El Blog Solidario El Blog Solidario

Por aquí han pasado cooperantes de Ayuda en Acción, Cruz Roja, Ingeniería Sin Fronteras, Unicef, Médicos del Mundo, HelpAge, Fundación Vicente Ferrer, Médicos Sin Fronteras, PLAN
Internacional, Farmamundi, Amigos de Sierra
Leona, Sonrisas de Bombay y Arquitectura sin Fronteras.

Entradas etiquetadas como ‘conflicto’

Mentes Ocupadas: trepar para salir del agujero

Por Jameela Dudin, psicóloga de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Muro de Cisjordania. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Muro de Cisjordania. Fotografía: Juan Carlos Tomasi/MSF

Mohammed*, de 28 años, está divorciado y tiene un hijo pequeño. Es de un pueblo del sur de Hebrón que está cerca de muchos asentamientos de colonos judíos. Una carretera principal conecta los asentamientos con Cisjordania. El pueblo está dividido en dos áreas: una zona pertenece a la división que se hizo entre Cisjordania e Israel en 1948, y la otra corresponde a la división de 1967. La localidad está separada de Israel por un muro de seguridad. La población de esta zona está constantemente presionada por incursiones del Ejército israelí.

Mohammed vive en condiciones difíciles por su situación financiera. Quiere a su país y tiene fuertes convicciones políticas lo que ha traído problemas a la hora de encontrar un trabajo. Antes de conocer a Médicos Sin Fronteras (MSF), había sido detenido siete veces por ambas partes. Estuvo cinco años en una prisión israelí y dos en las cárceles de la Autoridad Palestina. Durante el tiempo que pasó en la cárcel, su padre y su hermano murieron y su mujer se divorció porque estaba en prisión.

Durante un periodo de cinco meses, Mohammed asistió a 14 sesiones terapéuticas con un psicólogo de MSF. Sufría ira, nerviosismo, falta de confianza, preocupaciones constantes y problemas en su relación con su hijo y su familia. Le costaba encontrar un trabajo y mejorar su vida a causa de los arrestos. Las fuerzas israelíes y la Autoridad Palestina le ponían muchos obstáculos por sus afiliaciones políticas. Mohammed describía su situación como si intentas trepar fuera de un gran agujero y tienes a alguien empujándote hacia abajo continuamente.

Mohammed solicitó una mujer psicóloga. Ella sintió una gran responsabilidad. ¿Sería un buen modelo femenino? ¿Conseguiría que Mohammed recibiera una experiencia reparadora tras la inestabilidad de sus relaciones con las mujeres? Durante las sesiones, trabajaron como gestionar las presiones de su vida. Se le dio permiso para expresar sus emociones y la oportunidad de comportarse de otra manera. Para Mohammed fue de mucha ayuda gozar de espacio para trabajar la confianza en sí mismo y encontrar un lugar en su entorno familiar.

Tras salir de la prisión, Mohammed fue atendido por el médico de MSF ya que sufrió algunos problemas de salud incluyendo dolores de estómago, diarrea severa y vómitos con sangre.

Después de un tiempo, fue capaz de hacer planes y marcarse objetivos para el futuro que estaban bajo su control. Superó las barreras en su conflicto interno. Se sentía orgulloso de ir a las sesiones de MSF. “Es mi vida y voy a vivirla bien” dijo.

En el momento de escribir esta historia, Mohammed fue detenido otra vez por las fuerzas de Israel y está en la cárcel sin sentencia.

*El nombre es ficticio para preservar la privacidad del paciente.

 

Crecer rápido en un campo de refugiados de Cisjordania

Por Theresa Jones, responsable de Salud Mental de Médicos Sin Fronteras en Cisjordania

Amin siempre ha sido un niño muy maduro, parece más mayor de lo que es. A menudo calificado de testarudo por su familia, le gusta salirse con la suya pase lo que pase. Tiene seis años y es el más pequeño de siete hermanos, los otros tienen por lo menos 18 años y están acabando la escuela o la universidad.

Sin embargo, éste no es el único motivo por el que Amin es tan maduro para su edad. Amin vive en un gran campo de refugiados en Cisjordania, frente a la torre de vigilancia del Ejército Israelí. El campo alberga a cerca de 10.000 refugiados registrados, y se considera el principal foco de las protestas de Cisjordania. Amin come, duerme y juega sólo a 50 metros del escenario de violentos enfrentamientos diarios entre jóvenes palestinos y soldados israelíes. Estos enfrentamientos siguen un patrón parecido a un juego, empezando generalmente con el lanzamiento de una piedra contra los soldados uniformados que forman filas frente al campo de refugiados, adornados con su sofisticado armamento. Parece que cuando vives en medio del caos, debes aprender a cuidar de ti mismo muy pronto.

Cuando los gases lacrimógenos penetran en su casa en el piso de arriba a través de las ventanas, como ocurre durante los violentos enfrentamientos, Amin es quien las cierra todas. Es él quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Amin ve a diario armas tan grandes como él ante sus propias narices y es testigo de los cacheos e interrogatorios a los que los soldados israelíes someten a sus hermanos cuando salen a la calle.

