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Las apps para iPad y IPhone con las que mis hijos se divierten y aprenden

Ya os he contado en el pasado que a uno de los juguetes favoritos de mis hijos es el iPad. Ahí tienen instaladas numerosas aplicaciones que les resultan entretenidas y que a nosotros nos parecen enriquecedoras.

Voy más allá de los gatos que repiten lo que decimos o que juegos como los’angry birds’, hablo de cuentos, puzles, herramientas para pintar, colorear, aprender a contar o las letras.

Una amiga me pidió que recopilara mis favoritas
, así que aquí las dejo no solo para ella, también para todos vosotros.

Android lo tengo más desatendido. Por favor, ayudadme a enriquecer este post y que sea útil para todos recomendándome las aplicaciones que vosotros recomendaríais.

Allá van mis recomendaciones:

Playtales. Son cuentos ligeramente animados, algunos preciosos, realmente bien dibujados. El gran inconveniente es que la aplicación es gratis pero luego cada cuento vale dinero, entre 1,59 y 2,39 euros. Claro que los de papel salen bastante más caros.

Hay una empresa que se llama ar-entertainment o Alexandre Minard que tiene todo tipo de puzles (en 3D, con movimiento, que vinculan letras y números), juegos de laberintos, de encontrar diferencias y juegos de colorear muy bonitos y muy bien pensados (‘Aprender a dibujar es divertido’ es uno que nos gusta especialmente. Da patrones para aprender a trazar dibujos y luego colerarlos). Nosotros tenemos descargado gran parte de su catálogo. Creo sinceramente que es la empresa que más y mejores apps infantiles tiene. Descargar los juegos cuesta entre nada y poco, pero suelen incluir pocos puzzles o láminas de colorear. Si se quiere descargar el juego completo hay que desembolsar otro poco, normalmente 1,59 euros. Merece la pena. De hecho ellos son los que hacen las aplicaciones de Nickelodeon, que son también sencillas, educativas y bonitas, con los personajes del canal como Dora, Diego, Kai-Lan…

También para colorear está ‘La granja’ de iBimbi o ‘Color me’.

TabTale también tiene muchas aplicaciones para niños, en inglés eso sí. Los cuentos me gustan bastante menos, pero tiene juegos de contar (firstnumbers) y vocabulario que también están bien. Sus sistema es hacerte pagar para liberarte de la publicidad.

Hay muchos juegos que muestran los sonidos de animales, instrumentos musicales, vehículos.. vinculándolos a imágenes. Nuestro favorito es Soundtch. Tiene una versión gratuita bastante apañada, pero para verlo completo y sin publicidad hay que pagar 2,99 euros.

Si el niño es musical hay bastants pianos y xilófonos. Nosotros tenemos puestos Zen Piano y iXylophone.

Babyfirst es una aplicación también recomendable para los más pequeños. Muestra los vídeos educativos del canal de televisión de la flor de colores. Es gratuita. La idea es semejante a la aplicación de Clan, que también está bien pero que abarca contenidos para niños más mayores.

Disney tiene muchas aplicaciones. Muchas muy malas, algunas buenas, la mayoría regulares y todas caras. Al menos esa es mi impresión. La favorita de Julia y Jaime es ‘Tangled‘, de la película ‘Enredados’, que está bien aunque no es barata e incluye fragmentos de la película, algunos jueguecillos, un cuento… En cualquier caso es mucho más barata que cualquier cuento oficial en papel.

Para niños un pelín más mayores que los míos hay juegos de estrategia como That’sMyFish, que a mi hija le encanta aunque no domine aún la estrategia de mover a los pingüinos por las casilla de hielo en busca del pescado.

Es vuestro turno…

Jugar en la calle en nuestros tiempos modernos

¿En vuestras ciudades siguen jugando los niños en la calle? En la mía sí, pero es cierto que poco. Alguna plaza hay por el centro en la que, con el buen tiempo, es frecuente verlos. Son unos pocos lugares muy concretos y acotados, siempre bajo vigilancia adulta y con poca libertad de movimientos.

