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La estimulación temprana funciona

El hecho de que mi hijo tenga TGD ha cambiado mi percepción sobre tantas cosas…. una de ellas ha sido la estimulación temprana.

Durante los dos primeros años de vida del peque, confieso que no es algo que me quitara demasiado el sueño. Claro que jugábamos con él, le hablábamos, le cantábamos, le dábamos amor… como cualquier padre reciente.

Pero no me preocupaba que su desarrollo cognitivo fuese más o menos lento. Yo defendía que evolucionase a su propio ritmo. Estaba convencida de que llegaría al mismo destino, de que sacaría todo su potencial, sin necesidad de ponerme demasiado las pilas estimulándole.

Confiábamos en su «piloto automático».

Ahora las cosas han cambiado mucho. Como el piloto automático de mi peque está un poco escacharrado, nos hemos visto obligados a tomar los mandos. Y desde mi experiencia, ahora mi confianza en la estimulación es enorme.

Hemos visto en la carne de nuestra carne (y en muchos otros niños con distintos problemas con los que hemos entablado contacto) que esos empujoncitos funcionan.

Lees, escuchas a los profesionales, aprendes a ser padre y terapeuta. Padre y estimulador al mismo tiempo.

En nuestro caso no se trata de tener un niño más listo, en nuestro caos la estimulación es tan esencial como el alimento. Es la forma de ayudarle a despertar a este mundo, a crecer y ganar en autonomía, a integrarse…

Sin la estimulación adecuada, probablemente habría ido para atrás en lugar de hacia delante.

Así que es inevitable que con su hermana las cosas sean distintas. Claro que respetamos sus ritmos. Eso no ha cambiado. Pero no paramos de aplicar con ella lo que hemos aprendido con su hermano.

Por que no nos lo tomamos ni con ella ni con su hermano como un trabajo, como una tarea tediosa. Es en cambio tiempo de juego y diversión, de cantar canciones, de pintar, de ver cuentos, de pasar tiempo juntos…

La estimulación es muy importante. Creo que todos los adultos lo hacemos bien de manera instintiva, pero es cierto que hay manuales que ayudan.

Hoy hemos sacado una noticia con unos cuantos. Algunos me los he leído y me parecen una maravilla. De uno en concreto ya os hablé en el pasado.

«No es un bebé, es un niño con una discapacidad»

A mi peque le gustan los parques de bolas. Solemos ir a uno cercano a mi casa, en el centro de mi ciudad, cuyos propietarios son gente encantadora.

Desde el primer día comprendieron las circunstancias de Jaime y me permitieron entrar con él para guiarle y ayudarle por el circuíto y en sus juegos y favorecer la relación con el resto de niños que disfrutan también de las bolas, toboganes o el castillo hinchable.

En alguna ocasión hemos ido a otros parques de bolas. Tampoco me han puesto nunca ningún problema. En uno pidieron ver la tarjeta que acredita la minusvalía del peque. Pero siempre me dejaron entrar con él.

Hasta ayer. Íbamos de camino a ver a mis abuelos, sus bisabuelos, y pasamos delante de un parque de bolas que hay frente a un gran parque y al lado de un centro de salud. Yo no pensaba entrar, pero él quiso y pasamos.

Era pronto y estaba vacío. No había ningún niño. Tan sólo algunos adultos tomando café en la barra.

Nada más entrar la dueña y única persona que atendía el local (luego me enteré de que era la dueña, resulta que es vecina de un amigo, el mundo es un pañuelo) me interceptó para decirme que en ese parque además de descalzarse había que ponerse unos calcetines limpios. Si no llevaba ella me los vendía por un euro.

Vale. Me parece bien. Normas de la casa para sacar más dinero, pero no tengo nada que objetar.

Me siento en el banco a ayudarle a quitarse los zapatos y el abrigo y ella desaparece para atender la barra. Cuando vuelve le comento que mi hijo tiene una minusvalía y que si me permite pasar a mí, comprando mis calcetines nuevos por supuesto, para atenderle.

Me contesta que de ninguna manera, que las madres no pueden pasar.

Ella: «¿Crees que el niño no será capaz de subir la escala del tobogán?»

