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Archivo de la categoría ‘República Democrática del Congo’

¿Quién se enconde en la niebla?

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Las carreteras polvorientas de color canela se están embarrando. Comienza la época de lluvias… En una bonita y brillante mañana, después de una larga noche de fuertes lluvias, dejé uno de los proyectos de MSF para dirigirme hacia otro.

El proyecto de MSF tiene su base en Kivu Sur, en el centro sanitario de Kalonge. Esta zona está rodeada por el Parque Nacional Kahuzi-Biega, donde hay actores armados de todos los bandos.

El marrón rojizo de las carreteras contrastaba con el maravilloso verde oscuro del Kahuzi-Biega. Me quedé absorta en la belleza de la naturaleza que nos rodeaba, intentando vislumbrar algún mono saltador o algún pájaro. Pero me despertaron los militares del ‘check point’…

Tuvimos que volver a la base, porque se había producido un tiroteo en la carretera algunos kilómetros más adelante. El ver a un grupo de militares del Ejército congoleño, las FARDC, corriendo para coger sus kalashnikovs hizo que se nos disparara la adrenalina, así que giramos 180 grados en menos de lo que canta un gallo

Más tarde, nos enteramos de que un grupo de la milicia ruandesas hutu, el FDLR, había atacado a una patrulla militar y robado un camión. Un militar resultó muerto.

¿Quién se esconde realmente detrás de la jungla de este parque? ¿Monos y pájaros o grupos armados de rebeldes a la espera de su próximo objetivo?

El escenario de seguridad cambia cada día en la República Democrática del Congo. Tras la aparente tranquilidad de la rutina diaria, siempre hay un miedo subyacente a que estalle algún conflicto. La felicidad está tan cerca de la tristeza…

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Fotos: Haut Plateaux, RDC (© Stella Evangelidou)

Por un poco de combustible (II parte)

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Todas las reacciones psicológicas son respuestas normales a una experiencia traumática. Las principales categorías de los síntomas de salud mental que nos encontramos entre las víctimas del accidente del que os hablé en mi anterior post fueron los siguientes:

Síntomas disociativos

K. era un paciente sin problemas físicos. En la semana que siguió al suceso, no pronunció palabra. En el momento del accidente, estaba en el cine del pueblo, una choza de paja situada al borde de la carretera. Estaba viendo el Mundial de Fútbol con sus amigos, el partido entre Brasil y Uruguay. Corrió para escapar de las llamas. Sobrevivió. Sus amigos quedaron atrapados en el fuego y murieron delante de sus ojos.

Revivir el suceso

A. era la mujer de uno de los pacientes hospitalizados. Se quedaba en el hospital para cuidarle. Ella revivía el accidente y sufría desórdenes del sueño por culpa de las pesadillas. El camión, la multitud gritando mientras corre para escapar de las llamas, el fuerte olor de la gasolina…

Comportamiento de evitación

D. era una de nuestras pacientes pediátricas. La casa de su familia se quemó en el accidente. Se negaba a aceptarlo. A pesar de que su padre se lo había explicado, esperaba regresar a su casa cuando la diéramos de alta. Al darle unos lápices de colores y papel para que dibujara a su familia, ella dibujaba una bonita casa multicolor con un jardín lleno de animales y flores. «Quiero irme a casa», me decía en swahili.

Síntomas de alerta

U. era enfermero. El olor que emana de la incineradora de basura que tenemos en el hospital le recordaba al accidente. Aquel día, estaba solo en la sala de urgencias del hospital del pueblo cuando llegaron 70 personas con graves quemaduras. Sus compañeros llegaron dos horas después… Aquel día, trabajaron toda la noche.

Reacciones de ansiedad

K. era un paciente muy agresivo con el personal de enfermería. Sufría fuerte dolores debido a las quemaduras. Al principio, a pesar de las objeciones de MSF, vino mucha gente a la sala de tratamiento para fotografiar y filmar a los pacientes quemados. Estas visitas fueron muy estresantes para pacientes como K., que pensaban que aquellas personas estaban recabando información para acusarles de robar la gasolina durante el accidente.

