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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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El san Blas cigüeñil se adelanta cuatro meses

Ciconia

Las primeras cigüeñas blancas cruzan estos días el estrecho de Gibraltar en pequeños grupos, me cuenta mi amigo y experto biólogo de la Fundación Migres Alejandro Onrubia. ¿Para pasar a África? ¿Tan tarde? Pues no. Tan pronto. Porque las patilargas están de vuelta, de regreso a España.

Concluido el periodo de nidificación, con la llegada de los calores de julio emprendieron un larguísimo viaje hacia el sur, cruzaron el mar, atravesaron Marruecos y después el desierto del Sáhara en busca de, como decía Félix Rodríguez de la Fuente, “sus cuarteles de invierno”. Pero en realidad ese retiro apenas fue veraniego y otoñal.

Justo cuando empiezan los primeros fríos, las primeras cigüeñas tempraneras regresan a la península Ibérica. “La naturaleza se ha vuelto loca” dirá más de uno. Pues tampoco. Derrotado el viejo refrán de “Por san Blas (3 de febrero) la cigüeña verás”, desde hace décadas son normales estas avanzadillas en octubre, casi 4 meses antes de lo previsto.

Resulta evidente. El viaje ya no les compensa. Huyen del hambre y no del frío como pensábamos. Miles de ellas ni siquiera eso. Se apuntan a los vertederos y pasan de viajar. O se hacen sorprendentemente urbanas como las del madrileño barrio de Vallecas. Allí, y para asombro del vecindario, cientos de blanquinegras se han encariñado con antenas de televisión, luminosos y voladizos, industriales atalayas convertidas en pajariles dormideros. Las vi esta semana y me quedé maravillado.

Su aparición coincide en el tiempo con la llegada, estos sí, de nuestros turistas invernales. Grullas, ánsares y milanos reales abandonan los fríos nórdicos en busca de buen clima y mejor campo. Son los heraldos del invierno, como recuerda un refrán que, éste me temo que acertado, asegura:

“Grullas en el cielo, carbón en el brasero”.

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Medio siglo sin poder ver algo así en la Península

La imagen es grandiosa. Uno de los más impresionantes espectáculos de la naturaleza. El momento en el que un macho de águila pescadora (Pandion haliaetus) se acerca al nido con un pez recién pescado, ante la atenta mirada de su compañera.

La especie no cría desde los años ochenta del pasado siglo en la España continental, aunque sí lo hace en Baleares y Canarias (29-36 parejas). Y tampoco está globalmente amenazada, pues se distribuye por todos los continentes salvo la Antártida. Desde 2009, y ésta es la noticia, la especie también se reproduce en Andalucía.

El Programa de Reintroducción del Águila Pescadora en Andalucía, puesto en marcha por la Junta en el año 2003, se desarrolla con éxito. En la actualidad ya hay nueve parejas reproductoras. Seis de ellas se han instalado este año en distintos territorios de las provincias de Cádiz y Huelva y han sacado adelante un total de 10 pollos.

¿Cómo se ha logrado? Se ha utilizado la conocida técnica del «hacking«. Consiste en adaptar pollos nacidos en otras zonas a un nuevo medio haciéndoles creer que ése es su lugar original de nacimiento. De esta forma, cuando son adultos, gracias a su filopatría (tendencia que presentan muchas especies animales a criar cerca del mismo territorio donde nacieron) regresan a la zona de suelta.

¿Cuántas águilas se han liberado y de dónde vienen? Desde 2003 y hasta 2011 inclusive se han soltado 164 pollos procedentes de Finlandia, Escocia y Alemania. Se les trajo en avión y se liberaron en Cádiz, en el embalse del Barbate, y Huelva, en el Paraje Natural de las Marismas del Odiel.

¿Cuántas águilas han regresado? Hasta el momento tan sólo han vuelto a Andalucía 19 ejemplares (el 11,6%), exiguos supervivientes de su largo periodo de juventud en los cuarteles de invernada africanos.