En los pueblos y ciudades más pequeñas me consta que esa costumbre no se ha perdido y es más frecuente ver a los niños jugar a su aire. Pero me gustaría saber si, incluso en esos pueblitos, sucede con la misma libertad de movimientos que treinta años atrás.

No sé si efectivamente es ahora más peligroso que antes o si somos los padres los que, con tanto suceso y serie de televisión yanqui en la que los niños son siempre objeto de deseos malsanos, estamos exagerando.

Yo me recuerdo en mis veranos asturianos, desapareciendo con mis primos y regresando a casa sólo cuando tocaba alimentarse o dormir. Y os aseguro que esa autonomía, esa libertad, ese hacer y deshacer medio asilvestrada rodeada de naturaleza y sin rendir cuentas es uno de los mejores recuerdos de mi infancia.

Pero creo que no me atrevería hoy día a dar ese regalo que yo recibí de mis padres y abuelos a mis propios hijos.

Ya os lo decía hace cuatro años en mi primer post en este blog: ser madre es vivir con miedo.

Tal vez debería dejar de ver series de televisión yanquis…

El iPad («¡mío mío, mío!») como herramienta educativa

En el cole de Jaime tienen una pizarra digital desde hace el curso pasado que le encanta. La usan sus terapeutas en el aula como herramienta educativa. Allí pinta y juguetea con su supervisión. Es un buen estímulo.

Pues ahora tenemos en casa un iPad y estoy descubriendo en enorme potencial que tiene educativo y de entretenimento bien entendido: hay aplicaciones para dibujar, rellenar colores, cuentos interactivos, puzzles a mansalva de todo tipo, actividades de unir puntos o hacer música, juegos con sonidos de animales… incluso hay aplicaciones pensadas para niños con autismo o dificultades del lenguaje, como generadores de pictogramas.

También es sorprendente a qué velocidad niños muy pequeños o con trastornos del desarrollo son capaces de manejarlo con sus deditos. Es todo tan fácil e intuitivo: tocar, arrastrar… tengo un amigo que dice que debería grabar un vídeo en el que se vea la maña que se da con apenas dos años.

«¡Mío mío, mío!» dice Julia cada vez que oye la palabra «aipad» o lo ve en unas manos que no sean las suyas.

Desde luego es la persona de la casa que más partido le saca. Es su juguete preferido.

Los turnos y el “dame” o “te lo cambio” ante el ¡»mío, mío»!

Normalmente cuando un niño está felizmente con un juguete y llega otro y se lo arrebata las reacciones de los adultos que los cuidan suelen ser:

  • Devolver el juguete al niño que ya lo tenía y regañar al que lo cogió.
  • Intentar contentar al que se ha quedado sin juguete con otro cacharro diferente.
  • Intentar consolar al que se ha quedado sin juguete de la importancia de compartir.
  • Dejar a ambos sin el juguete origen del problema.

En esas unas jornadas a las que acudí para incentivar la comunicación de niños con autismo u otros problemas de lenguaje, la directora de una escuela infantil ejemplar que está continuamente innovando sugirió otros dos métodos que a ellos les funcionan muy bien.

Uno era el enseñar a los niños, sobre todo a los que ya son un poco mayores, a acercarse suavemente y utilizar el “dame” o el “te lo cambio”. Su teoría es que a nuestros pequeños les faltan las herramientas correctas y es deber nuestro enseñarles que no se llega y se coge lo que uno quiere si previo aviso. Hay que enseñarles a pedirlo o a ofrecer algo a cambio.

La otra herramienta es la de los turnos. Y he podido comprobar con mi hija y su prima de apenas un año y medio lo efectivo que resulta.

Las primeras veces hay lloros, pero enseguida comprendieron la dinámica. En lugar de ofrecer otro juguete, decir que el juguete no es para nadie o regañar, se juega con ellos a los turnos. Un ratito uno y otro ratito otro. Es importante que esos ratitos duren muy poco y que puedan anticipar esa duración. Lo ideal es cantar una canción o contar cantando hasta 10 o 20.

