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«Secundinus, eres un cagón»

Los seguidores más críticos de este blog (pero de los respetuosos y bien intencionados) me han reprendido por el hecho de que esto, que nació hace ya más de ocho años con vocación de ser un espacio de ciencias mixtas —no solo variadas, sino mezcladas con las imprescindibles letras y humanidades—, en los últimos dos años y pico se ha convertido prácticamente en un monográfico pandémico. Pero si cada uno intenta aportar donde más puede hacerlo, un inmunólogo no podía sustraerse de esto cuando el mundo estaba sufriendo una catástrofe infecciosa como nunca antes en las vidas de los que hoy vivimos. Y qué demonios, la cabra tira al monte. Pero es cierto; ahora que la pandemia ya no es el terror que ha sido, hay que abrir de nuevo el foco y recuperar el espíritu original. Y ese espíritu original incluía temas como el que traigo hoy, así que, que nadie se sorprenda.

¿Alguien más se ha preguntado alguna vez lo siguiente? Los arqueólogos y los antropólogos nos han enseñado la importancia que los cultos y los rituales han tenido para los humanos desde que los humanos somos humanos, e incluso tal vez antes, y hasta hoy. Esto es indudable. Pero ¿es que los humanos antiguos, incluso los ancestrales, nunca hacían nada por simple diversión, para pasar el rato o reírse un poco? ¿Todos los restos y artefactos arqueológicos encontrados tienen que tener necesariamente un sentido ritual y trascendente? ¿No trabajaban los zurullos de coña, como aquel vendedor ambulante?

Bueno, sí, por supuesto que lo hacían. En el periodo que comprende lo que comúnmente se llama historia, es decir, desde que hay escritura, hoy se sabe que han existido el humor y los chistes. En 2008 un grupo de historiadores británicos dirigido por Paul McDonald, de la Universidad de Wolverhampton, emprendió el proyecto de reunir los chistes más antiguos de la humanidad. El primero de todos ellos que se conoce se escribió en Sumeria hacia el año 1900 a.C., y dice: «Algo que nunca ha ocurrido desde tiempo inmemorial… Una mujer joven no se ha tirado un pedo en el regazo de su marido».

Sí, no parece que los sumerios fuesen muy graciosos. O quizá era un in-joke y había que ser sumerio para entenderlo.

Y qué me dicen del segundo más antiguo, hallado en el papiro egipcio Westcar de tiempos del faraón Khufu, o Keops: «¿Cómo entretienes a un faraón aburrido? Llenas una barca en el Nilo con mujeres jóvenes vestidas solo con redes y urges al faraón a ir de pesca». Puro landismo egipcio. Aparte de que hay que ser muy tonto para reírse con esto.

Pero cuando se habla de prehistoria, en cambio, y dado que para ese periodo ya no existe rastro escrito, parece que siempre todo tiene que tener un significado sagrado, ritual, trascendente. Siempre he pensado en la imagen de un tipo pintando los bisontes de Altamira o tallando la Venus de Willendorf, y su hija le pregunta: «¿qué haces, papá?». Y él responde: «nada, pinto». O «nada, hago una figurita».

Lo cierto es que, incluso si en efecto todas esas representaciones artísticas prehistóricas tenían significados mágicos y chamánicos, siempre ha existido un cliché que retrata a los humanos antiguos como brutos estúpidos, prácticamente incapaces de comunicarse excepto por gruñidos. Esto está muy lejos de la realidad.

El mes pasado un interesante estudio en Nature infería el nivel de inteligencia de los humanos de hace más de 4.000 años a partir de las más de 12.000 variantes génicas implicadas que hoy se conocen, llegando a la conclusión de que no eran menos inteligentes que nosotros. Y aunque no han podido hacerlo con genomas más antiguos, otras técnicas han mostrado, por ejemplo, que los Homo erectus ya contaban con las regiones cerebrales que se activan al tocar el piano. Tampoco los neandertales eran lo que popularmente se cree; cuando se insulta a una persona zafia, grosera o retrógrada llamándola «neandertal», solo se demuestra la ignorancia de quien insulta: los neandertales probablemente eran tan inteligentes como nosotros, o incluso más que los sapiens de su época.

Pero vamos a lo de hoy: nos quedamos en la Roma clásica, y en uno de esos ejemplos de cómo no todo lo que se dejaba para la posteridad en tiempos antiguos era grandilocuente y egregio; no todo era «veni, vidi, vici» o «timeo danaos et dona ferentes».

