La solución contra el cambio climático no es comprar «verde», sino comprar menos

He aquí una idea provocadora: el consumo verde –elegir productos y servicios supuestamente menos contaminantes– no servirá para combatir el cambio climático. Sencillamente, hay que consumir menos.

Vaya por delante que esto no es la reinvención de la rueda. Es evidente que a lo largo de este siglo no va a haber menos gente en este planeta, sino más. Y que por lo tanto el consumo va a aumentar. Y que a mayor consumo, mayor producción. Y que a mayor producción, mayor agotamiento de recursos, mayor necesidad de generación de energía, mayor cantidad de basura y mayor contaminación.

De hecho, un reciente documento de Naciones Unidas, titulado Governance of Economic Transition y elaborado como documentación de base para uno de los capítulos del Global Sustainable Development Report 2019, hacía hincapié precisamente en algo de esto: la lucha contra el cambio climático y un crecimiento económico permanente –lo que incluye el consumo– son difícilmente compatibles.

El documento de la ONU subrayaba además un aspecto esencial que a menudo se olvida: parece que hoy se confía todo a las energías verdes como si fueran la bala mágica, pero no lo son. «Por primera vez en la historia humana, las economías se están desplazando hacia fuentes de energía que son energéticamente menos eficientes, por lo que la producción de energía utilizable requerirá más, y no menos, esfuerzo de las sociedades para alimentar las actividades humanas, básicas o no», dice el documento.

Contenedores de reciclaje. Imagen de pixabay.

Contenedores de reciclaje. Imagen de pixabay.

Esta llamada de atención sobre la necesidad de reducir el consumo nos llega ahora nuevamente por medio de la experta en consumo de la Universidad de Arizona Sabrina Helm, primera autora de un nuevo estudio que enfrenta la postura de consumir verde con la de consumir menos, y en especial en el contexto de la generación de consumidores más jóvenes, los millennials.

«Hay pruebas de que existen materialistas verdes», dice Helm. «Si puedes comprar productos medioambientalmente responsables, aún puedes vivir con tus valores materialistas. Estás comprando cosas nuevas, y eso encaja en nuestro patrón mayoritario de la cultura de consumo, mientras que reducir el consumo es algo más novedoso y probablemente más importante desde una perspectiva de sostenibilidad».

Y sin embargo, es difícil que la idea de reducir el consumo llegue a calar, dado que se trata de algo impopular y enormemente polémico. Por varias razones.

La primera. Quienes ya tenemos algunos años recordamos la época en que a nuestro alrededor aún muchos no habían oído hablar del cambio climático, y quienes sí lo habían hecho solían pensar que era una ficción inventada por algún lobby anticapitalista. Hoy las tornas han cambiado considerablemente: es difícil encontrar a alguien que no sepa qué es el cambio climático, y la inmensa mayoría de la población ha aceptado esta realidad científica. Según una encuesta reciente, incluso en EEUU, el país occidental con una mayor proporción de negacionistas del cambio climático –y gobernado por un presidente negacionista–, esta postura apenas llega al 13% de la población.

Pero curiosamente, esta popularización del cambio climático ha coincidido –si hay una relación de causa y efecto, es algo que deberán investigar los expertos– con el momento en que la industria se ha sumado a la idea, convirtiéndola en una nueva oportunidad de negocio: es la industria verde contra el cambio climático. Desde la panadería de la esquina hasta las grandes corporaciones, el producto verde se ha convertido en un gancho publicitario. Pero tanto a la panadería de la esquina como a las grandes corporaciones les interesa que sigamos consumiendo más, y cuanto más mejor, por lo que la idea de reducir el consumo no va a ser algo que vayamos a ver enormemente promocionado por la industria.

La segunda razón estriba en que la idea de reducir el consumo atenta directamente contra uno de los pilares del ambientalismo actual: el reciclaje. Evidentemente, puestos a desechar cosas, es mejor desecharlas bien –reciclar– que mal –no hacerlo–. Pero mejor que tirar las cosas, bien o mal, es no tirarlas: reutilizar y reparar. Hoy existe toda una industria del reciclaje que vive de nuestra basura, y a la que evidentemente le interesa que sigamos tirando, lo que implica que sigamos consumiendo, para que luego además compremos los productos reciclados. Así que tampoco parece que la industria del reciclaje vaya a sumarse con entusiasmo a la idea de reducir el consumo.

La tercera razón atenta contra uno de los tópicos relativos al cambio climático, y entronca con el estudio de Helm y sus colaboradores. Hemos aceptado la idea de que las generaciones más jóvenes, los millennials, son la punta de lanza en la lucha contra el cambio climático, y que su estilo de vida más verde justifica que culpabilicen a la generación de sus padres del desastre que les han dejado. Solo que no parece ser así: como sugieren tanto Helm como otros expertos, los más jóvenes no son menos consumistas que sus padres, sino más. Los millennials «están destinados a ser los mayores gastadores de la nación», decía un reciente artículo en Forbes relativo a EEUU. Es el materialismo verde del que habla Helm, que tranquiliza la conciencia mientras permite mantener el tren de consumo. Pero que no es la solución contra el cambio climático.

En especial, los más jóvenes son fervientes consumistas tecnológicos. Alguien los ha llamado «vampiros energéticos», ya que constantemente necesitan energía para recargar sus dispositivos. Y este excesivo consumismo tecnológico también agrava el cambio climático; incluso aunque uno recargara su móvil solo con sus propios paneles solares, la energía necesaria para mantener todas las infraestructuras, redes, servidores, centros de datos y demás sistemas es hoy tan inmensa que la tecnología digital es responsable del 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, el doble que la aviación comercial, y crece más deprisa que esta. Pero no parece que la propuesta de cambiar de móvil con menos frecuencia y de utilizarlo menos vaya a ser muy popular.

En resumen, las ciencias puras ya han hecho su trabajo, mostrar al mundo que el cambio climático es real. Sobre qué y cómo debe hacerse para atajarlo, aún habrá mucho que decir, y este es un territorio en el que los enfoques de ciencias mixtas como el de Helm tienen mucho que aportar, especialmente para derribar dogmas, tópicos e ideas preconcebidas. Pero no parece que ideas revolucionarias como la de reducir el consumo vayan a abrirse camino fácilmente.

Una última cosa: después de todo lo anterior habrá quien se quede con el mensaje de que, en cualquier caso, siempre será mejor para el medio ambiente y contra el cambio climático consumir productos verdes. Pero como ya han señalado diversos estudios, esto tampoco es siempre así (más detalles en este reportaje); se trata de otro más de los falsos dogmas a rebatir en estos difíciles tiempos en los que incluso el cambio climático se ha convertido en un buen negocio.

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