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Mi parque favorito para ir con los niños está en Gijón. ¿Y el vuestro?

1093250645_2619da5841_bEste pasado fin de semana tuvimos una escapada de tres días con los niños en Asturias, verde, fresca y boscosa. La verdad es que nos cundió, nos dio tiempo a pasar por la playa, a estar con la familia en el prao, a bañarnos en la playa y a disfrutar del parque de Isabel la Católica en Gijón.

No os perdáis ese parque si vais por allí, para mí es el parque perfecto para niños: con muchos y variados columpios y archiperres infantiles para distintas edades, amplias zonas de hierba, jardines, ardillas rojas, esculturas, aviario, un lago en el que además de patos y cisnes hay nutrias, al lado del mar, con un circuito vial pegado y en el que los perros no están vedados (solo están proscritos en la pequeña zona de arena justo bajo los distintos archiperres).

3Me encantan los buenos parques urbanos y este es un buen ejemplo. Julia lo llama “el parque divino”, así, tal cual. “El parque de los patos” lo llamaba yo de pequeña.

Está justo al lado del parador y no le falta de nada, os lo aseguro. En una ciudad llena de buenas zonas verdes, algo que me corroe de envidia cuando vuelvo a mi tristemente dotada ciudad de la periferia madrileña, el parque de Isabel la Católica es el mejor de todos ellos. Y no es precisamente de reciente creación. Creo que no hay niño gijonés que no tenga una foto junto al lago.

Que sí, que el Retiro es un lugar bellísimo, una maravilla en pleno centro de Madrid que nada tiene que envidiar al Central Park neoyorquino (en todo caso lo contrario), pero las zonas para niños del madrileño son muy convencionales y es demasiado grande para las exploraciones infantiles. En cambio el parque gijonés tiene el tamaño perfecto: quince hectáreas ganadas al pantano que era la desembocadura del cercano Río Piles lleno de rincones a descubrir.

¿Cuáles son vuestros parques urbanos favoritos para ir con niños?

En ese parque, por cierto, hace pocos años tuvo lugar un suceso terrible. El 23 de julio de hace exactamente diez años un hombre con esquizofrenia paranoide degolló a un niño de seis años. Tal vez os suene ese suceso que conmocionó a toda España. El niño era de Deva, el lugar en el que nació mi padre. Y comparte con él un apellido. Hoy ese niño estaría cerca de convertirse en un adulto. Por él y por su familia, cuyo dolor no quiero ni imaginar, va este post.

¿Parques con arena o sin arena?

8648342820_ce4355cb95_zGran debate. Justo los dos parques infantiles que había al lado de mi casa han sido reformados durante el invierno. Han pasado de estar llenísimos de arena a tener ese acolchado típico que evita chichones.

Me consta que muchos niños lamentarán la pérdida de la arena
. En verano era frecuente ver a los peques con su cubo y su pala, llenando de agua botellas y cubitos para poder hacer castillos y pasteles de barro. Eran antológicas las riñas por los rastrillos y los moldes de plástico de animalitos.

Mis niños la verdad es que no, nunca han sido muy areneros. Y no es uno de esos casos como el de ciertos padres que conozco y que decían «no, no vamos a tomar una copa de helado que a los niños no les gusta el helado». Y no les gustaba porque no se lo habían ofrecido nunca, porque el primer día que otros adultos les llevaron a la heladería disfrutaron como enanos.

Los míos ni siquiera en la playa son de jugar con la arena. Solo este verano he logrado que Julia, ya con tres años largos, jugara con la arena a costa de rebozarnos las dos haciendo muros decorados con conchas frente a las olas. Desde muy pequeña ha pedido ir a parques sin arena. Jaime es de los que se atrinchera en la toalla a menos que toque baño y jamás ha querido jugar con la arena. No es tan raro como parece, me he encontrado más niños así.

Entre los padres son más los que se alegran. Por desgracia la arena de los parques no suele estar en condiciones óptimas. Me hablan con frecuencia de los perros que hacen ahí sus cosas. En los parques de mi ciudad, que están cerrados (eso sí que debería ser obligatorio), los perros no pasan pero hay colillas, cáscaras de pipas y todo tipo de porquerías. Y no penséis en que las dejan ahí adolescentes que se meten por las noches, que también, muchas veces son los mismos padres y abuelos que llevan a sus niños los incívicos.