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Foto superior: Una pequeña paciente con quemaduras a consecuencia del accidente. Sange, RDC (© Stella Evangelidou).

Foto inferior: «Dibujo de mi pueblo, Sange». Paciente de 8 años ingresado tras el accidente (© Stella Evangelidou).

Por un poco de combustible (I parte)

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Hace unos meses un simple accidente de camión provocó cerca de 250 muertos y unos 50 heridos graves en el pueblo de Sange.

El camión maniobraba por un lateral de la carretera cuando se estrelló. Transportaba gasóleo. Los vecinos de la zona se acercaron para recoger el combustible que se salía del tanque, ¡regalo de Dios! Dos horas después se produjo una explosión, y la gente que se había reunido allí quedó atrapada por el fuego. Muchos murieron en el acto, otros resultaron heridos.

MSF intervino de inmediato para atender las necesidades médicas y psicológicas de los pacientes hospitalizados. Les atendimos en los hospitales de Sange y Panzi. El programa de salud mental que puse en marcha acompañaba a la atención médica, para así responder a las reacciones psicológicas que los pacientes pudieran experimentar en los dos meses siguientes al accidente.

En este primer periodo, los principales objetivos eran reducir el estado de estrés durante la fase aguda, y prevenir problemas post-traumáticos a largo plazo entre las víctimas directas e indirectas del incendio.

Nuestras actividades psicológicas estaban dirigidas a atender las necesidades de los pacientes hospitalizados, pero también de sus familiares y cuidadores, y del equipo médico que trabajó largas horas para brindarles una atención de calidad.

Cuando entré en la habitación en la que esperaban los familiares de los heridos, una niña pequeña, G., se me acercó. Me enseñó una foto: era de su padre, hospitalizado en la sala de tratamiento. Tenía todo el cuerpo quemado y el rostro desfigurado. Murió unos días después. La foto y el sufrimiento del duelo…

La pequeña D., de 8 años, cogió los lápices de colores y comenzó a escribir una carta multicolor. Sufrió quemaduras en el accidente, y su madre también. Es la única paciente pediátrica en la sala de tratamiento. «Vivo en mi pequeño mundo… pero está bien.  Aquí me conocen «. «De mayor, quiero ser médico», escribe.

Abro el cuaderno azul en el que registramos a todos los pacientes que pasan consulta psicológica. Las páginas me recuerdan el olor a carne quemada. Cierro el cuaderno. Cierro los ojos y respiro profundamente. Fue la pobreza lo que provocó esta gran tragedia. ¿Por qué siempre las mayores catástrofes golpean a las personas más vulnerables?

 (Continuará)

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Fotos: El camión accidentado en Sange y pacientes atendidos por MSF (© Stella Evangelidou).

Heridas de guerra que no se curan con vendas

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

En la República Democrática del Congo, una catástrofe provoca la siguiente: las malas condiciones de salubridad llevan al cólera, las infraestructuras deficientes llevan a accidentes, y el conflicto lleva al desplazamiento de poblaciones civiles…

El país está en un constante estado de alerta, pero parece que la gente está acostumbrada a esta concatenación de desgracias…

Mi trabajo aquí consiste en establecer, junto con el personal congoleño, un sistema eficaz de atención en salud mental y psicosocial para aquellas personas que sobreviven a la violencia sexual. Esta es una guerra invisible… No hay tasas de mortalidad, sólo historias que reflejan el horror de un conflicto.

Las mujeres tienen el coraje de narrar las violaciones que han sufrido, vivencias que aturden cuando las escuchas…

N. fue raptada por militares. Tras dos meses de esclavitud sexual en su campamento, se quedó embarazada y, más tarde, consiguió escapar. Volvió a su casa embarazada de un bebé que no quería tener, pero el aborto es ilegal en este país.

C. fue violada cuando volvía del mercado. Cuando su marido se enteró, la echó de casa como si la culpa fuera suya.

 P. vio cómo los militares mataban a su marido a tiros. Después, irrumpieron en su casa y violaron delante de sus hijos.

Estas son heridas de guerra que no pueden curarse con vendas y medicinas.

