Por Stella Evangelidou (República Democrática del Congo, Médicos Sin Fronteras)
Aquel día no entré en la sala de consulta psicológica del hospital como suelo hacer. Dejé que mi colega Théo pasara consulta en mi lugar, mientras yo me sentaba fuera con las mujeres que esperaban pacientemente para verle.
Me senté en la fila con ellas, observándolas, intentando sentir con ellas, ponerme en su lugar… violada, echada de casa por un marido cruel, embarazada de un niño que no quiero tener… Intenté hablar con ellas en su dialecto local, el Masi, y a cambio obtuve amables sonrisas y miradas brillantes…
Y esto en un contexto en el que el sexo es cualquier cosa menos placer: es mera reproducción, es arma de intimidación, es arma de guerra o incluso es venganza de portadores del VIH que intencionadamente quieren contagiar a otros.
Las sonrisas son poderosas ya que animan el alma y el cuerpo. He meditado sobre las dificultades que en Occidente experimentamos a la hora de sonreír y reírnos a carcajadas. Aquí en Congo, se diría que la gente busca cualquier chispa para encender la llama de la risa.
No obstante, estas sonrisas no consiguen tapar el sufrimiento y el trauma psicológico… aunque los hace más soportables. Una sonrisa en la mirada, una fusión de optimismos a la hora de vivir y de ser a pesar de los desafíos de esta vida: conflicto armado, violencia, violencia sexual…
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Foto: Sonrisas en Haut Plateaux, República Democrática del Congo (© Stella Evangelidou)