No, la ganadería no emite más gases de efecto invernadero que el transporte

Uno de los grandes logros de la lucha contra el cambio climático, aparte por supuesto de impulsar las acciones destinadas a combatirlo, es conseguir que la realidad científica se imponga a los prismas ideológicos o políticos. El hecho de que uno sea de derechas o de izquierdas, mainstream o alternativo, mediopensionista o de solo desayuno, defensor del roscón de reyes con fruta escarchada o sin ella, no cambia el hecho científico de que el cambio climático antropogénico existe. Y aunque algunos no reconocerían que el ácido fluoroantimónico es extremadamente corrosivo ni aunque vieran cómo disuelve su propio dedo, en estos casos es evidente de qué parte está la realidad y de cuál la fantasía.

No obstante, el trabajo de la ciencia no ha terminado, ni muchísimo menos. Y en esta época en que las fake news suelen ser más virales que las noticias verídicas, la ciencia no debe perder la vigilancia para salir al paso de aquellas proclamas que no son ciertas, pero que muchos aceptan como tales sin espíritu crítico, solo por el hecho de que nadan a favor de su corriente.

Sobre todo cuando es la ciencia la que ha metido la pata en primer lugar. Por supuesto, la ciencia no es infalible. Se equivoca, y por eso se vigila a sí misma para corregir continuamente sus errores, al contrario que los sistemas subjetivos de conocimiento como las ideologías o las religiones. Cada año se retractan cientos de estudios, una media de cuatro de cada 10.000 publicados; trabajos en los que se demuestra que hubo fraude deliberado por parte de los autores (un 60% de los casos), o mala ciencia, o situaciones aún más complicadas, cuando se hace ciencia rigurosa y concienzuda pero se descubre de repente que la metodología era defectuosa.

De esto hemos conocido un caso curioso esta semana, al detectarse que un software estadístico usado en ciertos estudios arroja resultados distintos según el sistema operativo del ordenador en el que se ejecuta, por un fallo en el código. Como ya he explicado aquí, solo cuando numerosos estudios impecables apuntan a las mismas conclusiones es cuando puede darse una conclusión por válida.

Lo que ocurre es que, cuando se trata de conclusiones que entroncan directamente con sesgos ideológicos o políticos, la retracción suele causar el mismo efecto en la opinión de muchos que el ácido disolviendo el dedo: ninguno.

Este es el caso de la historia que traigo hoy. A propósito de mi anterior artículo, en el que describía la visión de numerosos expertos sobre la necesidad de consumir menos, y no de consumir verde, para luchar contra el cambio climático (el artículo no estaba escrito para dar voz a mi propia opinión, a pesar de la impresión que pueda dar el título; me limito a traer la ciencia que publican los científicos, aunque soy consciente de que no incluir el típico y pesado arranque de «investigadores dicen que…» puede dar la impresión errónea de que esto es una tribuna personal, cosa que no es), ha sucedido algo completamente esperable.

Y es que algunos lectores han aprovechado la ocasión para airear la proclama de que sobre todo hay que dejar de consumir carne, ya que, dicen, la ganadería produce más emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que todo el sector global del transporte. Sobre los móviles y la tecnología que menciono en el artículo, ni pío.

Mercado de ganado en Mali. Imagen de ILRI / Wikipedia.

Mercado de ganado en Mali. Imagen de ILRI / Wikipedia.

El hecho de que alguien piense que es un asesinato matar animales para alimentarnos es una opinión subjetiva defendible; no avalada por las leyes, pero filosóficamente defendible (filosóficamente, porque viene arraigada y avalada en el trabajo de ciertos filósofos). Siempre que uno acepte eso, que es solo una opinión subjetiva. Yo podría pensar que debería ser un delito de tentativa de homicidio imprudente utilizar el móvil mientras se conduce, lo cual sería simplemente una opinión subjetiva, incluso a pesar de que el uso del móvil al volante está prohibido; asignar categorías morales a los hechos o conductas es algo que no viene marcado por las leyes de la naturaleza, sino solo por las nuestras.

El problema viene cuando se defiende una opinión subjetiva aportando datos científicos que son falsos; cuando se trata de justificar un argumento con ciencia fallida que no deja de serlo simplemente por su viralidad, imposible de extinguir aunque se meta el dedo en el ácido.

Esta es la historia. En 2006, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, publicó un informe titulado Livestock’s Long Shadow, o la larga sombra de la ganadería. El documento afirmaba que la ganadería produce un 18% de las emisiones globales de GEI, más que todo el sector global del transporte.

Naturalmente, el informe de la FAO se convirtió de inmediato en el poster child de todos los movimientos animalistas y veganos. Pero en el mundo de la ciencia, las reacciones fueron inmediatas. Numerosos científicos que manejaban sus propios datos alzaron la voz denunciando que aquella conclusión de la FAO era del todo falsa. No olvidemos un detalle: aunque evidentemente la ONU y la FAO no son cualquier mindundi, ya expliqué aquí que un informe de la ONU no es un estudio científico, ya que no ha pasado por el sistema de revisión por pares de las publicaciones científicas.

