¿Para qué sirve sostener un cocodrilo mientras se juega a las tragaperras?

Posiblemente algunos de ustedes, que están leyendo estas líneas, habrán colegido que la pregunta que titula este artículo debe de esconder algún tipo de sentido metafórico pretendidamente profundo. Pues nada de eso: parafraseando a Hemingway cuando explicaba el significado de El viejo y el mar, el cocodrilo es el cocodrilo y la tragaperras es la tragaperras.

O sea: el significado es literal. Y esta pregunta es exactamente la que han respondido Matthew Rockloff y Nancy Greer, investigadores de la Universidad de Queensland Central (Australia). Aunque en realidad la respondieron allá por 2010; si su estudio vuelve a ser pertinente ahora es porque ha ganado un premio. Pero tampoco se trata de una distinción convencional. Síganme, que se lo explico.

Imagen de Javier Yanes.

Imagen de Javier Yanes.

En 2010, Rockloff y Greer estudiaban qué papel desempeñan las emociones en los juegos de azar para las personas en posible riesgo de ludopatía; es decir, cómo la excitación generada por el juego puede influir a la hora de apostar. Como ven, un tema muy relevante y de indudable impacto social. Pero para sus experimentos de campo con voluntarios, los dos investigadores necesitaban introducir un método para controlar la variable emocional, una forma de provocar la excitación en el jugador, pero ajena al propio juego para poder medir su efecto en relación con los controles.

Lo solucionaron a la australiana: ¿qué tal darles a sostener un cocodrilo? Así que Rockloff y Greer se desplazaron a la granja de cocodrilos de agua salada de Koorana, en Coowonga, y allí abordaron a los turistas en un total de 100 visitas guiadas.

A la mitad de los participantes les invitaron a jugar a una simulación de máquina tragaperras en un ordenador portátil antes de su visita a la granja. A la otra mitad, inmediatamente después de la visita, cuya última actividad consiste en ofrecer a los turistas un cocodrilo de un metro para que lo sostengan mientras se hacen una foto. Por otra parte, los investigadores registraron diversos datos sobre los voluntarios, sus estados de ánimo y la existencia o no de problemas previos con el juego.

Tras el experimento, los dos científicos descubrieron que la excitación de sostener el cocodrilo aumentaba la cantidad de las apuestas en las personas en riesgo de ludopatía sin frecuentes emociones negativas. Por el contrario, los voluntarios con problemas con el juego y abundantes emociones negativas apostaban menos después de sujetar el reptil. «Los resultados sugieren que la excitación puede intensificar el juego en los jugadores de riesgo, pero solo si este estado emocional no se percibe como negativo», escribían Rockloff y Greer en su estudio.

Pero si aún continúan estupefactos ante el inusual método elegido por los investigadores, y siguen preguntándose con juicioso criterio por qué no se fueron a un casino, como parecería lógico, la respuesta es que precisamente trataban de evitar esto último. El ambiente del casino, alegan Rockloff y Greer, tiene un elemento intrínsecamente excitante, al estar concebido como un lugar de entretenimiento.

El objetivo del estudio era poner a prueba la influencia de las emociones en una situación más cotidiana, fuera del entorno de los grandes centros de juego; algo más parecido a echar monedas en la tragaperras de un bar. Y es precisamente este tipo de situación la que suele ser problemática para muchos adictos al juego.

Así que ya lo ven: una investigación en apariencia rocambolesca tiene un trasfondo serio y valioso. Y son todas estas cualidades las que han hecho a Rockloff y Greer merecedores de uno de los premios Ig Nobel 2017, entregados la semana pasada en la Universidad de Harvard por los editores de la web Improbable Research, como cada año desde 1991.

Los investigadores Nancy Greer y Matthew Rockloff, pertrechados con ocasión de la ceremonia de los premios Ig Nobel. Imagen de CQUniversity.

Los investigadores Nancy Greer y Matthew Rockloff, pertrechados con ocasión de la ceremonia de los premios Ig Nobel. Imagen de CQUniversity.

Si han oído alguna vez hablar de estos premios, tal vez hayan leído que son una parodia de los Nobel. No estoy muy de acuerdo con esta descripción. La parodia es imitación burlesca, según el diccionario, y que se sepa los Ig Nobel no son un remedo de nada, sino una iniciativa cien por cien original. Ni mucho menos pretenden burlarse de nadie. En la era de las redes sociales ya hay suficiente graciosismo por el mundo.

La intención de los Ig Nobel y de su fundador, Marc Abrahams, no es premiar imbecilidades ni ocurrencias graciosas. Los premios, cuyo nombre es un juego de palabras que en inglés significa «innoble», distinguen cada año investigaciones legítimas, válidas y publicadas, pero inusualmente extrañas, imaginativas o aberrantes. Como dice Abrahams, «investigaciones que primero hacen reír y luego hacen pensar». Y que, dicho sea de paso, entroncan formidablemente con la veterana y muy honorable tradición de la ciencia punk.

Mañana les contaré algo más sobre otras de las investigaciones premiadas este año.

1 comentario

  1. Dice ser no a los anti vida

    ¿Una bomba H potente en el pacífico puede crear tsunami?
    ¿Se puede suponer también el impacto medioambiental que provocaría?

    22 septiembre 2017 | 11:25

Los comentarios están cerrados.