Marmite, el residuo industrial que se convirtió en alimento de culto

Si no están seguros de haber probado alguna vez el Marmite, probablemente es que nunca lo han hecho. No es algo que se olvide con facilidad. Yo tuve la oportunidad de hacerlo este verano en Gran Bretaña, donde lo fabrican, y mi impresión fue la de estar saboreando una mezcla de ácido de batería y aceite de motor usado.

Marmite. Imagen de Wikipedia.

Marmite. Imagen de Wikipedia.

Claro está que jamás he probado estas dos sustancias, así que la descripción es completamente imaginaria. Pero el sabor del Marmite tiene algo en común con lo que uno puede atribuir al de los fluidos del motor de un coche, y es que no parece haber sido creado para consumo humano, salvo si acaso por prescripción médica, sino para otros fines, como encajar tapas de alcantarilla en su hueco o verterlo sobre las cabezas de los enemigos desde lo alto de la muralla de un castillo.

De hecho, algo hay de cierto en que no fue inventado para que entrara por boca humana, ya que en realidad el Marmite es literalmente un desecho: es el extracto de la levadura que queda como residuo después de la fermentación de la cerveza. En el siglo XIX un químico alemán llamado Justus von Liebig, considerado el padre de la industria de los fertilizantes, descubrió que no había por qué tirarlo, que podía comerse sin morir, y a comienzos del XX empezó a comercializarse en Reino Unido.

Lo curioso es que para los británicos y sus primos antípodas, australianos y neozelandeses, es más que un alimento popular: es casi un objeto de culto. En el mundo anglosajón el Marmite suele utilizarse como ejemplo de algo que se ama o se odia, ya que la marca ha utilizado esta idea como eslogan durante años. Pero quienes lo aman, lo aman a muerte. Los fabricantes han lanzado ediciones especiales del producto con ocasión de múltiples eventos, incluido el 60º aniversario del reinado de Isabel II, y los amantes del Marmite las adquieren con devoción.

En 2011, un terremoto en Nueva Zelanda causó el cierre de la fábrica de la versión local, y se desencadenó lo que vino a llamarse el Marmageddon: cundió el pánico, las muchedumbres invadieron los supermercados para hacerse con provisiones, proliferaron en internet las subastas de botes del producto, incluso usados, y el primer ministro tuvo que reconocer desconsolado que se vería obligado a consumir la marca australiana una vez que se acabaran sus existencias. Cuando la fábrica volvió a abrir, inicialmente se impuso un racionamiento de dos botes por persona y día.

Marmite surafricano. Imagen de James Cridland / Flickr / CC.

Marmite surafricano. Imagen de James Cridland / Flickr / CC.

El Marmite es también objeto de investigaciones. Recientemente la revista Annals of Improbable Research, cuyos responsables lo son también de los premios Ig Nobel que conté ayer, ha recopilado algunos de ellos. Por ejemplo, en 2008 un equipo de la Universidad de Cambridge estudió las transiciones de sólido a líquido en la pasta de Marmite, y este mismo año un grupo de científicos de la Universidad australiana de Wollongong ha demostrado la aptitud del Marmite para ser utilizado con impresoras 3D de productos comestibles.

Pero si están esperando a que les desvele las razones objetivas de esta Marmamanía, me temo que deberán seguir esperando, porque no las hay. Es cierto que al Marmite se le suelen suponer ciertas cualidades. Es fuerte en vitaminas; tan fuerte que por este motivo fue prohibido temporalmente en Dinamarca, y existen recomendaciones de máximo consumo diario por riesgo de daños al hígado.

Por lo demás, el amor al Marmite no tiene otra explicación más razonable que el amor a nuestra infancia. Generaciones de anglosajones lo han devorado untado en tostadas desde que eran pequeñitos, y quién no ama los sabores de su niñez, incluso si uno se alimentaba a base de ácido de batería y aceite de motor usado.

Por poderse, se puede tomar también con queso. Imagen de Wikipedia.

Por poderse, se puede tomar también con queso. Imagen de Wikipedia.