El lugar donde ocurre esta historia es Vindolanda, un antiguo enclave romano justo al sur de la muralla de Adriano en el norte de Inglaterra, en el actual condado de Northumberland. Allí un equipo de arqueólogos excava el antiguo castrum romano, que estuvo ocupado desde el siglo I hasta el IV de nuestra era.

Entre los voluntarios que colaboran en la excavación se encuentra el galés Dylan Herbert, un bioquímico jubilado. El pasado 19 de mayo Herbert estaba removiendo escombros del antiguo asentamiento cuando observó una piedra grande, que sacó de la trinchera. Parecía una piedra normal, pero cuando le dio la vuelta, distinguió algunas letras grabadas y la limpió de barro, se encontró esto:

Piedra hallada en Vindolanda. Imagen de The Vindolanda Trust.

Eso, lo que se observa abajo a la izquierda, es lo que parece que es. Y lo que reza la inscripción es «SECVNDINVS CACOR», que los especialistas en epigrafía romana Alexander Meyer, Alex Mullen y Roger Tomlin identificaron como una contracción de «Secundinus cacator»; traducido, «Secundinus, cagón» o «Secundinus, mierdero», o algo similar.

«Me quedé absolutamente encantado», ha dicho Herbert, en declaraciones muy comedidas.

«Recuperar una inscripción, un mensaje directo del pasado, siempre es un gran acontecimiento en una excavación romana, pero esta realmente nos levantó las cejas cuando desciframos el mensaje en la piedra», dice el director de la excavación y CEO del Vindolanda Trust, Andrew Birley, también muy correcto. «Su autor claramente tenía un gran problema con Secundinus y tenía la suficiente seguridad como para anunciar sus pensamientos públicamente en una piedra. No tengo duda de que a Secundinus no le habría divertido demasiado ver esto cuando caminara por el enclave hace más de 1.700 años».

Y luego, sí, cómo no, está la explicación de que los romanos representaban penes como símbolo de fertilidad y buena suerte, para alejar los malos espíritus y blablablá. Pero en Vindolanda debían de tener muy pocos hijos, muy mala suerte o muchos malos espíritus, ya que es el enclave de la muralla de Adriano en el que se han encontrado más penes representados, 13 contando el dirigido a Secundinus, en estatuillas, cajas o incluso en equipamiento ecuestre.

Uno de ellos es este pene de madera de 16 centímetros del que los investigadores dicen que su superficie es muy suave, y que muestra signos de «haber sido manipulado con frecuencia». Y luego se preguntan: «¿De dónde vendría?». Pero no, no hacen el menor comentario sobre para qué podría servir, así que nos quedamos con la intriga.

Pene de madera hallado en Vindolanda. Imagen de The Vindolanda Trust.

En fin, que Secundinus ha pasado a la historia, aunque probablemente no como a él le hubiese gustado. Para ello su hater se tomó el trabajo de tallar el grafiti en lugar de pintarlo. Lo cual inevitablemente trae a la memoria aquel «Romanes eunt domus» de Brian cuando aspiraba a ser admitido en el Frente Popular de Judea:

Ríe y el mundo reirá contigo: adiós, Chiquito, rey de las paragoges

La obra a la que el grandísimo Chiquito de la Calzada puso punto y final la pasada noche debería ofrecer ahora un modelo de estudio a los investigadores dedicados a responder a todas esas preguntas científicas sobre el humor: ¿qué nos hace reír? ¿Por qué nos reímos? ¿Qué función tiene la risa?

Chiquito de la Calzada. Imagen de GTRES vía 20minutos.es.

Chiquito de la Calzada. Imagen de GTRES vía 20minutos.es.

Si hay un solo español que jamás haya citado o imitado a Chiquito, que levante la mano. Los científicos suelen apuntar que el humor y la risa tienen un claro componente cultural. Por curiosidad, me ha dado por rebuscar un poco en internet referencias sobre Chiquito; pero no en español, las cuales pueden encontrarse a millones, sino en inglés.

Como era de esperar, apenas hay referencias a Chiquito en inglés. Naturalmente, la que hoy es la noticia del día en nuestro país ni asoma en los medios anglófonos. Pero aun así, se encuentran algunas menciones curiosas. El Urban Dictionary recoge una definición de «fistro» que traduzco del inglés:

Es una palabra aparentemente sin significado, creada por el humorista español Chiquito de la Calzada, que se convirtió en parte del lenguaje colectivo y recurrente en la jerga de los chistes españoles. Es una palabra graciosa de por sí y puede reemplazarse por cualquier significado. Es especialmente graciosa cuando sustituye a palabras sexuales o para insultar a alguien de una manera graciosa y amistosa:

That woman is naked you can see all his [sic] down fistro (esa mujer está desnuda y se le ve el fistro de abajo)

That man is touching his sexual fistro (ese hombre está tocando su fistro sexual)

I dont believe your tales you are such a fistro (no me creo tus historias, eres un fistro)

También es curiosa la mención a Chiquito de la Calzada en el libro English Phonetics and Phonology for Spanish Speakers, de Brian Leonard Mott, filólogo británico del Departamento de Filología Inglesa y Alemana de la Universidad de Barcelona. En su libro, Mott describe la paragoge, una figura de dicción que consiste en añadir un sonido al final de la palabra. El filólogo explica que es un fenómeno raro en inglés, cuyo ejemplo más conocido es el nombre de la ciudad de Bristol, donde la «l» final surgió como una paragoge añadida a la denominación original de la localidad, Bristou, «el sitio del puente».

En una nota a pie de página, Mott apunta: «es interesante también que hay un humorista andaluz, Chiquito de la Calzada, que usa eles intrusivas al final de palabras con sílabas abiertas, como cómo(l) y mío(l)«. Estoy seguro de que a Mott, viviendo en Barcelona y siendo experto en cultura lingüística española, también se le habrá escapado algún que otro «pecadorrr».

Pero además del factor cultural, la risa tiene también un componente genético evolutivo. Es curioso que los seres humanos nacemos llorando. Los bebés no comienzan a reír hasta que cumplen entre dos y seis meses de vida. Algunos científicos teorizan que existen dos tipos de risa, clasificándolas como Duchenne y no-Duchenne, por el neurólogo francés Guillaume Duchenne, que en el siglo XIX distinguió dos clases de sonrisas.

La sonrisa de Duchenne contrae los músculos cigomáticos mayores, los de las mejillas que elevan las comisuras labiales, pero también los músculos orbiculares de los párpados, los que suben las mejillas y dibujan patas de gallo junto a los ojos. La sonrisa de Duchenne es la que sonríe también con los ojos, y que socialmente interpretamos como una sonrisa sincera. Algunos científicos suponen que este tipo de sonrisa está genéticamente programado en nuestras células.

Por el contrario, la sonrisa no-Duchenne solo actúa en la boca. Se dice que posiblemente esta sonrisa la aprendemos culturalmente, ya que la utilizamos como gesto de cortesía. En el mundo anglosajón se la conoce a veces como sonrisa Pan Am, ya que supuestamente las azafatas de la extinta línea aérea estadounidense estaban obligadas a sonreír cada vez que intercambiaban miradas con un pasajero. No necesariamente es una sonrisa falsa, pero las sonrisas falsas sí son sonrisas no-Duchenne. Más recientemente, el uso del botox en inyecciones alrededor de los ojos para borrar las patas de gallo puede paralizar los músculos oculares, motivo por el cual algunas personas que siguen estos tratamientos pierden la sonrisa Duchenne y parecen sonreír en falso.

Según los expertos, la risa es una respuesta próxima al reflejo, a caballo entre la fisiología y la conducta, y el humor es un proceso emocional más complejo. El humor nos sirve para reforzar vínculos sociales, liberar tensiones o incluso como indicador de aptitud (fitness en sentido evolutivo) para la selección sexual, una forma de selección natural. Incluso el humor limpio, el de reírse con, y el malicioso, reírse de, tienen sus propias firmas cerebrales.

En sentido evolutivo, algunos científicos apuntan que la risa pudo surgir como una preadaptación, un mecanismo fisiológico en busca de una función, y que poco a poco fuimos elaborándola a través de la evolución biológica y cultural para darle esa función.

Y dado que el humor actúa como un pegamento social, la risa es contagiosa. Los estudios dicen que nos reímos más en compañía que solos ante los mismos estímulos, y que por tanto las risas del público que asiste en directo a un programa de televisión no son fingidas; simplemente, ellos se ríen más porque son más para reírse.

Los primates tenemos un peculiar elemento llamado neuronas espejo, que se activan tanto cuando ejecutamos una acción como cuando vemos a otro ejecutarla, y que nos sirven para imitar y aprender. Y según descubrió la neurocientífica Sophie Scott, del University College London, algunas de estas neuronas espejo son responsables del contagio de la risa: procesan la señal auditiva cuando oímos a otros reír y activan los músculos de la cara para que nos unamos a la fiesta. Como dice Scott, «ríe y el mundo entero reíra contigo».

O al menos, la parte del mundo a quienes una paragoge añadida al final de una expresión tan cotidiana como «no puedo» nos hace tanta gracia. Aunque ni nosotros ni la ciencia sepamos explicar por qué.