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Pasen y vean al pirosoma, un calcetín marino formado por miles de animales

Cuando hace unos días confesaba mi estupor ante el opilión conejo, decía que a estas alturas ya es difícil encontrar una forma de vida capaz de provocar esa estupefacción, al menos para un biólogo. Pero debí matizar que esto se aplica a las tierras emergidas, o sea, a lo que conocemos como tierra firme, donde raramente ya se va a descubrir alguna criatura radicalmente nueva-rara que no sea microscópica.

Pero un caso diferente es el mar. Suele decirse que conocemos mejor la superficie de Marte que el fondo de los océanos marinos. Algunos pretenden desmontar esta afirmación con el dato de que el fondo marino está cartografiado al 100%. Y es cierto. Pero el mapa global del suelo oceánico tiene una resolución mínima de… 5 kilómetros. Lo cual no es precisamente un gran nivel de detalle para un mapa; podría haber ahí abajo toda una flota de naves alienígenas y no tendríamos la menor idea. En comparación, Marte también está completamente mapeado, pero más del 60% se conoce con una resolución igual o superior a 20 metros.

Es más, la resolución actual de los fondos marinos es algo que se ha logrado esta misma década; antes de eso incluso una gran ciudad submarina habría pasado inadvertida. Y si se preguntan qué parte del suelo oceánico conocemos con un nivel de detalle de hasta unos metros, suficiente para encontrar, por ejemplo, los restos de un naufragio, la respuesta es que menos del 0,05%; una superficie equivalente a la isla de Tasmania.

Actualmente existe un proyecto en marcha, Seabed 2030, que pretende mapear para ese año el 97,3% del suelo marino con una resolución mínima de 400 metros, y el piquito restante, los fondos más profundos, hasta los 800 metros. Esto quiere decir que incluso acercándonos a la mitad de este siglo, aún no podremos distinguir en el fondo del mar un barco del tamaño del Titanic.

Así, no es de extrañar que en el mar aún persistan, y vayan a persistir mientras vivamos, criaturas de cuya existencia no tenemos la menor idea. Pero la especie que les traigo hoy no es nueva; de hecho, la describió por primera vez en 1804 el naturalista francés François Péron, después de observarla durante una travesía de exploración por aguas australianas. Y realmente era difícil no verla, porque su rasgo más llamativo es su bioluminiscencia. Por este motivo Péron la llamó pirosoma (Pyrosoma), o «cuerpo de fuego». En 1849 el biólogo británico Thomas Henry Huxley escribía: «Acabo de contemplar la puesta de la luna en toda su gloria, y he mirado a esas lunas menores, los hermosos Pyrosoma, brillando como cilindros calientes en el agua».

Pirosoma. Imagen de Steve Hathaway y Andrew Buttle.

Pirosoma. Imagen de Steve Hathaway y Andrew Buttle.

El pirosoma es un organismo colonial, formado por muchos individuos llamados zooides, cada uno de unos pocos milímetros, que se unen a través de una especie de túnica gelatinosa en forma de cono o clindro. Aunque nos resulte una criatura enormemente extraña, lo cierto es que el pirosoma se parece más a nosotros de lo que podríamos sospechar: sus zooides pertenecen al grupo de los tunicados, invertebrados muy próximos a los vertebrados. Evolutivamente, están mucho más cerca de los humanos que un molusco, un insecto o un gusano.

Los zooides le dan un tacto rugoso como el de un pepinillo, motivo por el cual los pirosomas se conocen también como pepinillos de mar (no confundir con los pepinos de mar u holoturias, que no son colonias, sino animales equinodermos). De este modo los zooides quedan abiertos al exterior, de donde aspiran agua que filtran para recoger su alimento microscópico, y al interior, a donde expulsan el agua filtrada. El pirosoma suele flotar cerca de la superficie en aguas cálidas, pero también puede moverse por propulsión a chorro.

Los pirosomas pueden ser pequeños, como este de 1 centímetro:

Pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Tomando un detalle de esta imagen podemos observar los diminutos zooides:

Detalle de los zooides en un pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Detalle de los zooides en un pirosoma. Imagen de Nick Hobgood / Wikipedia.

Pero también pueden llegar a esto:

Este inmenso pirosoma de unos 8 metros de largo fue filmado el pasado octubre cerca de Nueva Zelanda por los buceadores Steve Hathway y Andrew Buttler, según publicaba el diario The Washington Post la semana pasada. Y ni siquiera es un récord: se han registrado ejemplares hasta de 20 metros.