Os puedo asegurar tras probarlo que es mano de santo. Incluso el hecho de compartir el juguete con turnos se convierte en la auténtica diversión. Eso sí, requiere de un adulto metido en el ajo y no desentendido del juego infantil.

Os lo recomiendo.

¿Las niñas tienden a adoptar el papel de cuidadoras más que los niños?

En el post de ayer yo comentaba lo siguiente:

Ella cada vez más imita nuestro modo de actuar con él: le coge de la mano, le lleva de un sitio a otro, si coge cables se los quita de las manos, nos quiere ayudar a vestirle, lavarle la cabeza… probablemente el que sea niña influye en que esté adoptando ese papel de cuidadora.

Y en los comentarios un lector con el nick ‘Educación no sexista, por favor’ comentaba:

Vaya, por lo visto el sexismo sigue presente en la educación que algunos padres y madres recientes dan a sus hijos.
Las niñas no nacen siendo “cuidadoras”, imitan a las madres que asumen ese rol. Si los papás son también cuidadores, los niños aprenden a ser “cuidadores” como ellos. Si los padres se sientan a ver la tele y pasan de todo, los niños aprenden que cuidar a los demás “es de niñas”.

A lo mejor eso es lo que le pasó a Madre Reciente.

Y aquí está lo que le contestó Martola:

Antes de nada quiero que sepas que mi comentario no pretende para nada criticar tu opinión.

Tengo una niña, tiene dos añitos y 4 meses y desde el principio me propuse educarla “en la igualdad”, pero también en dejarla expresar su personalidad.
Le gusta el rosa, no le gusta, le encanta! Cada vez que le dejo escoger ropa, va a la más cursi.
A pesar de que tiene coches, trenes y muñecas, juega con una delicadeza increíble. La primera vez que la llevamos a un centro de juegos, mientras su amiguito gritaba y saltaba en la piscina de bolas, ella corrió como loca a una cocinita de juguete a poner la mesa y “cocinar”. Ahora es su juguete preferido. Le encantan las pincitas del pelo, a pesar de tenerlo muy corto y fino. Y mil cosas más que podría contarte.
Nosotros seguimos siendo imparciales con ella, por supuesto.

Yo no creo que seamos iguales, y los niños y las niñas, también son diferentes, pero desde luego ninguno es inferior a otro y comparto contigo que no se debe estereotipar o imponer roles, pero por todo lo que veo a mi alrededor, salvo excepciones raras, los niños son niños y las niñas, niñas. No sé si me explico 😉

Pues aquí va mi respuesta. Mi santo para nada está sentado viendo la tele y yo asumo el papel de cuidadora. Ambos tenemos el mismo horario y estamos a las 16:00 de la tarde en casa, y teniendo una niña de dos años y otro con autismo, lo de sentarse está descartado. Los dos somos cuidadores de nuestros hijos en la misma proporción, los dos trabajamos y jugamos con ellos, cuando por las tardes salimos al parque o a pasear vamos ambos, cada uno con un niño de la mano. No podría ser de otra manera. Al menos sería muy difícil.

Y no es el único hombre al que mi hija ve ejerciendo de cuidador: ya sea su abuelo, su tío o un amigos de la familia, en nuestro entorno los hombres están muy implicados.

En casa hay todo tipo de juguetes y a mi hija le gustan algunos que se consideran erróneamente propios de su sexo como la cocinita y otros que no como los coches. Y muchos que no tienen connotación sexual alguna y que son los que realmente abundan en mi casa, como las construcciones, los puzzles, los intrumentos musicales o los cuentos.

No ha salido nada «princesa». Al menos de momento. Que no es nada malo, en absoluto. Y tampoco creo que ser «princesa» o no serlo implique nada del otro jueves. Pero imagino que sale a su madre: yo siempre preferí disfrazarme de vaquero y subirme a los árboles.