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Amin es quien informa a su familia sobre lo que ocurre abajo en la calle, espectador habitual del terror y la agitación que se suceden ante sus ojos. Fotografía: Juan Carlos Tomasi

Con esta realidad, no es extraño que Amin sienta la necesidad de asumir el control y cuidarse a sí mismo. Esta necesidad puede trasladarse muy fácilmente al día a día. Por ejemplo, cuando insistentemente quiere comerse una tableta de chocolate antes de comer o exige ver los dibujos que quiere en la tele.

MSF conoció a Amin unas semanas después de una violenta incursión a su casa en plena noche. Los soldados israelíes querían utilizar el apartamento de la familia de Amin para vigilar los enfrentamientos que se sucedían abajo en la calle. Parece que éste es un lugar conveniente para una segunda torre de vigilancia. La madre y la hermana de Amin describieron a la psicóloga que los soldados entraron por la fuerza en la casa, encerraron bajo llave a la familia en una habitación, y entonces ocuparon su sala de estar durante horas. Después de esa noche, Amin empezó a tener pesadillas frecuentes de soldados con caras negras (los soldados israelíes cubren sus caras con máscaras negras durante las incursiones),  a orinarse en la cama y se sobresaltaba con el más leve roce. El eczema que le cubre el cuerpo desde los dos meses de edad empeoró y su testarudez fue descrita como un comportamiento “descontrolado”.

Cuando la psicóloga de MSF conoció a Amin consiguió interactuar con él mediante juegos y él le pidió que cuando volviese a visitarle le trajese un “balón de fútbol negro”. La psicóloga piensa que el balón negro está asociado al incidente traumático que sufrió al ver a soldados con máscaras negras irrumpiendo en su casa. Los síntomas que tenía eran pensamientos e imágenes intrusivas de ese incidente. Quizás intentaba controlar esos recuerdos pegando patadas y lanzando la pelota.

Desde entonces ha utilizado dibujos para expresar sus miedos sobre lo ocurrido en el pasado, lo que está ocurriendo en el presente y lo que podría ocurrir en el futuro. Sin duda, parece tener ganas de hacer juegos que impliquen imaginación y magia, y con el tiempo esto parece haberle ayudado a sentirse algo más seguro. Amin también está recibiendo tratamiento del médico de MSF para aliviar el dolor que le provoca la infección cutánea que padece.

Está claro que ser niño no es nada fácil en este campo de refugiados de Cisjordania. De todas formas, esperamos que Amin pueda disfrutar algo de la sencillez de la niñez en medio de toda esta complejidad y caos.

No nos engañemos, esto es una guerra

Por Gordon Finkbeiner, coordinador financiero de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde se hacinan más de 100.000 personas en condiciones infrahumanas. MSF es la única organización que les presta asistencia médica. (Copyright: Samuel Hanryon)

 

No hay manera de expresarlo de otra forma: esto es una situación de guerra. Guerra abierta, con artillería pesada y morteros que son disparados arbitrariamente en diferentes partes de la ciudad, con helicópteros sobrevolando la ciudad y con explosiones que te cortan la digestión. Tras la llegada de las tropas francesas a la ciudad, durante algunos días pareció haberse asentado en Bangui una aparente calma esperanzadora. Sin embargo, tras ese breve paréntesis, ahora se ha instalado un estado de confusión total en cuanto a quién combate a quién: los rebeldes exSéléka, los milicianos anti-Balaka, las tropas francesas, las fuerzas de mantenimiento de paz compuestas por congoleños y burundeses y sus a menudo temidos colegas del Chad (percibidos en muchas ocasiones como escasamente neutrales)… demasiados tipos armados.

La gente está desesperada, hacinándose por decenas de miles en misiones religiosas o en campos de desplazados improvisados, como el que hay en el aeropuerto y que a día de hoy ya alberga a más de 100.000 personas. Solamente en Bangui más de medio millón de ciudadanos han dejado sus casas, aunque el número se dispara cada día que pasa. Uno de nuestros compañeros pasó una semana en el interior de una iglesia con su familia, durmiendo en el suelo junto a seis mil personas más. Algunos miembros de nuestro equipo sabían que su vida correría un grave riesgo si regresaban a sus casas, por lo que fueron improvisando día tras día dónde dormir, ocultándose y durmiendo en los bosques. Algunos han perdido a varios de sus familiares.

La residencia del embajador de Camerún, a meros cien metros de donde nosotros nos alojamos, está desbordada con más de mil nacionales que pretenden salir del país después de que unos compatriotas suyos fueran asesinados en Bangui. Un grupo de civiles chadianos fue atacado cuando trataba de huir de la ciudad hacia el norte, seguramente en su pretensión de llegar de vuelta a su país. 47 de ellos fueron masacrados, mujeres y niños incluidos. Ahora tratamos de evacuar a otro compañero porque sabemos que aquí en el proyecto ya no estaría seguro. No cuento con volver a verlo por aquí.

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui, uno de los centros médicos en los que el personal de MSF lleva a cabo cirugías. (© Samuel Hanryon)

Pacientes atendidos en el hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon).