Gran debate os decía. Tanto que os pedí opinión por twitter y Facebook. Os dejo con algunas intervenciones.

¿Vosotros qué opináis
? ¿Arena sí o no en los parques?

Ana. sin arena! xq la arena esta llena d mierda, colillas, cacas y pis d perro, pipas, papeles,bichos….q asco! se la tiran por el pelo, se restriegan lis ojos, se chupan las manos, se les llenan los zapatos…. aunque sea mas divertida o pondria trozos con arena especificos pero sabiendo d se cuidara, limpiara, pero eso es Utopia! prefiero el acolchado!

Juan. El que prefiera los parques sin arena es que jamás ha sido niño… cuando pasamos a adultos se nos olvida divertirnos…

Mabel. con tierra. lo otro no es un parque. es una plaza, pero parque no.

Jugar con la arena

A mi hijo nunca le ha gustado la arena. La primera vez que estuvo en la playa con un año no quería ni pisarla. Andaba como una cigüeña especialmente escrupulosa. Tocarla le deba una grima tremenda que ya ha ido superando. Pero sigue sin disfrutar de ella. No sé si le veré alguna vez jugar contento con el cubo y la pala. Lo dudo mucho.

Tal vez responda a su trastorno, que lleva en ocasiones aparejado un desorden sensorial. Puede que no. Hay niños que no tienen ningún problema y que simplemente no quieren ni ver la arena.

Su hermana es todo lo contrario. Le chifla la arena. Le encanta tocarla, meterla y sacarla del cubo, rastrillarla, hacer pasteles. Incluso echársela por la cabeza si se lo permitimos. Fue amor a primera vista.

Y me encanta verla. Me gusta contemplar como investiga las leyes físicas como un fascinado Newton en miniatura la tiempo que se divierte. Una amiga bloguera dijo una vez que todos los niños tienen alma de pequeños científicos, tiene razón.

Hemos comprado un pequeño arenero con arena de playa y lo tenemos en la terraza para su uso y disfrute.

Lo que no acaba de gustarme es verla hacerlo en los parques urbanos que rodean mi casa. Hago de tripas corazón. Pero es que están hechos un asco.

Son parques infantiles, algunos concebidos incluso para niños muy pequeños por el tamaño de los columpios y toboganes. Están cercados y los perros nunca pasan, así que toda la suciedad procede de los adultos.

Cáscaras de pipas, colillas de cigarrillos, latas de refrescos e incluso fragmentos de botellas…
en una arena concebida para que los niños hagan castillos.

Y no es cuestión de echarle la culpa a los adolescentes que lo usan para hacer botellón de madrugada. Lo peor es que muchas veces toda esa mierda la están lanzando otros abuelos o padres recientes delante de tus narices y a plena luz del día.

Se sientan en el banco, sueltan a sus propios niños, sacan el cigarro, la bolsa de pipas o la merienda y cuando acaban, lo lanzan al suelo. Algunos lo entierran con el pie, como si eso arreglara algo.

Va a ser cuestión de inventarnos los superhéroes de barrio para que pateen el culo de toda esa gente que no piensa más allá de sus necesidades.

«No es un bebé, es un niño con una discapacidad»

A mi peque le gustan los parques de bolas. Solemos ir a uno cercano a mi casa, en el centro de mi ciudad, cuyos propietarios son gente encantadora.

Desde el primer día comprendieron las circunstancias de Jaime y me permitieron entrar con él para guiarle y ayudarle por el circuíto y en sus juegos y favorecer la relación con el resto de niños que disfrutan también de las bolas, toboganes o el castillo hinchable.

En alguna ocasión hemos ido a otros parques de bolas. Tampoco me han puesto nunca ningún problema. En uno pidieron ver la tarjeta que acredita la minusvalía del peque. Pero siempre me dejaron entrar con él.

Hasta ayer. Íbamos de camino a ver a mis abuelos, sus bisabuelos, y pasamos delante de un parque de bolas que hay frente a un gran parque y al lado de un centro de salud. Yo no pensaba entrar, pero él quiso y pasamos.

Era pronto y estaba vacío. No había ningún niño. Tan sólo algunos adultos tomando café en la barra.

Nada más entrar la dueña y única persona que atendía el local (luego me enteré de que era la dueña, resulta que es vecina de un amigo, el mundo es un pañuelo) me interceptó para decirme que en ese parque además de descalzarse había que ponerse unos calcetines limpios. Si no llevaba ella me los vendía por un euro.