Pero si tener la suerte de toparse con semejante criatura en el mar debe de ser algo inolvidable, aún más sería contemplarlos de noche: los zooides bioluminiscentes tienden a emitir pulsos de luz cuando detectan a sus compañeros cercanos brillando. Es decir, hacen la ola con pulsos de luz, que además se contagian de una colonia a otra. Como una calle de Las Vegas en el océano.

Pirosoma. Imagen de NOAA.

Pirosoma. Imagen de NOAA.

Un pez para Gabriel que Mola #TodosSomosGabriel

Seguro que Gabriel conoce muy bien este pez, porque puede encontrarlo cerca de su casa y no es un pez cualquiera: es un pez con raspa que pesa más que cuatro vacas. O el pez de esqueleto óseo más pesado del mundo. Por aquí lo conocemos como pez luna porque su forma recuerda a una luna llena con aletas. En ciertos idiomas se traduce como cabeza nadadora, porque realmente parece como si se hubiera olvidado el resto del cuerpo en algún lugar.

Un pez luna. Imagen de Per-Ola Norman / Wikipedia.

Un pez luna. Imagen de Per-Ola Norman / Wikipedia.

En algunos países lo llaman pez sol, no tanto por su forma, sino por su costumbre de tumbarse de costado en la superficie del mar para tomar el sol. Aunque según parece, no es por su afición a broncearse, sino para una sesión de limpieza: hay unas 54 especies de parásitos que se aprovechan de él sin que pueda quitárselos de encima por sí solo, así que se deja ver en la superficie para que las aves marinas puedan disfrutar de un bufé libre de parásitos.

Pero su nombre científico es aún mejor: se llama Mola mola. El nombre procede del latín muela, y hace referencia a las muelas de molino, una comparación que les pareció acertada cuando se describió en el siglo XVIII. Leo por ahí que en ciertos lugares de Andalucía se le llama mula, así que es posible que Gabriel lo conozca por este nombre.

Un pez luna en el acuario de Monterrey (California). Imagen de Fred Hsu / Wikipedia.

Un pez luna en el acuario de Monterrey (California). Imagen de Fred Hsu / Wikipedia.

Recientemente se ha descubierto que los científicos se habían equivocado al etiquetar el ejemplar más grande que se conoce, capturado en Japón en 1996 y que pesa 2.300 kilos. Ha resultado que no es un Mola mola, sino un pariente suyo llamado Mola alexandrini, que se convierte así en el rey de los peces óseos del mundo. Hasta donde sé, esta otra especie no tiene un nombre común diferenciado en castellano, pero en inglés lo llaman pez sol de cabeza jorobada, por el bulto en la frente.

Estas inmensas maravillas marinas no son fáciles de estudiar, pero los tests genéticos y la investigación de numerosos ejemplares y fotos ha permitido ahora a los científicos de la Universidad de Hiroshima aclarar que en realidad los Mola se clasifican en tres especies, Mola mola, Mola tecta y Mola alexandrini, y que por ahora este último merece el premio al pez óseo más gigantesco.

Pasen y vean el tijeretazo letal del gusano Bobbit

Si Dune tiene sus gusanos de arena y Star Wars tiene su sarlacc –el monstruo enterrado al que Jabba trataba de arrojar a los protagonistas, y a cuyas fauces terminaba cayendo en su lugar el cazarrecompensas Boba Fett–, los terrícolas tenemos el Eunice aphroditois, más conocido desde 1996 como gusano Bobbit.

Un gusano marino 'Eunice aphroditois'. Imagen de Wikipedia.

Un gusano marino ‘Eunice aphroditois’. Imagen de Wikipedia.

A los más jóvenes tal vez este último nombre no les diga nada, pero los nacidos antes de los 90 recordarán el más que escabroso episodio protagonizado por John y Lorena Bobbit, una pareja estadounidense que saltó a los titulares de todo el mundo cuando Lorena le cortó el pene a John con un cuchillo mientras él dormía y después de que la violara. Para quien no conozca la historia pero le asalte la curiosidad, apunto que ambos pudieron rehacer sus vidas, por separado, naturalmente: ella fue declarada no culpable, y a él le reimplantaron el miembro que luego utilizó en alguna película porno bajo el nombre de Frankenpene.

El Eunice aphroditois no se dedica a seccionar órganos viriles, pero los tijeretazos de sus mandíbulas serían capaces de partir un pez en dos. E incluso cuando no es así, su manera de ganarse la vida ya es suficientemente terrorífica.

