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Entradas etiquetadas como ‘agua y saneamiento’

Una nueva ciudad en el desierto

A las afueras de un pueblo polvoriento de Iraq, está floreciendo una nueva ciudad. Cada día, cientos de personas llegan al campamento de desplazados de Debaga.

“400 de los que estamos aquí nos fuimos juntos”, cuenta Ali*, que al igual que otros muchos residentes del campamento es de Haji Ali, al sur de Mosul, en la provincia de Ninewa. Huyeron durante la escalada del conflicto en su pueblo, cuando el grupo armado de la oposición, que llevaba dos años en el poder, comenzó a perder terreno. “Nos escapamos y nos fuimos hacia el río Tigris”, dice.

En el camino que lleva a la entrada del campamento, los vehículos reducen la marcha hasta avanzar al paso de las personas. Las familias llegan como pueden: a pie, apiñados en coches destartalados o en la parte trasera de camionetas. En el arcén hay una fila de casetas y refugios. En uno de ellos, un hombre corta con una sierra un bloque grande de hielo. En otro, tres niños se esconden del calor abrasador bajo una lona azul.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie
Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

Hace un calor sofocante. Las calles están llenas de camiones que transportan agua y ayuda humanitaria de emergencia. Muchos de los niños que hay van descalzos. La mayoría de las personas salieron de sus casas tan deprisa que la única ropa que tienen es la que llevaban puesta cuando escaparon.

“Unos hombres armados entraron en nuestra casa y comenzaron a disparar. Querían obligarnos a ir a otro lugar para utilizarnos como escudos humanos”, cuenta Fatima*, familiar de Ali.

Debaga se construyó para albergar únicamente a las familias desplazadas que vivían en emplazamientos informales de la zona. En noviembre de 2015 –aproximadamente, un mes después de su apertura– el campamento de Debaga ya acogía a 3.300 personas. Desde entonces, el número ha crecido diez veces más.

Rápidamente, el campamento se amplió a un estadio de deportes cercano, y cerca de allí se está construyendo otro asentamiento. En la actualidad, hay más de 30.000 personas repartidas entre los tres asentamientos, y se estima que en los próximos meses llegarán 15.000 más.

El segundo asentamiento, llamado simplemente El Estadio, es un campo de fútbol de césped seco flanqueado por dos grandes gradas. En tiempos mejores fue un terreno de juego en el campo donde los niños solían pasarse la pelota de aquí para allá. Ahora, alberga filas de tiendas rodeadas por una alambrada.

© UNICEF/UN027628 Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

© UNICEF/UN027628
Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

“Escapamos por la noche”, cuenta Nektal. “En total, éramos unos 200 habitantes del pueblo. Caminamos hasta Makhmour y allí nos ayudaron a llegar hasta aquí”.

Mientras cruzaban una tierra de nadie entre grupos armados, el hermano pequeño de Nektal pisó una mina terrestre. “No pudimos llevarlo con nosotros, tuvimos que dejarlo ahí”, explica Nektal.

A la entrada del Estadio hay dos tiendas grandes llenas de mujeres y niños esperando para ser alojados en una tienda individual. Sanar está cuidando de Salafia, una niña alegre con la cara regordeta y una cicatriz en el antebrazo izquierdo.

“Una bomba rompió una ventana de nuestra casa”, explica Sanar. “Los cristales rotos le cayeron en el brazo. Ella estaba dormida cuando sucedió; de hecho, siguió durmiendo”.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie
Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Sanar huyó con 12 miembros de su familia y juntos realizaron a pie el trayecto de seis horas. Cuando llegó al campamento de Debaga, recibió un kit de emergencia distribuido como parte del Mecanismo de Respuesta Rápida liderado por UNICEF. Los alimentos, el agua y los suministros de higiene incluidos en el kit están ayudando a su familia a salir adelante durante los primeros días en el campamento.

En el exterior de la tienda hay decenas de personas en fila que llevan cubos y esperan para recibir agua. Contar con agua limpia y adecuada es uno de los asuntos más urgentes en el campamento. Cada día, UNICEF transporta en camiones 945.000 litros de agua potable, lo que corresponde a 35 litros por persona. UNICEF, además, está proporcionando duchas y letrinas y evaluando constantemente la calidad del agua para garantizar que siga siendo segura.

El plan a largo plazo consiste en perforar hasta seis pozos. Pronto se comenzará a trabajar en un canal de agua que distribuirá el agua por el campamento y, al mismo tiempo, acabará con la necesidad de enviar 60 camiones distribuidores cada día.