La “epidemia de violaciones” en la RDC está considerada como la peor del mundo. Se describe habitualmente a la violencia sexual como un arma con la que se intimida a la población civil. Aquí en Kalonge hay dos escenarios principales para este drama: el primero, cuando las mujeres recogen leña o labran campos que están lejos de sus pueblos y cerca de los bosques donde los militares tienen sus campamentos, y el segundo, cuando se producen ataques armados durante la noche contra las aldeas.

Debido a la discriminación y el estigma en el seno de las familias y de las comunidades, las mujeres tienden a hablar de las violaciones demasiado tarde, cuando los síntomas mentales y físicos son graves.

Por eso, sensibilizar a las comunidades rurales sobre la violencia sexual es de gran importancia, y por esta razón hemos formado a personas de estas comunidades para que trabajen como promotores y educadores sanitarios.

A lo largo de todo el día sigo dando vueltas a las historias que estas mujeres me han contado. Ni siquiera consigo concentrarme en el libro que hace dos semanas no podía dejar de leer. Me acuesto cansada. ¿A cuántas mujeres violarán esta noche?

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Foto 1: La pequeña Pierrete fue violada por los hombres armados que la retuvieron durante dos meses. Este de RDC. (© Julie Rémy)

Foto 2: Mujeres en Kalonge, RDC. (© Stella Evangelidou).

Foto 3: Formación e atención psicosocial para el personal congoleño de MSF, en Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Un día cualquiera en Chifunzi

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

El trabajo comienza a las 7:30 con una reunión donde nos ponemos al día de las actividades del proyecto y de la situación general de la región. Al final de la reunión, nos montamos en el coche de MSF rumbo al hospital. Entre las 13:30 hasta las 14:30 volvemos a la base para comer. Después, o bien volvemos al hospital para continuar, o nos quedamos en la oficina de la base para completar informes y diseñar los planes de acción. Oficialmente, el trabajo se termina a las 17:30.

Un día típico de trabajo en una misión de MSF es, en general, “atípico”… Debido a las necesidades de los pacientes en el hospital, algunos días nos saltamos la hora de comer y trabajamos hasta pasadas las 17:30. Las necesidades de los pacientes siempre encabezan la lista diaria de prioridades.

Por razones de seguridad, tenemos que volver a la base antes de las 18:00, llevar puesta nuestra identificación de MSF y tener siempre las radios encendidas.

La base de MSF está situada al final de la aldea de Chifunzi, a un kilómetro del hospital central. Es una zona cercada con bambú donde se encuentran la casa MSF para los siete expatriados que estamos aquí, y la oficina. No hay ni agua corriente ni red eléctrica, pero gracias al equipo logístico contamos con un generador, un sistema de energía solar y letrinas. Y os diré que no hay nada más relajante al final del día que una ducha con un cubo de agua…

A menudo he ido a trabajar andando junto con mi colega Théophile, un psicólogo congoleño. Es un camino embarrado que lleva al hospital atravesando el centro del pueblo. Solemos llamar la atención de los vecinos. “Mzungu1, dame galletas”. Eran niños en edad escolar jugando con los ladrillos de barro con los que se está construyendo la nueva escuela.

Uno de esos días, nos detuvimos a comprar una botella pequeña de agua, que nos costó 800 francos congoleños, unos 70 céntimos de euro, casi más caro que en mi país, Grecia. Los soldados del gobierno andaban cerca de la aldea. Su presencia me recordó que estábamos en una zona donde la seguridad no puede darse por sentada.

Le pedí a Théophile que me comprara un paquete de cigarrillos por el camino. Si lo hiciera yo misma, no tardaría en haber habladurías en el pueblo. Es muy raro ver mujeres fumando en Congo, excepto las expatriadas que no pueden superar su adicción

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(1) Mzungu: «hombre blanco» 

Foto superior: Vista de Kalonge (© Stella Evangelidou)

Foto inferior: Mercado de Kalonge en un día de lluvia, visto desde el interior de un coche de MSF (© Stella Evangelidou)

Una psicóloga en el bosque congoleño

Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

¿Quién dijo que los psicólogos sólo trabajan en clínicas psiquiátricas, hospitales, universidades o en sus despachos esperando a pacientes a los que cobrar bien caro…? MSF ha integrado el apoyo psicosocial y los cuidados de salud mental en su programa médico como componentes inseparables de una atención de calidad.