El dinero y los suministros comienzan a ser un problema, pues los bancos y tiendas están cerrados. La Navidad no ha tenido lugar, no hace falta decirlo. Las escuelas, que antes del cinco de diciembre habían finalmente hallado cierta regularidad al permanecer no sólo abiertas, sino llenas de alumnos, han cerrado. En total, sólo han conseguido estar abiertas cuatro meses este año. Seguimos viendo familias enteras en las carreteras, empujando carros en los que acumulan aquellas pertenencias que han podido rescatar, y tratando de llegar a algún lugar seguro. Dejan su casa atrás, aún sabiendo que ésta será con toda probabilidad saqueada o destruida.

Las perspectivas actuales son nefastas, pero también impredecibles. Pasamos de ver cadáveres degollados amontonados por docenas en las calles, a una situación de casi normalidad. Y ahora, de nuevo, otra vez gente refugiándose de las balas… y todo esto en tan sólo dos semanas. Será difícil que la tensión existente actual amaine y que los sentimientos de odio y venganza den lugar a la reconciliación que todos deseamos.

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui, donde los equipos de MSF pasan más de 500 consultas y ayudan a dar a luz a una media de 7 bebés al día (© Samuel Hanryon)

Campo de desplazados Mpoko, en el aeropuerto de Bangui. (© Samuel Hanryon)

En el lado positivo cabe destacar que tenemos un gran equipo y que en la actualidad, además de los muchos proyectos regulares con los que contamos en el país (hospitales que tienen una cobertura regional), también operamos y proveemos otros dos hospitales en Bangui en los que estamos dando asistencia de emergencia.

Por otro lado, hay varios equipos de MSF pasando consultas y ocupándose de las actividades de agua y saneamiento en varios de los campos de desplazados de la ciudad, donde también tratamos de luchar contra el cólera y el sarampión.

Todo ello con las dificultades obvias e impredecibles a las que nos enfrentamos a diario y bajo los riesgos e incluso amenazas que rodean a la misión. Si uno se para un minuto a analizar el caos en el que está sumido todo el país, al final no puede por menos que pensar que cada vida que logramos salvar, cada persona a la que conseguimos ayudar, resulta casi casi un pequeño milagro.

Para quitarse el sombrero

por Albert Caramès, responsable de Asuntos Humanitarios de Médicos Sin Fronteras en República Centroafricana.

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Equipos de MSF dando respaldo en la atención de heridos al Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).


El despertar del jueves 5 por la mañana fue distinto, más repentino y desagradable. El anuncio de enfrentamientos armados en algunas zonas de Bangui ya nos terminó de desvelar. Ciertos momentos de incertidumbre que rápidamente se esclarecieron tras las indicaciones de los máximos responsables de la misión: qué pasa y qué es lo que hay qué hacer.

Logistas y personal médico estaban llamados a tomar posiciones para apoyar el trabajo en el Hospital Comunal de Bangui. Allí se irían (comprometidos, pero con la serenidad de quien fuera a un tranquilo día de trabajo en la oficina) para atender a los múltiples heridos que irían llegando.

Desde entonces, una sucesión de días intensos, de aquellos que te hacen parecer que ayer hubiera sido la semana anterior: puntos informativos diarios, financieros y administrativos apoyando la logística durante el fin de semana, recogida de heridos, la administración flexible a todos los cambios que se presentaban, personal nacional (conductores, guardianes, personal médico) haciendo de la base/oficina su casa durante unos días, más pacientes que llegan, llamadas, comunicados de prensa y entrevistas, entre muchas otras cosas. Y siempre bajo esa sensación de que todavía hay tanto por hacer y no sabes cómo empezará el día siguiente.

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Hospital Comunitario de Bangui (© Samuel Hanryon/MSF).

Personalmente, siento la más profunda admiración hacia las personas que directamente salvan vidas. Sé que suena a tópico, pero la manera en cómo lo cuentan no dejan de asombrarme, hablando de heridas y traumatismos con tristeza pero muy profesionalmente.

Estos días, más allá de mi trabajo habitual he intentado hacer un poco de logista y acompañado algunos pacientes. Fue en este último viaje que me encontré en una carretera llena de gente que, a nuestro paso, nos aplaudía, agradecida de nuestra labor. Esa noche dormí mejor, pero sólo porque los que me aplaudían pensaba que yo también era personal médico o logista.Y es con ellos con quien yo me quito el sombrero.

Los pueblos sin gente de la República Centroafricana

Por Lali Cambra (Médicos Sin Fronteras)

No se ve gente en los pueblos, las aldeas están abandonadas, la gente sigue buscando refugio en los campos, lejos de los núcleos urbanos”. Así me describe la situación de la República Centroafricana (RCA) Liliana Palacios, coordinadora médica de los proyectos de Médicos sin Fronteras (MSF), que se encuentra de visita en el país.

Casi seis meses después de que los grupos armados de la coalición opositora Séléka avanzara desde el norte del país en marzo hasta tomar la capital, Bangui, y forzara al exilio al presidente François Bozizé, la emergencia humanitaria se recrudece en el país, con buena parte de su población desplazada. Liliana dice que lo importante ahora mismo es tratar de evitar que una situación que ya era crítica antes del golpe de Estado se agudice aún más, “pero para eso es necesaria la extensión de la ayuda humanitaria suficiente en el resto del país porque las necesidades son ingentes”.

