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Bahati

Por Pavithra Natarajan (MSF, RDCongo)

Os contaba en el anterior post la historia de nuestra pequeña paciente atacada por una rata. Aquel día fue completo: esa misma tarde, cuando me dirigía a la sesión de formación sobre partos para nuestro personal local, me llamaron por radio para atender una emergencia en la carretera.

Dos coordinadores de MSF habían pasado el día evaluando la situación humanitaria en el campo de desplazados internos de Mpati, uno de esos asentamientos improvisados surgidos en plena montaña, situado a unas dos horas de accidentada carretera desde nuestra base en Mweso.

A la vuelta, se trajeron en el coche a una mujer embarazada que llevaba dos días con obstrucción del parto. Y fue en plena carretera donde, de repente, el parto se reanudó: ¡las carreteras con baches suelen tener este efecto!

El problema es que ninguno de los dos coordinadores era sanitario, así que una matrona del hospital y yo salimos disparadas en otro coche desde Mweso para intentar llegar antes de que el bebé naciera.

No lo conseguimos. Uno de mis compañeros nos avisa por radio: “bien, el bebé está fuera… pero lo que ocurre es que… bueno, no estamos seguros de qué hacer ahora”. Parece que el pequeño no respira.

Así que la única opción que nos queda es la asistencia en remoto: empiezo a darles instrucciones por radio, mientras me agarro fuertemente para que mi cabeza deje, literalmente, de golpear contra el techo del coche ya que, con las prisas, nuestro conductor no puede evitar los baches.

Hoy puedo decir que todo salió bien. El bebé empezó a respirar. Le han llamado ‘Bahati’, que significa ‘Suerte’.

Foto: El niño de la foto también se llama Bahati, y también es de Kivu Norte. Estaba siendo trasladado junto con su madre desde la aldea de Muheto al centro de nutrición terapéutica en Mweso. Tenía un año y apenas pesaba 5 kilos.

Bahati nació en un campo de desplazados. Su madre había llegado huyendo de su pueblo tras un ataque. Otros dos de sus hijos murieron de diarrea de camino al campo (© Michael Goldfarb/MSF).

Lecciones aprendidas en Mpati

Por Pavithra Natarajan (RDCongo, MSF)

Recuerdo bien el día en que llegué a República Democrática del Congo, en marzo pasado, cruzando desde Ruanda. No podía creerme que el taxista me dejara en la frontera con un “creo que veo el coche de MSF al otro lado”. Y hacia allí que me encaminé, cruzando a pie por el fango, de un país a otro, con mi enorme maleta a cuestas. Una situación surrealista.

A menudo me acuerdo de aquel día, en el que un paso tras otro me iban conduciendo a Congo. Desde entonces, he aprendido muchas lecciones, y de lo que os quiero hablar hoy es de la que aprendí durante una campaña de vacunación contra el sarampión que organizamos hace poco en Mpati.

Mpati es un nuevo campo de desplazados internos improvisado en las montañas. Aquella mañana nos levantamos a las 5.30 de la madrugada, y realizamos un viaje de dos horas en jeep por otra de esas carreteras de barro de las que os hablaba.

El sarampión es una de los mayores “asesinos” de África, sobre todo en los campos de refugiados y desplazados. Al final del día habíamos vacunado a 1.064 niños, a los que además dispensamos mebendazol, un fármaco contra los parásitos estomacales, muy frecuentes también en estos contextos, y vitamina A, para evitar que acaben sufriendo ceguera si, a pesar de ser vacunados, acaban enfermando de sarampión.

El caso es que, durante la vacunación, conseguimos encontrar a un hombre al que habíamos diagnosticado tuberculosis en el hospital de Mweso, pero que se marchó sin esperar a recibir tratamiento porque vivía en Mpati, y había oído que MSF estaba a punto de realizar una distribución de bienes de primera necesidad allí. Y al encontrarle en Mpati, de nuevo, se negó a volver con nosotros al hospital, porque seguía esperando a que se organizara aquella distribución.

Siendo un enfermo de tuberculosis, una enfermedad contagiosa, al negarse él a someterse a tratamiento, entraban en juego cuestiones relacionadas no sólo con su salud, sino también con la salud pública. Y pensando en estos intereses de la comunidad, me vi obligada a utilizar un truco quizás discutible, pero que era necesario: enfrente de la multitud de 50 niños y una decena de madres que le rodeaban, pedí a la enfermera congoleña con la que estaba que tradujera que si no venía con nosotros al hospital, podía acabar contagiando a los niños que estaban allí. Aquello fue determinante para que volviera con nosotros en el jeep.