Me presento: soy psicóloga de apoyo técnico en Kivu Sur, en el este de la República Democrática del Congo (RDC). Empecé esta misión, inicialmente de tres meses, con la idea de reforzar la parte psicológica del programa de violencia sexual desarrollado en Kalonge. Sin embargo, este periodo de tiempo se amplió, ya que son muchas las necesidades en cuanto a salud mental de los pacientes de los proyectos médicos que MSF ha emprendido en toda la provincia. Por ejemplo, tuvimos que responder a las traumáticas consecuencias de un desgraciado accidente en Sange, del que os hablaré en próximos posts.

La psicología es una disciplina terapéutica preventiva y curativa, que siempre va “aderezada” con las creencias culturales. En el marco de la labor humanitaria, la psicología tiene un enfoque psicosocial. De esta manera, hablamos más de “seres sociales” y no tanto de “individuos”. El contexto social está fuertemente relacionado con el bienestar psicológico. La familia ampliada y la comunidad son factores sociales que dan forma a la configuración psicológica de una persona.

En RDC, la mayoría de los psicólogos asocian la disciplina de la psicología con las creencias religiosas y la ayuda socio-económica. Es un proceso más externo que interno: la ayuda se encuentra fuera de uno mismo: son el “Dios proveerá” y el “alguna organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy”.

Como psicóloga expatriada que trabaja en Congo, el mayor desafío al que me he enfrentado ha sido el colaborar con los psicólogos congoleños, animarles a trabajar en la línea de inculcar la resiliencia en los pacientes. ¿Cuáles son los factores mentales, sociales, morales y espirituales que pueden ayudarles a hacer frente a una experiencia traumática? ¿Cómo podemos ayudar a los pacientes a ayudarse a sí mismos?

En definitiva, es el pasar a “Dios nos ayudará si personalmente nos esforzamos por superar las dificultades” o al “una organización humanitaria nos dará algo de comida para hoy, ¿pero qué pasará mañana?

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Foto superior: Las colinas de Kalonge, RDC (© Stella Evangelidou)

Foto inferior: Sesión de formación en salud mental del personal congoleño, en Haut-Plateaux (© Stella Evangelidou)

MSQ: Médicos Sin Quirófano

Por Rocío Raya (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)

Inauguramos en este blog una serie de posts sobre República Democrática del Congo, y me han encargado el primer capítulo, que escribo a mi vuelta de este país en el que acabo de pasar seis meses, trabajando como enfermera en el proyecto de MSF en Kalonge.

Tengo los recuerdos muy frescos aún. Recuerdo por ejemplo la mañana en que me senté en la arena para decir adiós a la inmensidad del lago Tanganika. Y también la sala de espera del aeropuerto de Bujumbura, en Burundi, viendo pasar las horas y deseando que llegara el momento de estar en casa… tras un periplo por los cinco aeropuertos de rigor. Es precisamente en este aeropuerto donde escribí algunas de las cosas que quería compartir con vosotros.

Un día cualquiera, más o menos un mes antes de irme, volvíamos de la periferia después de hacer la supervisión de uno de los centros de salud. Con nosotros traíamos a una mamá que estaba a punto de dar a luz, y como el parto se presentaba complicado y no queríamos arriesgarnos a que pasara nada, valoramos la situación y decidimos trasladarla al hospital. El que acabara dando a luz dentro del coche (que es un todoterreno en el que llevamos una maleta para las urgencias y que nada tiene que ver con una ambulancia) me pareció algo así como emocionante, un poco arriesgado, y finalmente emotivo.

