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Archivo de la categoría ‘Haití’

Hotel Charlie

por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)

El código radio del que va a ser mi proyecto en los próximos meses es Hotel Charlie: Hospital de Carrefour, o más precisamente Hospital Ortopédico de Carrefour.

48 horas después del seísmo yo mismo participé en la tarea de cortar la calle principal de Carrefour, donde montamos las primeras tiendas y lanzamos el tendido eléctrico, trajimos camas y medicamentos para atender a los heridos de esta ciudad de 500.000 habitantes en la periferia de Puerto Príncipe, a tan sólo 10 kilómetros del epicentro, muy castigada por el temblor.

En tres meses aquellas primeras tiendas han crecido, se han desplazado y se han convertido en un verdadero centro médico especializado. El hospital ha dejado la calle libre para dejar sitio al atasco de trafico nuestro de cada día. Ahora ocupa ahora dos patios de sendas escuelas profesionales colindantes.

Es un hospital de campaña, lo que quiere decir que los pacientes están alojados en tiendas de lona, aunque buena parte de los servicios se han instalado en los edificios de la escuela. Aquí recibimos a pacientes con necesidad de atención ortopédica, lo que quiere decir fracturas de distintos tipos y sobre todo aquellas que necesitan cirugía y hospitalización.

De los dos quirófanos, el más avanzado se encuentra en el espacio de dos contenedores de carga y, aunque por fuera parece ni más ni menos que un par de contenedores, el interior es todo un compendio de alta tecnología, con todo lo que uno se puede esperar en un quirófano de este tipo, incluyendo un brazo goniométrico que saca radiografías en tiempo real para ir dirigiendo al cirujano con precisión en sus toques artísticos de martillo y destornillador.

Las medidas de asepsia son estrictas y hasta la fecha los médicos se jactan de que, a pesar de pasarse el día buscando el hueso entre las distintas capas de músculos, no ha habido ni un sólo caso de infección postoperatoria.

Fuera del espacio aséptico de los quirófanos, la vida alrededor de las 120 camas de las tiendas se lleva al ritmo de Haití. La mayoría de los pacientes guardan cama por fracturas varias y operaciones para arreglar sus miembros rotos, y suelen necesitar de periodos relativamente largos de hospitalización y de re-educación. A pesar del dolor, a veces lo que están es aburridos de no poder moverse. Así que las relaciones se crean al ritmo de los días. Por mi parte espero con gusto las noches en que me toca quedarme de guardia. Entonces casi no tengo trabajo y puedo pasar tiempo hablando con los pacientes, arreglando el mundo y viendo pasar la vida con ellos.

Mi trabajo como logista, como fue el caso en la maternidad en la que trabajaba antes del terremoto, es hacer que el hospital funcione en todos los aspectos no médicos: la limpieza, los camilleros, los guardas, las ambulancias, el agua que entra y el agua que sale, la electricidad, las construcciones y los muebles, el aparato de rayos-X y los ordenadores, los váteres, la gestión de basuras, el mantenimiento del material medico y los autoclaves para la esterilización.

Pero para eso cuento con un pequeño ejército de unas 150 personas y una larga lista de jornaleros y de contratistas externos, y en eso, en la gestión de todo ese mundillo y de responder a las necesidades siempre urgentes de los médicos es en lo que realmente paso mi tiempo…

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Foto 1: Pacientes hospitalizados en plena calle en Carrefour en los días que siguieron al terremoto de enero (© Julie Rémy)

Foto 2: Cirugía para quemados en el Hospital de Saint-Louis, Puerto Príncipe (© Remy Zilliox/MSF)

Foto 3: Centro nutricional de MSF en Carrefour, un mes después del terremoto (© Benoit Finck/MSF)

Regreso a Haití

por Vicente Rey Bakaikoa (Haití, Médicos Sin Fronteras)

La frontera entre este mundo y el otro no es la ventanilla de la aduana. La frontera  se encuentra en la sala de espera del aeropuerto de Nueva York en la que aguardo para  tomar mi vuelo a Puerto Príncipe. 