En el principal centro de tránsito del campamento, dos nuevos contenedores prefabricados se están instalando junto a la clínica del campamento. Los equipos de salud y nutrición de UNICEF utilizarán los contenedores como unidades permanentes de supervisión de inmunización y crecimiento. En todo el campamento, los trabajadores de la salud, vestidos con batas blancas, garantizan que los niños estén al día con las vacunas esenciales contra la poliomielitis, el sarampión y otras enfermedades prevenibles.

A la vuelta de la esquina, los niños juegan en un espacio adaptado para ellos establecido con la ayuda de UNICEF. Estos lugares brindan a los niños la oportunidad de hacer deporte, aprender música, crear arte, pasar tiempo con los amigos y, en definitiva, volver a ser niños.

Mientras el conflicto de Iraq sigue ocasionando nuevas oleadas de desplazamientos, escenas como las de Debaga se harán cada vez más frecuentes.

Foto 4 © UNICEF/UN025353/Mackenzie Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Foto 4
© UNICEF/UN025353/Mackenzie
Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

“Las dificultades logísticas son enormes”, asegura el Jefe de la Oficina de Erbil, Maulid Warfa. “La situación es muy fluida y cambia constantemente. Estamos proporcionando suministros de emergencia, así como agua y saneamiento. Hemos abierto dos espacios adaptados para la infancia y estamos vacunando a los niños; pero esto es solo el principio. Tenemos mucho trabajo por delante. Quedan miles de personas por llegar”.

*Los nombres se han cambiado

 

 

 

 

Chris Niles

Consultora de comunicación en emergencias de UNICEF Iraq

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

Blanca Carazo, responsable de proyectos de UNICEF Comité Español

Es un jueves del mes de junio, cerca de las dos de la tarde cuando llegamos a la comunidad de Gbandú, en la región Norte de Ghana. Casas circulares de adobe con techos de paja, el suelo llano de tierra roja, salpicado aquí y allá de árboles de karité, sensación de calma y un calor constante.

En el centro del pueblo, reunidos bajo un gran árbol, nos espera un grupo de hombres y mujeres sentados, y una fila de sillas listas para recibirnos. Nos instalamos y comienzan las presentaciones: el jefe del pueblo, los ancianos, las mujeres líderes, el líder de la comunidad musulmana, el de la comunidad católica… A Chetoun, compañero de UNICEF en Tamale y responsable del programa en Gbandú, le dicen entre risas que no se presente, que ya le conocen todos.

A un lado, uno de los notables de la comunidad mantiene tapadas dos pequeñas ollas de porcelana. ¿Qué habrá dentro? Al poco rato acerca una de ellas al centro del círculo y la destapa, descubriendo un líquido marrón y turbio. Por un momento nos tememos que sea alguna bebida de la zona con la que quieran obsequiarnos (ups!). Parecen mirarnos con una mezcla de diversión y curiosidad.

Uno de ellos dice algo en el idioma local y parece esperar que le respondamos. Miramos al traductor. “Dice que, si hubieran venido hace un año, este es el agua que les hubiéramos ofrecido”. Hay risas entre los hombres y mujeres sentados, (¡y alivio en nuestra fila de sillas!). A continuación acercan la otra olla y la destapan: está llena de agua transparente. Todos sonreímos.

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

© Blanca Carazo / UNICEF

Sencillamente fantástico. Dos ollas, la de agua turbia y la de agua transparente. Antes y ahora. Poderoso símbolo de cambios visibles y de gran impacto para los niños y familias de Gbandú.

A partir de ese momento, y ante la pregunta de qué han supuesto los programas de agua y saneamiento de UNICEF en sus vidas, hombres y mujeres se quitan la palabra para contarnos: «Ahora nuestros niños ya no se enferman; podemos dedicar a otras actividades el tiempo que antes necesitábamos para cuidarlos». «Sabemos construir letrinas y cómo usarlas. Cuando están llenas las tapamos y construimos otras; y al cabo de un tiempo sacamos composta«. «Ahora tenemos tiempo para fabricar y vender manteca de karité; antes pasábamos el 70% de nuestro tiempo buscando agua, y teníamos miedo al ataque de serpientes». «Hemos aprendido a organizarnos«.