Pero lo que nos pasó apenas unos días después, eso sí que fue algo digno de contar, al menos a mí me lo parece: todavía no tengo la experiencia que tienen algunos de mis compañeros de MSF, gente que está acostumbrada a practicar cirugía de guerra, o a hacer toda clase de intervenciones quirúrgicas en lugares recónditos donde los medios escasean.

Como cada día, llegamos al centro de salud temprano por la mañana para comenzar nuestras actividades diarias. Esta vez, Hervé, que es el médico del equipo, nos acompañaba para trabajar en varios aspectos que servirían para mejorar la maternidad. Recuerdo que en aquel momento pensé que no estaba nada mal tener un médico a tu lado de vez en cuando… ¡sobre todo porque, en una zona que cuenta con más de 100.000 habitantes, sólo hay tres médicos….y los tres están en el hospital!

Nada más llegar, nos pidieron que pasáramos a ver a una mamá que acababa de llegar a la maternidad. Como es habitual, en los centros de salud siempre hay algún caso un poco complicado que tenemos que referir al hospital, pero Hervé nos dijo que aquella mujer estaba a punto de parir, así que había que atenderla en ese mismo momento.

Como muchas mujeres africanas, la mamá tenía muchos antecedentes en su contra por haber sufrido demasiados embarazos, demasiadas cesáreas y demasiados abortos, y no podría soportar un traslado al hospital porque su útero, cicatrizado y cansado después de siete embarazos, tenía muchas posibilidades de romperse… lo que conllevaría la muerte inmediata del niño y por supuesto de ella.

Así que como se suele decir allá en mi casa, nos liamos la manta a la cabeza y empezamos a montar un quirófano improvisado para realizar una cesárea de urgencia, en una habitación con una camilla de partos, una estantería, y una pequeña ventana que dejaba pasar, la verdad, muy poca luz.

Reunimos material del centro, le añadimos el que llevábamos en nuestra maleta de urgencias, y en cinco minutos estábamos listos. Hervé de cirujano, Christophe de enfermero instrumentista, y yo con la anestesia. La otra enfermera, Colette, circulando para arriba y para abajo, y la matrona esperando su bebé, que como era de prever necesitó ser reanimado después de sacarle tan bruscamente de su bañerita caliente…

Hubo un momento de tensión, por la condiciones en las que nos encontrábamos y por la gravedad de la situación, pero cuando el pequeño comenzó a llorar, todos respiramos. Y cuando poco después la mamá empezó a despertarse y, aunque dolorida, a buscar a su bebé sin comprender muy bien de qué manera había llegado a sus brazos, todos sonreímos.

Al cabo de unas horas nos fuimos hacia el hospital. La mamá y el bebé recibieron todos los antibióticos del mundo y todos los cuidados necesarios para evitar una infección… ¡y se recuperaron sin problemas!

Como es tradición después de estos casos, se nos concedió el honor de ponerle el nombre oficial al bebé (el nombre tradicional se lo pondrían sus padres). Dado que el bebé que nació en el coche se llamó Sheria, como el conductor, pensamos que el bebé de la cesárea de urgencia debería llamarse Hervé, como el médico sin quirófano que le había salvado la vida. Sin embargo, al final lo pensamos de nuevo entre todos y decidimos llamarle Bahati, que en swahili quiere decir “suerte”. No es el primer niño nacido en uno de nuestros proyectos que se llama así…

Ahora que lo veo todo en la distancia, creo no hay nombre mejor en el mundo para este niño. No estoy ni contenta ni triste por haber vuelto, tampoco indiferente, pero sí estoy completamente convencida de que después de haber pasado seis meses en Congo, y de haber comenzado a balancearme entre las dificultades y las maravillas de este país, algún día regresaré. Hay demasiadas necesidades a la vuelta de la esquina como para darles la espalda, como para olvidar, como para hacerlas invisibles… y también hay demasiadas cosas bellas como para no echarlas de menos.

Termino este post, pero mi compañera Stella Evangelidou, técnico de salud mental, va a tomar el relevo en unos días para seguir contándoos de Kalonge y de los muchos desafíos a que nos enfrentamos en la República Democrática del Congo.

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Foto 1: Centro de salud en la periferia (Kalonge, RDCongo).