Ya aquí, en la puerta 34 del terminal 8 del aeropuerto  John Fitzgerald Kennedy, se entra en Haití.  Es mi primer contacto físico desde que  salí por la frontera de Jimeni el 20 de enero.  El Creole es la lengua más hablada en esta sala de espera y con ese sonido las sensaciones comienzan a fluir de nuevo.

Después, el viaje en la cabina del avión es como una preparación a lo que me espera en las calles de Puerto Príncipe: las maletas evidentemente demasiado grandes para ser «equipaje de mano», la larga discusión para convencer a la azafata que en realidad la maleta es tan pequeñita que casi cuesta verla y al cabo de un buen rato, en que nadie parece convencido de la verdad del prójimo, el milagro: todas han cabido en los compartimentos superiores.

 En el aeropuerto me espera Lesli, uno de los conductores de la maternidad donde yo trabajaba hasta el día del terremoto.  Desde entonces, de los 800 empleados locales de MSF, se ha pasado a 3.000 pero el primero que viene a buscarme es uno de los «antiguos» y el corazón me da un salto cuando lo veo.

Saca del bolsillo un papel con mi nombre, me muestra una enorme sonrisa y me dice «me han dado esto en la oficina. ¿Qué se creen?  ¡Como si no te conociera!«.  Le abrazo con las ganas de abrazar al país que dejé hace tres meses en pleno desastre y que me ha ocupado la cabeza desde entonces. 

Después en el coche la conservación sale a borbotones: ¿como está tu familia? Estamos viviendo en una de las tiendas que MSF ha distribuido. ¿Qué sabes de aquel del que no he tenido noticias? ¿Ha llovido mucho? ¿Qué tal aguanta la tienda? ¿En qué proyecto vas a estar, te quedas con nosotros? ¿Cuántos coches tenemos ahora, cuántos conductores…? ¡¡Tantos!! … y así durante los tres cuartos de hora que nos cuesta llegar a la oficina central en Petionville.

Letrinas públicas en Cité Sóleil, Puerto Príncipe.

Al mismo tiempo la ciudad desfila alrededor. Cuando me fui, los edificios destrozados, el olor penetrante, la gente que nos pedía ayuda, agua, mascarillas, las largas colas para conseguir gasolina, la pesadumbre de la muerte y de la catástrofe lo llenaban todo.

Los edificios caídos siguen ahí, sin que nadie se ocupe realmente de ellos, encerrando cada uno su drama, pero casi todos se han quedado detrás de la densidad humana que lo vuelve a llenar todo: los vendedores de hierros oxidados, de pastillas de jabón, de comestibles y de tarjetas para teléfonos móviles han vuelto y alrededor de ellos se mueve una multitud atareada y ruidosa.

Las ruinas no me afectan ya. Pero cuando paso delante de las extensiones de plástico gris con el emblema de «USAID» o de plástico azul con las letras de «P.R.China»  se me encoje el corazón pensando que  y ahí se incluye una buena parte de la gente a la que conozco personalmente…

Desplazados de Léogane levantan una tienda para refugiarse.

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Foto Superior: Letrinas públicas en Cité Soleil, Puerto Príncipe (© Michael Goldfarb/MSF)

Foto Inferior: Desplazados levantan una tienda para refugiarse, en Léogane (© Michael Goldfarb/MSF)

 

Haití, tres meses de réplicas

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

Antes del 12 de enero de 2010, la población de Haití ya se encontraba en una situación muy difícil. Más de la mitad de los haitianos y haitianas vivían por debajo de la pobreza y la esperanza media de vida al nacer era de apenas 57 años. El país era muy vulnerable a los huracanes y padecía un grave problema de desforestación.

El lunes se cumplen tres meses del terremoto que devastó Haití causando 227.000 muertes, más de 300.000 heridos y destruyendo una infraestructura que ya era precaria antes del seísmo. Más de 105.000 viviendas se vinieron abajo y 200.000 sufrieron daños de consideración y 1,2 millones de personas perdieron sus hogares. Más de medio millón de personas han abandonado la capital de Puerto Príncipe y las zonas colindantes hacia otras regiones del país.