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF (© Emilio Cuadrado).

Mujeres con sus niños esperando consulta con MSF en Bouca (© Emilio Cuadrado).

Mi anterior visita a la República Centroafricana fue en noviembre, meses antes del golpe de Estado -recuerda-, e impresiona ver cuán diferente es ahora: no se ve gente en los caminos, las aldeas siguen abandonadas y en la zona de Batangafo, en el norte del país, la población sigue viviendo desplazada en los campos. En el resto del país es similar”.

En Batangafo, el hospital de MSF mantiene las actividades regulares que lleva ofreciendo desde 2006. El número de consultas ha aumentado en 5.000 casos entre enero y julio con respecto al año pasado (de casi 33.000 a casi 38.000), un incremento que podría deberse a la no apertura de algunos puestos de salud en la zona después del golpe de Estado (que forzó al personal del ministerio de salud a buscar refugio, principalmente en la capital).

Y, como siempre, es la malaria la primordial causa de búsqueda de atención médica entre la población: 31.556 casos registrados entre enero y julio, entre los llegados al hospital y a los puestos de salud. “Por lo general son los menores de cinco años los que aparecen con malarias graves que requieren ingreso, es decir, que la malaria viene ya complicada con una anemia severa o con malnutrición”. El 83% de entre los más de 1.800 pacientes ingresados en el hospital por malaria grave son niños.

En la República Centroafricana, uno de los países más pobres del mundo, cuyos habitantes cuentan con una expectativa de vida de apenas 48 años, en el que el sistema de salud público es deficitario hasta casi la inexistencia y donde apenas hay campañas de vacunación establecidas, los niños son las primeras víctimas en sucumbir ante cualquier turbulencia que altere su frágil existencia. La malaria arremete cada año cobrándose centenares de miles de vidas y, cuando aparece combinada con el sarampión o con la desnutrición, provoca que las tasas de mortalidad entre la población infantil se disparen.

La tumba del nieto de un jefe de "quartier" (barrio) en RCA (© Juan Carlos Cano).

La tumba del nieto de un jefe de «quartier» (barrio) en la localidad de Amada Gaza en RCA, fotografiada durante la misión exploratoria de MSF (© Juan Carlos Cano).

Juan Carlos Cano finalizó una misión de exploración que llevó a un pequeño equipo de MSF a diferentes regiones del país, y cuenta que en el oeste, en Gadzi, en Sosso, en Boda, vieron el efecto del desplazamiento de la población, la falta de alimentación adecuada, la vulnerabilidad ante, por ejemplo, el sarampión. “Había tumbas pequeñas, excavadas recientemente al lado de las casas. Sepultan los cuerpos de los niños cerca de la residencia porque creen que ayuda a la madre a volver a quedarse embarazada. Nunca había visto algo igual, cada casa, cada dos casas, una tumbita, a veces dos”, me explica.

MSF ha ampliado recientemente sus proyectos en Bossangoa, Bria, Gadzi y Bouca, que se añaden a los siete regulares que la organización ya operaba en diferentes provincias del país. Buena parte de los proyectos de emergencia se centran en la población más vulnerable, los menores de 5 años. En Gadzi, se iniciará próximamente una vacunación masiva de 27.000 niños contra el sarampión (que combinado con desnutrición o malaria puede resultar letal). En Bouca, cuyos cien kilómetros de distancia con Batangafo se recorren en más de tres horas en coche, las clínicas móviles atienden eminentemente a niños, madres y casos graves.

 

«Impresionan las largas colas de mamás con sus bebés, el saber que durante mucho tiempo no han tenido atención médica, que recorren kilómetros para llegar a las clínicas móviles con sus niños”. La gran mayoría, de nuevo, son pacientes afectados por malaria (casi 700 de unos 1.200). Liliana me explica que, por el momento, ni en Bouca ni en Batangafo están detectando niveles alarmantes de desnutrición (28 casos de desnutrición severa en Bouca, donde se iniciaron las clínicas móviles a principios de agosto), “pero todo depende de lo que pase en los próximos meses, la gente está ahora sembrando, más tarde de lo debido, por los problemas de desplazamiento e inseguridad; eso quiere decir que la cosecha será también más tarde y menor de lo habitual. Si llegamos a ver niveles alarmantes en esta zona, será dentro de unos meses”.

MSF ha dado la voz de alarma sobre la emergencia humanitaria en repetidas ocasiones antes del reciente golpe de Estado, pero sobre todo, después de que la ofensiva y toma del poder de Séléka iniciara un período de mayor turbulencia y caos en el país y exacerbara antiguas rivalidades, más o menos soterradas, étnicas económicas y políticas, con miles de personas desplazadas. La situación en el país es todavía muy volátil.

Han sido muchas las voces a nivel internacional, de instituciones y organismos, que llaman a ampliar la ayuda a la población de RCA. Se observa una creciente presencia de ONG y de agencias de la UN, pero no son ni suficientes ni lo suficientemente rápidas. Las necesidades que la población todavía presenta, debido su falta de acceso a servicios básicos, son enormes, mucho mayores que la respuesta que ahora mismo se está proporcionando.