Y no es solo lo que dicen. Es cómo lo dicen; el orgullo y el compromiso que muestran con lo que han logrado; el énfasis que ponen en explicar cómo han trabajado todos juntos, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, musulmanes y cristianos; y cómo todos contribuyen a conservar su comunidad limpia y las letrinas en buen estado, cómo han organizado la gestión de la fuente de agua… En definitiva, cómo, más allá del apoyo de UNICEF y de las autoridades del distrito, este es un proyecto de las gentes de Gbandú, y para las gentes de Gbandú.

Tras la asamblea, damos un paseo por la comunidad, limpísima. Nos muestran las letrinas familiares, con un cubo de ceniza para echar un puñado después de cada uso y sin ningún tipo de mal olor. Y, como colofón, la visita a la joya de la comunidad, el depósito y la fuente de agua con cuatro grifos.

Durante años se intentaron construir pozos pero en esta zona no hay agua subterránea accesible. Finalmente, en 2014, UNICEF logró financiación para instalar tuberías y canalizar agua desde la depuradora situada a 4 km y construyó el sistema. Cada día, de 6 a 9 por la mañana, y de 4 a 7 por la tarde, las familias se acercan con sus cubos para llevar el agua a las casas a cambio de una pequeña cuota. El resto del tiempo se mantienen los grifos cerrados con candado, para evitar despilfarros y asegurar que el acceso es igual para todos.

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

© Blanca Carazo / UNICEF

Aún una ultima anécdota. Existe otro depósito en el pueblo, en la mezquita. Cuando se estaba construyendo el sistema de agua, se planteó llevar la tubería también hasta ahí. Sin embargo, se decidió no hacerlo para asegurar que todos los habitantes de Gbandú tenían los mismos derechos y el mismo acceso al agua. Impresionante ejemplo de convivencia e igualdad de oportunidades.

Salimos de Gbandú entre saludos amables y apretones de manos, y alguna solicitud de matrimonio a la más rubia del grupo. Y nos vamos con una sensación reconfortante. La de ver y vivir cambios reales. La de haber constatado que se puede pasar de agua turbia a agua clara; de un futuro incierto a otro con horizontes despejados. Y de que eso pasa por la participación y la «apropiación» de esos cambios por parte de niños y familias.

Desde aquí, nuestro agradecimiento a las gentes de Gbandú, por compartir su experiencia y por ayudarnos a seguir creyendo.

«Mi trabajo: llevar agua a los campos de refugiados sirios»

Por Rafik ElOuerchefani, oficial de comunicación de UNICEF

Turki está enzarzado en una discusión con su supervisor y no nos hace demasiado caso. Se pasa un buen rato dando vueltas alrededor del camión y revisando cada uno de sus ocho neumáticos. Después, le pide al hombre que está encima del camión llenando el tanque de agua que se dé prisa para poder atendernos.

“No tengo todo el día. Ya voy con retraso y tengo que moverme. ¿Qué necesitáis?”, nos pregunta bruscamente mientras busca con su mano derecha el manillar de la puerta del camión.

Turki es uno de los más de 200 conductores de camión que reparten agua cada día en el campo de refugiados de Zaatari. UNICEF, a través de su aliado ACTED, y gracias a la financiación del Departamento de Ayuda Humanitaria de la Comisión Europea (ECHO), proporciona alrededor de 4 millones de litros de agua diarios en los campos de refugiados; lo que se traduce en unos 35 litros de agua por refugiado al día y que estos conductores se encargan de distribuir.

“Creo que mi trabajo es muy importante. ¿Quién puede vivir sin agua? Todo el mundo la necesita. El agua es vida. Todos los días me levanto temprano para venir aquí y que todo el mundo tenga agua a tiempo”, dice.

Turki en su camión de reparto de agua (UNICEF/Rafik) ElOuerchefani

Turki en su camión de reparto de agua (UNICEF/Rafik) ElOuerchefani

Turki desempeña esta labor desde hace un año y, aunque ha tenido más trabajos antes, está convencido de que este es el más importante. Todos los días hace 4 o 5 viajes en el campo, dependiendo de las necesidades. Recoge el agua de pozos que se encuentran tanto dentro como fuera del campo. Una vez que ha llenado la cisterna de su camión, un técnico revisa la calidad del agua ante de darle el visto bueno. Después, Turki reparte el agua por las calles que le han sido asignadas, descargándola en los depósitos que están distribuidos estratégicamente por el campo.

Debido a su clima semirárido, Jordania es uno de los países del mundo con mayor escasez de agua. En la actualidad, la situación se ha visto agravada por la llegada de los refugiados sirios. Los depósitos de agua aseguran que los 98.000 refugiados que viven en los campos de Jordania disponen del agua adecuada. Sin embargo, se están realizando grandes esfuerzos para intentar que los campos se autoabastezcan con fuentes internas, reduciendo su dependencia de los depósitos y los costes que estos conllevan.