Yo: «Estoy segura de que sin mi ayuda no podrá»

Ella: «Bueno, pues cuando vienen aquí niños pequeñitos lo que hacen es quedarse sentados en las bolas o en el castillo».

Yo: «Ya, pero es que mi niño no es un bebé. Puede hacer perfectamente todo el circuito y le encanta tirarse por el tobogán, pero necesita mi ayuda».

Ella: «Pues si necesita ayuda ya vendré yo a ayudarle». Contesta echando un ojo a la barra abandonada.

Yo: «No se preocupe que nos vamos. Mi amor, vamos a ponernos otra vez los zapatos».

Y retomamos el plan inicial y nos fuimos. Ella no nos dirigió ni una mirada ni dijo esta boca es mía. Tampoco hubo ninguna sonrisa durante toda la conversación anterior.

No es que me alterase el incidente. Soy consciente de que el mundo está lleno de gente sin sensibilidad y me voy a encontrar muchas más veces frente a personas así. Pero es la primera vez que me pasa en diez meses

Además creo firmemente que no deberían tener un trabajo relacionado con niños pequeños.

El juego simbólico

Ayer Julia comenzó espontáneamente a dar de comer miguitas de pan a María. María es una muñeca que tenemos encima de la mesa para que su hermano juegue a las comiditas con ella.

Hace ya tiempo que cuando le decimos «para María» ofrece lo que tenga en la mano o la cuchara a la muñeca,

Es imposible saberlo a ciencia cierta, pero yo creo que lo del peque aún no es juego simbólico ni mucho menos. Lo hace por complacernos. Aunque ya se andará, o al menos eso esperamos.

Con la nena tampoco puedo saberlo. Tal vez sea el inicio del trascendental juego simbólico, aunque muy prematuro me parece, probablemente se limita a imitar a su hermano.

Pero gracias a su hermano, que tiene el piloto automático escacharrado y nosotros tenemos que tirar de él para que avance su desarrollo cognitivo y sus habilidades comunicativas, estamos valorando mucho más cada avance de su hermana. Lo primero reconociéndolos, que es lo más importante.

Por último un consejo, aunque no sea muy dada a darlos: animad el juego simbólico en vuestros hijos, nunca les ridiculizéis u os riáis de sus ocurrencias lúdicas y maravillaos ante su imaginación.

Y aunque sean varones, poned muñecos, mariometas y títeres a su alcance y favoreced que jueguen con ellos emilando las actividades cotidianas. El juego simbólico con los coches está un poco limitado: se ruedan, se aparcan, chocan… Los superhéroes vuelan y luchan. Y poco más.

Aplaudid cuando aparezca igual que celebramos y recordamos sus primeros pasos. Ésto es mucho más importante.

Os dejo con un artículo de Bebés y más estupendo y muy concreto, pero si tenéis curiosidad por el tema en Internet hay toneladas de información.

El tipo de juego que realizan los pequeños evoluciona a medida que crecen; partiendo de un juego centrado en su propio cuerpo (los primeros meses los bebés juegan mirándose a las manos, tomándose los pies…), poco a poco van incorporando el objeto en sus acciones (lo lanzan, lo muerden, lo chupan….) hasta que llegan al juego funcional (usan los objetos con la finalidad para la que fueron diseñados).

El siguiente paso es la incorporación del juego simbólico. En este momento evolutivo, el adulto se convierte en el centro de su atención y al chico le encanta imitar sus acciones. Es cuando comienza el juego del “como si”: hacen como si fueran papás, mamás, cantantes, peluqueras, médicos….El juego simbólico representa el apogeo del juego infantil y hasta los seis años, más o menos, es el juego por excelencia.

QUE LES APORTA:

• Les permita conocer mejor el mundo que los rodea y tomar conciencia del papel que son capaces de desempeñar en él. Esto, a su vez, los ayuda a afirmar su personalidad.

• Les facilita el conocimiento de los distintos roles sociales, de las relaciones familiares y de las diferentes profesiones.

• Favorece las interacciones sociales y la resolución de sus conflictos.

• Al hacer que son otros, canalizan sus propios deseos, tensiones y miedos.

