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Científicos chinos dicen que el heavy metal daña el cerebro (pero sus datos no)

Géneros musicales como el punk y el metal arrastran tradicionalmente un sambenito de asociación con la violencia y con vidas, digamos, deconstruidas. En nuestras sociedades occidentales de hoy ya no suele estigmatizarse a nadie por este motivo (y quien piense que sí, probablemente no conoció la España de los 80). Pero esta asociación persiste en forma de sesgo.

Metalheads. Imagen de Flickr / Staffan Vilcans / CC.

Metalheads. Imagen de Flickr / Staffan Vilcans / CC.

Este es un ejemplo que una vez me contó un psicólogo (no he sido capaz de encontrar la fuente original, si es que existe): «¿te cuento un chiste?», le decimos a alguien. «El gobierno va a encarcelar a todos los homosexuales, los negros y los fisioterapeutas». Es muy probable que la respuesta de quien escucha sea: «¿y por qué a los fisioterapeutas?».

Esto no implica en absoluto que la persona que responde así sea racista u homófoba, ni que sea favorable al encarcelamiento de nadie por su condición; es posible que una persona de color o gay también respondan de la misma manera. Simplemente, quien responde esto espera que la gracia del falso chiste-trampa esté en explicar qué tienen en común los fisioterapeutas con los otros dos grupos. Inconscientemente, la mente establece una división en dos categorías, las personas que pueden ser estigmatizables, negros y homosexuales, y quienes no, fisioterapeutas.

No es difícil encontrar ejemplos de este tipo en la prensa cuando se trata de sucesos violentos; hay datos sobre sus protagonistas que tienden a aparecer, y no así otros, porque se considera que los primeros pueden tener relación con las causas del suceso:

«¡AJÁ, ASÍ QUE LE GUSTABA EL HEAVY METAL!»

O bien:

«¡AJÁ, ASÍ QUE LE GUSTABA EL PUNK!»

Por el contrario, esto no ocurre:

«¡AJÁ, ASÍ QUE LE GUSTABA PINTAR SOLDADITOS DE PLOMO!»

Ni, ciñéndonos a la música, esto:

«¡AJÁ, ASÍ QUE LE GUSTABA JUSTIN BIEBER!»

Imagen de Wikipedia / Robin Krahl.

Imagen de Wikipedia / Robin Krahl.

Sesgo es precisamente lo que he encontrado en un estudio publicado en septiembre en la revista NeuroReport por investigadores de la Universidad Normal de Liaoning, en China. El título viene a decir lo siguiente: «Conectividad funcional alterada en estado de reposo en la red neuronal por defecto y en la red sensorimotora en los amantes de la música heavy metal».

Traducido, el título sugiere que los amantes del heavy metal tienen un mapa de conexiones cerebrales funcionales y una actividad en reposo diferentes a otras personas; en concreto, a los amantes de la música clásica, el grupo utilizado como control. La red neuronal por defecto citada en el título es un conjunto de regiones del cerebro que permanecen activas espontáneamente cuando no estamos haciendo nada en particular; se activa cuando divagamos, y se apaga cuando realizamos una tarea. En cuanto a la red sensorimotora, es el conjunto de conexiones cerebrales encargadas de vincular nuestros movimientos con la información que recibimos a través de los sentidos corporales.

Resumiendo, el estudio trata de analizar si el cerebro de los amantes del heavy metal (para no repetirlo, utilizaré HMML de Heavy Metal Music Lovers, como hacen los autores) es diferente al de los amantes de la música clásica (CML). Y por lo que apuntan en la introducción, parece que es así: los HMML, dicen los autores, tienen una mayor actividad en tres regiones concretas, menor en una cuarta, y algunas diferencias en la conectividad entre ciertas áreas.

Todo esto en sí no es ni bueno ni malo. Una miríada de estudios emplean el mismo método, introducir a un grupo de personas (una a una, claro) en un escáner de resonancia magnética funcional (fMRI), decirlas que no piensen en nada, medir su actividad cerebral en reposo y buscar las diferencias entre participantes agrupados por una característica concreta, ya sea un trastorno o no; por ejemplo, se han hecho estudios de este tipo comparando el cerebro de atletas y de quienes no lo son, o incluso de hombres y mujeres. Sin ningún ánimo de desmerecer estos trabajos, son estudios fáciles, fast food científico; basta disponer del aparato, pensar en dos grupos de personas con alguna diferencia, hacerles la prueba, meter los datos en el software que se encarga de hacer los cálculos y las comparaciones, y muy probablemente saldrá algo que pueda publicarse.

Amon Amarth en 2016. Imagen de Wikipedia / Sven Mandel.

Amon Amarth en 2016. Imagen de Wikipedia / Sven Mandel.