Foto 2: El atasco de los todoterrenos de MSF en las embarradas carreteras de Kalonge es habitual.

Foto 3: Madre y su bebé, centro de salud de MSF en Kalonge.

Todas: © Rocío Raya.

Bahati

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Os contaba en el anterior post la historia de nuestra pequeña paciente atacada por una rata. Aquel día fue completo: esa misma tarde, cuando me dirigía a la sesión de formación sobre partos para nuestro personal local, me llamaron por radio para atender una emergencia en la carretera.

Dos coordinadores de MSF habían pasado el día evaluando la situación humanitaria en el campo de desplazados internos de Mpati, uno de esos asentamientos improvisados surgidos en plena montaña, situado a unas dos horas de accidentada carretera desde nuestra base en Mweso.

A la vuelta, se trajeron en el coche a una mujer embarazada que llevaba dos días con obstrucción del parto. Y fue en plena carretera donde, de repente, el parto se reanudó: ¡las carreteras con baches suelen tener este efecto!

El problema es que ninguno de los dos coordinadores era sanitario, así que una matrona del hospital y yo salimos disparadas en otro coche desde Mweso para intentar llegar antes de que el bebé naciera.

No lo conseguimos. Uno de mis compañeros nos avisa por radio: “bien, el bebé está fuera… pero lo que ocurre es que… bueno, no estamos seguros de qué hacer ahora”. Parece que el pequeño no respira.

Así que la única opción que nos queda es la asistencia en remoto: empiezo a darles instrucciones por radio, mientras me agarro fuertemente para que mi cabeza deje, literalmente, de golpear contra el techo del coche ya que, con las prisas, nuestro conductor no puede evitar los baches.

Hoy puedo decir que todo salió bien. El bebé empezó a respirar. Le han llamado ‘Bahati’, que significa ‘Suerte’.

Foto: El niño de la foto también se llama Bahati, y también es de Kivu Norte. Estaba siendo trasladado junto con su madre desde la aldea de Muheto al centro de nutrición terapéutica en Mweso. Tenía un año y apenas pesaba 5 kilos.

Bahati nació en un campo de desplazados. Su madre había llegado huyendo de su pueblo tras un ataque. Otros dos de sus hijos murieron de diarrea de camino al campo (© Michael Goldfarb/MSF).

Relato de lo inesperado

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Uno de los días que más me han marcado de mi estancia en Congo fue aquel en que vi a una bebé que había sido atacada por una rata. Nunca imaginé que podría ver algo así en el centro médico. Como me dijo nuestro enfermero jefe: “ah, la vida en Congo es así, siempre triste”.

Me avisaron de lo ocurrido al llegar a la unidad de cuidados intensivos a primera hora de la mañana. “Tenemos un problema: una bebé con infección neonatal ha sido atacada por una rata”. Al principio no me lo podía creer, pensé incluso que había entendido mal el francés del enfermero.

Pero lamentablemente era cierto. Esta pequeña tragedia ha sido la peor de todas las que he presenciado desde que llegué a trabajar aquí. Peor que los pacientes con graves quemaduras, peor que aquella muchacha con un horrible cáncer terminal por la que no pudimos hacer nada.

La herida que presenta en la cabeza es del tamaño de una naranja. La rata consiguió llegar hasta ella a pesar de estar ingresada en cuidados intensivos, a pesar de que su madre dormía junto a ella. Y ahora seguro que no va a sobrevivir a la infección que le estábamos tratando.

Tiene fiebre y un alto riesgo de contraer el tétanos. Cambiamos inmediatamente el antibiótico para ponerle el más potente de que disponemos aquí, ceftriaxone, y le administramos además metronidazol, para prevenir infección por bacterias anaeróbicas, y una inyección de inmunoglobulina tetánica.

Y de paso compramos seis trampas para ratas.

Ahora puedo deciros que la historia terminó bien. La pequeña se recuperó, y en menos de una semana le habíamos dado el alta. Y desde entonces, al llegar a la unidad de cuidados intensivos cada mañana, los enfermeros me reportaban el número de ratas que habían matado la noche anterior. Como dicen aquí, “tout est bien qui finit bien”, que viene a ser como “bien está lo que bien acaba”.