“Tenemos que ir más allá del mero suministro de agua y asegurar también el componente del saneamiento. Existe una clara relación entre el agua y el saneamiento en cuanto a prevención de enfermedades se refiere”, cuenta Ismaeil Ibrahim, Jefe de Agua, Saneamiento e Higiene de UNICEF.

El acceso inadecuado a fuentes de agua potable y servicios de saneamiento, unido a unas malas prácticas higiénicas, mata y hace enfermar a miles de niños en el mundo cada día. En este sentido, UNICEF también se encarga de recoger los residuos sólidos de los campos de refugiados. Diariamente, se retiran una media de 800 metros cúbicos de residuos. También se han construido baños comunitarios, con un comité de personas refugiadas a cargo de su limpieza.

“Para seguir avanzando, estamos construyendo una red de distribución de agua, que pretende reducir las conexiones ilegales a la infraestructura actual. También queremos promover un reparto más equitativo en todo el campamento de Zaatari”, afirma Ismaeil Ibrahim.

“Antes de intentar salvar el mundo, hay que tratar de entender cuál es el problema”

La mejora de la calidad del agua y del saneamiento son pasos esenciales para detener el cólera, una enfermedad que se transmite a través del agua. En Mozambique, donde el actual brote de cólera ya ha matado a 46 personas y ha afectado a más de 6.000, los equipos de MSF están trabajando para tratar de mejorar la situación. Sin embargo, para atajar un problema, la mayoría de las veces se necesita algo más que una buena solución técnica.

 

Desde el pasado enero, los Centros de Tratamiento de Cólera de MSF han recibido 2.578 pacientes La higiene es fundamental para combatir esta epidemia. © Luca Sola/MSF
Desde el pasado enero, los Centros de Tratamiento de Cólera de MSF han recibido 2.578 pacientes La higiene es fundamental para combatir esta epidemia.
© Luca Sola/MSF

Por Solenn Honorine, periodista de MSF

“¿Qué es exactamente lo que quieres? ¿Construir un punto de tratamiento de agua, o que la gente lo use?”, pregunta Eveline.

Las toscas botas de goma que llevamos puestas y nuestros chalecos llenos de polvo tras largas jornadas de trabajo, quizás no sean la vestimenta más apropiada para una “misión diplomática” de estas características, pero más o menos eso es lo que hemos venido a hacer esta mañana: escuchar, hablar, explicar y de convencer a los líderes locales sobre lo que pueden hacer para derrotar al cólera.

En el centro de tratamiento de cólera de Tete la afluencia de pacientes procedentes de Chimadzi, un barrio que está a medio camino entre lo que sería un suburbio de una gran ciudad y un pueblo tirando a grande, ha sido cada vez mayor.  Un brote de cólera se da porque el suministro de agua es insalubre y porque existe falta de higiene y de saneamiento; así que los “chicos watsan” (los especialistas en agua y saneamiento) como Mihail Papageorgiou juegan un papel clave en la respuesta a la emergencia. Él ya sabe lo que necesita instalar en la zona: una unidad de tratamiento de agua que recogerá agua del río, la limpiará, y la pondrá a disposición, de manera gratuita, de 3.000 familias.

“Este sistema de tratamiento de agua centralizado está diseñado para dar una respuesta rápida a una emergencia como esta”. Podríamos haber llegado con 20 chicos y haberlo hecho todo en tres horas; pim, pam; llegar, hacer el trabajo e irnos. Porque este es en realidad el objetivo principal de nuestra respuesta: establecer un sistema de tratamiento que permita a la gente acceder a un agua que no esté contaminada. Y técnicamente no es un asunto que reúna demasiadas complicaciones.

Sin embargo, el verdadero desafío en estos momentos radica en tratar de mejorar la comprensión y el uso correcto de este sistema por parte de la comunidad. Ya puedes estar produciendo todo el agua limpia del mundo, que si la comunidad no confía en estos sistemas o no los utiliza correctamente, el impacto que tendrás en su salud será muy pequeño. Por eso es en este momento cuando los equipos de promoción de la salud juegan un papel clave. “Queremos que la información y la educación que les demos permanezca una vez nos hayamos marchado, y eso lleva más tiempo”, dice. Mientras Mihail y el logista Iain Watermeyer examinan el área donde colocar la bomba de agua, y tratan de detectar dónde está la fuente de agua contaminada, la promotora de salud de MSF, Eveline Cleynen, charla con los líderes locales.