• Los ayuda a conocer el mundo de las personas adultas y a invertir roles: es frecuente que reten a sus muñecos adoptando nuestras actitudes.

• Es el primer paso para salir del pensamiento egocéntrico y entrar en el pensamiento abstracto, ya que comienzan a ponerse en el lugar del otro.

¡Vivan los parques de bolas!

Acabo de llegar con el peque de un parque de bolas. Ya sabéis, unos de esos locales urbanos con toboganes interiores, castillos inflables, y cubículos con centenares de bolas blanditas de colores. No está el tiempo para muchas más cosas. Y allí los enanos pueden quemar energías y divertirse un rato en calcetines.

A mi peque le chiflan. Las descubrimos tarde, es verdad. Pero estamos recuperando el tiempo perdido. Además le viene especialmente bien brincar y trepar. Y su hermana ya ha estado haciendo sus primeros pinitos bolísticos con apenas ocho meses.

El sitio al que voy es grande y está relativamente tranquilo. Y los niños que lo frecuentan tienden a ser también pequeños. Así que es estupendo para mi peque que se agobia un poco si hay mucho niño mayor que él haciendo el burro a su alrededor (como es lógico y sano que hagan por otra parte).

Y, algo no menos importante, también me dejan entrar a mí con él ya que necesita de mi iniciativa de juego. Me he tirado por los toboganes, le he animado a cruzar las telas de araña de cuerdas, le he lanzado bolas y hemos saltado en el castillo. Nos hemos divertido juntos en definitiva. Y me está enseñando a ver de nuevo el mundo con ojos de niña y a jugar.

Cualquier hijo es capaz de hacerlo si se lo permitimos, pero si tiene las dificultades del mío creo que aún más. Los adultos tenemos que ser su motor.

De todar formas para mí no hay nada como un parque al aire libre. Los columpios son fantásticos, no hay nada que más le guste y nos viene muy bien para trabajar con él. Su primera palabra cuando ha vuelto a ponerse a chapurrear este otoño ha sido «más» y la hemos logrado al parar el columpio.

Los columpios, como los toboganes o los caballitos de los parques, son muy buenos para trabajar la integración sensorial, para tomar conciencia del propio cuerpo.

Y la arena también ofrece un enorme abanico de posibilidades.

Pero en días lluviosos de invierno. ¡Vivan los parques de bolas!

Por cierto, que allí estaba hoy nada menos que Gaspar en persona entregando piruletas, posando para las fotos y recibiendo cartas. Pero de esos reyes magos de centro comercial (así me ha dado siempre por llamarlos) quiero hablar otro día en otro post.

Los creadores de juguetes maltrechos

No sé si habéis visto o recordáis Toy Story. La primera de ellas. Ya es suficientemente vieja como para que yo la viera sin hijos, soltera, en un cine urbano ya desaparecido hace años.

Una pequeña parte de esa película tenía lugar en una habitación de un niño repleta de juguetes semiabandonados, vapuleados, a los que les faltaban piezas, estaban mal ensamblados o gastados…

Resultaba bastante fantasmagórico todo la verdad.

El niño propietario de esos juguetes era un pieza de cuidado. No es el caso del mío, que es bastante sosegado y relativamente poco destrozón, pero siempre recuerdo esas escenas al recoger (sola o ayudada por él) todos los juguetes con los que ha estado trasteando.

Que si un xilófono sin baqueta (¿los palos de los xilófonos se llamarán también baquetas?), que si un puzzle falto de alguna pieza, luego un muñeco ya sin ropa, un par de libros desconchados, la pelota huérfana de un juego de bolos, un pito que no pita…

Mi niño es uno de esos creadores de juguetes maltrechos. Como lo fio yo. Como lo fue su padre. Como lo será su hermana. Como todos los niños.

¿O no?

Los mejores juguetes para bebés

Se me ha ocurrido que hay suficientes padres y madres recientes por aquí como para que podamos hacer una buena recopilación de juguetes.

Juguetes estupendos, que a nuestros hijos les encantan, para ayudar a padres futuros o aún más recientes. O para inspirar buenos regalos.