Durante estos tres meses se han venido sucediendo continuas réplicas. Una de las más fuertes la sentimos el pasado 28 de marzo cuando la tierra volvió a temblar poniéndonos el corazón a 100. Eran las 2:35 de la madrugada y estábamos aún en el porche charlando y escuchando música. Además de sentir el suelo moverse bajo nuestros pies, la magnitud (fue de 5 grados, aproximadamente) provocó tal movimiento que se oía una especie de rugido provocado por las distintas estructuras de la vivienda.

Enseguida nos levantamos y salimos. Quienes dormían se levantaron de un brinco y se vinieron también afuera. Luego, comentamos la sensación que nos provocó, calmamos los miedos y tras otro rato de conversación nos fuimos a dormir.

En este último mes se han producido tres réplicas en Petit Goâve, la más fuerte hace más de tres semanas. Eran las 5:38 de la mañana me pilló durmiendo profundamente en la tienda. Me desperté sintiendo un bamboleo parecido al de un tren cuando toma una curva a toda velocidad. Aquel también sonó.

Hemos aprendido a convivir con estos mini-terremotos y, afortunadamente, no están afectando al desarrollo del proyecto ni han causado daños en la zona en la que trabajamos. En la Maternidad del Hospital de Notre Dame de Petit Goave poco a poco vamos estabilizando nuestro apoyo al personal haitiano que ya trabajaba en ella. Las condiciones son bien distintas a las que había antes del terremoto, pues la destrucción de parte del hospital hace que hoy en día sólo podamos usar un pequeño edificio que hemos acondicionado como sala de partos y como farmacia-almacén.

La consulta pre-natal, la hospitalización y post-parto los albergamos en cuatro grandes tiendas de campaña colocadas sobre tarimas de cemento con sus canalizaciones para la lluvia.

En la farmacia de la sede, de la cual abastecemos los 6 dispensarios rurales en los que trabajamos, hay una foto enmarcada que desde el primer día me llama la atención y que me trae a la mente la canción de R.E.M. Man on the moon. Se trata de una instantánea del momento en que el hombre pisó la luna y entonces pienso en el dinero que cuesta la investigación espacial y lo lejos – literalmente- que queda de los problemas cotidianos de tantas personas que, aquí abajo en la tierra, siguen sin tener si quiera techo y comida.

Haití. Le Cap

Pilar Palomino, delegada de Cruz Roja Española en Haití.

Le Cap fue la capital de Saint Domingue durante años, hasta que los franceses decidieron trasladarla a lo que ahora es Port-au-Prince, al sur de la Colonia. Saint Domingue era una de las colonias más florecientes de Francia, y Le Cap era llamado “El París de las Antilla”.

Cientos de miles de hombres y mujeres africanos, raptados de sus aldeas, arrasadas, llegaban a Le Cap en calidad de esclavos, hacinados en galeras. La mayoría morían durante la travesía, aplastados en esas cárceles navegantes, nadando en heces y orina, o muertos de sed y hambre… Cómo cuesta, y cómo duele, asumir la crueldad que puede llegar a ostentar el hombre. La historia, y la «no tan historia», está llena de ejemplos.

Los Gran Blancs, franceses terratenientes dueños de grandes extensiones de caña y productores de azúcar, preferían sustituir a los esclavos por otros más fuertes cuando morían o ya no eran rentables, a alimentarlos bien, proveerlos de asistencia médica o asegurar su descanso. Semejante estrategia empresarial…

Los mercados de esclavos eran como mercados de ganado. No, eran peor. Una exposición del producto humano, en fila india y al desnudo: Está permitido tocar, pegar, azotar, violar… “Compre amigo, compre, bueno, bonito y sobre todo, muy pero que muy barato”.