Gabriela, consejera de MSF, del equipo de promoción de la salud, habla con la comunidad en la aldea Degué, para explicar a la población local cómo prevenir el cólera. © Luca Sola/MSF
Gabriela, consejera de MSF, del equipo de promoción de la salud, habla con la comunidad en la aldea Degué, para explicar a la población local cómo prevenir el cólera. © Luca Sola/MSF

Manuel Faquero, el líder local, se compromete a mantener una reunión para hablar las cosas con la comunidad. “Voy a tratar de convencerlos, pero es difícil cambiar los hábitos”, dice. El cólera es una enfermedad que se transmite a través del agua; si tienes cólera es que probablemente has estado bebiendo agua sucia o que no se han respetado sencillas medidas de higiene personal, como lavarse las manos. “Deja de beber agua sucia. Lávate las manos con regularidad”. Suena sencillo, pero conseguir que esto se aplique es lo verdaderamente complicado.

A veces, la única fuente de agua que existe es esa misma que está contaminada. Y hay que tener en cuenta que mucha gente no tiene agua corriente en casa con la que lavarse las manos de una manera frecuente.  Además, hay otros factores que también entran en juego. Y entre todos ellos, podríamos destacar los siguientes: los hábitos establecidos, la falta de información o la desconfianza en el mensajero, ya sean trabajadores de las ONG o personal del gobierno.  Hay una enorme diferencia entre decirle a la gente qué tiene que hacer, y demostrarles que estás dispuesto a tratar de entender la situación.

Es importante probar y beber el agua cuando se instala un sistema de tratamiento. Y tener en cuenta otros aspectos como, por ejemplo, explicar bien por qué hacemos la cloración de un cubo. Estos hechos sirven para demostrar claramente que el cloro que estamos añadiendo no es prejudicial o que éste es la causa del cólera, como a veces se cree.

Bajamos hasta el río Chimadzi que discurre a unos diez metros de distancia de la bomba. Es caudaloso y tiene unos pocos cientos de metros de ancho, pero apenas un pie de profundidad. Las mujeres están limpiando la ropa; los niños saltan y juegan en el cauce completamente desnudos; pasa un carro tirado por burro. El lecho del río tiene marcas donde la gente coge agua: la arena actúa como filtro natural, y el agua allí es cristalina, pero está expuesta a todo tipo de contaminación.

Mikhaelis termina de recoger muestras, y pregunta a la gente qué agua prefieren beber. Las respuestas que recibe hacen que todo empiece a tener sentido: el agua de la bomba es ligeramente salada para ellos; la del río en cambio sabe a… agua. Con razón la población la prefiere, así que es algo a tener en cuenta cuando se termine el centro de tratamiento de agua.

Una vez que los primeros litros de agua tratada empiecen a salir del centro de tratamiento, la pelota estará en el tejado del equipo de promoción de salud y de los líderes locales. Habrá reuniones, habrá preguntas, y se espera que haya un cambio, al menos hasta que el brote termine.

Una de las secuelas de las inundaciones ha sido el cólera. Los pacientes enfermos de cólera reciben tratamiento en Centro de Tratamiento de Cólera  de MSF,  en el distrito de Tete , que es la zona más afectada en el país. © Luca Sola/MSF
Una de las secuelas de las inundaciones ha sido el cólera. Los pacientes enfermos de cólera reciben tratamiento en Centro de Tratamiento de Cólera de MSF, en el distrito de Tete, que es la zona más afectada del país. © Luca Sola/MSF

 

Bafoulabé y la paradoja del agua en África

Jesús López Santana desde Malí, Cruz Roja Española.

El río Senegal. (Jesús López Santana).

El río Senegal. (Jesús López Santana).

Bafoulabé significa en la lengua bambara, “donde los dos ríos se hacen uno”, pues es en la unión del Banfing y el Badgé, para formar el Río Senegal, donde se asienta esta comunidad rural de poco más de 20.000 habitantes en la región maliense de Kayes.

Hablan las griots, mujeres contadoras de historias de generación en generación, de la leyenda del hipopótamo Malí Sadio, que salió del agua y vivió como amigo de una niña junto a los habitantes de la ciudad animando su días, con cuentos, canciones y bailes. Más allá de la leyenda, hoy pueden verse hipopótamos en el río y nada más entrar en la ciudad, el visitante se encuentra con la estatua de Malí Sadio en la avenida principal, simbolizando la vinculación del agua con los habitantes del lugar. Un agua que les permite vivir de la pesca; regar sus cultivos, de arroz, mijo, patatas o zanahorias; o mantener pequeños negocios de transporte fluvial.

