Esto es lo que puedes hacer tú contra el cambio climático, y lo poco que sirve

En estos días de la celebración de la COP25 en Madrid, no hay medio que no nos haya informado sobre qué podemos hacer cada uno de nosotros para contribuir a detener el avance de la crisis climática, si tal cosa es aún posible. Y dado que la pregunta «¿qué puedes hacer tú contra el cambio climático?» se ha repetido estos días hasta la saciedad, ¿qué necesidad hay de repetirla una vez más?

Pero hay una razón para traer de nuevo aquí esta cuestión. Y es que, a poco que uno sea una persona con una cierta mentalidad científica o tirando a racionalista, o simplemente un ciudadano curioso, quizá le interese saber cuál es el beneficio real de las distintas acciones que se nos proponen. Esto ya no se ha tratado con tanta frecuencia durante estos días. Y es aquí donde surgen las sorpresas.

Ese fue el trabajo que emprendieron en 2017 Seth Wynes y Kimberly Nicholas, investigadores de la Universidad de Lund (Suecia) especializados en sostenibilidad contra el cambio climático, y en especial en cómo los comportamientos personales, la educación y las políticas pueden ayudar a mitigar la emergencia climática en la que estamos inmersos.

Para su estudio, publicado en la revista Environmental Research Letters, Wynes y Nicholas examinaron los libros de texto de ciencias que se utilizan en los institutos de secundaria en Canadá, para recopilar las acciones que en ellos se recomiendan a los alumnos como medidas contra el cambio climático. A continuación, rastrearon los estudios publicados anteriormente para poner en cifras el ahorro de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se logra con estas medidas y otras no mencionadas en los libros.

Imagen de pixabay.

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Y aquí, los resultados. Los investigadores identificaron seis medidas de alto impacto, es decir, considerablemente beneficiosas para el ahorro de emisiones que cada uno producimos:

  • Tener un hijo menos.
  • Vivir sin coche.
  • Evitar el transporte aéreo.
  • Reducir los efectos de la conducción, por ejemplo comprar un coche más eficiente.
  • Comprar energía verde.
  • Comer una dieta vegetal.

Sin embargo, Wynes y Nicholas advertían de que el impacto de comprar energía verde varía según los países, siendo mayor en aquellos en los que la generación de electricidad depende en mayor medida de los combustibles fósiles.

A las anteriores les siguen diez medidas de impacto moderado:

  • Aumentar la eficiencia de la calefacción y el aire acondicionado en el hogar.
  • Instalar paneles solares u otras fuentes de energía renovable en casa.
  • Utilizar el transporte público, la bicicleta o caminar.
  • Comprar productos energéticamente eficientes.
  • Conservar energía.
  • Comer menos carne.
  • Reducir el consumo.
  • Reutilizar.
  • Reciclar.
  • Comer productos locales.

Y por último, existen ocho medidas, algunas de ellas a menudo muy publicitadas, pero cuyo impacto real en el ahorro de emisiones es bajo:

  • Conservar agua.
  • Minimizar los residuos y comprar menos envoltorios.
  • Plantar un árbol.
  • Compostar.
  • Comprar reducciones de emisiones.
  • Cortar menos el césped.
  • Eliminar los viajes innecesarios.
  • Comprar alimentos ecológicos.

Aquí ya surgen algunas sorpresas respecto a dogmas que normalmente se dan por supuestos, pero que tienen más de mito que de realidad. Como conté aquí ayer, la biosfera padece un evidente problema de contaminación plástica, pero es un problema que solapa solo mínimamente con el cambio climático, por lo que puede decirse que en su gran mayoría es un problema diferente. Reducir el uso de plásticos sin duda rebajará la contaminación plástica, pero su impacto de cara al cambio climático es mínimo.

Otro tanto sucede con los tan cacareados alimentos ecológicos u orgánicos, un negocio floreciente que a menudo se apoya en proclamas sobre sus beneficios contra el cambio climático. Beneficios que no son tales: como diversos investigadores se han ocupado de mostrar rigurosamente, suele ocurrir que la producción de estos alimentos requiere una mayor ocupación de tierras que el producto convencional, ya que su rendimiento es menor, por lo que aumenta el consumo de recursos y reduce la capacidad de captura de carbono de los ecosistemas. Los investigadores insisten en que la clave no está en la producción ecológica, sino en mejorar la eficiencia y la sostenibilidad de la producción convencional.