Como el sarlacc, el gusano Bobbit vive con su cuerpo enterrado bajo la arena, dejando al descubierto solo su cabeza. Carece de ojos, pero sus cinco antenas detectan el movimiento a su alrededor con una habilidad asombrosa, esperando el momento para lanzar su ataque. Los expertos creen que probablemente inyecta una toxina a su presa después de atraparla, y así puede arrastrarla bajo tierra y digerirla lentamente; no a lo largo de mil años como el sarlacc, pero seguro que para sus infortunadas capturas es igual de espantoso.

Este gusano marino suele alcanzar el metro de longitud, aunque en 2009 un grupo de biólogos japoneses describió un ejemplar de 299 centímetros y 673 segmentos, que había hecho su casa en una balsa de madera empleada para piscicultura.

Casos como el del gusano Bobbit nos llevan a agradecer la diferencia de tamaño entre ellos y nosotros. Eso sí, un consejo especialmente dirigido a los hombres: el gusano Bobbit habita en las latitudes tropicales del Pacífico, el Índico y el Atlántico. Si en alguna ocasión se encuentran por aquellas regiones y les apetece nadar en aguas someras, puede que quitarse el bañador no sea una buena idea…

Animales fantásticos reales y dónde encontrarlos

Suele citarse el dato de que el ser humano solo ha explorado el 5% de los océanos, una cifra manejada por instituciones tan serias como la Administración Atmosférica y Oceánica de EEUU (NOAA). Pero ya se sabe que este tipo de cifras hay que tomarlas como lo que son, una simple aproximación que suele tener más de problema de Fermi (o estimación de servilleta de bar) que de cálculo riguroso. Porque ¿el 5% se refiere a toda la masa de agua o al fondo marino? ¿Y qué entendemos por «explorado»?

Hace un par de años, el ecólogo marino Jon Copley trató de definir una magnitud más precisa que pudiera acercarse mejor a la realidad. Copley citaba un estudio recién publicado entonces por investigadores del Instituto Oceanográfico Scripps de California que había mapeado todo el fondo marino del planeta con una resolución máxima de unos cinco kilómetros. Es decir, que no hay nada incorrecto en decir que hoy ya conocemos todo el fondo del océano…

…con una resolución de cinco kilómetros. Pero obviamente, cinco kilómetros es una resolución demasiado pobre como para poder descubrir un naufragio o un avión desaparecido. Y tampoco habría nada incorrecto en decir que no se ha descartado rigurosamente la existencia de cualquier tipo de monstruo marino menor de cinco kilómetros de largo.

En resumen, Copley llegaba a este dato: si hablamos de un mapeo a la mayor resolución posible con un sonar cerca del fondo marino, en realidad solo conocemos el 0,05%, un área equivalente a la isla de Tasmania. Entre la idea popular y la realidad, en este caso la segunda resulta aún mucho más asombrosa que la primera.

Y así, podemos imaginar cuánto habrá ahí abajo que aún no podemos imaginar. La fantasía es libre, y las imágenes tomadas por los sumergibles de las criaturas que pululan por ahí abajo nos revelan verdaderos animales fantásticos. Y tirando del título de la reciente precuela de la saga de Harry Potter, hoy traigo aquí al Newt Scamander real; con la gran diferencia, claro, de que este Scamander solo nos muestra criaturas muertas, y con el lamento de que seres tan terroríficamente hermosos hayan tenido que morir para que lleguemos a contemplarlos. Pero Roman Fedortsov, que así se llama el personaje, se gana la vida como pescador.

Fedortsov se ha convertido casi de la noche a la mañana en una sensación en internet, gracias a las fotos que toma y publica de las extrañas criaturas que caen en sus manos durante sus faenas de pesca desde Murmansk (Rusia), donde vive, hasta Marruecos.

Imagen de Roman Fedortsov.

Imagen de Roman Fedortsov.

Generalmente esas capturas accidentales son animales ya conocidos para la ciencia, como los lofiiformes, esos peces de terribles dientes que a menudo llevan un sedal y un cebo luminoso sobre el morro. Algunos parecen casi de ficción, como el ser de la imagen que recuerda vagamente al Chestburster de Alien, el bicho que hace explotar el pecho del desgraciado que lo incuba. Todas ellas son criaturas que no solemos ver a menudo y que casi nos hacen frotarnos los ojos ante la apabullante maravilla de los misterios escondidos en las profundidades.

Les dejo aquí con una muestra de algunos de los seres fotografiados por Fedortsov, pero no dejen de darse una vuelta por sus cuentas de Twitter e Instagram para descubrir aún más animales fantásticos.