De hecho, los mecanismos por los que sentimos pasión o aversión hacia ciertos alimentos son una bonita materia de estudio científico, pero también una complicada. Este mes, la revista New Scientist tiraba por tierra un estudio de una compañía de pruebas de ADN que pretendía atribuir el amor o el odio por el Marmite a ciertas variantes de genes. Como bien señalaba la revista, un pequeño estudio de correlación no demuestra nada, y en cualquier caso es más probable que los padres amantes del Marmite lo sirvan a sus hijos, con quienes comparten genes, y que estos se aficionen a los sabores de su infancia.

Todo esto nos lleva de vuelta a uno de los estudios ganadores de los premios Ig Nobel de este año y que les conté ayer, el de los investigadores franceses que han examinado qué regiones del cerebro se activan cuando se les presenta queso a personas que lo aman o lo odian. Los científicos descubrieron que ciertos centros cerebrales implicados en la recompensa se desactivan tras la estimulación con este alimento en quienes lo aborrecen. ¿Para cuándo un estudio similar con el Marmite? De hecho, y como se comprueba en la foto adjunta, hay quien lo toma también con queso. Sería el experimento definitivo.

12 comentarios

  1. Dice ser Vreko

    «para los británicos y sus primos antípodas, australianos y neozelandeses, es más que un alimento popular: es casi un objeto de culto.»

    Para los británicos, no me extraña. Esos se tragan lo que sea. Menos buena comida, por supuesto. No los saquéis del pudding.

    25 septiembre 2017 | 08:23

  2. Dice ser Por Supuesto

    Pues esta bueno

    25 septiembre 2017 | 08:34

  3. Dice ser Pepe Pérez

    En todos lados cuecen habas. Lo de la manteca colorá es algo que he intentado que me expliquen muchas veces, pero sigo siendo incapaz de entender como alguien puede comer «eso».

    25 septiembre 2017 | 09:02

  4. Dice ser gfl

    yo lo probé en australia está asquerosoooo
    es como comerte un avecrem

    pero si soy adicto al queso… cualquier tipo, me gustan todos los quesos

    25 septiembre 2017 | 10:24

  5. Dice ser Pablo

    Como dijo un gran cocinero francés al preguntarle que separaba la alta cocina de la comida basura, respondió:

    Sin ninguna duda…el Canal de la Mancha.

    25 septiembre 2017 | 10:27

  6. Dice ser Anchonio Bandewas

    Medio artículo me he tenido que leer hasta llegar a la escueta explicación de cómo se come esta crema. Concretamente en el párrafo número ocho. Ya podías haber comenzado el artículo explicándolo.

    25 septiembre 2017 | 10:33

  7. Dice ser Pfffff

    Becario, un dato mas.

    En España tenemos algo muy parecido que se llama BOVRIL, y es un buen potenciador para salsas y guisos de carne.

    25 septiembre 2017 | 10:47

  8. Dice ser bovril

    En lo único que se parece el bovril y el marmite es en el bote, vaya tela de comparación macho.

    25 septiembre 2017 | 11:05

  9. Dice ser Marmita

    Pues yo lo probé de casualidad hace un par de años y me traje un bote a casa porque me fascinó. Es un sabor bastante particular, qué duda cabe, pero por algún motivo que desconozco me encanta

    25 septiembre 2017 | 11:28

  10. Dice ser ivi

    Da asco

    25 septiembre 2017 | 11:51

  11. Dice ser Warp

    Solo sé que con el artículo y los comentarios está claro: no hay término medio.

    Pero ¿cómo lo usan?

    25 septiembre 2017 | 12:27

  12. Dice ser Me encanta

    Pues a mi me encanta, desde pequeña, bueno, tanto el Marmite como el Bovril.
    Como usarlo…un panecillo, abierto, puesto de mantequilla o margarina, luego Marmite o Bovril, y así tal cual te lo comes, también una poco de queso o jamón. Muy sabroso, distinto

    25 septiembre 2017 | 14:22

Los comentarios están cerrados.