Para llegar desde Kayes, la capital de la región, son necesarias cuatro horas de viaje. Dos por carretera hasta el río y allí, y otras dos para pasar al otro lado en una barcaza que estos días, por avería de su motor, funciona de forma manual, con el esfuerzo de una docena de hombres. Camiones, vehículos y personas forman un conglomerado mulitcolor cruzando en uno u otro sentido.

La paradoja radica en que a pesar de esta abundancia de agua, de esta vinculación con el líquido elemento, una de las principales dificultades a las que se enfrenta la población, es la falta de acceso al agua potable y al saneamiento. Una circunstancia que, desgraciadamente en África es común, pues de los cerca de 800 millones de personas que no tienen acceso al agua en el mundo, casi la mitad, viven el continente africano.

En el hospital de referencia de la zona y en los centros de salud dependientes de él, la falta de acceso al agua supone una contradicción aún mayor: ¿cómo garantizar salud si no se dispone de agua segura y saneamiento adecuado?

En ello está trabajando el Comité Local de la Cruz Roja que, junto con sus voluntarios, han diseñado un proyecto conseguir mejorar las condiciones de acceso al agua potable, higiene y saneamiento en estos tres centros de salud. No es una tarea fácil y no disponen de recursos. Los voluntarios están en contacto directo con sus vecinos, son conocedores de la realidad y la viven en primera persona, pues no en vano, son miembros de la comunidad. Esa cercanía, genera confianza y supone un valor añadido a la acción.

Cruz Roja Española, que tiene presencia permanente en Malí desde hace más de una década, está colaborando en esta iniciativa, a la que también se ha sumado la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo financiando el proyecto. Aún en su estadío inicial, va a mejorar las condiciones de vida de más de 30.000 personas, que en breve verán como sus centros de salud, cuentan con las capacidades necesarias para garantizar una atención de mayor calidad, un acceso al agua segura, mejora de la higiene, control de residuos médicos…

Más allá de las emergencias, que graban en la retina las acciones de la cooperación internacional, este modelo, el trabajo en la comunidad, más lento, más laborioso, a largo plazo y menos mediático, es la garantía para el desarrollo, para mitigar las diferencias Norte-Sur y, sobre todo, para asegurar que el derecho humano universal del acceso al agua es una realidad.

Una barcaza en Bafoulabé. (Jesús López Santana)

Una barcaza en Bafoulabé. (Jesús López Santana)

Agua en Colombia: de realismo mucho, de mágico nada

Por Gabriel Díaz, cooperante de Global Humanitaria

Cuando llegué por primera vez a trabajar a Tumaco (Colombia), en el año 2000, hacía muy poco tiempo se había creado el barrio de invasión (asentamiento) llamado 11 de noviembre, día en el que Cartagena de Indias se declaró independiente de España en 1811. Pero aquel panorama nada tenía que ver con emancipación alguna, ni con el realismo mágico de Macondo. Mejor dicho: de realismo mucho, de mágico nada.

El 11 de noviembre se asentaba sobre un vertedero, uno de los mayores basurales de esa ciudad-puerto situada al sur del país, que tenía por entonces unos 150.000 habitantes. Encima de los desechos orgánicos e inorgánicos los recién llegados habían montado senderos con estrechos tablones, los mismos con que construyeron sus chabolas. Así se fueron amontonando decenas de familias.

Entre la consternación y la indignación, mis ojos de principiante vieron cómo la putrefacción de la comida y los excrementos humanos se mezclaban con el de las gallinas y los perros, fundidos a su vez con miles de bolsas de plástico y botellas de vidrio. Para las ratas, un banquete. Sobre ese mismo “terreno” correteaban los niños, que jugaban, reían y también tosían, roncamente, como una persona de 60 años. Recuerdo que una alborotada nube de moscas y mosquitos los perseguía.

Por aquel entonces, en Tumaco era poco recomendable hablar en público del conflicto armado colombiano. Hoy ya nadie calla, todos saben que allí se concentran, para colmo de males, grupos guerrilleros vinculados al narcotráfico y bandas criminales, enfrentados al ejército y la armada. Por ubicarse en un punto estratégico del océano Pacífico, esta ciudad es una de las más violentas de Colombia, pero a pesar de eso siguen llegando campesinos desplazados por la guerra.