¿Quién y por qué se traen águilas? Este proyecto, diseñado, dirigido y ejecutado por la Fundación Migres, surgió de las medidas compensatorias por la construcción de la autovía 381 entre Jerez de la Frontera y Los Barrios. Dicha infraestructura dañó irremediablemente el Parque Natural de los Alcornocales, estropicio que en mi opinión sigue sin haberse pagado con esta carísima reintroducción.

¿Tiene razón de ser este proyecto? A mí me encantan las águilas pescadoras, pero pienso que este proyecto no debería haberse puesto en marcha. Se está gastando muchísimo dinero y recursos de todo tipo para aumentar la distribución de una especie que no está globalmente amenazada. Mientras tanto, otras especies exclusivas de nuestra flora y fauna, biológicamente más interesantes pero sin tanto glamour mediático, se extinguen ante nuestros ojos. Para ellas no hay rescate. Tan sólo indiferencia.

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Viendo pájaros en la Luna

La semana pasada he participado en uno de los proyectos ornitológicos más curiosos de Europa. Se conoce por el nombre anglosajón de moonwatching y básicamente se trata de eso, de ver pájaros en la Luna.

Pero no, no me tachen de loco. Si nuestro inhóspito satélite blanco carece de vida de cualquier tipo, más difícil aún resulta que sobre su inexistente atmósfera vuelen las aves. Se trata de algo mucho más sencillo. Utilizamos a la Luna como si se tratara de una farola encendida en medio del firmamento. De esta forma, cuando algún pajarillo cruza delante de ella, podemos ver por unos instantes su silueta antes hacerse invisible de nuevo en la oscuridad de la noche.

Y algunos de ustedes se preguntarán ¿qué especies volatineras van a verse volando por la noche? ¿Apenas búhos y algún murciélago? Pues se equivocan. La Luna puede servirnos como gran chivato de la migración nocturna que todos los años, en primavera y en verano, realizan millones de aves entre África y Europa. Porque las dos terceras partes de todas las especies migradoras lo hacen por la noche.

Se calcula que en estos meses primaverales pasa por delante del disco lunar un ave cada uno o dos minutos, e incluso en días y lugares estratégicos un ave cada dos segundos. De acuerdo con la Fundación Migres, promotora de este singular experimento nunca antes realizado en España, los flujos medios indican una migración de 1.000 a 1.500 aves por kilómetro de cielo y hora.

Y ahí estaba yo en la azotea de mi casa en Fuerteventura, telescopio en ristre, esperando ansioso la salida de la Luna. Diez minutos de observación ininterrumpida y cinco minutos de descanso a lo largo de dos horas. Pero no pasaba nada. Yo, que me las prometía tan felices a la espera de descubrir un trasiego constante de aves hasta entonces invisibles a mis ojos, veía pasar el tiempo sin que nada rompiera esa monotonía de cráteres y mares celestes.

¿Estaría haciendo algo mal? ¿Tan difícil era ver ese tráfico aviar que mis colegas me relataban entusiasmados?

Finalmente, cuando ya había perdido toda esperanza, la silueta rápida de un pájaro mediano, seguramente un alcaudón, cruzó velocísima frente a la Luna antes de perderse de nuevo en la oscuridad rumbo decidido al norte. La emoción sentida por mí en esos momentos fue indescriptible.

Acababa de ver con mis propios ojos el comportamiento más celosamente guardado por las aves, las migraciones nocturnas para evitar el ataque de rapaces. Miles de kilómetros en la oscuridad orientándose por las estrellas, volando sin detenerse a beber, comer o descansar. Es verdad, sólo vi un pájaro esa noche, pero fue suficiente para aprender un montón de cosas. Entre otras, que Canarias está en medio del Atlántico, lejos de las rutas migratorias habituales. Y que la Luna de abril es mágica.

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