Pero hay algo ya en el título del estudio que me llama la atención, y es el motivo por el que sigo leyendo: el uso del término «alterada». Cuando se hace un estudio de este u otro tipo en un grupo de pacientes enfermos en comparación con controles sanos, parece comprensible hablar de alteraciones, ya que existe un trastorno. Sin embargo, si se compara el patrón de fMRI en reposo de atletas y no atletas, o de hombres y mujeres, no se habla de «alteraciones», sino de «diferencias». ¿Imaginan que un estudio dijera que las mujeres tienen «alteraciones» en sus patrones cerebrales con respecto a los hombres? Es más: repasando otros estudios, incluso he encontrado que muchos autores hablan simplemente de «diferencias» también cuando estudian trastornos como la esclerosis múltiple, la depresión o el síndrome de colon irritable.

El hecho de que los autores del estudio hablen de «alteraciones» en el cerebro de los HMML revela un evidente sesgo. Pero la alarma sube de tono cuando leo el abstract (introducción-resumen) y me encuentro lo siguiente: «los resultados pueden explicar parcialmente los trastornos cognitivos emocionales y de conducta en los HMML comparados con los CML, y son consistentes con nuestras predicciones».

¡¿Cómo?!

¿Quién ha dicho que los amantes del heavy metal estén trastornados?

Por suerte, y al contrario de lo que ocurre en el periodismo, donde eso de la confidencialidad de las fuentes da carta blanca para publicar cualquier dato sin demostrarlo, en ciencia toda afirmación debe ir sustentada: si uno menciona en un estudio que la naranja tiene mucha vitamina C, al final de la frase hay que poner un numerito que le lleva a uno a una lista de referencias, donde se cita un estudio previo en el que unos tipos han medido el contenido en vitamina C de las naranjas.

Así que me voy al texto, y encuentro en primer lugar esta afirmación: «el estilo musical del heavy metal muestra efectos negativos relacionados con el estrés, incluyendo trastornos del sueño, fatiga y ansiedad [2, 3]». Busco entonces la bibliografía al final del estudio, y compruebo las referencias 2 y 3. ¿Qué dicen estos dos estudios?

Pues en resumen, absolutamente nada que tenga que ver con lo que los autores afirman. Uno de ellos, publicado en 2013 en la revista Computers in Human Behavior, se titula: «Mozart o Metallica, ¿quién te hace más atractivo? Un test de música, género, personalidad y atractivo en el ciberespacio». Y trata exactamente sobre lo que el título resume, con una curiosa conclusión: «los participantes masculinos perciben como más atractiva a una mujer con música clásica de fondo en su web, mientras que las participantes femeninas consideran más atractivo a un hombre con heavy metal de fondo en su web». Discutible, pero en fin, no nos desviemos.

El segundo estudio es más estrambótico. Publicado en 2014 por un grupo de investigadores brasileños en la revista turca Archives of the Turkish Society of Cardiology, analiza las variaciones en el ritmo cardíaco en un grupo de hombres cuando escuchan música clásica barroca o heavy metal. Y los resultados explican por qué los autores han tenido que recorrer medio mundo para conseguir colar su estudio en algún sitio: «la estimulación musical auditiva de diferentes intensidades no influye en la regulación del ritmo cardíaco en los hombres». Es decir, que nada de nada; al músculo cardíaco le da exactamente igual Pachelbel que Gamma Ray.

Vuelvo entonces al estudio chino, y sigo leyendo. Yan Sun y sus colaboradores vuelven a la carga, y no se lo pierdan: «entender los mecanismos neurales de los HMML puede ayudarnos a desarrollar un desarrollo saludable de un plan de personalidad para los HMML». Sí, sí, no se fijen siquiera en la desastrosa redacción; ¿un plan saludable de personalidad para los amantes del heavy? Pero esperen, que sigue: «escuchar música heavy metal a largo plazo conduce a trastornos cognitivos de conducta y emocionales [3-5]».

Vamos a ello. ¿Qué dicen estas referencias? La 3 era la de la revista turca, así que continuamos con las 4 y 5. Y les va a sorprender, porque estos dos estudios ¡dicen precisamente todo lo contrario de lo que defienden los autores!

Descubro que uno de los estudios es un viejo conocido, porque en su día ya lo conté aquí. Lo publicaron en 2015 las psicólogas australianas Leah Sharman y Genevieve Dingle en la revista Frontiers in Human Neuroscience. Mediante tests y parámetros biológicos en un grupo de voluntarios, las dos investigadoras ponían a prueba la hipótesis de si «la música extrema produce furia». Y esto es lo que concluían: «los resultados indican que la música extrema no ponía furiosos a los participantes; más bien parecía encajar con su estado fisiológico y resultar en un aumento de las emociones positivas. Escuchar música extrema puede representar una manera saludable de procesar la furia para estos oyentes». O dicho de otro modo, que géneros musicales como el punk o el metal son beneficiosos para la salud emocional de sus fans, como titulé en su momento.

Lars Ulrich, batería de Metallica, en 2008 en Londres. Imagen de Wikipedia / Kreepin Deth.