Aquellos esclavos que tenían la suerte de acabar siendo domésticos (iba a decir empleados domésticos, pero no es el caso) eran los más afortunados. Es cierto que debían soportar las violaciones y humillaciones de los amos día tras día, año tras año, verles la cara, sufrir sus despechos y desaires. Pero vivían más tiempo y se mantenían en mejor estado.

Las corrientes abolicionistas en Saint Domingue eran casi inexistentes entre blancos y mulatos. No se hablaba del abolicionismo en La Colonia. Los negros que se fugaban y eran detenidos sufrían duros castigos, que fueron aumentando en crudeza a medida que las fugas se hacían más y más frecuentes.

El número de cimarrones aumentaba, y la libertad empezaba a ser un sueño que los esclavos se atrevían a soñar, porque soñar… soñar también estaba prohibido para los esclavos. El rastro de Makandal (un esclavo africano que había quedado manco) seguía presente desde la ejecución a la que sobrevivió en 1758; convertido en mosquito, se salvó de las llamas y podía vérsele por toda la isla haciendo visitas a sus hermanos esclavos en forma de lagarlo, de mosca o de pájaro. La insurrección que lideró no resultó, pero despertó la esperanza y encendió la capacidad de soñar del resto.

Siendo ya miles los fugitivos que habitaban en las montañas, bajo el mando de Bouckman primero, Toussaint Loverture después, y Dessalines al final, la revolución y libertad de Saint Domingue fueron posibles en los primeros años del 1800, creándose así una nueva nación bajo el nombre de “República negra de Haití”, la primera república independiente negra del mundo. Bajo una nueva bandera roja y azul, en Haití, “tierra de montañas” (nombre que los indígenas arahuacos –ya desaparecidos- le daban a su isla) todos los ciudadanos serían llamados nègs, y todos los extranjeros blancs, fuera cual fuera el color de su piel -hoy todavía es así-. La maldición de la Colonia había sido el racismo, y había que eliminarlo.

Bonita historia hasta aquí, ¿verdad? Ahora Le Cap se llama Cap-Haitienne, Okap en Kreol, y es la segunda ciudad de Haïti, Ayiti en kreol.

Un destruido Puerto Príncipe sigue siendo la Capital y primera ciudad del país hoy. Y de nuevo, miles de haitianos sueñan con la reconstrucción de su país, con su libertad.

Mapa de los sonidos de Haití

Pino González, coordinadora de Médicos del Mundo en Haití

Vuelvo a Haití, como coordinadora médica del equipo de Médicos del Mundo que planifica ya proyectos a medio plazo para apoyar al país en su recuperación.

Mi puesto está entre Puerto Príncipe y Petit Goave a 70 kilómetros al oeste de la capital. Estuve en Haití en la primera fase de la emergencia. Durante las primeras cuatro semanas tras el seísmo estuvimos centrados en la atención en los campamentos de desplazados donde viven más de 400.000 personas que han perdido sus hogares en Puerto Príncipe. Ahora, tratamos de volver a poner en marcha el precario sistema de salud que ya padecía carencias antes del seísmo.

Hace unos días inauguramos, de la mejor manera posible, la maternidad del Hospital de Petit Goave. Asistimos al primer parto: Una niña que, para nosotros, representa el nacimiento del servicio así que el cortar su cordón umbilical nos ha parecido la mejor metáfora para inaugurar un edificio que sufrió importantes daños a causa del terremoto.

El regreso a Haití nos ha vuelto a mostrar la desolación que ha dejado el terremoto. Para los haitianos y haitianas, la casa fue la primera de una larga lista de pérdidas. A ella le siguieron familiares y seres queridos, autonomía e independencia a causa de las heridas sufridas en muchos otros casos…

Un gran reto en esta fase de trabajo supone el hacer partícipe a las autoridades sanitarias locales, compartir la toma de decisiones, pues debemos hacer que ocupen su lugar, y no hablamos de espacio físico. Es de todos sabido que partimos de la base, previa al terremoto, de un sistema de salud débil así que la tarea no es sencilla.

