Un confinamiento puede ser menos eficaz que cerrar colegios, restaurantes y bares

Mientras distintos expertos piden un confinamiento general y algunas comunidades autónomas lo han solicitado, tanto Salvador Illa como Fernando Simón alegan que por el momento no parece necesario. Entre el público, como es natural, hay posiciones enfrentadas, en muchos casos curiosamente coincidentes con posturas políticas. Otras comunidades, como la de Madrid, rechazan el confinamiento, imponiendo en su lugar cierres perimetrales en numerosas zonas y municipios, ahora con un nuevo cambio de criterios que, también curiosamente, sigue dejando libres de restricciones a la mayoría del centro de Madrid y a los barrios más comerciales y turísticos. Por otra parte, después de la tormenta de nieve, los ciudadanos se quejan del miedo al contagio por la masificación en los transportes públicos.

Las opiniones son libres. Los datos no lo son. No podemos decir que aún nadie tenga la respuesta definitiva a cuáles son las medidas más eficaces para aplacar la curva de contagios. Pero sí podemos decir que la realidad no está en las opiniones, sino en los datos, y que por lo tanto lo más acertado es sin duda actuar de acuerdo a lo que la ciencia va descubriendo a medida que van acumulándose más datos y estudios. Nada de ello es definitivo; es imperfecto y parcial. Pero es lo menos imperfecto y parcial que tenemos.

Resumo lo que ya he contado aquí antes en numerosas ocasiones: según la ciencia, parece que en general todas las intervenciones no farmacológicas, cualesquiera intervenciones no farmacológicas, que impongan alguna restricción de los contactos y la movilidad, tienen algún efecto favorable en la reducción de los contagios. A esto se agarran muchas autoridades para presumir de que sus medidas funcionan. Lo que no dicen es que otras medidas que no toman podrían funcionar mejor. Según el penúltimo gran estudio publicado en Science y que ya he comentado aquí, estas son las medidas que mejor funcionan, en este orden:

  1. Prohibición de las reuniones de más de 10 personas.
  2. Cierre de colegios y universidades.
  3. Cierre de establecimientos no esenciales, comenzando por los de alto riesgo como bares y restaurantes.

Como ya expliqué, y de forma algo inesperada, resulta que según dicho estudio un confinamiento general añadido a estas tres medidas aporta muy poco más en términos de reducción de contagios. Por lo tanto, y según la ciencia, podría ser acertado decir que un confinamiento no es necesario, siempre que se adoptaran las tres medidas anteriores.

Imagen de pixabay.

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Pero claro, la 2 y la 3 tampoco se están adoptando de forma general en España, ni parece haber voluntad alguna de adoptarlas. En su lugar, se imponen otras medidas como adelantar los toques de queda. Hasta donde sé (aunque podría ser que se me haya escapado), a fecha de hoy no existe absolutamente ningún estudio científico que haya analizado si adelantar un toque de queda una hora, dos o tres ejerce algún efecto sobre la curva de contagios respecto a no adelantarlo. Por lo tanto, las autoridades que toman estas decisiones no se están guiando por criterios científicos, sino por un mero wishful thinking. Están experimentando. Con la población.

Merece la pena comentar algo sobre esas medidas 2 y 3, aunque me temo que voy a repetirme un poco sobre lo que ya he contado aquí anteriormente. Cerrar los colegios es una píldora que nadie parece querer tragarse. Pero lo que no se puede hacer es negar la evidencia para justificarlo. Desde el comienzo de la pandemia han existido dudas aún no del todo resueltas sobre qué papel están jugando los niños y adolescentes en la propagación del coronavirus. Pero cuando los datos reales dicen que el cierre de colegios resulta ser una de las medidas más eficaces en aplanar la curva de contagios, no puede seguir ignorándose el hecho de que probablemente muchos niños estén llevando a casa una infección silenciosa y contagiando el virus a sus familiares.

Si algo sabemos, es que existe un gran volumen de transmisión debida a personas sin síntomas (asintomáticas o presintomáticas), y que el número de casos reales es mucho mayor que el de los casos detectados; según distintos estudios, hasta más de 10 o 20 veces más. Y sabemos también que no se están haciendo cribados en los colegios. Por lo tanto, no cuesta imaginar que el número de infecciones reales entre los niños, generalmente asintomáticos, es mucho mayor de lo que registran las cifras oficiales. En resumen, y por mucho que cueste tragar esta píldora, decir que el cierre de colegios no es necesario es contrario a la ciencia. Es un engaño.

La medida número 3 es otra píldora que cuesta tragar. Pero ¿cuántas personas de las que se quejan de la masificación en los transportes públicos se abstienen por completo de frecuentar bares y restaurantes? Hasta ahora no hay estudios que hayan descubierto una implicación significativa de los transportes públicos en los contagios, lo cual por otra parte es lógico: todo el mundo utiliza mascarilla, se habla poco o no se habla, o se habla en voz baja, y el tiempo de exposición no suele ser muy largo.