Pero a todo lo anterior hay que añadirle las cifras, y es aquí donde aparecen nuevas sorpresas. Porque cuando Wynes y Nicholas califican las seis primeras medidas como de alto impacto, no significa ni mucho menos que todas ellas sean igual de beneficiosas de cara al recorte de emisiones. De hecho, existe una de ellas que rompe la escala respecto a todas las demás y que ni siquiera aparece en ninguno de los libros de texto: tener un hijo menos ahorra al año casi 60 toneladas de equivalentes de CO2 (CO2e), mientras que la siguiente medida de alto impacto, vivir sin coche, solo evita 2,4 toneladas de CO2e, casi 25 veces menos. Estas son las cifras de toneladas de CO2e al año que ahorran algunas medidas:

  • Tener un hijo menos: 58,6.
  • Vivir sin coche: 2,4.
  • Evitar un vuelo trasatlántico: 1,6.
  • Comprar energía verde: 1,5.
  • Economizar combustible (cambiar a un coche más eficiente): 1,19.
  • Cambiar de un coche eléctrico a no tener coche: 1,15.
  • Comer una dieta vegetal: 0,8.
  • Hacer la colada con agua fría: 0,247.
  • Reciclar: 0,2125.
  • Secar la colada al aire (no utilizar secadora): 0,21.
  • Cambiar las bombillas convencionales por las de bajo consumo: 0,10.
Gráfico de ahorro de emisiones al año con distintas medidas. Imagen de Wynes y Nicholas, Environmental Research Letters., 2017.

Gráfico de ahorro de emisiones al año con distintas medidas. Imagen de Wynes y Nicholas, Environmental Research Letters., 2017.

¿No es una sorpresa saber que cambiar a un coche más eficiente en el uso de combustible ahorra más emisiones que tener un coche eléctrico?

¿O que una dieta exclusivamente vegetal, en la que tanto parece insistirse últimamente como si fuera la solución al cambio climático (aunque los científicos ya han dejado claro que no es así), en realidad solo ahorra la mitad de CO2 que evitar un solo vuelo trasatlántico al año, la tercera parte que vivir sin coche, una vez y media menos que tener un coche más eficiente y más de 70 veces menos que tener una familia más reducida?

¿Y qué hay de que todos nuestros esfuerzos por reciclar la basura de casa solo ahorren más de cinco veces menos que usar un coche más eficiente, o de que ese vuelo a Nueva York en Navidad, solo la ida, va a producir unas emisiones equivalentes a las de no reciclar absolutamente nada de nuestra basura durante más de siete años? ¿Y qué ocurrió con todos nuestros esfuerzos por utilizar solo bombillas de bajo consumo, creyendo que se trataba de una medida significativa contra el cambio climático, cuando el beneficio es ridículo?

Evidentemente, todo lo anterior no significa que no debamos reciclar, emplear bombillas eficientes o aplicar el resto de acciones en la medida de nuestras posibilidades. El plástico sirve de nuevo como ejemplo: aunque nuestro esfuerzo por evitar los envases y los plásticos de un solo uso apenas sirva de nada contra el cambio climático, estaremos contribuyendo a reducir la contaminación. En un mundo cada vez más acuciado por diversos problemas medioambientales, la adopción y la promoción de modelos de vida y sistemas económicos y políticos más sostenibles es una obligación no ya moral, sino simplemente práctica.

Pero datos como los de Wynes y Nicholas son inmensamente valiosos por varios motivos. Para ser ciudadanos informados. Porque ponen las cosas en su sitio. Para conocer el verdadero valor climático de nuestros actos. Para que cuando se nos dice «cada gesto cuenta», sepamos realmente cuánto cuenta cada gesto. Para responder a esas campañas agresivas que pretenden culpabilizar a todo ciudadano de a pie por igual del desastre en el que estamos inmersos, mientras quienes proyectan esa culpabilización a menudo son más culpables que aquellos a quienes culpan. Y por último, pero no menos importante, para no caer en trampas; el cambio climático se combate recortando emisiones de GEI. Lo demás son distracciones. Como cuando el mago consigue que nos fijemos en su mano para desviar nuestra atención del lugar donde realmente está el truco, porque las distracciones rara vez son desinteresadas.

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