Lars Ulrich, batería de Metallica, en 2008 en Londres. Imagen de Wikipedia / Kreepin Deth.

El último cartucho que les queda a Yan Sun y sus colaboradores para tratar de justificar esas afirmaciones sobre los supuestos efectos nocivos del heavy metal es un estudio publicado en la revista Self and Identity por un grupo de investigadores de la Humboldt State University de California. Los autores se preguntaron qué había sido de los metalheads de los 80, y para ello reclutaron por Facebook a 377 músicos, fans y groupies de aquella época, a los que sometieron a una encuesta para conocer sus circunstancias actuales. Como grupos de control, utilizaron adultos de la misma generación que no eran –en términos de Yan Sun– HMML, y a jóvenes universitarios actuales.

Los resultados son demoledores para la pretensión del estudio chino: citando a los Who, los chicos están bien: «hoy, estos metalheads de mediana edad son de clase media, se ganan la vida, están relativamente bien formados y recuerdan con añoranza los tiempos salvajes de los 80″, escriben los investigadores. «Fueron significativamente más felices en su juventud y están mejor ajustados actualmente que los grupos de comparación de mediana edad o de edad universitaria».

Naturalmente, una limitación del estudio es que a quienes no les fue tan bien ya no están aquí para contarlo, o tal vez no estén en Facebook. Pero una observación de los autores resulta especialmente reveladora, y es que según las encuestas, muchos de aquellos metalheads de los 80 atravesaron existencias problemáticas y estuvieron expuestos a conductas de riesgo; y lo superaron no a pesar del metal, sino gracias a él: «las culturas de estilo extremo pueden atraer a jóvenes con problemas que pueden implicarse en conductas de riesgo, pero también pueden ejercer una función protectora como fuente de pertenencia y conexión para jóvenes que buscan consolidar el desarrollo de su identidad», reflexionan los autores.

Por supuesto, también en China hay heavy metal. Tang Dynasty en 2004. Imagen de Wikipedia / Paul Louis.

Por supuesto, también en China hay heavy metal. Tang Dynasty en 2004. Imagen de Wikipedia / Paul Louis.

Para terminar, vayamos al resumen de todo esto: incluso si los investigadores chinos presentan diferencias entre el cerebro de los HMML y los CML (los datos muestran diferencias, pero para rematar el desastre, las imágenes de fMRI anotadas con código de color están en blanco y negro en el PDF publicado por la revista; esto sin contar que la muestra es pequeña y que un valor p de 0,05 se considera cada vez menos estadísticamente significativo), no pueden concluir nada de ellas, por una razón.

He repetido mil veces aquí que correlación no significa causalidad. Pero aquí tenemos un caso particular de este problema especialmente interesante. Los neurocientíficos expertos en imagen hablan de la falacia de la inferencia inversa; consiste en que a partir de un estado puede observarse qué regiones del cerebro se activan, pero a partir de la activación de regiones cerebrales no puede inferirse un estado tan fácilmente; el razonamiento no funciona lo mismo hacia atrás que hacia delante. Aunque este tipo de asociaciones son frecuentes en los estudios de fMRI, los expertos advierten de que hacer inferencias inversas válidas es enormemente complicado y requiere unas ciertas condiciones adicionales, incluyendo información de contexto ajena al propio estudio; es decir, una teoría previa validada en la cual los resultados encajen.

El estudio de Yan Sun y sus colaboradores está sembrado de afirmaciones que vinculan alegremente las diferencias particulares observadas en los HMML con «comportamientos impulsivos e hiperactividad», «menor capacidad de control cognitivo», «trastornos del sueño, tristeza y fatiga», «comportamientos de riesgo» o «inclinación a emprender acciones provocadoras para resolver la hostilidad y el antagonismo». Pero lo único que los autores han hecho es un estudio de neuroimagen; ni siquiera les han preguntado a los voluntarios otra cosa que no sea el tipo de música que les gusta, ni mucho menos han realizado ninguna encuesta ni test con ellos. Así que ¿dónde está la teoría que demuestra estas conductas de los amantes del heavy metal?

Desde luego, tampoco está en las referencias que aportan. Donde sí está es en la propia fantasía de los autores: «los resultados son consistentes con nuestras predicciones». Es decir, yo me invento que los metalheads son una panda de taraos, y luego con mis pinturas del cerebro justifico por qué son una panda de taraos. Bien por Yan Sun y compañía. O mejor, \m/.

Por si quieren seguir dañándose el cerebro, aquí les dejo una propina. Esto ocurrió el mes pasado en La Riviera (Madrid), donde una horda de impulsivos trastornados emocionales con escaso control cognitivo, tristeza y tendencias provocadoras hostiles nos reunimos para dar la bienvenida a Blackie Lawless y sus W.A.S.P. en el 25º aniversario de esa joya (para tarados) llamada The Crimson Idol. Disculpen la penosa calidad, mi móvil es de esos que en los comentarios de Amazon suelen aparecer como «se lo regalé a mi madre».