En cambio, sí hay numerosos estudios que han descubierto una implicación significativa de los bares y restaurantes en los contagios: se prescinde de la mascarilla, se habla mucho y en voz alta y el tiempo de exposición suele ser largo. «Reabrir los restaurantes con servicio completo tiene el mayor impacto pronosticado en las infecciones, debido al gran número de restaurantes, la alta densidad y los largos tiempos de estancia […] Los restaurantes con servicio completo, gimnasios, hoteles, cafés, organizaciones religiosas y restaurantes con servicio limitado producen los mayores aumentos pronosticados de infecciones al reabrirse«, decía un estudio dirigido por la Universidad de Stanford y publicado el pasado noviembre en Nature.

Otro estudio en Reino Unido descubrió que la reapertura de restaurantes en Reino Unido después de la primera ola, junto con un programa del gobierno destinado a fomentar el consumo en estos locales, «ha tenido un gran impacto causal en acelerar la posterior segunda ola de COVID-19«. También en Reino Unido, otro informe descubrió que haber comido en un restaurante en los días o semanas previas era la actividad más frecuentemente reportada por los nuevos casos detectados de COVID-19.

Más recientemente, un estudio en Francia del Instituto Pasteur en colaboración con el Ministerio de Sanidad, destinado a determinar dónde se está contagiando la población, ha identificado los bares, restaurantes y gimnasios como lugares de alto riesgo, mientras que las compras, el transporte público y el ejercicio físico al aire libre no están contribuyendo de forma apreciable a los contagios.

En EEUU, el Centro para el Control de Enfermedades (CDC) descubrió una fuerte asociación entre los contagios y las visitas a restaurantes o bares en las dos semanas anteriores a la detección de la infección. Otro análisis en EEUU encontró que los casos de COVID-19 se duplicaron tres semanas después de la reapertura de los bares. Y otro estudio más puso de manifiesto una correlación entre el gasto en restaurantes y el aumento en el número de casos.

En una encuesta a 700 epidemiólogos elaborada por el diario The New York Times, los expertos identificaron los lugares y actividades de mayor riesgo, aquellos que ellos mismos evitan con mayor preferencia: en este orden, comer en el interior de un restaurante, asistir a una boda o un funeral y asistir a un evento deportivo, concierto u obra de teatro.

Por su parte, The Conversation pidió opinión a cinco expertos sobre si comerían en el interior de un restaurante. Cuatro de ellos dijeron «no». La quinta, la epidemióloga Sue Mattison, de la Universidad de Drake, dijo «sí», por una razón comprensible: ya ha pasado la COVID-19, y por el momento parece que está inmunizada. Sin embargo, Mattison advierte: «Las evidencias muestran que los restaurantes son una fuente significativa de infección, y quienes no han pasado la COVID-19 deberían abstenerse de comer en restaurantes hasta que la comunidad haya controlado la infección«.

¿Es que hacen falta más pruebas? Nadie ignora que el sustento de muchas personas y familias depende de la hostelería. Cerrar los bares y restaurantes es una decisión complicada y dolorosa en la que sin duda hay muchos ángulos y aspectos involucrados. Pero una cosa es subrayar estas dudas, discutir pros y contras y hacer constar lo complejo del problema, y otra muy diferente hacer como que no pasa nada y afirmar que los bares y restaurantes son seguros, saltándose a la torera toda la ciencia al respecto. Quienes afirman esto, e incluso animan a los ciudadanos a frecuentar la hostelería, en el mejor de los casos están cometiendo una grave irresponsabilidad. En el peor, están mintiendo deliberadamente y arrojando a la población a sabiendas a una situación de alto riesgo de contagio.

Pero si más arriba contaba que el confinamiento en realidad aporta poco más a las medidas de cierre, el título de este artículo añade otra cosa, y es que el confinamiento puede ser incluso perjudicial. Esto es lo que ha descubierto un nuevo estudio colaborativo entre EEUU y China y publicado en la revista Science. Los investigadores han reconstruido la transmisión del virus en la provincia china de Hunan hasta abril de 2020, y descubren que «el periodo de confinamiento aumenta el riesgo de transmisión en las familias y hogares«, lo cual no es sorprendente, ya que en estos casos la convivencia entre las personas que comparten un mismo hogar es más estrecha y prolongada.

Todo lo anterior sugiere que quizá el cierre de los centros educativos y de los locales interiores de la hostelería debería ser el eje principal de las medidas contra la pandemia. Esto no necesariamente significa cerrar todos los bares y restaurantes; parece probable que las terrazas entrañen un menor riesgo, y por lo tanto tal vez, para buscar el mal menor, podrían mantenerse abiertas con distancias y aforos reducidos. En países mucho más fríos que el nuestro es habitual ver terrazas que funcionan durante todo el año y que reciben mucha afluencia.

Tal vez haya quien pregunte para qué queremos que nos dejen salir de casa si no hay a dónde ir. Pero sí lo hay: el exterior. Salir y disfrutar del aire libre puede ser beneficioso no solo para reducir los contagios en los hogares, sino también para el bienestar físico y mental. Y además, es gratis.

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