibilidades de que haya ataques aéreos.

El pasado domingo, escuchamos el sonido más estruendoso que nunca de un avión surcando el cielo y, minutos más tarde, una explosión. En seguida, una de nuestras enfermeras nos informó de que había sido alcanzado un mercado en Azaz, y de que había muchos heridos y muertos.

Inmediatamente empezamos a preparar el hospital para tratar a los pacientes. Poco después de que llegara la primera ambulancia, el equipo logró mantener con vida a un chico que tenía una fractura de cráneo.

Los coches y ambulancias seguían llegando y los pacientes inundaron el hospital. En apenas una hora ya estábamos tratando a 20 heridos en una de las tiendas. Recibimos muchos pacientes con amputaciones, heridas en la cabeza, sangrado de ojos y oídos por culpa de las deflagraciones, y también traumas psicológicos. Me sorprendió que los niños no lloraran a pesar de que sus heridas parecían dolorosas. Todos tenían escrito el miedo en la mirada.

Cinco pacientes fallecieron al llegar al centro. Trabajamos sin descanso para tratar a los heridos, mientras escuchábamos los lamentos de quienes llegaban a ver a sus familiares fallecidos.

Eran evidentes en el rostro de nuestro personal sanitario la frustración y el dolor. Muchos de ellos han perdido a familiares y amigos en el conflicto, y cada vez que cae una bomba, sufren la incertidumbre de si, de nuevo, algún otro ser querido habrá muerto.

 

Atención a los heridos  del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

Atención a los heridos del bombardeo de Azaz en el hospital de MSF, el 13 de enero (© MSF).

 

Imágenes de Colombia

Por Carmen de Nova (Colombia, Médicos Sin Fronteras)*

Llegué a Colombia con millones de imágenes en mi cabeza, de esas imágenes prefabricadas que compramos a menudo en los estantes de los periódicos, en las vitrinas de las noticias, que yo compré también en las líneas perfectamente narradas de “Cien años de soledad”, imaginando que iba hacia un Macondo mágico y lejano.

Muchas de esas imágenes se mezclaban entre cafetales, bananeros, acentos caribeños y pequeñas y grandes ciudades de un país que, hace mucho ya, dejó atrás un pasado colonial para crear su propia identidad y que, lejos de esas etapas que muchos siguen llamando “subdesarrollo”, se alza emergente desde el otro lado del charco.

Por eso, por muchas imágenes que se almacenaran en mi cabeza, no lograba crear aquella que sería mi escenario durante los siguientes meses, porque me iba, de nuevo, como parte del equipo de Médicos Sin Fronteras, a apoyar a poblaciones olvidadas, míseras, con necesidades que van mucho más allá de las mías, de las nuestras. No lograba encontrar esa imagen entre las muchas que se agolpaban en mi cabeza, la de la Colombia pobre y sin salud, la Colombia marginada, sin aliento, o al menos la de una Colombia semejante a los lugares comunes de MSF.

Pero desde que aterricé, mochila en mano, en las caóticas calles de Bogotá, con el mareo de las alturas que me acompañó durante mi estancia en la ciudad del museo de Botero, hasta que, poco después, dejé la mochila en un rincón escondido de la selva pacífica colombiana, cambiando el mareo por sudor y a Botero por bachata, se me han llenado los ojos y el corazón de lugares comunes.

Puerto Saija, en el departamento de Cauca, es un poblado que nace en la ribera del río Saija, uno de los cuatro grandes ríos que atraviesan la pantanosa y fácilmente inundable costa pacífica colombiana, un entresijo de ríos y afluentes que dibujan un auténtico laberinto de corrientes. Un laberinto salpicado de miles de poblados que aparecen tímidamente de entre los árboles, donde poblaciones indígenas y afrocolombianas viven a espaldas del mundo, como si la gran cordillera montañosa que separa esta zona del resto del país realmente evitara que el mundo los viese, los oyese, como si el eco de estas montañas se tragase sus gargantas.

Otro lugar olvidado. Otro lugar oculto de la mirada internacional. Otro lugar donde los niños lucen pies descalzos y miradas limpias, donde las madres indígenas lavan la ropa en la orilla del río entre ocho o nueve chiquillos con hambre, donde los pobres son muy pobres y no hay ricos, donde la ignorancia es el sustento de unos pocos, y donde además, hay un conflicto que lleva alimentando los miedos durante cincuenta años. Sí, un conflicto que ya se ha cobrado lo impagable.

Desde que llegué a la selva pacífica colombiana, el conflicto ha estado en boca de todos. La gente lo habla, se oye, se sabe, pero al principio no se palpa. Un conflicto que anda sutilmente bajo la conciencia de todos, todos los días y a todas horas, y que, también sutilmente le va dando la cara a uno, poco a poco, cuando ya te has habituado a que sea solo un concepto abstracto, sin forma.

Me esperan todavía algunos meses aquí, en este poblado que parece solo y perdido. Entre esta gente que esconde las pequeñas alegrías y los grandes dramas de una población que vive otra de esas realidades que no se entienden. Quizás una realidad impregnada del realismo mágico de García Márquez, quizás una realidad absurda como tantas otras. Vamos a descubrirla.

* Carmen de Nova es matrona en el proyecto de MSF en Cauca.

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Foto superior: Vista aérea del río Saija. © Carmen de Nova.

Foto inferior: Puerto Saija. © Carmen de Nova.

¿Quién se enconde en la niebla?

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Las carreteras polvorientas de color canela se están embarrando. Comienza la época de lluvias… En una bonita y brillante mañana, después de una larga noche de fuertes lluvias, dejé uno de los proyectos de MSF para dirigirme hacia otro.

El proyecto de MSF tiene su base en Kivu Sur, en el centro sanitario de Kalonge. Esta zona está rodeada por el Parque Nacional Kahuzi-Biega, donde hay actores armados de todos los bandos.

El marrón rojizo de las carreteras contrastaba con el maravilloso verde oscuro del Kahuzi-Biega. Me quedé absorta en la belleza de la naturaleza que nos rodeaba, intentando vislumbrar algún mono saltador o algún pájaro. Pero me despertaron los militares del ‘check point’…

Tuvimos que volver a la base, porque se había producido un tiroteo en la carretera algunos kilómetros más adelante. El ver a un grupo de militares del Ejército congoleño, las FARDC, corriendo para coger sus kalashnikovs hizo que se nos disparara la adrenalina, así que giramos 180 grados en menos de lo que canta un gallo

Más tarde, nos enteramos de que un grupo de la milicia ruandesas hutu, el FDLR, había atacado a una patrulla militar y robado un camión. Un militar resultó muerto.

¿Quién se esconde realmente detrás de la jungla de este parque? ¿Monos y pájaros o grupos armados de rebeldes a la espera de su próximo objetivo?

El escenario de seguridad cambia cada día en la República Democrática del Congo. Tras la aparente tranquilidad de la rutina diaria, siempre hay un miedo subyacente a que estalle algún conflicto. La felicidad está tan cerca de la tristeza…

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Fotos: Haut Plateaux, RDC (© Stella Evangelidou)