Vale. Me parece bien. Normas de la casa para sacar más dinero, pero no tengo nada que objetar.

Me siento en el banco a ayudarle a quitarse los zapatos y el abrigo y ella desaparece para atender la barra. Cuando vuelve le comento que mi hijo tiene una minusvalía y que si me permite pasar a mí, comprando mis calcetines nuevos por supuesto, para atenderle.

Me contesta que de ninguna manera, que las madres no pueden pasar.

Ella: «¿Crees que el niño no será capaz de subir la escala del tobogán?»

Yo: «Estoy segura de que sin mi ayuda no podrá»

Ella: «Bueno, pues cuando vienen aquí niños pequeñitos lo que hacen es quedarse sentados en las bolas o en el castillo».

Yo: «Ya, pero es que mi niño no es un bebé. Puede hacer perfectamente todo el circuito y le encanta tirarse por el tobogán, pero necesita mi ayuda».

Ella: «Pues si necesita ayuda ya vendré yo a ayudarle». Contesta echando un ojo a la barra abandonada.

Yo: «No se preocupe que nos vamos. Mi amor, vamos a ponernos otra vez los zapatos».

Y retomamos el plan inicial y nos fuimos. Ella no nos dirigió ni una mirada ni dijo esta boca es mía. Tampoco hubo ninguna sonrisa durante toda la conversación anterior.

No es que me alterase el incidente. Soy consciente de que el mundo está lleno de gente sin sensibilidad y me voy a encontrar muchas más veces frente a personas así. Pero es la primera vez que me pasa en diez meses

Además creo firmemente que no deberían tener un trabajo relacionado con niños pequeños.

¡Vivan los parques de bolas!

Acabo de llegar con el peque de un parque de bolas. Ya sabéis, unos de esos locales urbanos con toboganes interiores, castillos inflables, y cubículos con centenares de bolas blanditas de colores. No está el tiempo para muchas más cosas. Y allí los enanos pueden quemar energías y divertirse un rato en calcetines.

A mi peque le chiflan. Las descubrimos tarde, es verdad. Pero estamos recuperando el tiempo perdido. Además le viene especialmente bien brincar y trepar. Y su hermana ya ha estado haciendo sus primeros pinitos bolísticos con apenas ocho meses.

El sitio al que voy es grande y está relativamente tranquilo. Y los niños que lo frecuentan tienden a ser también pequeños. Así que es estupendo para mi peque que se agobia un poco si hay mucho niño mayor que él haciendo el burro a su alrededor (como es lógico y sano que hagan por otra parte).

Y, algo no menos importante, también me dejan entrar a mí con él ya que necesita de mi iniciativa de juego. Me he tirado por los toboganes, le he animado a cruzar las telas de araña de cuerdas, le he lanzado bolas y hemos saltado en el castillo. Nos hemos divertido juntos en definitiva. Y me está enseñando a ver de nuevo el mundo con ojos de niña y a jugar.

Cualquier hijo es capaz de hacerlo si se lo permitimos, pero si tiene las dificultades del mío creo que aún más. Los adultos tenemos que ser su motor.

De todar formas para mí no hay nada como un parque al aire libre. Los columpios son fantásticos, no hay nada que más le guste y nos viene muy bien para trabajar con él. Su primera palabra cuando ha vuelto a ponerse a chapurrear este otoño ha sido «más» y la hemos logrado al parar el columpio.

Los columpios, como los toboganes o los caballitos de los parques, son muy buenos para trabajar la integración sensorial, para tomar conciencia del propio cuerpo.

Y la arena también ofrece un enorme abanico de posibilidades.

Pero en días lluviosos de invierno. ¡Vivan los parques de bolas!

Por cierto, que allí estaba hoy nada menos que Gaspar en persona entregando piruletas, posando para las fotos y recibiendo cartas. Pero de esos reyes magos de centro comercial (así me ha dado siempre por llamarlos) quiero hablar otro día en otro post.

Las guerras de los parques

A veces son más duras que las de las galaxias. Cualquiera que frecuente esos micromundos con niños pequeños y sus cuidadorespuede dar testimonio de ello.

Con el buen tiempo están aún más concurridos, así que son todavía más frecuentes.

