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Una nueva ciudad en el desierto

A las afueras de un pueblo polvoriento de Iraq, está floreciendo una nueva ciudad. Cada día, cientos de personas llegan al campamento de desplazados de Debaga.

“400 de los que estamos aquí nos fuimos juntos”, cuenta Ali*, que al igual que otros muchos residentes del campamento es de Haji Ali, al sur de Mosul, en la provincia de Ninewa. Huyeron durante la escalada del conflicto en su pueblo, cuando el grupo armado de la oposición, que llevaba dos años en el poder, comenzó a perder terreno. “Nos escapamos y nos fuimos hacia el río Tigris”, dice.

En el camino que lleva a la entrada del campamento, los vehículos reducen la marcha hasta avanzar al paso de las personas. Las familias llegan como pueden: a pie, apiñados en coches destartalados o en la parte trasera de camionetas. En el arcén hay una fila de casetas y refugios. En uno de ellos, un hombre corta con una sierra un bloque grande de hielo. En otro, tres niños se esconden del calor abrasador bajo una lona azul.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

© UNICEF/UN025325/Mackenzie
Ali*, de 75 años, llegó al campamento después de caminar durante dos días para escapar del conflicto de su pueblo. Anduvo junto a otros cientos de habitantes de su pueblo. Su grupo se vio atrapado en el conflicto y dos personas resultaron heridas de bala. Los militantes abdujeron a su hijo después de tomar el control del pueblo hace dos años. “No sabemos qué fue de él”, dice. “No hemos vuelto a saber nada”.

Hace un calor sofocante. Las calles están llenas de camiones que transportan agua y ayuda humanitaria de emergencia. Muchos de los niños que hay van descalzos. La mayoría de las personas salieron de sus casas tan deprisa que la única ropa que tienen es la que llevaban puesta cuando escaparon.

“Unos hombres armados entraron en nuestra casa y comenzaron a disparar. Querían obligarnos a ir a otro lugar para utilizarnos como escudos humanos”, cuenta Fatima*, familiar de Ali.

Debaga se construyó para albergar únicamente a las familias desplazadas que vivían en emplazamientos informales de la zona. En noviembre de 2015 –aproximadamente, un mes después de su apertura– el campamento de Debaga ya acogía a 3.300 personas. Desde entonces, el número ha crecido diez veces más.

Rápidamente, el campamento se amplió a un estadio de deportes cercano, y cerca de allí se está construyendo otro asentamiento. En la actualidad, hay más de 30.000 personas repartidas entre los tres asentamientos, y se estima que en los próximos meses llegarán 15.000 más.

El segundo asentamiento, llamado simplemente El Estadio, es un campo de fútbol de césped seco flanqueado por dos grandes gradas. En tiempos mejores fue un terreno de juego en el campo donde los niños solían pasarse la pelota de aquí para allá. Ahora, alberga filas de tiendas rodeadas por una alambrada.

© UNICEF/UN027628 Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

© UNICEF/UN027628
Una familia que dejó hace poco su pueblo y llegó al campamento de Debaga se reúne en su tienda. Después de huir de su hogar la casa quedó destruida, pero Abu Omar, el padre, aseguró: “Mi familia es lo más importante. Estamos a salvo. Eso es lo que importa”.

“Escapamos por la noche”, cuenta Nektal. “En total, éramos unos 200 habitantes del pueblo. Caminamos hasta Makhmour y allí nos ayudaron a llegar hasta aquí”.

Mientras cruzaban una tierra de nadie entre grupos armados, el hermano pequeño de Nektal pisó una mina terrestre. “No pudimos llevarlo con nosotros, tuvimos que dejarlo ahí”, explica Nektal.

A la entrada del Estadio hay dos tiendas grandes llenas de mujeres y niños esperando para ser alojados en una tienda individual. Sanar está cuidando de Salafia, una niña alegre con la cara regordeta y una cicatriz en el antebrazo izquierdo.