Parece que hubiese estado fuera de aquí mucho más de diez días. La banda sonora de la bienvenida corre a cargo de los motores (de helicópteros, coches, motos y generadores eléctricos) y el volver a dormir en una caseta verde con mi saco, debajo de los árboles de atrás, es casi como el reencuentro con mi espacio personal dentro de esta vorágine. En él leo un rato o escucho música antes de dormir y me despierto con la salida del sol, amenizada por los gallos y los cánticos religiosos de las vecinas. Sí, esto va de sonidos. Uno muy peculiar es la mezcla de lenguas y acentos en los lugares de trabajo de las ONG inglés, francés, castellano, creole…

De camino a Petit Goave comentaba con Magalie Vairetto, mi compañera logista, cuánto le llaman la atención las frases de las coloridas guaguas, pura filosofía muchas veces. “Debes pasar por el pasillo del fracaso para llegar al salón del éxito”.

El regreso me hace recordar el videoclip Lovers in Japan de Coldplay, en el que el grupo se ve a sí mismo en una tele, cuya imagen a su vez se ve proyectada en otra y en otra…. Es frecuente escuchar a cooperantes que dicen “en mi vida normal esto, en mi vida normal lo otro…”. Es como si al venir a terreno atravesásemos un telón y entrásemos en otra esfera que nada que tiene que ver con la nuestra. No hablo de metafísica ni de viajes astrales ayudados por el avión de Iberia 😉 si no de la sensación permanente de estar en un mundo y una vida completamente distintos. Otro escenario, otro color, otro rol, pero la reflexión continua a la que nos arroja esta creciente e injusta desigualdad.

Haití. Retos de una emergencia

Pilar Palomino, delegada de Cruz Roja Española en Haití.

Desde que entré en Puerto Príncipe me sorprendió la tranquilidad y entereza de la gente. Viviendo en campamentos espontáneos por toda la ciudad (en plazas, parques, aparcamientos, campos de fútbol…), sin acceso a servicios tan básicos como el agua potable, el saneamiento, la alimentación o la electricidad, miles de personas comenzaban de nuevo. La gente cantaba y rezaba por las noches, agradeciendo estar vivos. Las réplicas, muy frecuentes al principio y más espaciadas después, mantuvieron el nivel de estrés en la población durante las primeras semanas, temerosos de una nueva y fuerte sacudida. Incluso personas cuyas casas están en pie, temían dormir bajo techo por miedo a un nuevo temblor.

Las necesidades más urgentes durante los primeros días fueron la asistencia sanitaria a los heridos y las labores de rescate. Cientos de equipos de rescate se desplazaron desde distintos lugares del planeta para rescatar a los supervivientes que seguían bajo los escombros. El sistema sanitario haitiano estaba colapsado y los hospitales, muchos de ellos dañados por el terremoto (sino destruidos), albergaban a los heridos al aire libre, en los patios o en las puertas. El agua potable y la distribución de ayuda (mantas, toldos plásticos, kits de cocina y de higiene…) comenzaron pocas horas después del desastre aunque las necesidades eran tantas que la sensación era que la ayuda no llegaba. Llegaba, pero era insuficiente.

Los problemas logísticos a los que se enfrentaron en los primeros momentos las organizaciones humanitarias eran enormes, con el aeropuerto y el puerto fuera de servicio, las comunicaciones telefónicas imposibles, graves problemas de suministros (combustible, comida, agua…) o bancos y cajas cerrados durante días. Además, y esto es una singularidad de este desastre, las estructuras gubernamentales quedaron muy dañadas y las agencias de la ONU muy afectadas. Las oficinas de muchas instituciones cayeron o quedaron inutilizadas, entre ellas las de Cruz Roja, dificultando la operatividad y la organización de la respuesta. Sin espacio para trabajar o para vivir, hubo que poner en marcha campamentos y tiendas/oficina que ofrecían unas condiciones de vida y trabajo difíciles. Como consecuencia de este nivel de afección, las labores de coordinación –inmediatas en otros desastres- se complicaron y algunas mesas sectoriales (en general lideradas por agencias de NN.UU) tardaron algunos días en ser operativas.