Afortunadamente en la mayoría de los casos la cosa queda en unas frías relaciones diplomáticas o en un bloqueo tipo cubano (adulto o niño que se retiran pensando que va a volver a prestarle la pala de arena a ese niño maleducado Rita la cantaora).

Es frecuente que nada más entrar en el recinto identifiques a Corea del Norte, Noruega, EE UU y Canadá nada más verlos.

Yo hoy he tenido dos, una como protagonista y otra como espectadora.

Mi peque nada más llegar al parque ha tirado derecho a los columpios. Es lo que más le gusta, en el tobogán por ejemplo puede estar un rato entretenido, pero en el columpio podría estar horas. Sin columpio el parque no le merece la pena. Y me consta que hay muchos niños así.

Pues fuimos a un parque nuevo y el peque en lugar de ir a los columpio con cestito de los más pequeños se despistó y se plantó frente a un columpio convencional que estaba vacío.

Y yo pensé que tampoco era mala idea ya que estaba tan dispuesto probar y enseñarle a sujetarse en los columpios de mayores.

Pues nada más sentarse la niña del columpio vecino, de unos seis años, se acerca y le suelta: «¡bájate niño, ese columpio es de mi hermana!».

A lo que yo le contesto en buen tono «está vacío, es pequeño y no estará mucho tiempo, vamos a probar un poco y enseguida estará de nuevo libre».

La niña, que debe ser de armas tomar, se va a la esquina del parque, coge a su hermana de la mano y se la trae. «¡Tonto! ¡Te he dicho que te bajes!» le dice al peque.

La hermana a todo ésto muda y sin atreverse mirarnos siquiera.

Yo ni caso y sigo empujando suave al peque, que se está agarrando bastante bien en su primera experiencia en el columpio de mayores.

Y entonces va la criatura, se planta al lado de mi peque y le pega un empujón que no lo lanzó de cara al suelo de milagro.

Menos mal que una tiene autocontrol y poca ganas de líos con una seisañera. Le lancé una mirada asesina, bajé al peque y le dije «vámonos al columpio de los niños pequeños, que estos sólo son para niñas tontas».

Me averguenza un poco esa frase, pero así me salió, que le vamos a hacer.

Al irme me percaté de que sus padres estaban en el banco de enfrente ejerciendo de Suiza en todo el asunto.

De la otra escena como adelantaba sólo fuimos espectadores. La cosa era más o menos así:

Niño de tres o cuatro años lloriqueando: mamá, ese mayor me ha tirado arena a los ojos.

Madre que salta como un resorte: ¿Cómo? ¿Quién?

Niño señala frotándose los ojos.

Niño de unos cinco o seis años con cara de no haber roto un plato: es que él me tiró la pala a la cabeza.

Abuelo del segundo niño: vamos, vamos no hay que ponerse así, no ha pasado nada. Daos la mano.

Madre rebufando: muy bien, pero antes hay que pedir perdón ¿Verdad? No está bien meterse con niños más pequeños.

Podéis imaginar cómo sigue…

Seguro que os suenan escenas parecidas y ya cotidianas para padres y abuelos recientes. ¿No es cierto?

El parque, ese gran invento

Antes de tener entre las manos un bebé, eso de aparcarles en dos metros cuadrados con sus libros y juguetes me parecía un tanto triste.

Pues he de confesar que en el tema de los parques, como en muchas otras cosas de la crianza de un bebé, me he tocado darme de bruces con la realidad.

Adoro el parque. No sé que haría si no lo tuviera.

En mi caso se trata de una cuna de viaje heredada. Lo mismo dá.

Aunque ocupe medio salón, aunque parezca que le tengo encerrado como a un monito en una casa de fieras decimonónica, me permite una libertad para hacer mis cosas con la que ni soñaba cuando era más pequeño.

Por ejemplo, ahora mientras escribo (suelo hacerlo por las tardes, a la vuelta del paseo y antes de entrar en la dinámica baño/cena) le tengo aparcado y tan contento.

¡Bendito parque!

Procuro no abusar, que me me entra cargo de conciencia.

Pero la verdad es que a él también le gusta. Muchas veces te conduce directamente de la mano para que le metas dentro.

Como casi todo de lo que escribo, habrá bebés para todos los gustos: los que disfruten del parque y los que no lo puedan ni ver.

Pobre mamás recientes las de los segundos…

Y pobre de mí cuando se me acabe el parque. Tiene ya 19 meses. Imagino que no debe quedar mucho.