Durante las tres horas y media de viaje que siguieron (mientras estábamos en Mpati llovió, así que las carreteras estaban hechas una auténtica sopa de barro), no podía evitar pensar, en primer lugar, en el impacto que nuestra presencia puede tener en un país, cuando distribuyes material de primera necesidad a los desplazados, pero provocas de forma indirecta que los pacientes se marchen del hospital para no perderse esa distribución, y te arriesgas a solucionar unos problemas pero crear otros de salud pública.

Pero sobre todo no podía quitarme de la cabeza cómo es vivir en un sitio como este, en el que una persona enferma se marcha del hospital y recorre andando casi 35 kilómetros, poniendo aún más en riesgo su salud, para conseguir una pieza de plástico para guarecerse de la lluvia, una cacerola, una pieza de jabón, un cuchillo y un balde.

(Foto 1: Campaña de vacunación contra el sarampión en Nyanzale, Kivu Norte – Sami Nafartche/MSF)

(Foto 2: Vista general de Kitchanga, en el distrito de Kivu Norte – François Dumont/MSF)

Hola desde Mweso

Por Pavithra Natarajan (RDCongo, MSF)

Mweso, mi nuevo hogar en Congo. Hasta agosto estuve trabajando en el proyecto de Kitchanga, también en Kivu Norte, pero me trasladaron aquí. Y he pasado de las clínicas móviles en la jungla y los ríos a llevar todo un hospital con 140 camas, principalmente ocupadas por niños y mujeres embarazadas, lo cual al comienzo fue francamente tremendo.

Además, al poco de llegar hubo nuevos cambios en el equipo, así que ahora llevo también la farmacia del hospital y toda la logística relacionada con ella, y superviso a un equipo de 30 enfermeras, además de a otros seis médicos. Sumad esto a la supervisión médica del hospital, incluyendo la unidad de cuidados intensivos, y tendréis un resultado muy cuantificable: 20 llaves colgando de mi cinturón. Ah, también llevo una radio.

Trabajo junto con un equipo de médicos del Ministerio congoleño de Salud. Es parte de nuestra política de respaldar las infraestructuras sanitarias locales en lugar de sustituirlas con médicos venidos de fuera del país, una estrategia en la que creo firmemente. Pero tengo la sensacoón de que voy a necesitar todas mis habilidades negociadoras… en francés.

La patología aquí, como médico que soy, me parece muy interesante desde el punto de vista profesional, pero la falta de medios de diagnóstico me descoloca un poco. Nada de rayos X, claro, pero ni siquiera instalaciones para cultivos. Al menos tenemos una máquina “FBC” para análisis hematológico, además de un microscopio de examen de deposiciones y urina, y podemos realizar las pruebas de diagnóstico para la hepatitis B y C, la sífilis y el VIH.

Tenemos muchos casos de tuberculosis, malaria, desnutrición, neumonías, gastroenteritis, y ocasionalmente pacientes con cardiopatías, nódulos linfáticos masivos, y otros casos raros en los que, por muchas vueltas que les demos, no hay forma de confirmar el diagnóstico.

Mweso es una aldea pequeña con una calle principal. Los demás “expatriados” (como llamamos en MSF a los trabajadores internacionales) piensan que estoy loca cuando la llamo “la calle principal”, porque no es más que una carretera de barro, flanqueada por casas de adobe, que a su vez están coronadas por techos de paja, todo ello animado por cabras. Y poco más. Pero a mí me da una cierta sensación de normalidad.

En comparación, el hospital es enorme. La gente viene de las aldeas de aquí cerca, y de las no tan cerca. Algunos incluso vienen de un pueblo situado en las montañas al que nosotros solíamos ir con las clínicas móviles, y tardan unas seis horas en llegar a Mweso.

Desde mi vieja habitación en Kitchanga, veía verdes montañas y atardeceres espectaculares. Aquí, en Mweso, mi habitación en la casa de MSF está puerta con puerta con la oficina, y mis vistas son una pared de piedra gris y, en la cima de la colina, el campo de desplazados internos. Personas que han huido de sus casas, algo terriblemente común en Congo. Os lo contaré en próximos posts.