“Una bomba rompió una ventana de nuestra casa”, explica Sanar. “Los cristales rotos le cayeron en el brazo. Ella estaba dormida cuando sucedió; de hecho, siguió durmiendo”.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

© UNICEF/UN027632/Mackenzie
Unos niños juegan en un balancín improvisado en una de las nuevas extensiones del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Sanar huyó con 12 miembros de su familia y juntos realizaron a pie el trayecto de seis horas. Cuando llegó al campamento de Debaga, recibió un kit de emergencia distribuido como parte del Mecanismo de Respuesta Rápida liderado por UNICEF. Los alimentos, el agua y los suministros de higiene incluidos en el kit están ayudando a su familia a salir adelante durante los primeros días en el campamento.

En el exterior de la tienda hay decenas de personas en fila que llevan cubos y esperan para recibir agua. Contar con agua limpia y adecuada es uno de los asuntos más urgentes en el campamento. Cada día, UNICEF transporta en camiones 945.000 litros de agua potable, lo que corresponde a 35 litros por persona. UNICEF, además, está proporcionando duchas y letrinas y evaluando constantemente la calidad del agua para garantizar que siga siendo segura.

El plan a largo plazo consiste en perforar hasta seis pozos. Pronto se comenzará a trabajar en un canal de agua que distribuirá el agua por el campamento y, al mismo tiempo, acabará con la necesidad de enviar 60 camiones distribuidores cada día.

En el principal centro de tránsito del campamento, dos nuevos contenedores prefabricados se están instalando junto a la clínica del campamento. Los equipos de salud y nutrición de UNICEF utilizarán los contenedores como unidades permanentes de supervisión de inmunización y crecimiento. En todo el campamento, los trabajadores de la salud, vestidos con batas blancas, garantizan que los niños estén al día con las vacunas esenciales contra la poliomielitis, el sarampión y otras enfermedades prevenibles.

A la vuelta de la esquina, los niños juegan en un espacio adaptado para ellos establecido con la ayuda de UNICEF. Estos lugares brindan a los niños la oportunidad de hacer deporte, aprender música, crear arte, pasar tiempo con los amigos y, en definitiva, volver a ser niños.

Mientras el conflicto de Iraq sigue ocasionando nuevas oleadas de desplazamientos, escenas como las de Debaga se harán cada vez más frecuentes.

Foto 4 © UNICEF/UN025353/Mackenzie Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

Foto 4
© UNICEF/UN025353/Mackenzie
Unos niños corren hacia una tormenta de arena pasajera en un terreno que se está preparando para ser otra extensión del campamento para desplazados de Debaga, conocido como Debaga Dos.

“Las dificultades logísticas son enormes”, asegura el Jefe de la Oficina de Erbil, Maulid Warfa. “La situación es muy fluida y cambia constantemente. Estamos proporcionando suministros de emergencia, así como agua y saneamiento. Hemos abierto dos espacios adaptados para la infancia y estamos vacunando a los niños; pero esto es solo el principio. Tenemos mucho trabajo por delante. Quedan miles de personas por llegar”.

*Los nombres se han cambiado

 

 

 

 

Chris Niles

Consultora de comunicación en emergencias de UNICEF Iraq

Plan International responde al fenómeno El Niño en Indonesia

Las familias reciben agua potable de tanques instalados por Plan International

Las familias reciben agua potable de tanques instalados por Plan International

“Estoy feliz por no tener que beber más agua de los estanques”, cuenta Lenti, una niña de 10 años que vive en la provincia indonesa de Nusa Tenggara Oriental, donde Plan International acaba de instalar tanques de agua potable.

En los últimos siete meses, Lenti y su familia se han visto obligados a consumir agua contaminada que sacaban de una cuenca fluvial a los pies de las colinas vecinas. El agua de la reserva se ha utilizado para el baño y otras necesidades domésticas.