Con todos estos retos encima de la mesa, la respuesta humanitaria se organizó todo lo rápido que fue posible, y las organizaciones han hecho despliegues muy impresionantes.

Haití: Diario fugaz (3)

Por Ricardo Rodríguez Cid (médico, equipo de emergencias de MSF en Puerto Príncipe)

Seguimos viajando entre el caos circulatorio, el polvo y los claxon y, al fondo, vimos como siempre a los cascos azules apostados en muchas esquinas. En mitad del atasco, era increíble comprobar cómo el resto de los vehículos trataban de dejarnos libre el camino, pues después de casi 20 años trabajando en el país, la gente identifica perfectamente nuestros coches. Para los haitianos, MSF es símbolo de asistencia sanitaria y en muchos lugares del país somos los únicos médicos que la población ha conocido en su vida.

Avanzamos tortuosamente por la ciudad y atrás quedaron los restos del centro histórico. Ahí a lo lejos también quedaron Cité Soleil y el hospital Choscal, mientras nos dirigíamos hacia una de las áreas más despejadas de Puerto Príncipe, donde en un gran terreno que antes se usaba para jugar al fútbol, habíamos levantado un gran hospital inflable en muy pocos días.

De repente me acordé de la réplica del día 20, cuando tuvimos que evacuar Choscal y hacíamos malabarismos para mantener en pie las pocas estructuras de ladrillo que aún funcionaban: una sala de logística, otra de urgencias y los quirófanos.

El resto de las estructuras hubo que montarlas de manera improvisada fuera y los pacientes quedaron ubicados en tiendas, en lo que antes eran los jardines del hospital. Estaban hacinados y temerosos, pero aliviados al ver que la estructura no se les había caído encima esta vez…

Comenzamos la búsqueda del responsable de logística, nerviosos por poder llevar a cabo el traslado cuanto antes, por conocer a qué hora llegaría el helicóptero y si ya traería a los pacientes, impacientes por saber en qué condiciones estarían…

En los momentos de confusión sentíamos aflorar la tensión contenida de los días precedentes. Estábamos más susceptibles, pero por fin llegaba el helicóptero con los pacientes dentro y nos abrazamos a todo el mundo, incluso a aquellos compañeros a los que no habíamos visto antes. A todos nos unía lo vivido y el deseo y la motivación de sacar adelante esta misión; tal vez una de las de mayor envergadura de la historia de MSF.

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Foto 1: Imagen de las calles de Puerto Príncipe (© Julie Rémy)

Foto 2: Quirófano improvisado en el interior de un contenedor (© Benoit Finck/MSF)

Foto 3: Personal de MSF en el hospital de Choscal (© Julie Rémy)

Haití: Diario fugaz (2)

Por Ricardo Rodríguez Cid (médico, equipo de emergencias de MSF en Puerto Príncipe)

Me despertaron diciéndome que adelantaba un día mi regreso, pues debíamos trasladar en helicóptero urgentemente a la República Dominicana a dos pacientes muy graves.

Con apenas tiempo suficiente para recoger las escasas cosas personales que me había llevado, y con el corazón encogido por dejar atrás Haití, a los pacientes y a tantos sentimientos y recuerdos que formarían parte de mi equipaje y de mi persona el resto de mi vida, salí corriendo hacia uno de nuestros vehículos.

Nos dirigimos rápidamente hacia el lugar donde aterrizaría el helicóptero en uno de nuestros viejos Land Cruiser. Al volante estaba Víctor, un compañero haitiano al que conocía bien, pues habíamos trabajado juntos varias veces durante los últimos días.

Una vez más, al cruzar la ciudad, se repitieron las mismas imágenes, y de nuevo afloraron los mismos sentimientos de rabia ante la sinrazón de ver una ciudad desmoronada, que ha arrastrado con ella cientos de miles de vidas y reventado la existencia de miles y miles de personas más.

Para muchos todo ha terminado, otros tendrán que vivir con secuelas físicas y psicológicas el resto de sus vidas, pero la lucha por salir adelante que tiene esta gente es algo que me resulta demasiado difícil de expresar.