Simplemente con que cada uno de nosotros recordásemos tres de esos juguetes la lista sería estupenda.

¿Que os parece?

Aquí están los míos:

La rana Croki, apretando una mano suenan hasta siete minutos de música clásica, en la otra fragmentos de canciones populares infantiles, en la barriga se aprenden las formas y los colores.

Un xilófono de los de toda la vida para niños: trozos de metal de colores y un palito.

Dos libros fantásticos: Todos los besos y Todos los bebés de Sanders y Bisinsky.

Cuando Julia tenga sus preferidos, también os los diré.

Es vuestro turno…

Las llaves, el juguete universal

Julia ya tiene tres meses, así que hace a tiempo que no se dedica únicamente a comer y dormir.

También quiere que la festejen, cotillear el mundo y se aburre si está despierta y sin estímulos.

Los primeros juguetes que les ofrecemos para que experimenten suelen ser sonajeros de distintos ronroneos y tintineos. Y cuando son muy pequeños e incapaces de cogerlos con sus manitas, los hacemos sonar nosotros o los colgamos de cunas, carros y hamacas a modo de móviles.

Los hay de todo tipo: con espejos irrompibles, blandos duros, con todas las formas y colores imaginables…

Pero hay un sonajero improvisado con el que me atrevería a decir que no hay niño que no haya jugado: el manojo de llaves de sus padres y abuelos.

Ya puede ser que no haya otra cosa a mano o que, aunque las haya, prefieran las llaves.

Pero es habitual ver a un adulto hacer tintinear las llaves ante un bebé. O al bebé algo mayor manipulando esa maravilla de juguete universal.

¿Qué padre o abuelo no lo ha hecho?

Los míos incluso tienen sus propios llaveros cargados de llaves ya inútiles, que no pasa nada si se pierden.

Los errores que cometemos como padres recientes

Creo que es algo inevitable: por muy buena voluntad que pongas, por mucho que te quieras esforzar, por muy bien informado que estés, nuestros primogénitos siempre pagan el pato de nuestros errores por ser los primeros.

Y los padres recientes que somos dados a la autocrítica reconocemos esas equivocaciones y nos prometemos a nosotros mismos no volver a cometerlas con nuestro segundo hijo.

Tal vez lo consigamos, pero no me cabe duda que erraremos en otros asuntos.

Puede que teniendo ocho o nueve hijos, al final lograsemos reducir los errores al mínimo. Pero me da a mí que no. Cada niño es tan distinto que siempre podríamos meter la pata en algo nuevo.

El pequeño primer error con el peque fue insistir en que durmiera en su cuna el primer mes. Con la niña ya somos unos fervorosos seguidores del colecho desde hace años y ella se ha ahorrado el tener que insistir en dormir con nosotros.

Pero siendo sincera, son dos los errores importantes que hemos cometido con él. Reconocerlo es el primer paso para arreglarlo. Y en ello estamos.

Uno ha sido darle de comer antes, no sentarle en su trona a comer con nosotros. Era algo que sabíamos que había que hacer, pero el otro sistema se había convertido en una rutina y sin darnos cuenta fueron pasando los meses unos detrás de otros.

Siempre fue muy buen comedor, en cuanto a cantidad y variedad, pero a resultas de nuestro error apenas masticaba y no cogía la cuchara.

Lo bueno es que los niños aprenden rápido: a los tres días de comer todos juntos ya estaba agarrando él la cuchara y masticando más y mejor.

El otro fallo importante ha sido no pasar demasiado tiempo con otro niños. Hemos paseado horas y horas a diario, con calor y con frío, hemos ido al parque a columpiarnos, hemos leído cuentos hasta saberlos de memoria y hemos cantado hasta acabar roncos.

Pero no hemos estado apenas con otros bebés. Además del primer hijo ha sido el primer nieto y el primer sobrino. Ha sido durante dos años y medio el único bebé en una familia que llevaba muchos años sin ellos. Y tampoco nos hemos visto más que de Pascuas a Ramos con otros amigos y familiares con niños.

Tendríamos que habernos esforzado más para que jugase con niños. Parece que el retraso que tiene en el habla puede venir de ahí..