 

(También desde República Centroafricana: Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de Médicos Sin Fronteras en Ndélé.)

 

Lluvia, malaria y muchas preguntas

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Me desperté un poco antes de lo habitual; eran las 5 de la mañana y la lluvia caía sobre nuestro tejado de zinc. No era el único que se levantaba tan temprano: la mayoría de expatriados también se despiertan pronto. Ayer, todos trabajamos por lo menos 12 horas, y cuando el equipo médico regresó tras el toque de queda, lo hizo cabizbajo.

En República Centroafricana la lluvia significa poder tener agua. Normalmente el agua escasea en esta zona, así que naturalmente la lluvia es una bendición. Pero también significa charcos y aguas estancadas, perfectos campos de cultivo para los mosquitos. En otras palabras, la estación de lluvias tiene dos caras: trae agua y malaria a la vez. La tasa de mortalidad de la malaria ha aumentado drásticamente, especialmente entre los niños.

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

Mujeres con sus hijos ingresados en un hospital de MSF en RCA (© Corentin Fohlen).

La noche anterior, tres niños habían muerto en el hospital. Llegaron tarde, en un estadio muy avanzado de la enfermedad. Y, tal como venía diciendo, la llegada del equipo médico remató aquel duro día. Juntos analizamos lo que podíamos cambiar y compartimos nuestras frustraciones sobre lo que no está a nuestro alcance: “Si hubiese más instalaciones médicas en la región, más cerca de las personas que las necesitan”… “Somos sólo 3 médicos aquí”… “Parece que hay un grupo armado en la carretera, la gente tiene miedo a desplazarse y cuando vienen es tarde, demasiado tarde”… Todos nos fuimos pronto a la cama.

La lluvia de la mañana amainó cuando salíamos a trabajar. La carretera que conduce hasta el hospital empezó entonces a despertar: los vendedores ambulantes montaron sus tenderetes, los niños salieron a jugar (la escuela pública lleva cerrada desde diciembre de 2012), la gente se puso a limpiar el barro de la noche anterior de las puertas de sus casas…

Era sábado. Los sábados por la mañana tenemos una reunión con todo el personal. Cerramos la semana compartiendo con los demás lo que hemos conseguido y lo que no. Digo ‘cerramos’ entre comillas, porque los días son, de hecho, todos iguales. El concepto de fin de semana cada vez me resulta menos claro. La gente enferma cada día, nace cada día, trabaja cada día…

En administración, el día de trabajo fluye como de costumbre: en una burbuja condensada de trabajo. Si intento describir cada tarea que he hecho hoy, parece como que he trabajado tres días seguidos. Sin embargo, la jornada pasa sin la sensación de que existan las horas. Los responsables de promoción de la salud están preparando una campaña para movilizar a las comunidades y encontrar donantes de sangre, una necesidad acuciante durante el pico de malaria (cuando ésta impacta de forma masiva).

También hemos estado muy ocupados preparándolo todo para recibir a más pacientes de lo normal: mosquiteras, camas, tiendas, más personal para atender a los enfermos, más gente para ocuparse de la higiene, comida para la cocina, más medicamentos. Sí, más medicamentos sin duda…

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Pruebas rápidas de malaria durante una clínica móvil de MSF. El hombre de la imagen es diagnosticado y enviado a la farmacia del centro de salud (© MSF).

Todas las tareas se ven interrumpidas por cuestiones más apremiantes, muchas de las cuales están relacionadas con nuestro personal local. Las alegrías y las penas de las personas con las que trabajamos bastarían para llenar muchas páginas, pero supongo que lo mejor es no compartir sus historias particulares…

A la hora de la cena recibo la buena noticia de que dos mujeres han dado a luz esa tarde. A pesar de algunas complicaciones, el acceso al hospital les ha permitido dar a luz de forma segura a un niño y a una niña en perfecto estado de salud. La buena noticia cambia visiblemente el humor en la mesa.

Me pregunto cómo se llamarán. Me pregunto qué serán cuando crezcan. Me pregunto si sus hijos nacerán sus hijos en mejores condiciones. Me pregunto y vuelvo a preguntarme…

 

 

República Centroafricana es un país

por Bruno da Silva Machado, administrador de terreno de MSF en Ndélé, República Centroafricana

Cuando expliqué a mi familia y amigos que iba a salir al terreno con Médicos Sin Fronteras (MSF), muchos de ellos me preguntaron:

¿A dónde vas?
A la República Centroafricana, contestaba yo.
Sí, ¿pero a qué país?

Quizás muchos de vosotros ya lo sabéis pero, sólo para estar del todo seguro, me gustaría subrayar que la República Centroafricana es un país. Es un estado con una superficie de unos 620.000 kilómetros cuadrados (mayor que España) y tiene una población de 4,4 millones de habitantes (ligeramente inferior a la de Noruega). Tras una larga y confusa historia colonial, fue ‘reconocido’ como país en 1960. A pesar de su corta edad ya cuenta con una larga historia de gobernantes no elegidos democráticamente y golpes de estado.

El último de estos golpes fue a comienzos de este año.

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

Centro de salud incendiado y saqueado durante los disturbios que siguieron al cambio de gobierno (© MSF).