Desde que la prolongada sequía provocada por el fenómeno meteorológico El Niño afectó a esta zona, los vecinos de muchos pueblos se han quedado sin acceso a agua potable. Los depósitos de los tanques de las casas se han secado, y la única fuente de agua es la reserva que cada vez está más vacía y turbia.

Donde Lenti vive, hay al menos 10.000 niños y niñas amenazados por enfermedades transmitidas por el agua que no tienen más opción que consumir comida cocinada con agua contaminada.

«Esta es nuestra situación ahora mismo. La salud no puede seguir siendo una preocupación para nosotros porque no tenemos elección ni oportunidades para conseguir agua potable”, dice Amandus, uno de los vecinos.

Desde finales de marzo, Plan International en Indonesia ha suministrado 5.000 litros de agua potable al día a las ciudades afectadas por la sequía provocada por el fenómeno El Niño.

“La cantidad de agua que suministramos es sólo para el consumo y no puede cubrir todas las necesidades domésticas de una familia. Nuestra prioridad es disminuir el riesgo de contraer determinadas enfermedades por beber agua no potable”, explica Nasrus Syukroni, experto en emergencias de Plan International en Indonesia.

Foto: Amandus

Un vecino recoge el agua que suministra Plan International

Aunque el agua distribuida es mínima, los miembros de la comunidad ya están notando los efectos positivos que los tanques han supuesto en sus hogares.

“Normalmente tengo que comprar agua todos los días pero desde que recibo agua potable, ya no necesito comprarla”, explica Sadik, de un pueblo en el distrito de Aesesa. Aquí los vecinos se han visto obligados a comprar agua para cocinar y beber, gastando una media de 20.000 rupias indonesas al día para adquirir 500 litros de agua.

Desde el principio, Plan International ha priorizado la distribución de kits para agua (bidones, equipos de depuración) para garantizar que todos los niños y niñas tengan acceso a agua potable. De esta manera, se ha reducido el riesgo de contraer enfermedades transmitidas por el agua.

“Hemos establecido los lugares más accesibles y seguros en los que instalar tanques de agua. Nos hemos coordinado con el gobierno y los voluntarios locales para que los niños y niñas puedan acceder facilmente al agua”, declara Mahmud Abdurrahman, miembro del equipo de Plan International en Indonesia.

La organización de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria Plan International alerta de la necesidad de protección de niños y niñas ante los efectos del fenómeno El Niño y recuerda que la infancia es la población más vulnerable en sequías e inundaciones, que podrían intensificarse el primer trimestre de 2016.

“Ante los efectos que está provocando El Niño en todo el mundo, es necesario proteger los derechos de la infancia y garantizar su acceso a agua potable, teniendo en cuenta el riesgo de enfermedades como el cólera y  el dengue, la inseguridad alimentaria y la pérdida de educación de los niños y niñas”, asegura la Directora General de Plan International España, Concha López.

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

Blanca Carazo, responsable de proyectos de UNICEF Comité Español

Es un jueves del mes de junio, cerca de las dos de la tarde cuando llegamos a la comunidad de Gbandú, en la región Norte de Ghana. Casas circulares de adobe con techos de paja, el suelo llano de tierra roja, salpicado aquí y allá de árboles de karité, sensación de calma y un calor constante.

En el centro del pueblo, reunidos bajo un gran árbol, nos espera un grupo de hombres y mujeres sentados, y una fila de sillas listas para recibirnos. Nos instalamos y comienzan las presentaciones: el jefe del pueblo, los ancianos, las mujeres líderes, el líder de la comunidad musulmana, el de la comunidad católica… A Chetoun, compañero de UNICEF en Tamale y responsable del programa en Gbandú, le dicen entre risas que no se presente, que ya le conocen todos.

A un lado, uno de los notables de la comunidad mantiene tapadas dos pequeñas ollas de porcelana. ¿Qué habrá dentro? Al poco rato acerca una de ellas al centro del círculo y la destapa, descubriendo un líquido marrón y turbio. Por un momento nos tememos que sea alguna bebida de la zona con la que quieran obsequiarnos (ups!). Parecen mirarnos con una mezcla de diversión y curiosidad.