Los asentamientos de Tumaco carecen de agua potable y saneamiento, porque la ciudad no tiene y probablemente no tendrá nunca la logística necesaria para la llegada de tantas familias (unas 11.000 hasta el momento). En el casco urbano y el cordón de asentamientos que lo rodea, el agua potable es un lujo al que no puede acceder más del 60% de la población. Y si echamos la vista atrás, comprobamos que siempre ha sido un lujo, porque se trata de un territorio habitado por descendientes de esclavos, los grandes marginados de la Colombia que progresa y ofrece seguridad a los inversores extranjeros.

agua-blog

La imagen de nuestro fotógrafo Juan Díaz lo muestra todo. Es una burla a la inteligencia humana que las grandes multinacionales (salvo algunas excepciones) se enriquezcan con el mercado de agua envasada mientras sigan existiendo situaciones como las de Tumaco. Allí, con suerte, tras caminar con mucha paciencia o esperar al camión cisterna -que puede aparecer una vez por semana- los habitantes consiguen dar con esta fuente esencial para la vida.

¿Cómo es posible que un bien común como el agua se privatice si el acceso al mismo no está garantizado? ¿No se tendría que poner freno a la mercantilización del agua y exigir a los Estados que garanticen este derecho al que no acceden 770 millones de personas en el mundo?

Global Humanitaria se lo ha preguntado a la física, ecologista y activista india, Vandana Shiva, y aquí van algunas de sus respuestas: “El agua es la sangre misma de la vida. El 70% del planeta, el 70% de las plantas, el 70% de nuestro cuerpo es agua. Sin agua no hay vida. El agua circula a través de todas las especies y por el ciclo hidrológico, que nos conecta a todos en una comunidad. Es la comunidad del agua”.

“El agua no es una invención humana y no tiene fronteras. Es por naturaleza un bien común. No puede ser de propiedad como la propiedad privada y venderse como una mercancía. Nadie tiene el derecho de abusar, de malgastar, verter residuos o contaminar los sistemas de agua. El agua es intrínsecamente diferente de otros recursos y sus productores. No puede ser tratada como una mercancía”.

Con motivo del Día Mundial del Agua  el pasado 22 de marzo, podemos afirmar que, hoy por hoy, el acceso al agua potable es una cuestión de poder, que constituye parte de un codiciado mercado, un festín en el que la regulación por parte de los Estados es la gran ausente.

Os invitamos a leer la entrevista completa en nuestra revista Global 33.

Cosas en las que pensar: las tareas de limpieza

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Ocurrió todo tan deprisa que me quedé congelado: no sabía qué hacer. El niño estaba en estado de shock y su estado podría haber derivado en cualquier cosa: tanto podía ponerse a llorar como romper a reír. Pero cuando la segunda ola de agua llegó a sus pies, salpicándole ligeramente las espinillas, estaba claro que, más bien, rompería a llorar.

Era cuestión de segundos y no había nada que yo pudiera hacer. Su hermano mayor, acostado en una cama, se reía de él y de sus pies bañados en agua mientras sostenía, como paralizado, un buñuelo a medio camino entre la bolsa de plástico y la boca. Simplemente no podía entender lo que pasaba. Era demasiado para él, estaba estupefacto. Por fin llegaron las lágrimas y, tras arrugar la cara, rompió a llorar.

¿Pero que estaba hacienda esta señora? Si le preguntas, te dirá que sólo estaba fregando. Pero desde mi punto de vista, su técnica era algo cuestionable: tiraba el agua al suelo, justo entre la línea de camas y la pared, sin importarle si había personas en la trayectoria, y luego la empujaba, parte de ella directamente hacia el pequeño. Era esa segunda “ola” de agua lo que puso de los nervios al crío. Molesta con los lloros, decidió sacarle de en medio y, cogiéndole del brazo, le sentó en la cama junto con su hermano. Y este estaba encantado claro, ya que además de poder seguir riéndose de él, ahora tenía la bolsa de buñuelos más cerca.