El 10 de diciembre de 2012 estalló una rebelión en el norte. Tras muchos tira y afloja, las numerosas negociaciones frustradas y cambios de bando culminaron en una toma del poder el 23 de marzo por parte de la coalición Séléka. Esas semanas que siguieron fueron muy difíciles para todos. El país ha quedado desbaratado. La inestabilidad entre grupos rivales y muchas milicias extranjeras armadas han provocado situaciones realmente duras.

Naturalmente, las principales víctimas fueron las poblaciones atrapadas en medio del conflicto: un gran número de desplazados y refugiados, actos de violencia extrema, destrucción de cosechas, aldeas reducidas a cenizas, escuelas cerradas y los servicios que todavía se tenían en pie a punto de desplomarse.

El objetivo de este texto no es constituirse en un discurso geopolítico sobre el país: vamos a dejarlo en que hay muchos grupos de personas indeseables, tanto extranjeros como nacionales, que suelen ir armados.

Ndélé, cerca de la frontera con Chad y Sudán, donde yo trabajo, es una zona de las más remotas que uno pueda imaginar. Puedes sentir un creciente aislamiento con cada avión que coges para viajar hasta allí. Cuando tomé el vuelo Oslo-París-Bangui, los primeros signos ya se hacían evidentes. El avión iba prácticamente vacío. Al amanecer puede ver por la ventana kilómetros y kilómetros de bosques que parecían vírgenes. Sin casas, ni siquiera carreteras. Sólo un río largo y sinuoso hizo acto de presencia. Como una vena que bombeaba vida a esta inmensa tierra virgen.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por la azafata. Advirtió a todo el mundo de que hacer fotos es ilegal. Cuando sales del aeropuerto, entiendes por qué no se permite hacer fotos… Pero en cuanto pasas los controles de carretera, ya se empiezan a ver algunos mercados y gente yendo de aquí para allá.

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Clínica móvil de MSF a las afueras de Ndélé, en diciembre de 2012 (© Sylvain Groulx).

Para ir de Bangui a Ndélé, hay que coger otro avión. El estado de las carreteras es muy malo y se tarda varios días en llegar. El pequeño aeroplano permite apreciar una bonita vista del paisaje. Detrás dejamos la capital con sus muchas casas, grandes y pequeñas, rodeadas de árboles verdes y tierra rojiza. Regresamos al enorme manto verde, pero en alguna parte del camino el manto empieza a presentar agujeros. La diferencia se hizo obvia cuando estábamos a punto de aterrizar. La frondosa tierra virgen dejó paso a las copas de los árboles esparcidos por una tierra árida. Durante la estación seca incluso el acceso al agua constituye un problema.

Una vez aterrizas, el lugar parece incluso más olvidado. Aunque se trata de la capital de la provincia, carece de toda infraestructura. Es sorprendente analizar las diferencias. La mayoría de las organizaciones no gubernamentales evacuaron Ndélé durante los incidentes. Y casi ninguna de ellas ha reanudado todavía sus actividades.

Con un Gobierno que todavía tiene que hacerse con el control del territorio y la huida de las ONG, la población se ha quedado sola con sus muchas necesidades. Estas personas están ocultas a la mirada del mundo. La respuesta que suelo obtener de los transeúntes es “merci” (“gracias”). No sé si es que simplemente la gente es educada o si nos dan las gracias por no haberles olvidado.

Personalmente, no me resulta nada fácil escribir sobre Ndélé. Cuando intento describirlo, todo parece como una serie de acontecimientos sin orden ni concierto. Como si alguien hubiese sacado fotos desde el aire y al aterrizar intentase entender un orden al azar. Lo que es cierto un día puede no serlo al siguiente. Lo que es seguro un día puede no serlo mañana. En medio de toda esta inestabilidad, cada jornada parece la misma, pero cada día es diferente. Tal vez simplemente debería hablaros sobre un solo día. Esto es lo que haré en mi próximo post.

 

Varada en Bukavu

Por Jana Brandt, coordinadora de Médicos Sin Fronteras en Kalonge, República Democrática del Congo (RDC)

Estuve una semana en Bukavu, esperando mi permiso de trabajo para poder salir a Kalonge, a “mi” proyecto. La salida se retrasó por problemas administrativos en Kinshasa, la capital congoleña. Al haber terminado todas las reuniones informativas con el equipo de coordinación, no me quedaba otra que esperar y tener paciencia.

Bukavu, capital de Kivu Sur, con alrededor de 1 millón de habitantes, es una ciudad bastante particular. Su ubicación a lado del lago Kivu es sin lugar a duda espectacular (el paisaje es increíble), pero también es escenario de un gran despliegue humanitario: actualmente más de 250 ONGs tienen sus oficinas en la ciudad para gestionar desde allí proyectos de diferentes tipos en la región. Los típicos todoterrenos blancos que casi todas las ONGs utilizan para moverse -las más de las veces el terreno es de difícil acceso- abundan en la ciudad y chocan con la sencillez generalizada que domina el ambiente.