Pero sí que creo que las niñas tienen una tendencia mayor que los niños a ejercer de cuidadoras, igual que creo que tienden a ser más suaves.

Eso no quiere decir que no haya muchísimos niños varones muy dulces y con esa misma tendencia a proteger y cuidar, por supuesto.

Os voy a contar algo que creo que es representativo:
Jaime tiene un retraso madurativo obvio respecto a sus compañeros de clase. Y en su clase casi desde el primer día hubo una niña que adoptó el rol de protectora/cuidadora. Ahora, en su segundo año, son varias las compañeras que le ayudan y cuidan, también algún niño, pero mayoritariamente son las niñas.

Hablando con otros padres con niños con problemas escolarizados y también con los profesores y terapeutas, me aseguran que es un fenómeno que se repite. En las niñas parece aflorar de manera mucho más natural y con más frecuencia esa inclinación.

Los profesores también te pueden decir que las clases en las que hay mayoría de niños tienen una dinámica completamente diferente de las clases con mayoría de niñas.

También podría argumentarse que todas esas niñas están viendo en sus casas a las mujeres ejercer de cuidadoras y a los padres otros roles. Pero yo no estoy tan segura de que sea así.

En todos los mamíferos superiores hay ciertas inclinaciones naturales diferentes en machos y hembras. Y ahí no hay educación sexista que valga. ¿Tan diferentes somos de ellos?

Asumir diferencias innatas no implica asumir que uno u otro sexo sea superior al otro.

Sobra decir que eso no implica que no haya que tomarse muy en serio luchar contra estereotipos dañinos y asegurarse de que nuestras niñas se valoran a sí mismas y crecen sintiéndose capaces de hacer cualquier cosa que se propongan. A mí me educaron así, esa suerte que tuve.

Creo que es un debate interesante. ¿Cómo lo véis vosotros?

¿Deberían prohibirse los videojuegos a los niños más pequeños?

Entro hoy al blog a eliminar los comentarios de spam en inglés que últimamente lo invaden últimamente y a publicar una nueva entrada y me encuentro con que en los comentarios de un post reciente dos lectores han iniciado su propio debate sobre los videojuegos y los niños.

Y como me parce interesante os los dejo aquí:

Anonimous: Hola a tod@s, perdonar la intromisión pero nos surgió una cuestión en otro blog y creo que este es el más indicado para hablar sobre el tema, tiene que ver con la normalidad en el desarrollo pero centrado en tu tema concreto, los niños y los videojuegos.

Manitu, yo no estoy en contra de los juegos ni de los videojuegos, no trato de dar una imagen peyorativa de los mismos, entiendo perfectamente que los juegos son para parte importante del desarrollo de un niño, pero no creo que sea así con los videojuegos.

Aunque es cierto que existen videojuegos infantiles educativos no son la mayoría ni a los que los niños desean jugar.

Está ampliamente demostrado que los videojuegos son peligrosamente adictivos y esto puede influir muy negativamente en el desarrollo de un niño, ¿Por qué un niño iba a salir de su casa a hacer deporte o a relacionarse con niños de su edad si toda la diversión que necesita la tiene en la consola?

El problema de no llegar a los excesos es que los niños no son adultos y es raro que sepan controlarse,
si te aburres con un juego siempre puedes poner otro y vuelta a empezar y entonces tienen que ser los padres los que con su escaso tiempo estén pendientes de que el niño no juegue demasiado a la consola.

Precisamente en japón es donde se dan una serie de conductas inusuales en el resto del mundo por el abuso de videojuegos como es el fenómeno de los hikikomoris o los neets, similares a los ninis de España.

Obesidad, aislamiento social, bajo rendimiento escolar…

Creo que los videojuegos solo deberían consumirse por jovenes y adultos responsable
s, creo que es mucho más beneficioso para un niño estimularle para que descubra la lectura, los deportes, la naturaleza…

Y aquí la respuesta.