El impacto del terremoto ha sido brutal y sus consecuencias son palpables y lo seguirán siendo durante mucho tiempo, mucho más del que nadie desearía. Y por mucho que cruzáramos la ciudad para ir a trabajar a los hospitales, para trasladar heridos o para evacuarlos, no nos acostumbrábamos a las imágenes que se clavaban en nuestras retinas y en nuestros corazones.

Los mínimos indicios de recuperación del país, como ir viendo que desaparecían los cadáveres que estaban en las calles los primeros días, se unían al desorden en las colas de reparto, a la soledad de quienes esperaban junto a un montón de escombros porque allí yacían sepultados los restos de los que más querían, sus recuerdos y su pasado.

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Foto superior: Descarga de un helicóptero de MSF.

Foto inferior: Un psicólogo de MSF escucha a una paciente en el hospital.

Ambas © Julie Rémy

Haití: Diario fugaz (1)

Por Ricardo Rodríguez Cid (médico, equipo de emergencias de MSF en Puerto Príncipe)

Acabo de regresar de Haití, pero recuerdo bien la que resultaría ser, aunque entonces no lo sabía, mi última guardia de 24 horas en el Hospital Choscal de Cité Soleil. Habían pasado más de dos semanas desde aquel fatídico día en el que el mundo se quedó mudo ante la tragedia, el día que sumergió a Puerto Príncipe en la oscuridad más absoluta y cientos de miles de personas lo perdieron todo.

¿Doscientos mil muertos? ¿Cientos de miles de heridos? No lo sé. Esas son las frías cifras oficiales pero, desde mi llegada pocos días después del terremoto, no hice más que contar, muertos, heridos y personas desesperadas, sumidas en la tristeza y el dolor, ese que no es sólo físico, sino que se siente al perder a tus seres queridos. El dolor por vivir en un país sin futuro ni esperanzas.

Aún puedo sentir a flor de piel la frustración de los primeros días, cuando nos faltaban materiales y medicamentos porque nuestros aviones no conseguían permisos de aterrizaje en el aeropuerto de Puerto Príncipe, mientras otros aparatos sobrevolaban sin cesar el hospital; volaban tan bajo que podíamos ver claramente los distintivos que indicaban su procedencia. Bajo ese atronador ruido, casi sin vendas, morfina ni materiales quirúrgicos, trabajábamos con rabia y esperanzas.

Rabia por no tener a mano los tratamientos y materiales que nuestros aviones nos traían y que a buen seguro habrían salvado la vida de aquellos pacientes que murieron por no disponer de ellos; esperanzas porque es la esperanza lo último que se pierde y porque era lo único que teníamos para enfrentarnos a esa situación. Esperanzas también de que nuestros materiales finalmente llegaran, y esperanzas de un futuro mejor para nuestros pacientes y el resto de la población de Haití… pero eso me temo que no podemos saber si llegará algún día.

Amputaciones, fracturas abiertas, traumatismos craneoencefálicos, fracasos renales causados por el síndrome de aplastamiento, infecciones, quemaduras… un dolor inmenso… Niños, ancianos, embarazadas…y también huérfanos, muchos huérfanos. Gente que ha perdido a su familia y a sus amigos… y todo rodeado de escombros, porque aquí pocas cosas quedan aún en pie. Esa era la visión del día a día.

Pasaban los días, momentos eternos que hoy parecen fugaces. Todo lo que hacíamos parecía una gota de agua en un inmenso océano. Los coordinadores comenzaron a hablar de la conveniencia de que algunos de los que llegamos en los primeros equipos nos volviéramos a casa. Llegaban reemplazos. Muchos regresaremos a Haití en breve, al menos ese es nuestro deseo, pues todo lo que se haga es poco. Así que me consolaba saber que, pase lo que pase, aunque algunos nos fuéramos, otros compañeros se quedaban y otros más iban a llegar.