Uno de ellos dice algo en el idioma local y parece esperar que le respondamos. Miramos al traductor. “Dice que, si hubieran venido hace un año, este es el agua que les hubiéramos ofrecido”. Hay risas entre los hombres y mujeres sentados, (¡y alivio en nuestra fila de sillas!). A continuación acercan la otra olla y la destapan: está llena de agua transparente. Todos sonreímos.

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

© Blanca Carazo / UNICEF

Sencillamente fantástico. Dos ollas, la de agua turbia y la de agua transparente. Antes y ahora. Poderoso símbolo de cambios visibles y de gran impacto para los niños y familias de Gbandú.

A partir de ese momento, y ante la pregunta de qué han supuesto los programas de agua y saneamiento de UNICEF en sus vidas, hombres y mujeres se quitan la palabra para contarnos: «Ahora nuestros niños ya no se enferman; podemos dedicar a otras actividades el tiempo que antes necesitábamos para cuidarlos». «Sabemos construir letrinas y cómo usarlas. Cuando están llenas las tapamos y construimos otras; y al cabo de un tiempo sacamos composta«. «Ahora tenemos tiempo para fabricar y vender manteca de karité; antes pasábamos el 70% de nuestro tiempo buscando agua, y teníamos miedo al ataque de serpientes». «Hemos aprendido a organizarnos«.

Y no es solo lo que dicen. Es cómo lo dicen; el orgullo y el compromiso que muestran con lo que han logrado; el énfasis que ponen en explicar cómo han trabajado todos juntos, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes, musulmanes y cristianos; y cómo todos contribuyen a conservar su comunidad limpia y las letrinas en buen estado, cómo han organizado la gestión de la fuente de agua… En definitiva, cómo, más allá del apoyo de UNICEF y de las autoridades del distrito, este es un proyecto de las gentes de Gbandú, y para las gentes de Gbandú.

Tras la asamblea, damos un paseo por la comunidad, limpísima. Nos muestran las letrinas familiares, con un cubo de ceniza para echar un puñado después de cada uso y sin ningún tipo de mal olor. Y, como colofón, la visita a la joya de la comunidad, el depósito y la fuente de agua con cuatro grifos.

Durante años se intentaron construir pozos pero en esta zona no hay agua subterránea accesible. Finalmente, en 2014, UNICEF logró financiación para instalar tuberías y canalizar agua desde la depuradora situada a 4 km y construyó el sistema. Cada día, de 6 a 9 por la mañana, y de 4 a 7 por la tarde, las familias se acercan con sus cubos para llevar el agua a las casas a cambio de una pequeña cuota. El resto del tiempo se mantienen los grifos cerrados con candado, para evitar despilfarros y asegurar que el acceso es igual para todos.

Aguas de cambio en Gbandú, Ghana

© Blanca Carazo / UNICEF

Aún una ultima anécdota. Existe otro depósito en el pueblo, en la mezquita. Cuando se estaba construyendo el sistema de agua, se planteó llevar la tubería también hasta ahí. Sin embargo, se decidió no hacerlo para asegurar que todos los habitantes de Gbandú tenían los mismos derechos y el mismo acceso al agua. Impresionante ejemplo de convivencia e igualdad de oportunidades.

Salimos de Gbandú entre saludos amables y apretones de manos, y alguna solicitud de matrimonio a la más rubia del grupo. Y nos vamos con una sensación reconfortante. La de ver y vivir cambios reales. La de haber constatado que se puede pasar de agua turbia a agua clara; de un futuro incierto a otro con horizontes despejados. Y de que eso pasa por la participación y la «apropiación» de esos cambios por parte de niños y familias.

Desde aquí, nuestro agradecimiento a las gentes de Gbandú, por compartir su experiencia y por ayudarnos a seguir creyendo.