Manitú: Creo que podríamos abrir un debate muy amplio sobre este tema porque no está todo dicho, pero por resumir y no abusar de este espacio que hemos “robado”, te contestaré que estoy parcialmente de acuerdo con tu comentario.

Efectivamente los juegos de consola o pc pueden ser adictivos y efectivamente en el caso de los niños debe haber una supervisión paternal.

Pero el que sean adictivos no tienen tanto que ver con el juego en sí como con la persona que lo usa. Las personas adultas no están más libres de caer en esa adicción que los niños porque precisamente “el elemento” adictivo de los juegos es que en ellos puedes conseguir “logros” que no obtienes en la vida real.

Con esto quiero decir que un determinado tipo de personas serán más propensas a engancharse a los videojuegos que otras, al igual que ocurre con las drogas.

El ejemplo que me pones de los japoneses creo yo que justamente ilustra mejor esto que digo yo que lo que me quieres decir tu.

Si los japoneses tienen ese tipo de problemas no es porque juegen mucho y lo hagan sin control. Si te paras a pensar en como es la cultura japonesa te darás cuenta que la clave está ahí, no en los juegos en sí.

Los japoneses, por cultura, son personas muy competitivas y con un alto sentido del honor.

Por ejemplo, el ser despedido de un empleo es un alto deshonor. Un ejecutivo que es despedido puede acabar abandonando a su familia para no deshonrarla y le puedes ver en la calle como mendigo.

Esta presión tan grande hace que los niños muchas veces se refugien en un mundo de fantasía donde las cosas “sean más fáciles”.

Al final no fue tan breve mi comentario, perdón a todos.

Pues ahora va mi opinión, Anonimous y Manitú. Yo siempre he sido defensora de los videojuegos. Fui una niña que jugaba con el msx que me regalaron en mi primera comunión. Estoy rodeada de adultos que han jugado mucho y que siguen jugando a sus treinta y bastantes. Creo que es un tipo de ocio perféctamente válido y que lo único que hay que hacer es elegir los videojuegos correctos para cada edad, supervisar al niño (si es posible jugar con él) y asegurarse de que también dedica tiempo a otras actividades: leer cuentos, jugar en el parque, bailar, cantar, ir al zoo o dibujar.

A mí particularmente me gustan más los videojuegos, ya sean de ordenador o consola, que la televisión que es completamente pasiva. Por poner un ejemplo, una aventura gráfica en un videojuego obliga a pensar, a tomar decisiones, no deja de ser un cuento narrado en el que tú eres el protagonista y tus acciones tienen consecuencias. ¿Por qué ver a Dora en la tele y no jugar imaginando que eres Dora en la Wii?

Sin contar que así se van familiarizando con la tecnología, que siempre viene bien. Conozco mucha gente que hoy día tienen trabajos especializados en distintos campos tecnológicos (programadores, administradores de sistemas…) que empezaron con los videojuegos, no con las clases de informática del cole precisamente.

Y ahora os toca a los demás…

La magia de los disfraces

Yo nunca me disfracé en Halloween. Partimos de la base de que soy de una quinta en la que eso de Halloween era algo raro, típico de las películas y series estadounidenses. Lo que se vivía en mi infancia era como la ciudad se quedaba medio vacía, las floristerías vacías del todo y los cementerios rebosaban flores, gente y estropajos.

Pero eso está cambiando. Nuestros peques sí se están disfrazando. Y me da igual que sea una tradición ajena. Bienvenido sea todo lo que contribuya a que se diviertan. Mis hijos han estado caracterizados de Harry Potter y Hermione y, junto a sus primas, de calabazas. Y todos se lo han pasado pipa. Cada uno a su manera y según su nivel de entendimiento, disfrutaron de una tarde de disfraces.

Me da a mí que cada año será mejor. Desde luego en Carnavales repetiremos.