Por mi mente, como todas las noches antes de dormirme, aquel día ví pasar de nuevo el caos y la confusión de los primeros días, los pacientes, los casos más difíciles, los equipos de cirugía trabajando las 24 horas sin interrupción, el importante trabajo que llevan a cabo los equipos de agua y saneamiento…. y entre todo ello, un sinfín de caras, sensaciones y situaciones que dan vueltas y vueltas

Me acosté sabiendo que en pocas horas me informarían de cómo realizar mi viaje de vuelta. No estaba contento; algo de mí se iba a quedar allí.

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Foto superior: Astride Louissaint, de 25 años de edad. «No hemos encontrado a mi madre, pero siento que ha muerto. Después de tantos días, ya no tengo ninguna esperanza de encontrarla con vida».

Foto inferior: Madre e hija perdieron su casa en el terremoto.

(Ambas Hospital Martissant de MSF en Puerto Príncipe. © Julie Remy)

Haití: La espiral del desastre

Por Javier Fernández Espada (Unidad de Emergencias de MSF en Haití)

Mia Couto escribía en “Tierra Sonámbula” la historia de un viejo y un niño que durante el conflicto mozambiqueño se refugiaban en un autobús quemado; allí todos los días la tierra se movía y les llevaba a una situación diferente mientras que el calcinado autobús permanecía en el mismo lugar.

Esta historia me recuerda de alguna manera al desastre de Haití y no sólo la parte literal, sino algo más profundo: lo que ha ocurrido en Haití es como cuando una piedra cae en agua calmada. Las ondas crecen en círculos alrededor y al final toda el agua del estanque se mueve y tarda su tiempo en volver a la tranquilidad. Seguro que no soy la primera persona que utiliza esta metáfora, pero no puedo evitar hacerlo. Eso es lo que he visto en los últimos días.

La ‘zona cero’ del terremoto que ha sacudido Haití está muy cerca de la capital. Allí, en Puerto Príncipe, Jacmel y otras ciudades de los alrededores, se han producido la mayoría de las decenas de miles víctimas que ha dejado la catástrofe. Allí es donde Médicos Sin Fronteras ha abierto la mayor parte de los hospitales que se han habilitado para ayudar a las víctimas.

Sin embargo el trabajo que yo he realizado durante la última semana está muy lejos del epicentro. Mi función ha sido la de evaluar las consecuencias indirectas que ha habido en zonas donde el terremoto no pasó de un estremecedor temblor.

Decenas de miles de haitianos salieron huyendo de Puerto Príncipe, escapando del desastre y buscando lugares más seguros donde quedarse, la mayoría de ellos hacia la frontera con la República Dominicana. Miles de almas que se han repartido por toda la geografía del país buscando cobijo.

Esta diáspora ha producido colapsos en los ya precarios sistemas de salud del país, colas eternas de gente durmiendo bajo los árboles esperando la llegada de un autobús que los alejara del horror, personas saltando por las ventanas de segundos pisos ante las replicas que se produjeron los días precedentes, roturas de stock de los más básicos medicamentos en todas esas zonas donde repentinamente llegaron miles de desplazados, la amenaza del hambre… y así hasta la saciedad.

Mi camino se ha acabado en Jimaní, localidad dominicana fronteriza donde hace pocos años unas riadas se llevaron una noche a miles de vecinos. Muy pocos de nosotros nos podríamos acordar de aquella noche triste, pero los dominicanos todavía notan los efectos de las ondas sobre el estanque de la misma manera que los haitianos lo harán durante muchos años.

Por aquí hay un dicho que afirma que tropezarse sirve para aprender a saltar, eso es lo que les toca hacer a los haitianos, saltar una vez más, como ya hicieron tras ciclones, huracanes, esclavitudes y dictaduras. Lo que ha ocurrido estos días no se olvidará así que pasen mil años. Esperemos que mañana, cuando la tierra vuelva a moverse dormida, lo haga para traer a este pueblo un futuro mejor.

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Fotos: Asentamientos improvisados por los desplazados en Jacmel, Haití (© Julie Remy)