Finalmente, los responsables del informe tuvieron que admitir que, en efecto, sus datos estaban sesgados. Para el cómputo de las emisiones de la ganadería se había tenido en cuenta todo el ciclo de vida, mientras que para el transporte solo se había considerado la quema de combustibles fósiles; los gases de los tubos de escape. Pierre Gerber, uno de los autores del informe, admitió a la BBC: «Hemos sumado todo para las emisiones de la carne, y no hemos hecho lo mismo para el transporte».

Para entender el fallo, basta pensar en el caso de los móviles y la tecnología que ya he mencionado anteriormente: un móvil no tiene tubo de escape, por lo que sus emisiones son cero. Pero cuando se suma la producción de energía necesaria no solo para recargar su batería, sino para mantener las redes, servidores, centros de datos y demás infraestructuras necesarias para que un móvil sea algo más que un pisapapeles, el resultado es que la tecnología digital produce el 4% de las emisiones de GEI.

Desde entonces, el grupo de la FAO que produjo el informe ha retractado sus conclusiones. Y no solo porque el dato del 18% se rebajara al 14,5%, sino sobre todo por lo que el director del informe, Henning Steinfeld, escribía en 2018 junto a su colaboradora Anne Mottet: «No podemos comparar el 14% del sector del transporte calculado por el IPCC [el panel de la ONU sobre cambio climático] con el 14,5% de la ganadería usando el enfoque del ciclo de vida».

Henning y Mottet rectificaban su informe con nuevos datos: en emisiones directas, un 5% para la ganadería y un 14% para el transporte; en emisiones de ciclo de vida, un 14,5% para la ganadería, y «hasta donde sabemos no existe una estimación disponible de ciclo de vida para el sector del transporte a nivel global», escribían, añadiendo que, según los estudios, «las emisiones del transporte aumentan significativamente cuando se considera todo el ciclo de vida del combustible y los vehículos, incluyendo las emisiones de la extracción de combustibles y del desechado de los vehículos viejos».

Gráfico de la FAO comparando las emisiones directas y del ciclo de vida de la ganadería y el transporte. Imagen de FAO.

Gráfico de la FAO comparando las emisiones directas y del ciclo de vida de la ganadería y el transporte. Imagen de FAO.

Claro que, podría alegarse, existen otras estimaciones además de las del IPCC. Por ejemplo, según la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU, en aquel país el 29% de las emisiones de GEI proceden del transporte, el 28% de la producción de electricidad, un 22% de la industria y un 9% del sector primario, del cual algo menos de la mitad corresponde a la ganadería, lo que cuadra a grandes rasgos con el dato de la FAO.

Los propios autores del informe de la FAO que reconocieron su error insistían además en algo que no debería dejar de imprimirse siempre con letras mayúsculas, en negrita y con todos los subrayados posibles:

La carne, la leche y los huevos son cruciales para atajar la malnutrición. De los 767 millones de personas que viven en extrema pobreza, la mitad de ellos dependen del pastoralismo, son pequeños propietarios o trabajadores que extraen de la ganadería su alimentación y sustento. La fallida comparación y la mala prensa sobre la ganadería puede influir en los planes de desarrollo y las inversiones y aumentar aún más la inseguridad alimentaria.

Finalmente, los expertos de la FAO subrayan algo que ya otros muchos científicos se han encargado de mostrar en numerosos estudios, y es que ni toda la ganadería ni todos los sistemas de ganadería son iguales en cuanto a su impacto ambiental. Por ejemplo, un estudio reciente detallaba que en general el cerdo, el pollo, el pescado, los huevos y los vegetales tienen un impacto menor que el vacuno y el ovino. Como escribía el experto en ciencias animales y calidad del aire de la Universidad de California Frank Mitloehner, «evitar la carne y los productos de la carne no es la panacea medioambiental que muchos quieren hacernos creer. Y si se lleva al extremo, podría tener consecuencias nutricionales dañinas».

Por supuesto que eliminar la ganadería reduciría las emisiones de GEI: un 2,6%, según un estudio reciente, y a cambio de condenar a millones de personas a la desnutrición. En su lugar, los científicos expertos aducen que hay un gran potencial de mitigación de las emisiones en mejorar las actividades ganaderas y hacerlas más eficientes. Por ejemplo, Mitloehner cita datos de la FAO según los cuales las emisiones directas de la ganadería en EEUU se han reducido un 11,3% desde 1961, mientras que la producción de carne ha aumentado a más del doble. En resumen, quien quiera rechazar el consumo de carne por motivos ideológicos es muy libre de hacerlo. Pero por favor, no en nombre de los datos, ni del cambio climático, ni mucho menos de la ciencia.

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