Mi suegra guarda en su casa todos los disfraces viejos, aunque estén medio rotos, y algo de ropa descartada. Cuando ha tenido niños en su casa uno de sus juegos favoritos ha sido jugar a los disfraces.

Yo quiero hacer lo mismo: guardar todos los disfraces en un lugar al que puedan acceder para que jueguen todo lo que deseen cualquier día del año.

En crecerfeliz.es tienen un par de piezas interesantes sobre los beneficios de disfrazarse. Os dejo un fragmento:

Jugar a disfrazarse es algo muy necesario en la vida del pequeño, ya que contribuye a su desarrollo. Cuando el niño se viste de un personaje y se imagina una historia con ese disfraz, está dando rienda suelta a su fantasía, a su espontaneidad y a su creatividad.

Además de divertido, disfrazarse es un método estupendo para que los niños expresen sus sentimientos.  Por eso es uno de los recursos que más utilizan los terapeutas infantiles para ayudar a los pequeños a vencer los problemas de relación (como la timidez) y los miedos (a los perros, a los fantasmas…).

También es la manera más fácil de enseñar a los niños a ponerse en el lugar de los demás, lo que les ayuda a tener más empatía y a integrarse mucho mejor en el mundo que les rodea.

Y hay algo más, muy interesante: el disfraz puede ayudarnos a descubrir cómo percibe el niño a los adultos que conviven con él. Observad a vuestro pequeño cuando se disfrace de papá o de mamá y actúe como tal. Probablemente os sorprenda la imagen que tiene de vosotros y os lleve a reflexionar sobre si la relación que mantenéis con él es buena o hay algunas cosas que debéis cambiar. También es bueno que os fijéis en cómo actúa si se disfraza de profesor o de profesora. Así podréis descubrir si se siente bien en su colegio o no.

A casi todos los niños les gusta disfrazarse, pero también es cierto que algunos disfraces pueden asustarles, como los de monstruos y fantasmas y los que les tapan la cara. De hecho, a esta edad la mayoría aún prefieren los que llevan la cara al descubierto. “Así, además de sentirse más cómodos, tienen una señal permanente que les aferra a la realidad y sienten menos miedo”, apunta la especialista.

Si al niño le da miedo un disfraz, no hay que obligarle a llevarlo, porque su fantasía puede intensificar sus temores y hacer que tarde más en superarlos. Y, del mismo modo, si lo rechaza porque “le queda ridículo”, también hay que respetarlo. Lo mejor es que él elija el traje que más le guste. Así disfrutará al máximo de la interesante y divertida experiencia de ir vestido de otro.

Un mundo de colores

Azul, verde, rosa, amarillo, rojo y naranja. Esos han sido los primeros colores que ha aprendido mi hija. No ha costado demasiado. Simplemente hemos indicado con frecuencia de qué color era el juguete que tenía en las manos, la pared en la que se apoyaba, el patito del cuento o su faldita.

Y ella, nuestra pequeña esponjita que hoy cumple 18 meses, comenzó pronto a repetir lo que le indicábamos. Y de repetir comenzó a intentar nombrar ella los colores. A veces sin acierto. ¡El verde y el azul o el naranja y el rojo a veces se parecen tanto! ¡Y hay tantos rosas tan distintos!

Pero aplaudimos todos sus intentos, incluso los erróneos que tuvimos que corregir. Ahora le encanta indentificar los colores que tiñen nuestro mundo.

Con su hermano no ha sido tan fácil. No los nombra, pero sabemos que los identfica porque los discrimina la mar de bien. Sabe que tiene que apilar las fichas naranjas una encima de la otra, y las azules también pero en otro montón diferente.

Con él hay que practicar mucho y acaba aprendiendo.
Pero las vías de aprendizaje son diferentes. Hay juguetes pensados para discriminar colores y formas con los que además se trabaja la psicomotricidad fina y son muy útiles.

Pero cualquier cosa sirve: apilar las piezas de tente por colores, meter las pinzas de la ropa o los cubiertos en vasitos de diferentes colores, colocar distintos juguetes sobre folios o cartulinas del mismo color…

Nosotros le vamos dando las piezas una a una, según nos las va pidiendo, y él las va colocando según corresponde.