Vaya golpe de suerte para el hermano mayor. Por mi parte, me daba un poco de vergüenza estar divirtiéndome con la escena y también algo de desconsuelo ya que, cada vez que la veía tirar agua a los pies del chaval, intentaba hacer algo, pero no podía. La distancia que nos separaba, la barrera del idioma y tener las manos ocupadas me impidieron pasar a la acción. Estaba sentado en primera fila del espectáculo, pero no podía evitar las lágrimas del pequeño. Ni siquiera conseguí un buñuelo…

Pero hablando en serio, lo más curioso de todo es que si estaba en aquella sala en ese momento era precisamente porque había ido a preguntar a los enfermeros y a los responsables clínicos qué opinaban de la organización actual del trabajo de las limpiadoras, y si pensaban que podía mejorarse. Así que, siendo como soy también el responsable de que las tareas de limpieza funcionen, de alguna manera esta era precisamente el tipo de escena que necesitaba ver con mis propios ojos.

Para ser sincero, he de admitir que en el hospital los niños siempre están llorando, y que en general lo hacen por causas más justificadas, como por ejemplo cuando les pinchan para hacerles un análisis de sangre, les ponen una inyección o les colocan una vía intravenosa. Aunque también he visto a un niño fuera de sí porque no quería que le pesasen y su madre se reía de él. ¿Y este crío llora sólo por un poco de agua? Es lo que haría un bebé, aunque es cierto que apenas tendría unos meses más que un bebé.

También tengo que puntualizar que las limpiadoras son muy simpáticas y agradables. Como es evidente, me comunico con ellas a través de nuestro traductor de árabe, pero en nuestras reuniones siempre hay sonrisas, intentos de comunicarnos por gestos y algunas risas. No me hacen llorar, desde luego. Ya en las primeras reuniones se mostraron muy abiertas a participar en formaciones y a reorganizar sus rutinas, y nos han proporcionado información valiosa sobre las necesidades que ellas han identificado y las posibles mejoras.

No es fácil llegar e intentar cambiar la forma que la gente tiene de hacer las cosas, pero a veces es necesario. Así que al poco de llegar, tuvimos una semana de mucho trabajo en el departamento de limpieza. Reorganizamos los colores de los cubos que se utilizan para clasificar cada tipo de residuo y para cada tarea de limpieza. Sí, lo sé, ¡emocionante! Bueno, vale, no tanto… Organizar cubos no suena demasiado “cool” pero la verdad es que estos últimos días, al pasearme y ver los colores correctos en los sitios adecuados, me he puesto muy contento.

En las salas de ingreso de maternidad y pediatría, hay tres limpiadoras que se turnan durante las 24 horas del día, mientras que en las zonas de consulta externa y en el quirófano tenemos solamente turnos en las horas de actividad, durante el día. Pero a pesar de haber servicio continuado de limpieza en las salas de hospitalización, estas no están lo bastante limpias. O sería mejor decir que la situación puede mejorar. Hay guías que indican lo que hay que limpiar, con cuánta frecuencia y con qué tipo de producto, ya sea detergente o solución de cloro. Así que vamos a tener que insistir de nuevo en todo ello, incorporarlo en la práctica diaria y supervisar que se lleva a cabo.

Una cosa que ha mejorado, aunque sigue sin ser perfecta, es la quema de carbón en pequeños recipientes de metal en el vestíbulo trasero de la sala de pediatría, con el fin de calentar la leche para los niños. Aunque parezca mentira, antes de que empezáramos a trabajar aquí, esa actividad se realizaba dentro de los edificios, a veces incluso junto a las camas de los niños. Aparentemente terminamos con esa práctica hace algunos meses, pero me he tropezado ya una vez con una de estas pequeñas “barbacoas” dentro del vestíbulo.

Se lo comenté al encargado de logística del hospital, que se limitó a encogerse de hombros y decir que es “culturalmente inevitable” que lo hagan. Me explicó que cocinan dentro de los “tukules” (cabañas de ladrillo y techo de paja) y que por eso probablemente tampoco le dan importancia a que haya humo dentro del hospital. Pero esta costumbre no puede continuar. La cultura local tendrá que ceder en este punto.

El horario de limpieza tampoco es el más apropiado, como inundar y fregar toda la sala justo cuando empiezan las rondas de los médicos y cuando niños que detestan mojarse los pies descalzos andan por allí preparados para echarse a llorar. No es el momento más oportuno desde luego. Así que una de las mejoras más importantes en las que estamos trabajando con las limpiadoras es establecer una rutina de trabajo que no interfiera con las actividades médicas. Esto, por supuesto, requiere también cierta colaboración del personal sanitario, así como más observación directa por mi parte. Así que, bueno, me temo que aún tendrán que derramarse algunas lágrimas…

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Foto: Quirófano del hospital de MSF en Agok, en la región de Abyei, Sudán del Sur. (© Maimouna Jallow/MSF).