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El obispo medieval que descubrió el Big Bang y los universos paralelos

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, no comprendíamos nada de nada. Desde nuestro punto de vista actual es difícil imaginar lo que debía ser enfrentarse a la desbordante complejidad de la naturaleza, desde la oruga que se transforma en mariposa hasta el titilar de las estrellas en la noche, con poco más equipo científico que el que cabe dentro de la caja craneal. Una de las citas más oídas en ciencia (dejando aparte la famosa navajita de Guillermo de Ockham, a la que daremos estopa en otra ocasión) fue enunciada en primera instancia por el filósofo francés Bernard de Chartres, y venía a decir que el conocimiento avanza a hombros de gigantes. Aristóteles fue uno de esos gigantes, pero aún apenas tenía hombros a los que subirse, y por eso no se le puede reprochar la creencia de que el rocío era de donde nacían los insectos.

Imagen de Robert Grosseteste en una vidriera en la iglesia de San Pablo, Morton (Reino Unido).

Imagen de Robert Grosseteste en una vidriera en la iglesia de San Pablo, Morton (Reino Unido).

Obra de Aristóteles fue la teoría cosmológica más perdurable de la historia de la Tierra. Durante más de 18 siglos, sus 55 esferas celestiales y su ingenua idea sobre la tierra, el fuego, el aire y el agua fueron lo más parecido que los humanos tuvimos a una manera de explicar el universo. Aún 1.500 años después de que Aristóteles fuera enterrado, un clérigo inglés llamado Robert Grosseteste (circa 1170-1253) se aupó a los hombros del griego para ver más allá. Y lo que vio hace que visionarios como Verne, Clarke o Wells queden reducidos a la categoría de patéticos miopes: el Big Bang, los universos paralelos o la conservación de la materia. Todo ello en el siglo XIII.

Grosseteste, que con el tiempo llegaría a ser nombrado obispo de Lincoln (Reino Unido), escribió en 1225 un tratado científico sobre la luz titulado De luce. En él proponía que el universo se originó por una gran explosión, una posterior condensación y una expansión que fue reduciendo la densidad del cosmos hasta un nivel mínimo. La intuición de Grosseteste es sin duda sorprendente. Pero lo que resulta por completo abracadabrante viene ahora.

Un equipo multidisciplinar de científicos, lingüistas y medievalistas de Reino Unido, Italia y Estados Unidos, encabezado por el físico de la Universidad británica de Durham Richard G. Bower, ha sometido la teoría de Grosseteste a formulaciones matemáticas que por entonces no estaban a su alcance. «Nos proponemos escribir las ecuaciones como él habría hecho de haber tenido acceso a la matemática moderna y a la técnica computacional, resolverlas numéricamente y explorar las soluciones», escriben los investigadores. En otras palabras, los científicos han traducido el latín de Grosseteste a un modelo matemático para dilucidar si todo aquello tenía algún fundamento o si era una ensoñación alucinatoria comparable al viaje a la Luna de Cyrano.

Y pásmense: funciona. «Expresamos el modelo de Grosseteste sobre cómo la luz interacciona con la materia en términos de matemática moderna y mostramos que realmente puede generar la estructura del universo que él proponía», escriben los investigadores en su estudio, publicado en arXiv.org. Según Bower y sus colaboradores, el acierto de Grosseteste radica en su manera de comprender la luz y su interacción con la materia. «La originalidad de Grosseteste fue pensar que la luz, sus propiedades y el mecanismo por el que la percibimos son causantes de la unidad, el orden y la explicación causal de los fenómenos naturales». «Mediante su expansión en todas direcciones, la luz introduce las tres dimensiones en la materia». A lo largo de este proceso, Grosseteste introduce un nuevo concepto desconocido hasta entonces: «A medida que la luz arrastra la materia hacia fuera, la densidad debe disminuir al tiempo que el radio crece, implícitamente postulando la conservación de la materia».

Siguiendo la doctrina aristotélica, Grosseteste propuso una estructura del universo formada por un conjunto de esferas. Los investigadores se preguntan si su idea se correspondía con un multiverso tal como hoy lo entendemos: «Un concepto familiar en la cosmología moderna es considerar el universo en el que vivimos como solo uno de muchos posibles, cada uno difiriendo en el valor de sus parámetros fundamentales». «¿Hasta qué punto contemplaba la posibilidad de diferentes universos? Si lo hacía, ¿imaginaba su existencia como equivalente a aquel en el que él habitaba?» Según los autores, esta noción chocaba con la cosmología bíblica en una época en la que ciencia, filosofía y teología eran indistinguibles; pero, pese a ello, los investigadores encuentran muy revelador el paralelismo entre las teorías cosmológicas contemporáneas y el pensamiento de Grosseteste en lo referente a su comportamiento en las tripas de los modelos matemáticos.

El resultado del modelo matemático: las nueve esferas del multiverso de Grosseteste. Bower et al.

El resultado del modelo matemático: las nueve esferas del multiverso de Grosseteste. Bower et al.

Un modelo matemático es algo parecido a una Thermomix. Se introduce un puñado de ingredientes, se selecciona el programa y se obtiene un resultado. Si los ingredientes o el programa varían, el resultado cambia. Seleccionando las condiciones iniciales adecuadas, la Thermomix de Bower y sus colaboradores es capaz de cocinar el universo de Grosseteste: «En este multiverso medieval, solo un estrecho rango de perfiles de opacidad y densidades iniciales conduce a un universo estable con nueve esferas perfectas. Como en el actual pensamiento cosmológico, la existencia del universo de Grosseteste reside en una combinación muy especial de parámetros fundamentales».

Los investigadores destacan precisamente esto último como la mayor aportación de Grosseteste, un autor cuyo legado pervive en la pequeña Universidad inglesa que lleva su nombre, y en la que nació una estrafalaria iniciativa destinada a conseguir su canonización por parte del Vaticano. Estrafalaria, no solo porque a Grosseteste se le asocia con los movimientos contra el papado que llevarían al cisma anglicano, sino porque además cuenta la leyenda que, después de muerto, su fantasma se apareció al Papa Inocencio IV, al que arreó con su báculo como castigo por la corrupción de su pontificado. Anécdotas aparte, el nuevo estudio reafirma a Grosseteste por su genio científico. «La metodología de Robert Grosseteste fue tan revolucionaria que algunos académicos del siglo XX le reivindicaron como el primer científico moderno y el antecesor del método científico», concluyen los autores.