Clínica móvil de MSF en Nyabiondo, Kivu Norte (© Colin Delfosse)

Clínica móvil de MSF en Nyabiondo, Kivu Norte (© Colin Delfosse)

También MSF gestiona desde Bukavu cuatro proyectos en la región: en Shabunda, Minova y Kalonge con proyectos fijos, a parte de un equipo de emergencia llamado RUSK (Respuesta de Emergencia para Kivu Sur) que interviene en urgencias médicas en diferentes lugares de la zona. El equipo de MSF en Bukavu es enorme: más de 80 personas (entre médicos, enfermeros, logistas, administradores, conductores, etc.) se encargan del apoyo a los proyectos en terreno y a la vez hacen de puente con Barcelona, donde tiene su sede MSF España.

La elección de Bukavu para tantos actores no es ninguna casualidad: tanto Kivu Sur como Kivu Norte han sido históricamente dos de las provincias más turbulentas del país, lo que se debe no sólo a su ubicación estratégica como región fronteriza a Uganda, Ruanda y Burundi, sino sobre todo a su riqueza en minerales. Los Kivus siguen siendo hasta hoy escenario de mucha violencia armada que cada año causa el desplazamiento de miles de personas. El contexto congoleño con sus muchos grupos rebeldes es sumamente complejo.

Un Estado disfuncional, en el cual por ejemplo el sistema sanitario es muy ineficiente, agrava la situación para la población: la esperanza de vida en la República Democrática del Congo (RDC) es de tan sólo 45 años y con ello, una de las más bajas del mundo. Por tanto, trabajar en Congo se convierte casi en una obligación para una organización médica como Médicos Sin Fronteras. Las necesidades médicas son de tal dimensión que se podría señalar casi con los ojos cerrados cualquier punto del mapa congoleño e intervenir allí sin tener que preguntarse si va a ser pertinente o no: siempre lo será.

Los retos para trabajar en un país como Congo son enormes, no sólo en términos de sanidad, sino también logísticamente. Las infraestructuras, sobre todo las carreteras y los medios de transporte, son prácticamente inexistentes. Un pequeño, pero importante detalle: RDC es el undécimo país más grande del mundo, con una extensión de aproximadamente 2,3 millones de kilómetros cuadrados. ¡El equivalente a 4,6 veces el tamaño de España!

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF durante una intervención de emergencia para atender a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

No es difícil imaginarse entonces el reto que representa la inexistencia de vías de transporte para el equipo logístico de MSF. Por ejemplo, a Shabunda, el transporte de materiales y personal funciona exclusivamente por avioneta. Sólo una vez se hizo el trayecto por tierra para aprovisionar el proyecto con coches 4×4. Por cuestiones de seguridad el equipo, tuvo que coger una ruta más larga: fueron 650 kilómetros… ¡y 8 días de viaje! En la época de lluvia, que por estas latitudes dura de septiembre hasta abril, la duración de los trayectos se duplica fácilmente, convirtiendo los movimientos en pequeñas pesadillas sobre todo para los conductores.

Cuando en la tarde de un miércoles recibí por fin el OK para mi salida a Kalonge, me sentí muy contenta, pero también tenía mil y una preguntas en mi mente. Es mi segunda misión con MSF y mi segunda misión como coordinadora de proyecto, pero es la primera en un contexto “típico” MSF. Estambul (Turquía), donde pasé casi 10 meses trabajando en un proyecto de salud mental para inmigrantes, fue -al tratarse de un contexto urbano– una experiencia muy diferente comparada con lo que me espera ahora en Congo. No voy a mentir: por momentos sentía cierto vértigo ante la responsabilidad que debía afrontar. Pero era un vértigo que también daba mucha energía. Así que: ¡para allá que me fui!

(Continuará)

Memorias del RUSK. Parte III: la cresta de los desplazados.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

 

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

 

Tras acabar la vacunación, en una clínica móvil del proyecto regular de Kalonge, me voy a supervisar la reanudación de actividades de un centro de salud para desplazados. Todo se desarrolla sin sobresaltos, una delicia. Salvo el hecho de darme cuenta durante las largas marchas a través de las montañas que definitivamente el tabaco y la cerveza me han dejado el cuerpo magullado, inservible y con un gran lastre de equipaje superfluo: a este paso, en vez de descender las lomas hiriéndome los tobillos y las rodillas, las bajaré rodando.

Febrero: lo pasamos trabajando el músculo del cerebro, el poco que tengo: discutimos y estudiamos estrategia de emergencias con una experta de la casa. Un maldito placer trabajar a su lado, además de un verdadero honor. Jamás me impregné tanto de conocimiento útil de emergencias como en febrero. Una Mutzig a tu salud, jefa.

Entretanto la acción no se remansa: ese mismo mes de febrero comienza nuestra ronda de intervenciones «aero-transportadas», misiones de exploración e intervención inmediata, concebidas para durar pocos días y tener un gran impacto en la salud de la población a la que quieres asistir.

En este caso, la alerta es de desnutrición, y la población, unos 15.000 desplazados de una etnia perseguida sanguinariamente por otra (con causa, en los Kivus nadie es inocente).

Los desplazados (combatientes, civiles y familiares), se han refugiado en la cresta de una cordillera a la que sólo se puede acceder, de forma segura, por helicóptero.