Imagino que vosotros también tenéis vuestra propia colección de meteduras de pata.

Nosotros seguiremos acumulando errores según cumplan años. Seguro. Procuraremos estar atentos para intentar corregirlos rápido. Es lo mejor, lo único que podemos hacer.

Lo único en lo que no nos gustaría equivocarnos nunca es en sentar las bases para que sean buenas personas y en lograr que se sientan durante toda su infancia seguros y amados.

¿Comprar o no juguetes bélicos?

El otro día gemma.a. en su blog Ciudadano Cojo publicó un post sobre un tema que ya me había dado que pensar en el pasado y que tardará poco en dejar de ser un planteamiento teórico.

Antes o después mi peque también me sorprenderá pidiendo una pistola, una escopeta o una ametralladora de juguete como le ha pasado a Gemma con su hijo de tres años y medio.

Así que, ahí andaba mi pequeño, esperando una respuesta de su madre que luchaba entre unos sólidos principios pedagógicos y otro no menos sólido pensamiento: «menuda gilipollez no comprarle la pistolita si le hace ilusión y nunca me pide nada».

De modo que, apostando por mi actual guerra particular en la que yo quiero ser sujeto activo de mi propia vida, me metí en una juguetería y le compré la pistola de vaquero que venía, no con una sino con dos pistolas, las pistoleras con balas y hasta la estrella de sheriff de la ciudad (amos hombre, qué cucada).

Me dije a mí misma para convencerme o justificarme (léase como convenga).

¿Acaso no le disfrazo muchas noches con su pañuelo y parche de pirata? ¿y acaso por ello le estoy incitando a montarse en un barco con piratas pongamos que somalíes y secuestrar a todos sus tripulantes? NOOOOOO.

¿Acaso no le cuento historias de reyes y princesas que viven de la sopa boba y de las perdices que se comen al final de cuento? ¿y acaso le estoy incitando a ser pro monarquía, ligarse a nuestra Leonorcita y convertirse en miembro de la realeza? NOOOOOOOO.

Y preguntaba qué nos parecía y qué hubiéramos hecho en su lugar.

Yo hubiera hecho lo mismo Gemma, le hubiera comprado la pistolita de marras sin darle la mayor importancia.

Jamás consentiría tener en casa un arma real si mi marido se encaprichara o el día de mañana le diera una ataque de locura y decidiera meterse a cazador.

Pero creo que no pasa nada por comprarle una pistola a un niño tan pequeño si en el día a día se le están proporcionando los valores que crees justos.

Por cierto Gemma, en lo único en lo que no estoy de acuerdo es en meter los videojuegos dentro del saco de los juguetes bélicos.

¿Vosotros que pensais?

A cada niño le da por un tipo de juguetes

Aunque no niego que hay niños «multijugadores», tengo comprobado que en la mayoría de los casos a cada niño desde muy bebé le da sobre todo por un tipo de juguetes.

Conozco niños que apenas juegan con otras cosa que no sean animales, otros que tienen pilas y pilas de coches y motos (los hay que incluso se especializan en coches de bomberos por ejemplo), otros que disfrutan con pelotas y balones de todo tipo o con cacharros que producen música. Incluso sé de uno al que le ha dado por los puzzles.

Al mío sólo le gustan los libros de cuentos: pasar las hojas una y otra vez y esparcerlos por toda la casa (al menos hacen menos daño que los cochecitos si los pisas) hasta que los pobres revientan. No hace ni caso al resto de juguetes.

Yo de pequeña me volvía loca con los animales. Una de las obsesiones más frecuentes por lo que veo.

Es posible que en algunos casos los padres influyan, pero mi impresión es que generalmente el niño sale así, con esos gustos, sin que sus padres sepan muy bien por qué.

Lo que sí hacemos es reforzarlo luego: en la familia se comienza a correr la voz de que al sobrino, al nieto o al primo le gustan los camiones y los padres acaban teniendo más stock en casa de esos vehículos que la Pegaso.

¿Por qué le ha dado a los vuestros?

Por cierto, dichosos nuestros niños que pueden elegir juguetes. Dichosos simplemente por tener juguetes.