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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Viendo pájaros en la Luna

La semana pasada he participado en uno de los proyectos ornitológicos más curiosos de Europa. Se conoce por el nombre anglosajón de moonwatching y básicamente se trata de eso, de ver pájaros en la Luna.

Pero no, no me tachen de loco. Si nuestro inhóspito satélite blanco carece de vida de cualquier tipo, más difícil aún resulta que sobre su inexistente atmósfera vuelen las aves. Se trata de algo mucho más sencillo. Utilizamos a la Luna como si se tratara de una farola encendida en medio del firmamento. De esta forma, cuando algún pajarillo cruza delante de ella, podemos ver por unos instantes su silueta antes hacerse invisible de nuevo en la oscuridad de la noche.

Y algunos de ustedes se preguntarán ¿qué especies volatineras van a verse volando por la noche? ¿Apenas búhos y algún murciélago? Pues se equivocan. La Luna puede servirnos como gran chivato de la migración nocturna que todos los años, en primavera y en verano, realizan millones de aves entre África y Europa. Porque las dos terceras partes de todas las especies migradoras lo hacen por la noche.

Se calcula que en estos meses primaverales pasa por delante del disco lunar un ave cada uno o dos minutos, e incluso en días y lugares estratégicos un ave cada dos segundos. De acuerdo con la Fundación Migres, promotora de este singular experimento nunca antes realizado en España, los flujos medios indican una migración de 1.000 a 1.500 aves por kilómetro de cielo y hora.

Y ahí estaba yo en la azotea de mi casa en Fuerteventura, telescopio en ristre, esperando ansioso la salida de la Luna. Diez minutos de observación ininterrumpida y cinco minutos de descanso a lo largo de dos horas. Pero no pasaba nada. Yo, que me las prometía tan felices a la espera de descubrir un trasiego constante de aves hasta entonces invisibles a mis ojos, veía pasar el tiempo sin que nada rompiera esa monotonía de cráteres y mares celestes.

¿Estaría haciendo algo mal? ¿Tan difícil era ver ese tráfico aviar que mis colegas me relataban entusiasmados?

Finalmente, cuando ya había perdido toda esperanza, la silueta rápida de un pájaro mediano, seguramente un alcaudón, cruzó velocísima frente a la Luna antes de perderse de nuevo en la oscuridad rumbo decidido al norte. La emoción sentida por mí en esos momentos fue indescriptible.

Acababa de ver con mis propios ojos el comportamiento más celosamente guardado por las aves, las migraciones nocturnas para evitar el ataque de rapaces. Miles de kilómetros en la oscuridad orientándose por las estrellas, volando sin detenerse a beber, comer o descansar. Es verdad, sólo vi un pájaro esa noche, pero fue suficiente para aprender un montón de cosas. Entre otras, que Canarias está en medio del Atlántico, lejos de las rutas migratorias habituales. Y que la Luna de abril es mágica.

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