Lanzamos dos misiones “heliportadas” del RUSK para evaluar la auténtica gravedad de la alerta, transportar un par de toneladas de alimento terapéutico para los niños desnutridos que podamos encontrar entre la lluvia y el frío, y hacer el seguimiento del impacto de nuestra acción.

Marzo: me llaman de otro de los proyectos regulares del Kivu Sur, Shabunda. En esta ocasión se trata de comandar la misión de re-evaluación de la seguridad en el eje sur tras las últimas deflagraciones del conflicto Raïa Mutomboki – FARDC (Fuerzas Armadas de RDC).

Debemos atravesar las incorpóreas líneas del frente y re-aprovisionar los centros de salud del citado eje sur, cerrado a causa del comercio de ráfagas y tiros, y del tragicómico extravío de una granada en algún charco del camino, durante la época de lluvias, culpa de algún soldado borracho. Jamás se la encontró, a la granada. Del soldado, primo de Gila, tampoco se volvió a saber, quizá lo suicidaron.

No obstante, esta vez, comparada con la aventurita de la evacuación de heridos en enero, la misión no fue sino un lindo paseo por el parque.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.

 

Memorias del RUSK. Parte II: truenos de pólvora y fuego.

Por J. Mas Campos, coordinador de emergencias de MSF en Kivu Sur, República Democrática del Congo

En esta misma cartografía de la violencia, Primero de Año entraría dentro de una antonomasia más truculenta: el contexto de Bunyakiri, convulso y enloquecido como un jabalí herido, jamás nos permitiría completar la vacunación sin mostrarnos, bufando, el hocico y sus colmillos.

El 31 de diciembre intercambiaron truenos de pólvora y fuego los Raïa Mutomboki (en swahili significa “la población en cólera[1]) contra las FARDC (Fuerzas Armadas de la RDC). El RUSK, inmersos en nuestra campaña, presenciamos cómo un joven llegaba al hospital ese mismo 31 de diciembre por la tarde, y descendía de la motocicleta que lo trasladaba, herido de plomo, exánime y sin esperanza. Tendido en el suelo, ya casi sin hálito, el chaval moría de bala poco a poco a la puerta del hospital, decantándosele la vida a chorros por el costado, mientras un coro de matriarcas dolientes le amortajaban con sus ropas ensangrentadas hasta cubrir su rostro exangüe.

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Equipos de MSF prestan asistencia a desplazados en Kalonge, Kivu Sur, en julio de 2012 (© Juan Carlos Tomasi).

Esa misma tarde, comenzaron a llegar noticias inquietantes de varios otros heridos. Se desconocía localización, gravedad y número. Tras entablar contactos de seguridad con los jefes consuetudinarios y comandantes de FARDC y Raïa, a través de los que acordamos con ambas partes los términos de respeto a la neutralidad del “convoy humanitario” y de evacuación de los más graves cualquiera que fuera su afiliación, uniforme o etnia, el RUSK nos preparamos a intervenir… por algo somos el equipo de emergencias.

El corredor humanitario se abrió el 2 de enero a las 7 de la mañana, único momento de serenidad y calma de todo el día… Al cabo de media hora y durante todo el resto de la jornada, la misión de evacuación de heridos transcurrió en unas circunstancias tan extremas de tensión entre las dos partes del conflicto, que si bien el corredor humanitario (las luces de intermitencia parpadeando constantemente durante nuestra singladura en cada flanco de los 4×4) y nuestra integridad fueron respetados (sin perjuicio de ser en ocasiones bienvenidos con algunas amenazas, gajes del oficio), la neutralidad del convoy no lo fue tanto. Por ninguna de las partes, soldados regulares y milicias anárquicas.

De haber recogido a determinados heridos (de uno y otro lado, todo dependía del protectorado o pedazo de tierra de nadie en la que nos halláramos), hubieran con toda certeza sido ejecutados en el camino, sin vacilar, a manos de la miríada de grupúsculos incontrolados, sea turbas violentas, sea soldados exaltados, que, armados con machetes, ametralladoras y fusiles de caza, nos detenían incesantemente en el curso de la ruta para inspeccionar la identidad de nuestros pacientes.

Logramos nuestro objetivo a pesar de sentirnos en ocasiones protagonistas de escenografías propias de sórdidas películas basadas en las macabras historias del África reciente, imágenes todas que torturan el imaginario colectivo. Afortunadamente, pudimos llegar al hospital con los heridos, y salir airosos para contarla.

(Continuará)

Si quieres leer otros posts de J. Mas Campos desde RDCongo, pincha aquí.


[1] Un movimiento popular nacido para proteger a la comunidad autóctona congoleña contra las acciones y venganzas de los FDLR, los antiguos hutus de las milicias Interahamwe, en vista de que las Fuerzas Armadas Congolesas (FARDC) se veían incapaces de hacerlo por sí mismas. Los Raïa Mutomboki visten grisgris y talismanes, se dicen poseedores de una poción mágica que les confiere resistencia anti-balas, y desde hace unos meses han trocado los machetes y las lanzas por rifles de caza y metralletas automáticas. Son los jóvenes airados del Congo, que hartos de ser víctimas, tomaron la determinación de tomarse la justicia por su mano.