Todos los caminos, los rectos y los plagados de curvas, conducen al mismo universo de colores.

El juego de los trileros

Uno de los juegos estrella en casa es el de los trileros. Sus terapeutas fueron los que nos lo recomendaron. A nosotros no se nos hubiera ocurrido nunca. Ya el primer día que vinieron a casa trajeron varios pictogramas con actividades, y entre las pompas, el puzzle o el cuento estaba el picto amarillo de los vasitos que representa a los trileros.

Defienden este juego por muchos motivos. Así se trabaja permanencia del objeto (entender que lo que se oculta no desaparece) en el plano más básico, pero sobre todo sirve para trabajar la atención.

Se empieza con dos vasos de distinto color. Se pone algo que le guste mucho al niño bajo uno de ellos (un trocito de chuche, un juguete que le guste mucho) y al principio ni siquiera se mueve.

Cuando entiende la mecánica del juego se puede va complicando, primero usando vasos del mismo color. Después moviéndolos un poco. Por último añadiendo un tercer vaso.

El peque ya domina el juego con dos vasos del mismo color que se mueven. Y es cierto que es un juego fantástico para que esté atento y para interactuar con él (toma el vaso que hay que levantar, se lo pedimos, nos lo devuelve, pide ma´s regaliz para seguir jugando…)

Nosotros también lo usamos cuando está muy pesado pidiendo gusanitos o chuches. Así al menos mientras come saca cierto provecho. Y come menos.

De lo más recomendable, de verdad.

Jugar con la arena

A mi hijo nunca le ha gustado la arena. La primera vez que estuvo en la playa con un año no quería ni pisarla. Andaba como una cigüeña especialmente escrupulosa. Tocarla le deba una grima tremenda que ya ha ido superando. Pero sigue sin disfrutar de ella. No sé si le veré alguna vez jugar contento con el cubo y la pala. Lo dudo mucho.

Tal vez responda a su trastorno, que lleva en ocasiones aparejado un desorden sensorial. Puede que no. Hay niños que no tienen ningún problema y que simplemente no quieren ni ver la arena.

Su hermana es todo lo contrario. Le chifla la arena. Le encanta tocarla, meterla y sacarla del cubo, rastrillarla, hacer pasteles. Incluso echársela por la cabeza si se lo permitimos. Fue amor a primera vista.

Y me encanta verla. Me gusta contemplar como investiga las leyes físicas como un fascinado Newton en miniatura la tiempo que se divierte. Una amiga bloguera dijo una vez que todos los niños tienen alma de pequeños científicos, tiene razón.

Hemos comprado un pequeño arenero con arena de playa y lo tenemos en la terraza para su uso y disfrute.

Lo que no acaba de gustarme es verla hacerlo en los parques urbanos que rodean mi casa. Hago de tripas corazón. Pero es que están hechos un asco.

Son parques infantiles, algunos concebidos incluso para niños muy pequeños por el tamaño de los columpios y toboganes. Están cercados y los perros nunca pasan, así que toda la suciedad procede de los adultos.

Cáscaras de pipas, colillas de cigarrillos, latas de refrescos e incluso fragmentos de botellas…
en una arena concebida para que los niños hagan castillos.

Y no es cuestión de echarle la culpa a los adolescentes que lo usan para hacer botellón de madrugada. Lo peor es que muchas veces toda esa mierda la están lanzando otros abuelos o padres recientes delante de tus narices y a plena luz del día.

Se sientan en el banco, sueltan a sus propios niños, sacan el cigarro, la bolsa de pipas o la merienda y cuando acaban, lo lanzan al suelo. Algunos lo entierran con el pie, como si eso arreglara algo.

Va a ser cuestión de inventarnos los superhéroes de barrio para que pateen el culo de toda esa gente que no piensa más allá de sus necesidades.