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Foto: Françoise, paciente con graves quemaduras, espera con su madre a ser atendida para la cura diaria de sus heridas. Hospital de MSF en Rutshuru, Kivu Norte, RDCongo (© Martin Beaulieu).

El rostro de Congo

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Creo que nunca voy a olvidarla. Sabía que iba a venir al hospital. Cuando por fin lo hizo, lo primero que pensé fue en la necesidad de aislarla en alguna zona tranquila del hospital, lejos de la muchedumbre de pacientes que también esperaban consulta. Pero no lo hice: pensé que me quedaba poco para terminar la ronda que estaba haciendo por las salas donde están ingresados los niños con desnutrición y que enseguida estaría con ella.

Me equivoqué, por desgracia. Para cuando llegamos a la sala de consultas externas, los gritos me hicieron darme cuenta del error que había cometido. Todo lo que pude ver en un primer momento fueron los rostros preocupados de tres enfermeros que la rodeaban intentando calmarla. Seguida por medio centenar de miradas más, crucé la sala rápidamente y, con la ayuda de su madre, la saqué de allí.

Era una niña de 10 años, que había sido violada hace dos meses por un soldado, junto a su madre, que fue agredida al mismo tiempo por otro. Luego, los dos se llevaron a la niña al bosque. Su madre estuvo una semana buscándola. La encontró cubierta de heridas y costras de la cabeza a los pies, e incapaz de hablar. Aún tiene cicatrices en la muñeca derecha, por la que la tuvieron atada. Cada vez que ve a un hombre, grita.

Las anteriores consultas habían sido con un psicólogo, que en principio intentó tratarla, pero sin éxito. De ahí que decidiéramos hacerle un examen neurológico. No soy pediatra. Y por otra parte, los exámenes neurológicos son complicados incluso en Reino Unido, donde trabajo habitualmente. Y además si tienes que hacerlo comunicándote en francés, y que de ahí se traduzca al Kinyarwanda, todo se complica aún más.

Nos llevó casi una hora llegar a la conclusión de que, efectivamente, padecía lesiones neurológicas. Antes, solía cantar en el coro de la iglesia y también le gustaba bailar. Ahora sólo puede arrastrar los pies, con un andar entumecido y rígido. Parece incapaz de deglutir, o simplemente no lo hace. Ahora la llevaremos a Kigali, en Ruanda, para realizarle un escáner cerebral, pero sea cual sea el resultado –creo que el origen está en una contusión o una hemorragia-, no hay nada más que podamos hacer por ella.

Cuando terminamos, me marché a la base de MSF, situada a sólo 100 metros de distancia del hospital. Intenté no cruzar la mirada con nadie, pero se me saltaron las lágrimas antes de llegar a la puerta de nuestra casa. Me acordé de que, de mi última estancia en Kigali, me había traído varias pelotas y uno de esos juguetes para hacer burbujas con agua y jabón. Así que regresé al hospital. “Zawadi”, les dije a ella y a su madre, que significa “regalo” en swahili. La senté conmigo en el suelo y le enseñé a usarlo. Sonrió una vez.

Cuando me marché a casa, volví a sufrir una pequeña crisis. Aquí la violencia sexual no es sólo una epidemia, es un arma de guerra. Entonces me acordé de los partidillos de fútbol que solemos jugar con los chavales de Mweso. Niños sanos en los que me gusta pensar. Pero eso no me quita de la cabeza la imagen de esta madre valiente, que está en algún lugar de la carretera, volviendo a su casa con su niña y con lo poco que le pudimos ofrecer en el hospital de Mweso. Más bien nada, aparte de las burbujas.

(Foto superior: La pequeña Pierrete fue violada por los hombres armados que la retuvieron durante dos meses. Este de RDCongo. © Brigitte Breuillac/MSF)

(Foto inferior: Una mujer víctima de violación, paciente del hospital de MSF en Nyazale, Kivu Norte. © Julie Rémy)