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Cosas en las que pensar: las tareas de limpieza

Por Emmett Kearney (Médicos Sin Fronteras, Sudán del Sur)

Ocurrió todo tan deprisa que me quedé congelado: no sabía qué hacer. El niño estaba en estado de shock y su estado podría haber derivado en cualquier cosa: tanto podía ponerse a llorar como romper a reír. Pero cuando la segunda ola de agua llegó a sus pies, salpicándole ligeramente las espinillas, estaba claro que, más bien, rompería a llorar.

Era cuestión de segundos y no había nada que yo pudiera hacer. Su hermano mayor, acostado en una cama, se reía de él y de sus pies bañados en agua mientras sostenía, como paralizado, un buñuelo a medio camino entre la bolsa de plástico y la boca. Simplemente no podía entender lo que pasaba. Era demasiado para él, estaba estupefacto. Por fin llegaron las lágrimas y, tras arrugar la cara, rompió a llorar.

¿Pero que estaba hacienda esta señora? Si le preguntas, te dirá que sólo estaba fregando. Pero desde mi punto de vista, su técnica era algo cuestionable: tiraba el agua al suelo, justo entre la línea de camas y la pared, sin importarle si había personas en la trayectoria, y luego la empujaba, parte de ella directamente hacia el pequeño. Era esa segunda “ola” de agua lo que puso de los nervios al crío. Molesta con los lloros, decidió sacarle de en medio y, cogiéndole del brazo, le sentó en la cama junto con su hermano. Y este estaba encantado claro, ya que además de poder seguir riéndose de él, ahora tenía la bolsa de buñuelos más cerca.

Vaya golpe de suerte para el hermano mayor. Por mi parte, me daba un poco de vergüenza estar divirtiéndome con la escena y también algo de desconsuelo ya que, cada vez que la veía tirar agua a los pies del chaval, intentaba hacer algo, pero no podía. La distancia que nos separaba, la barrera del idioma y tener las manos ocupadas me impidieron pasar a la acción. Estaba sentado en primera fila del espectáculo, pero no podía evitar las lágrimas del pequeño. Ni siquiera conseguí un buñuelo…

Pero hablando en serio, lo más curioso de todo es que si estaba en aquella sala en ese momento era precisamente porque había ido a preguntar a los enfermeros y a los responsables clínicos qué opinaban de la organización actual del trabajo de las limpiadoras, y si pensaban que podía mejorarse. Así que, siendo como soy también el responsable de que las tareas de limpieza funcionen, de alguna manera esta era precisamente el tipo de escena que necesitaba ver con mis propios ojos.

Para ser sincero, he de admitir que en el hospital los niños siempre están llorando, y que en general lo hacen por causas más justificadas, como por ejemplo cuando les pinchan para hacerles un análisis de sangre, les ponen una inyección o les colocan una vía intravenosa. Aunque también he visto a un niño fuera de sí porque no quería que le pesasen y su madre se reía de él. ¿Y este crío llora sólo por un poco de agua? Es lo que haría un bebé, aunque es cierto que apenas tendría unos meses más que un bebé.

También tengo que puntualizar que las limpiadoras son muy simpáticas y agradables. Como es evidente, me comunico con ellas a través de nuestro traductor de árabe, pero en nuestras reuniones siempre hay sonrisas, intentos de comunicarnos por gestos y algunas risas. No me hacen llorar, desde luego. Ya en las primeras reuniones se mostraron muy abiertas a participar en formaciones y a reorganizar sus rutinas, y nos han proporcionado información valiosa sobre las necesidades que ellas han identificado y las posibles mejoras.

No es fácil llegar e intentar cambiar la forma que la gente tiene de hacer las cosas, pero a veces es necesario. Así que al poco de llegar, tuvimos una semana de mucho trabajo en el departamento de limpieza. Reorganizamos los colores de los cubos que se utilizan para clasificar cada tipo de residuo y para cada tarea de limpieza. Sí, lo sé, ¡emocionante! Bueno, vale, no tanto… Organizar cubos no suena demasiado “cool” pero la verdad es que estos últimos días, al pasearme y ver los colores correctos en los sitios adecuados, me he puesto muy contento.

En las salas de ingreso de maternidad y pediatría, hay tres limpiadoras que se turnan durante las 24 horas del día, mientras que en las zonas de consulta externa y en el quirófano tenemos solamente turnos en las horas de actividad, durante el día. Pero a pesar de haber servicio continuado de limpieza en las salas de hospitalización, estas no están lo bastante limpias. O sería mejor decir que la situación puede mejorar. Hay guías que indican lo que hay que limpiar, con cuánta frecuencia y con qué tipo de producto, ya sea detergente o solución de cloro. Así que vamos a tener que insistir de nuevo en todo ello, incorporarlo en la práctica diaria y supervisar que se lleva a cabo.

Una cosa que ha mejorado, aunque sigue sin ser perfecta, es la quema de carbón en pequeños recipientes de metal en el vestíbulo trasero de la sala de pediatría, con el fin de calentar la leche para los niños. Aunque parezca mentira, antes de que empezáramos a trabajar aquí, esa actividad se realizaba dentro de los edificios, a veces incluso junto a las camas de los niños. Aparentemente terminamos con esa práctica hace algunos meses, pero me he tropezado ya una vez con una de estas pequeñas “barbacoas” dentro del vestíbulo.

Se lo comenté al encargado de logística del hospital, que se limitó a encogerse de hombros y decir que es “culturalmente inevitable” que lo hagan. Me explicó que cocinan dentro de los “tukules” (cabañas de ladrillo y techo de paja) y que por eso probablemente tampoco le dan importancia a que haya humo dentro del hospital. Pero esta costumbre no puede continuar. La cultura local tendrá que ceder en este punto.

El horario de limpieza tampoco es el más apropiado, como inundar y fregar toda la sala justo cuando empiezan las rondas de los médicos y cuando niños que detestan mojarse los pies descalzos andan por allí preparados para echarse a llorar. No es el momento más oportuno desde luego. Así que una de las mejoras más importantes en las que estamos trabajando con las limpiadoras es establecer una rutina de trabajo que no interfiera con las actividades médicas. Esto, por supuesto, requiere también cierta colaboración del personal sanitario, así como más observación directa por mi parte. Así que, bueno, me temo que aún tendrán que derramarse algunas lágrimas…

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Foto: Quirófano del hospital de MSF en Agok, en la región de Abyei, Sudán del Sur. (© Maimouna Jallow/MSF).